Adeline lo miró fijamente, luchando por escapar de su agarre. —César, ¿de qué estás hablando? Dije que nunca te dejaría. ¿Por qué estás así? Me estás lastimando, suelta.
—¿Entonces por qué? —preguntó César, respirando pesadamente—. Si no me vas a dejar, ¿por qué hiciste ese maldito trato? ¿Por qué lo hiciste?
—¡Porque puedo ganar! —le gritó Adeline, con el pecho subiendo y bajando por la respiración agitada—. ¿Confías en mí esta vez? Nunca te dejaría, y eso es la verdad. Sé que el trato es arriesgado, pero lo hice por una razón. ¡Voy a ganar! César, yo. Voy. A. Ganar —enfatizó con los dientes apretados, queriendo grabar eso en su cráneo.
César respiró, simplemente mirando su cara.
Estaba frustrado, y sus palabras no eran suficientes para calmarlo. Solo el pensamiento de que ella lo dejara por un segundo hizo que algo dentro de él se rompiera, y sintió que podía perder la cabeza de repente.
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