El mundo se detiene por unos instantes cuando logro divisar a mi padre entre las personas que hay.
Los recuerdos vienen a mí como un río salvaje y las ganas de llorar me llegan al alma.
Ha cambiado mucho, pero algo me dice que sigue igual que cuando tenía ocho años.
Mis piernas se mueven por sí solas y decido acercarme, abriéndome paso entre la gente, con la mirada fija en mi padre.
«Mi padre».
La persona que, a pesar de no ser de sangre, me ha tratado como una hija desde el primer día que me vio. Y se ha ganado un puesto en mi corazón que ni la puta genética va a poder quitarle.
Cuando llego, ni me lo pienso, me abalanzo sobre él y le rodeo con los brazos.
Él no tarda en devolverme el abrazo y, por primera vez en mucho tiempo, me vuelvo a sentir en casa.
—Mi niña —murmura, con la voz rota—. Cuánto has crecido…
Yo no soy capaz de pronunciar una sola palabra. Tengo el corazón encogido.
Las lágrimas se deslizan por mis mejillas sin que pueda contenerlas. Él me aprieta más fuerte, como si con ese abrazo pudiera curar todos los años que llevamos sin vernos.
—Perdóname —susurra él, su voz apenas un hilo—. Perdí tanto tiempo…
Sacudo la cabeza, apresurada. El pasado no puede cambiarse.
—No hay nada que tenga que perdonarte, papá. No ha sido tu culpa nada de esto —respondo finalmente, mi voz temblorosa pero firme—. Estás aquí ahora, y eso es todo lo que importa.
Nos separamos un poco, solo para mirarnos a los ojos. Veo en los suyos un reflejo de mi propio dolor, mi propia esperanza.
—Si tan solo hubiera hecho más por detenerlos… —sigue lamentándose y yo le pongo una mano sobre un hombro.
La altura es notoria así que tengo que estirar bastante el brazo para llegar.
—Papá, estoy aquí, ¿vale? —él asiente con pesar—. Ahora hay que llevarse a la tía y a Dhrent al hospital.
Él vuelve a asentir y le hace un gesto a sus compañeros para que se retiren. Nos montamos en el coche en el que ha venido y nos dirigimos al hospital más cercano.
Está a unos diez minutos de nuestra ubicación.
Dhrent ha perdido mucha sangre, pero está estable gracias a mi tía, que se ha encargado de ello.
Zane y Theo han vuelto al centro.
Cuando llegamos, varios celadores salen para llevarse a ambos dentro.
Mi padre y yo nos quedamos en la sala esperando.
—Papá…
Él ladea la cabeza para mirarme.
—¿Sabes dónde está mamá? —indago.
Alza una ceja, como si no se esperara esa pregunta.
—Pues… hace varios días que no lo sé, ¿por qué?
Suelto una risotada triste.
—Porque yo llevo pensando que estaba muerta prácticamente toda mi vida —digo sin poder evitar que la voz se me rompa.
Mi padre abre los ojos en sorpresa.
—¿Cómo…?
—Es todo un lío bastante confuso, la verdad.
—Cuéntame.
Empiezo a ponerle al día sobre todo lo que ha pasado estos últimos años, aunque lo hago de manera resumida, porque es demasiado. Aún así, evito no saltarme los detalles importantes.
Cuando termino de contarle todo, él se me queda mirando fijamente, incrédulo, petrificado y sin saber qué coño decir.
No le culpo, desde luego.
—Si los tuviera delante…
Sonrío.
Una enfermera con cara muy amigable camina hacia nosotros, con una carpeta debajo del brazo.
—¿Son familiares de Dhrent y Chloe? —indaga ella.
—Sí —respondo con prontitud.
—Bien, pues están los dos fuera de peligro —anuncia, sonriente—. Hemos tenido que transfundir a Dhrent, porque había perdido demasiada sangre, pero estará bien. Y en cuanto a Chloe, la herida parecía bien tratada, aunque hemos terminado de curarla.
—Muchas gracias, señorita —dice mi padre, levántandose del asiento.
Yo hago lo mismo.
—Si lo desean, pueden pasar a verlos. Están en la misma habitación, cuarenta y dos.
Ambos asentimos y vamos hacia la habitación.
Me duele un poco ver a Dhrent tan pálido, como si le hubieran absorbido el alma del cuerpo. Mi tía luce bastante bien para haber recibido un balazo.
Como se nota que lo terca está en la sangre, joder.
—¿Como estáis? —pregunto al aire y ambos me miran.
—Siempre se puede estar mejor, desde luego —responde Dhrent, con un ligero toque de humor.
—Yo no me voy a quejar —añade mi tía—. Aquí tengo atención personalizada, televisión gratis, comida gratis…
—Pero la comida es un asco —espeta Dhrent—. Te lo dice alguien que ha pasado un mes entero ingresado en un hospital.
—Los niños de ahora sois un poco fresitas —replica mi tía, mirándole.
Dhrent hace una mueca pero no replica.
Mi padre y yo nos reímos.
Me acerco a la cama de mi tía y la miro.
—Alice se va a poner muy contenta cuando te vea —dice, sonriendo—. Te pareces muchísimo a ella.
—¿En serio?
Ella asiente.
—Sí… En todo, la verdad. Ahí está ella, moviendo montañas, ríos y todo lo que existe por verte otra vez.
Tengo tantas ganas de verla que se me desbordan del pecho.
—Confío en que la veré pronto.
—Sí, estoy segura de que sí… Pero ahora tenéis algo más que hacer, Nellie.
—¿El qué?
—Tenéis que volver al centro. El resto de personas siguen ahí. Rebecca se ha asegurado de mantenerlos a salvo todo este tiempo, pero no sé nada de Rebecca —me dice.
—Ya, yo tampoco. Zane y Theo han regresado al centro para ver cuál es el panorama.
—Está bien. Sacad a todos esos niños de ese horrible centro, por Dios os lo pido —dice en tono de súplica y una lágrima escapa de sus ojos—. Llevo todos estos años cargando con un peso que no me pertenece.
» Yo quería construir un centro al que todos los niños abandonados pudieran llamar hogar. Un lugar dónde se sintieran seguros, queridos y aceptados. Aaron ofreció sus servicios como psiquiatra y empezó a trabajar junto a Kaín, para crear un suero que inhibiera psicopatías en niños maltratados tanto física como psicológicamente, que les hiciera olvidar todos esos momentos tan duros… pero cuando Aaron asesinó a Kaín, todo se volvió oscuro.
El corazón se me apachurra al escucharla.
—He estado drogada todo este tiempo —añade, dejando escapar un suspiro—. Y me hubiera podido gustado evitar todo el sufrimiento que han… —hace una breve pausa y nos mira a Dhrent y a mí—... que habéis tenido que pasar. Siento en el alma que no haya sido así.
—No tienes la culpa de nada, Chloe —responde Dhrent, levantándose de la camilla con cuidado.
Mi padre se acerca rápidamente para ayudarle a mantenerse en pie.
—Eso es cierto, tía. Tú no podías hacer nada —añado yo, mirándola fijamente.
—Tuve la oportunidad de hacer algo en su día —confiesa, y su voz se rompe—. Pero no me atreví.
—¿A qué te refieres? —indago.
—Pude matar a Aaron y acabar con todo esto —añade, desviando la mirada—. Joder, pude hacerlo y nada de esto hubiera pasado. Ningún niño hubiera sufrido; ningún padre hubiera llorado…
—No eres una asesina, Chloe —espeta Dhrent, apoyándose en la cama de mi tía—. Matarlo te hubiera dejado un cargo de conciencia para el resto de tu vida.
—Pero cientos de personas se hubieran ahorrado pasar por esto —replica, dirigiéndole la mirada—. Yo creo que es rentable, ¿no? Una vida por la de cientos de personas.
—Tu vida vale lo mismo que la de cada una de esas personas —insiste Dhrent—. No la menosprecies.
El ceño de mi tía se frunce con tristeza y creo que está haciendo todo lo posible por no llorar a mares.
—Nellie —dirige su mirada hacia mí—. Ayuda al resto a llevar a todos a casa, por favor.
Asiento decidida.
—Yo iré también —dice Dhrent, dispuesto a quitarse la ropa del hospital.
—No, tú te quedarás aquí —digo, aunque suena más como una orden—. Hasta que no estés al cien por cien recuperado.
—Nellie, solo es un tiro en la pierna —espeta—. Estoy bien.
—Hasta donde yo sé, los tiros no son rasguños, Dhrent —insisto—. Por favor, tía, asegúrate de que no salga de aquí.
Dhrent rueda los ojos con hastío y mi tía asiente con la cabeza.
Yo me despido de todos antes de marcharme con mi padre.
Él me deja justo en la puerta del centro antes de volver al hospital.
Cuando entro, me encuentro con Zane, Rebecca y Theo.
Y mis ojos se posan, totalmente sin querer, en Zane.
Por primera vez noto paz en su rostro y eso me alivia. Al verme, se acerca corriendo y me envuelve en un fuerte abrazo.
—¿Cómo está Dhrent y tu tía? —indaga, separándose de mí después darme un beso en la cabeza.
—Se pondrán bien —digo, mirándole—. Mi tía me ha pedido que saquemos a todos de aquí y les llevemos a sus casas.
—Eso está hecho —me dice y me agarra de la mano para llevarme junto a Rebecca y Theo.
—Nellie —me saluda Theo, esbozando una leve sonrisa.
—Theo.
—Me alegra que estés de vuelta —dice Rebecca.
—Yo también, la verdad es que ha sido bastante locura —admito.
—Todo esto ha sido una puta locura… pero lo más loco es que haya terminado —comenta Theo.
—No ha terminado todavía —le corrige Zane—. No hasta que todos los pacientes estén en sus casas de vuelta con sus familias.
—Exacto —digo yo.
—Pues… —interviene Rebecca—. Aquí tengo los informes de todos y cada uno de ellos. Pone la dirección en la que vivían antes de todo esto.
—Genial, pues manos a la masa.
Y pasan exactamente dos días hasta que logramos llevar a cada uno de los pacientes con su familia. Con ayuda de algunos agentes de policía —no corruptos, claramente— el trabajo se hace mucho más fácil.
La noticia de que todos las personas desaparecidas han vuelto a casa inundan las televisiones de cada hogar. Y por fin, el manto de desesperación que ha cubierto esta ciudad durante tanto tiempo, se ve reemplazado por uno de felicidad y esperanza.
Pero nuestro trabajo está lejos de acabar aquí.
Por eso, hemos vuelto al centro Zane y yo.
—¿Para qué quieres eso? —indago, mirando a Zane sujetar el diario entre sus manos—. No te volverás ahora tú un científico loco, ¿no?
Zane esboza una sonrisa divertida y niega con la cabeza, mirándome.
—No… Simplemente quiero quedarme con esto —dice, desviando la mirada hacia el diario—. Es lo único que tengo de mi padre.
Frunzo el ceño, con tristeza.
Le doy un beso en un hombro y apoyo la cabeza.
—Él estaría muy orgulloso de ti, Zane.
—Eso espero… Aunque haya hecho las cosas mal, podría decir que ha acabado todo… bien.
—Sí, lo importante está hecho —sonrío levemente.
—Por cierto… vi a tu madre —dice y yo levanto la cabeza, sorprendida—. Cuando te llevaban a la comisaría, nos salvó el culo, la verdad.
—¿En serio? ¿Y cómo está? ¿Está bien? —siento como una ligera sensación de ansiedad me invade.
—Eh, tranquila —dice, poniendo sus manos sobre mi cara—. Ella está bien. Mejor que nunca diría.
—¿Y dónde está ahora? —indago, ansiosa.
—Nos pusimos todos a buscarte —me empieza a explicar—. Pero ella me dijo que saldría en búsqueda de Aaron y Alec, que tenían la ligera sospecha de que no estarían en el centro.
» Y, bueno, efectivamente, cuando yo volví no había nadie más que Diana. Me dijo que les había ayudado a escapar y que ellos la habían traicionado. Me pidió…
Hace una breve pausa, como si las palabras se le atascasen en la garganta.
—Me pidió que echara un último vistazo a donde enterramos a Dom… que me despidiera de él y que no le culpara por nada. También me pidió perdón por haberme traicionado, que ella solo quería salir de aquí y que Aaron le prometió algo que evidentemente no cumplió.
—¿Y fuiste a verle? —pregunto.
—Sí… Enterarme de que Dom había sido el que había asesinado a Nora fue como un balde de agua con hielo sobre mi cabeza, la verdad —dice en un susurro—. Nora era buena chica, desde luego. No se lo merecía, pero Dom… No estaba en sus cabales.
—Ya…
—Y no intento justificar lo que hizo —añade—. Pero no puedo evitar pensar que realmente el culpable es Aaron y no Dom.
—Es que el culpable de todo esto es Aaron… bueno, y Alec —digo, mirándole—. Nosotros hemos sido simples marionetas.
—Sí, eso es justo lo que me ha dicho Diana.
—¿Y Diana dónde está ahora? —indago.
Zane me mira y siento cómo sus ojos se vuelven más oscuros.
—Muerta —dice unos segundos después.
Trago saliva.
Sinceramente, decir que me siento triste sería mentir. Tampoco me alegro. Me hubiera gustado que todo esto hubiera sido diferente, que todos y cada uno de nosotros saliéramos de aquí sanos y salvos… pero cuando haces pactos con las llamas del Diablo, corres el riesgo de quemarte con ellas.
—Tenemos que encontrarles, Nellie —me dice, mirándome fijamente—. Necesito hacerlo. No podré dormir nunca si no me encargo personalmente de terminar con esto, para siempre.
—¿Qué planeas, Zane?
—Lo que llevo queriendo hacer desde hace mucho tiempo.
No hace falta que sea más específico para que entienda a qué se refiere.
Lo único que tengo claro es que pienso ir con él hasta el fin del mundo si hace falta.
Jamás me hubiera imaginado terminar tan pillada hasta los huesos de una persona en la que no confiaba al principio.
—¿Te gusta el fuego? —pregunta de repente.
Yo le miro, extrañada.
—Pues… sí, ¿por?
Saca un mechero del bolsillo de su sudadera negra y lo enciende, tirándolo hacia delante.
En seguida, el mostrador, que está recubierto de plástico, empieza a arder con una velocidad que da miedo.
—Disfruta del espectáculo.