—Mamá —un joven que no tenía más de cuatro años miraba a su madre con lágrimas en sus ojos. Se tambaleó hacia su madre después de que sus otros hermanos lo acosaran—. ¿Por qué no quieren jugar conmigo?
Annelise tenía una hermosa sonrisa en sus labios, estaba tranquila y serena cuando cargó a su hijo en sus brazos.
—Mamá dijo que no juegues con ellos, ¿verdad?
Ella le secó las lágrimas.
—Pero, ¿por qué? ¿No son mis hermanos?
—Lo son, Lou. Ellos son tus hermanos.
—¿Por qué no puedo jugar con ellos?
—Lo siento, Lou. Es culpa de mamá —Annelise besó a su hijo y lo abrazó un poco más fuerte—. ¿Por qué no juegas con mamá?
Lou miró a su madre, no quería jugar con ella porque había estado enferma y no podía correr tan rápido como él, pero la tristeza en sus ojos hizo que asintiera.
—No llores, mamá —Lou secó las lágrimas de su madre, de las que Annelise ni siquiera se había dado cuenta—. Te quiero, mamá. Lo siento por no hacerte caso.
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