—No. Sé que no lo dejarás escapar —negó Adeline con la cabeza, llevando su mano a su mejilla para presionar su frente contra la de él—. Pero no tienes que hacer nada ahora mismo, César.
—¿A qué te refieres? —César frunció el ceño hacia ella—. Él...
—Despacio y con buena letra, ¿lo olvidaste? —preguntó ella con ojos dulces.
César inmediatamente se sintió confundido y su ceño se acentuó.
—Adeline, lo sé. Pero...
—César —Adeline besó brevemente sus labios—. Sé que deseas matarlo, pero eso sería darle la salida fácil, ¿no crees? Eso no es lo que quiero —negó con la cabeza—. Necesito que lo hagamos sufrir de la manera más agonizante posible. Será divertido, ya sabes, como lo fue aquella vez.
—Tendrás tu diversión con él, pero rompámoslo primero, lentamente y con dolor —su sonrisa se ensanchó tanto que un brillo luminoso titiló en las pupilas de César al verla.
—Qué maldad, princesa —rió él, rodeando con un brazo su cintura.
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