webnovel

Delequiem

«Y los hombres lucharán contra los hombres, y las bestias junto a los hombres contra los hombres...» Un largo invierno, crías muertas, cultivos profanados y la repentina aparición de aleatorias manchas de hollín sobre la tierra. Los sagrados paladines han desaparecido y la ausencia de su venerable presencia comienza a pesar en los hombros de los más dependientes, gente que ahora clama por un mundano símbolo de idolatría, apegados a la herejía de que solo un mortal es capaz de traer la bonanza y la prosperidad a una tierra que parece haber sido olvidada por los celadores. Aunque la ancestral celebración del Demiserio mantiene la mente de las masas tranquila, su bendición no durará para siempre, y ante el acecho de un peligro desconocido surge la urgencia de los líderes por la búsqueda de aquel que fue anunciado por los druidas como el nuevo primero. En dicho contexto, sea o no aquel que ha sido profetizado, la icónica sombra de un cuervo blanco se hace presente en indirecta respuesta a las súplicas de quienes dudan de sus ancestrales cuidadores.

Orden · Fantasía
Sin suficientes valoraciones
29 Chs

La llegada del mes protector

«¿Un simple olor? ¿Cuerpo? ¿Alma? ¿Presencia? ¿Personalidad? ¿Apariencia? ¿Qué es lo que las hadas veían en nosotros? ¿Qué es lo que Tiltalbaal veía en nosotros? Al fin y al cabo, no compartíamos ninguna de esas características ni nada visible… ¿O sí? ¿Sería Galnok alguien atractivo entre los orcos?»

Mientras Cair preparaba todas sus cosas para marcharse de la Hojarasca, metiendo cosas en su bolso que las hadas sacaban en cuanto él se daba vuelta, Namiele irrumpió en la habitación sin decir una sola palabra e intentando no hacer ruido. Él la siguió con la mirada hasta que ella tomó asiento justo frente a él y apoyó los codos sobre la mesa.

— Hola — Saludó con su característica sonrisa boba. Las hadas corearon su saludo.

— Buen día — Replicó él, continuando con la tarea de guardar sus cosas en el bolso de Gyania.

— ¿Todo bien?

— Siempre se puede estar mejor. ¿Y ustedes?

— Ya está todo más o menos listo, pero será difícil seguir el progreso de la Hojarasca. Es probable que tengamos más trabajo.

Cair suspiró.

— Esperemos que todo vaya bien.

— Saldrá todo bien. Así lo predicen las hadas.

Cair frunció el ceño y le quitó una hoja de su diario a un hada.

— ¿Las hadas pueden ver el futuro?

— No, pero conocen las capacidades de cada uno de nosotros mejor que nosotros mismos — Dijo ella, completamente convencida de lo que estaba diciendo.

Él no era quien para juzgar las percepciones del resto. Pero había algo que le molestaba al respecto:

— ¡¿Qué?! ¿O sea que cuando me dé por ser padre me estarán animando o algo por el estilo? — Namiele se rio a carcajadas —. Supongo que es bueno saberlo.

— Sí… — Se apoyó sobre la mesa a su costado —. Oye — Llamó después de unos segundos de incomodas miradas —. ¿Conoces a un tal Isaac Eil'Meriel?

— Recuerdo haber leído su nombre en algún libro — Respondió Cair, recordando una de las pocas jornadas de esgrima en las que no empuñó una espada, sino un libro.

— Oh, ya veo… ¿Y Labán de Praes? — Como se hacía costumbre, las hadas corearon el nombre.

Cair se sobresaltó al oír ese nombre.

— Fue la persona que me trajo a Ampletiet.

— Así que no eres amplietano.

Cair entornó los ojos.

— ¿Hadas? —

«¡Sí!» replicaron ellas.

— Las hadas tienden a seguir a algunas personas, especialmente a aquellas que tienen buen olor.

— Gracias por el elogio.

Cair bajó la cabeza. Apenas tenía recuerdos de ese sujeto. A pesar de que ya era bastante tarde en su infancia, eran pocos los recuerdos que tenía y encima eran difusos y sin situaciones particularmente especiales; caminar entre cañones, en praderas, la espalda de ese sujeto... todas situaciones sin relevancia, simplemente un inútil regalo de su mente. Solo sabía que fue él quien lo había traído al reino en su caravana, donde un anciano lo acogió para luego encomendarlo a los Rendaral, aunque sí sabía que no era su padre biológico.

Cuando Cair alcanzó los doce años y le hablaron sobre Labán, una contradicción se introdujo en su cabeza, pues, por un lado sentía la curiosidad y el morbo de saber la historia completa, pero, por otro lado, también existía en su subconsciente la negativa a reencontrarse con su linaje y, eventualmente, tener que dejar de honrar a sus abuelos portando su apellido.

— No, no soy amplietano… ni sé de dónde soy realmente ¿Las hadas saben algo?

— De eso quería hablarte.

Cair levantó una ceja.

— Parece que sabes algo que tal vez me gustaría saber — En realidad, no sabía si quería saberlo, pero ante la premisa gratuita, prefería saberlo.

— Síp — Replicó con una sonrisa —. Estas pequeñas son muy habladoras, por lo que me acabo enterando de muchas cosas que ocurren en el reino. Parte de mi deber es comunicar al círculo sobre todo eso — Estiró los brazos y se recostó sobre la mesa.

— ¿Qué es?

— ¿Te parece si te lo digo antes de que te vayas…? Para añadirle algo de misticismo y eso — Dijo, moviendo las manos en círculo.

— No. Además, mientes.

Namiele ensanchó la sonrisa.

— Sí, y a mí sí me parece, así que te toca esperar — Acto seguido, se puso de pie, le dedicó una reverencia corta y se fue.

«¡¿Y para qué me pregunta?!» pensó.

Cair dejó caer la cabeza sobre la mesa y susurró para sus adentros.

— Otro más…

Tardó unos minutos en volver a recuperar su energía. Sentía los brazos agarrotados y, en general, un abrumante cansancio en todo su cuerpo. No se sentía melancólico ni fatigado mentalmente, tampoco depresivo como cuando había iniciado su aventura, al fin y al cabo, ya empezaba a acostumbrarse a ese estilo de vida. Aun así, ansiaba unos cuantos días de pura caminata, días sin la necesidad de empuñar la espada ni sentir el capcioso impulso de hacerlo.

Pasados unos minutos, cogió el bolso de Gyania y salió a reunirse con el resto.

Galnok charlaba con la vieja Iibeldia en el centro del claro mientras el resto recibía regalos por parte de la energética Namiele, quien, al parecer, tenía la intención de llenarles los brazos con frutos, galletas y artesanía de mimbre.

— Al fin salió el Cuervo Blanco — Espetó Namiele, sonriente como desde el primer momento y como si no lo hubiera visto hace cinco minutos. Las hadas corearon el título.

— No lograba convencerme de que todavía tenemos que salir de aquí.

— Siempre puedes quedarte.

Cair miró a su alrededor.

— Me gusta la tranquilidad, pero este sitio lo es demasiado ahora — Namiele ensanchó la sonrisa —. ¿Saldrás por la entrada principal, Galnok?

El orco negó con la cabeza.

— No, maese Cair, partiré enseguida hacia el templo Aenein, así que saldré por el norte.

— ¿Hakmur?

— Iré a Orherem a dejar esto — Sacudió la bolsa de lino en la que traía la cabeza de Tiltalbaal —. Así que sí.

— Mejor que ir solos ¿No, Gyania? — Ella asintió. Recién en ese entonces, Cair se percató de las pesarosas ojeras de su compañera.

— Entonces esto es el adiós ¿no? — Interrumpió la vieja Iibeldia, apoyándose en el brazo de Namiele.

— Así es, señora Iibeldia — Asintió Galnok, quien le dedico una solemne reverencia a las druidas —. Ha sido un placer haber sido de ayuda.

— Oh, no, no. El placer es nuestro. Os debemos a todos la mayor de las gratitudes. Sin vosotros, el bosque jamás habría vuelto a la normalidad — Ambas druidas se inclinaron —. Es tranquilizador saber que Ampletiet cuenta con la Facción del Grajo.

— ¡Gracias! — Exclamaron las hadas, pululando alrededor del grupo. Cair se había acostumbrado tanto a su presencia, que no se había percatado del inmenso número que los rodeaba —. ¡Muchas gracias!

— Si algún día necesitáis algo o simplemente queréis pasar de visita, siempre seréis bienvenidos aquí. Más que bienvenidos — Miró a Cair y le guiñó un ojo —. Especialmente tú.

«Bastante directa la jovencita… ¿Qué edad tendrá?»

— Ya… algún día traeré a mi familia.

Hakmur rio.

— Este es un buen sitio para cazar. Puede que algún día me pase a saludar — Señaló con energía, a pesar de que, al igual que Galnok, estaba cubierto de vendas y magulladuras.

Namiele cambió la cara drásticamente.

— No… a cazar no…

El gélidar soltó una carcajada que proliferó entre todo el bullicio de las hadas.

— Bueno, hasta entonces — Se despidió sacudiendo la mano.

Todos se despidieron y siguieron con su camino.

— Cair… — Le susurró un hada al oído.

Cair se detuvo en seco, dejando a sus compañeros pasar. Se dio media vuelta y miró a Namiele.

— En Trobondir, el hombre que te mencioné, se dice que él también tenía un nieto de ojos blancos — Sintió un escalofrío.

— ¿Isaac Eil'Meriel?

Ella asintió.

— También se decía que la familia real de Tremo tuvo un hijo de ojos blancos.

«El príncipe de la Trobondir noroeste…» había oído algo sobre él en alguna ocasión.

— Entonces no soy el único — Ella asintió. Cair dejó escapar un suspiro —. Es un alivio saberlo — Era un peso que caía de sus hombros.

— Bueno… aunque las hadas igualmente insisten en que, probablemente y muy probablemente, serás alguien importante en el futuro — Sonrió y se inclinó hacia él —. Ellas te estiman. No las decepciones.

Cair bajó la cabeza.

— ¿En qué sentido?

— No me lo han querido decir. Ellas… ellas solo querían que lo supieses. Aseguran que conoces la respuesta.

Por un instante, todas las hadas del bosque parecieron callar su constante murmurar.

— Bien, supongo que nadie será directo — Agitó su mano y se apresuró en alcanzar a sus compañeros.

¿Quién es este sujeto que tengo al lado?

«Serás alguien importante…»

Como ley de su vida, Gyania nunca había sido capaz de contener su curiosidad, algo que la había llevado a sentirse culpable en muchas ocasiones a lo largo de su vida, sobre todo cuando acababa por enterarse de temas que a ella poco le incumbían. En aquel momento no fue la excepción, y menos lo sería después de escuchar aquello. Aunque esta vez no sentía remordimiento ni arrepentimiento alguno.

Ella ya había intuido que Cair no era un chico como cualquier otro, y no precisamente por lo racional que parecía ser o lo grácil de sus facciones; era algo que no se podía apreciar utilizando únicamente los ojos, algo en su esencia, algo en la forma en la que su simple cercanía servía para llenar de tranquilidad a todo ser a su alrededor, como el aura de un héroe. Ella sabía que Hakmur también se había percatado de ello.

Un escalofrío hizo que se le pusiera la piel de gallina.

Los zalashanos tenían la creencia de que el ser se podía dividir en tres partes, a diferencia de las dos que eran mayoritariamente aceptadas en los círculos filosóficos. Ese tercer elemento era la Presencia, la capacidad de un ser de simplemente estar, de declarar su existencia ante el mundo. Si se asumía que dicha creencia, por algún motivo, acababa por ser cierta, Cair sería alguien de presencia fuerte y poderosa, pero increíblemente encantadora.

Se le arrebolaron las orejas en cuanto se dio cuenta de que aquellas bien podían ser las palabras de alguien enamorado. Un sobresalto interrumpió sus pensamientos al oír a Cair rezongar.

— … No, no creo que sea mi fuerza — Replicó a Hakmur.

La última vez que Gyania prestó atención a su conversación, ambos estaban hablando sobre la Facción del Grajo, así que dedicaría unos minutos para ubicarse en la conversación antes de hablar o preguntar algo para entrar en ella.

Hakmur abrió mucho los ojos.

— ¿Es sarcasmo o lo dices en serio? — Siempre le había parecido chistosa la forma de hablar de los ielidar.

Cair alzó una ceja.

— En serio, por supuesto — Replicó con seriedad.

— Oh, sí, lo lamento, pero de verdad me sorprendió que fueses capaz de jalar con esa fuerza.

— De seguro no te empleaste a fondo. Además, si no hubiese sido por Gyania, seguramente hubiera cedido.

» Deberías conocer a mi abuelo. Ese viejo de mierda sí que tiene fuerza.

— Así que es de familia… Sigue teniendo mérito, pero nos estamos desviando ¿Cuál crees que es tu fortaleza?

— Me considero alguien ágil — Replicó —. Verás, tuve una especie de hermanastro con el que usualmente competía en todo. Él era más rápido y yo más fuerte, lo que eventualmente nos llevó a ambos en centrarnos a mejorar el aspecto en el que destacaba el otro.

» Él se fue, pero yo, por costumbre más que por cualquier otra cosa, seguí centrándome en mejorar mi agilidad.

«¿Y tú intuición, maldito cabrón?» pensó Gyania, apretando los dientes con el ceño fruncido «Lees como libro a todo el mundo y aun así, tu fortaleza es tu agilidad… idiota bueno para todo»

— Este es un mal lugar para sacar a relucir esa fortaleza.

— Sí, es cierto.

Hakmur se cruzó de brazos.

— No me gusta mucho enfrentar a otras personas, pero debo admitir que me gustaría batirme a duelo contigo, Cair Rendaral.

Cair echó la cabeza hacia atrás, mirando fijamente los brazos del gélidar.

— Sí… sería interesante. Desde luego que sería entretenido enfrentar a alguien que es capaz de tensar esa cosa que traes ahí más de dos veces — Espetó Cair, señalando su arco con el mentón.

Hakmur sonrió.

Gyania no había tenido mucho tiempo para pensar en la destreza física del Cuervo Blanco; en realidad, había estado tan sumida en sus instintos al encontrarse en la Hojarasca que había dejado de lado su capacidad de razonar y pensar. Pero ahora que realmente podía sopesarlo, se dio cuenta de que aquel chico, pese a ser tan joven, poseía una fuerza excepcional, al fin y al cabo, ya la había levantado con una mano como si ella fuese de cartón.

— ¿Por qué no participas en el torneo Goliar? Dijiste que irían a la capital. Creo que deberías participar.

— Tal vez vaya a probar suerte… — Lo meditó un segundo —. ¿Sabes? Lo haré, si es que el tiempo me lo permite, obviamente.

— ¿Vas a participar? — Preguntó Gyania, incorporándose a la conversación por fin.

— De pequeño siempre quise hacerlo, así que sí.

— Pues entonces yo también me inscribiré — Declaró Hakmur.

Cair le guiñó un ojo.

— Ahí te espero… Oh, mierda… Me había olvidado de que esos tipos estaban ahí — Maldijo Cair al ver que los de la brigada forestal seguían acampando frente a la entrada de la Hojarasca —. ¿No hay otra salida por aquí cerca?

Gyania se levantó la capucha.

— Seguramente, pero no creo que sea muy cómodo pasar en medio de tanta hierba — Hakmur arqueó una ceja —. ¿Hay algún problema con que estén ahí?

— Saben que soy de la Facción del Grajo… y les dije mi nombre…

— ¿Tienes miedo de que se hable de ti? — Preguntó ella.

— Sí, y si ven esa cosa que traes en la espalda, sin duda hablarán. Además… que quede claro que no es egocentrismo ni nada por el estilo, pero, objetivamente, soy un personaje llamativo… — Se señaló los ojos.

— Sin duda eres fácilmente reconocible — Confirmó Gyania, asintiendo con la cabeza.

— Aunque una figura que idolatrar no estaría mal para los amplietanos — Comentó Hakmur después de soltar una carcajada.

Cair asqueó su expresión.

— Ya tienen a Yroel y al archimago, no creo que haga falta alguien más.

Hakmur le palmoteó la espalda. Cair pudo sentir como sus vertebras se separaban ante tal potencia.

— Vamos.

Él dejó escapar una bocanada de aire y empezó a caminar arrastrando los pies.

En cuanto el brigadista que vigilaba la entrada los vio, se inclinó hacia adelante, haciéndose visera con la mano.

— ¡Han vuelto! — Gritó a todo pulmón.

Enseguida todo el campamento apareció ante ellos, vitoreando y aplaudiendo con sonrisas que les iban de oreja a oreja.

Gyania sintió como se le erizaba la piel, llena de satisfacción. Esa era una escena a la que podría acostumbrarse, aunque jamás estando sola.

Contrario a las emociones de sus hombres, la capitana se mostraba temerosa en medio de la multitud. Normal, pues, junto al enano, ella era la única que sabía que Cair pertenecía a la tan temida Facción del Grajo. Y no la culpaba por ello, de hecho, cuando se enteró de que Cair pertenecería al grupo y que el archimago era el líder, ella estaba aterrada, le costaba estar cerca de aquel muchacho; creía ser su objetivo y no se creía capaz de enfrentarlo. Pero, y como siempre había sido, su curiosidad proliferó ante la cobardía y ahora estaba allí, dándose cuenta de que, por encima de los prejuicios, había una persona excepcional que la había guiado hacia una forma de vida que, sin saberlo, amaba. No importaba cuanto duraría ese margen en su historia, ella sabía que ese momento se quedaría grabado en su cabeza hasta su muerte.

— Benditos sean los celadores… — Murmuró, dando un paso adelante —. Eso que traéis ahí…

Hakmur desenvolvió la cabeza de Tiltalbaal y la hizo rodar por el suelo.

— ¡La cacería fue un éxito, como puede ver! — Exclamó el gélidar, sonriente.

— Oh, Hakmur… me alegro de que estés bien…

— ¡Y no lo estaría de no ser por estos dos!

Ella se encogió y se escondió detrás de Cair, a pesar de que él debía sentirse igual. Aun con ello, el joven de ojos blancos sacó pecho y le guiñó un ojo a la capitana mientras murmuraba «Hijo de perra» por la comisura de los labios a Hakmur.

— Bendito… — Se dio media vuelta y gritó a su gente —. ¡Bendito sea el Cuervo Blanco de Ampletiet!

Cair se llevó la palma de la mano a la cara.

El resto fueron elogios, palabras de aliento y admiración y alguna que otra palmada de felicitación mientras cruzaban a través del campamento hasta que finalmente los dejaron salir.

— ¿… Cuánto irá a pasar hasta que cada amplietano conozca mi nombre? — Preguntó retóricamente Cair, cabizbajo —. Eres un malnacido, Hakmur Dreos.

Hakmur rio.

— Solo se hablará de «El Cuervo Blanco de Ampletiet». La capitana no prestó atención a tu nombre cuando te presentaste.

Cair suspiró.

— Tampoco es que sea muy difícil reconocerme sin él… ¿Y eso como lo sabes tú?

— Me lo preguntó. Al menos en eso te cubrí — Confesó con una sonrisa.

— Gracias… supongo — Arqueó una ceja —. ¿Cuál era la necesidad de enaltecerme a mí?

Hakmur se encogió de hombros.

— Levantar un ídolo. Ya sabes cuánto tiempo lleva la corona intentando enaltecer a Yroel Agmhere, pero es difícil en una era tan pacífica.

— Paz como tal… En fin — Infló el pecho y se irguió, orgulloso, con el Prado de la Gloria tras él y la suave brisa de los campos amplietanos meciendo su larga cabellera negra mientras sus ojos resplandecían con renovada convicción… o así lo interpretó ella. «Vaya que sí tiene el porte de un héroe» pensó —. Aquí nos despedimos entonces. Al menos temporalmente.

Hakmur asintió.

— Nos vemos en la capital.

Gyania le dedicó una reverencia al gélidar y luego sacudió su mano.

— Nos vemos en la capital — Repitió ella.

Hakmur se alejó un poco de ellos y se volvió para sacudir su mano una vez más en cuanto estuvo lo suficientemente lejos.

— Y bien ¿Superaste tu miedo a las arañas?

— No lo creo… pero tal vez podré llevarlo un poco mejor — Replicó ella, sonriente. Jamás se había sentido tan orgullosa de si misma, más aún considerando que era ella la real asesina de la bestia de la Hojarasca.

Cair la observó durante unos instantes mientras caminaban de vuelta a la granja de los Rendaral. Gyania evitó encontrar su mirada, pero inevitablemente, y ante la incomodidad que suponía, acabó sucediendo, entonces él la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí para apoyar su cabeza sobre la suya mientras le acariciaba el hombro.

— Y yo que pensé que no durarías más de dos días.

Gyania frunció el ceño, hizo puchero y acabó por sonreír.

«Ya casi van tres semanas…» pensó ella.

Su abuelo entornó los ojos.

— ¿Vas a participar? — Preguntó mientras remojaba las galletas en el té.

— Sí — Replicó Cair, haciendo lo mismo.

— ¿De verdad? — Adaia parecía sorprendida —. Creí que no te tenías nada de fe.

— Quedé en enfrentarme al gélidar, así que tendré que hacerlo,

— ¿Y por qué quieres enfrentar un gélidar? — Preguntó la abuela, aterrorizada.

— Será divertido — Replicó, lacónico —. Será una buena experiencia. Además, siempre he querido saber que se siente volver a la vida — Señaló, refiriéndose a la llamada Barrera Redundante con la que se cubría la arena en la arena de Orherem, cuya particularidad era la de revertir cualquier evento sucedido dentro de ella.

La única certeza con respecto al artilugio que permitía erigir esa barrera tan inusual, era que no había sido un invento amplietano ni de ningún reino; de hecho, no se consideraba un invento actual. Normalmente, cuando no se le lograba atribuir un origen concreto a alguna invención, se decía que pertenecía a Ealan, aunque a diferencia de la gran mayoría de esos casos, los pilares de la barrera sí fueron encontrados en ruinas ealeñas, específicamente las del norte de Rainlorei. Había gente que decía que no era una experiencia agradable, pero era algo que Cair quería comprobar por su propia mano.

— ¿Por qué no vienen también? — Invitó.

— ¿Para ver cómo te dan de piñas? No, no, yo por lo menos me niego a ir, no si quieren que esté aquí un poco más de tiempo.

Cair abrazó a su abuela.

— Claro que lo queremos.

— Y tú, Gyania ¿También vas a participar?

Ella bajó un poco la taza, sorprendida de que la incluyeran en la conversación.

— Oh, no. No quiero… no soy muy adicta a los duelos… Además, no dejaría una buena imagen el que yo participe.

— Es lo más sensato… — Dijo la abuela Ela, asintiendo. Dejó caer la cabeza a un lado —. Me alegro de que haya alguien sensato en esta mesa, además de Adaia.

— Esta vieja odiosa… — Espetó el abuelo Jael. La pesada mano de la abuela Ela rompió el aire en dirección a su cabeza —. Y no… Siempre es divertido ver cómo te golpean, pero vendrá un picapedrero a dejar ladrillos por fin.

Cair pifió.

— ¿Adaia?

— ¿Yo? — Apoyó la cabeza sobre las manos. La abuela le empujó un codo, casi logrando que su cabeza diera contra el canto de la mesa.

— Tus modales.

— ¡Pero tu le diste una colleja al abuelo! — Se acomodó en la silla —. Sí, la verdad es que me gustaría ir.

— Ve si quieres, hija — Replicó el abuelo —. No te preocupes por nosotros. Estaré viejo, pero no arruinado. Además, no creo que este año sembremos nada. Va siendo hora de un descansito.

— Y dice que no está cagado… — Espetó Cair. El abuelo refunfuñó algo para sus adentros —. ¿Entonces vendrás con nosotros?

— Sí… No podrán hacer de tortolitos, pero me gustaría ir.

— ¿Te parece bien, Gyania? — Preguntó Cair con una sonrisa pícara en el rostro.

Gyania le dio un codazo.

— Pregúntatelo tú, idiota.

Cair soltó una carcajada.

— Bien, partimos mañana a primera hora, así que duérmete temprano.

— ¡Ya, papá! — Espetó Adaia con voz chillona. Luego en voz baja dijo —: ¿Qué obsesión tienes con madrugar?

Después de cenar, lavar los platos, secarlos y guardarlos bajo la ordenanza de la señora de la cuchara de palo, Cair salió y se acercó a su abuelo en el porche de la cabaña. Frunció el ceño en cuanto vio que el viejo fumaba de una pipa sentado en la mecedora.

— Fumando pipa el viejo de mierda… — Espetó Cair con una sonrisa denigrante en su rostro.

— C… — Se levantó súbitamente y le lanzó la pipa —. Cállate. No hay respeto aquí ya.

— ¿Abuelo?

— Dime — Dijo, volviendo a tomar asiento.

— Cuando sir Labán me trajo… ¿Dijo algo sobre el lugar en el que me encontró?

Su abuelo se echó hacia atrás y lo observó con evidente sorpresa en su rostro.

— ¿Al fin vas a preguntarlo? ¿Ocurrió algo?

— La druida del Bosque Fatuo me dijo algo.

— Hmmm… Pues sí, aunque él mismo no sabía mucho.

» No hay historia de por medio, si acaso era lo que esperabas.

— Aun así.

— Bueno, según él, te rescató de unos bandidos en la frontera oriental de Teorim. Al parecer pretendían venderte.

— ¿Solo eso?

— Te dije que no esperaras nada. Labán no parecía saber nada más de ti.

— El viejo ese menos supongo.

— Ese viejo no tenía idea de donde estaba parado — Suspiró —. ¿Qué más te dijo esa druida?

— Creía que nuestros hijos serían lindos.

Su abuelo le dio un puñetazo en el hombro. A veces Cair creía que recibía más daño de sus aliados que de sus oponentes.

— Maldito cabrón bendecido por los celadores — Le insultó con una sonrisa.

Cair rio.

— Dijo que Isaac Eil'Meriel tenía un hijo... un nieto de ojos blancos.

— ¿Crees que eras tú?

— No lo sé. Podría ser que sí, tanto como podría ser que no.

— Hmmm… Tampoco es que haya muchas biografías sobre ese tipo, en los libros siempre se habla de sus discípulos, pero rara vez de su vida personal.

» Te bajó la curiosidad ¿eh?

— Sí, supongo que es contagiosa.

Jael frunció el ceño, en duda, pero finalmente le dio unas palmadas en la espalda.

— Vete a dormir, será mejor que no seas el único moribundo mañana.

Naeve observó, ensimismada, como los coloridos motivos del Demiserio ahora adornaban las calles de la capital amplietana. Había variadas guirnaldas colgadas de lado a lado en las calles, las alegres vestimentas iban acordes con las expresiones de sus energéticos portadores, la gente colgando pequeños maceteros con plantas en floración en los marcos de las ventanas para pedir buenas cosechas a los celadores, el aroma a comida tradicional amplietana y los improvisados bailoteos en las plazas o incluso en medio de la calle, deteniendo el tránsito de los carruajes al obstruir los rieles de apoyo (1). Esas sensaciones que evocaba el Demiserio representaban las energías del resto del año para mucha gente, de ahí el entusiasmo que convertía al mes de Sol en el más esperado por los amplietanos. De vez en cuando, Naeve se imaginaba cuáles serían las diferencias con Trobondir a la hora de recibir el Demiserio, al fin y al cabo, durante el tiempo que pasó en el reino azul era demasiado pequeña como para recordar muchas cosas aparte del constante tono azulado de sus valles, sus árboles y su gente, grabando a fuego en su cabeza las imágenes difusas de un reino distante.

Ella se sentía cansada y algo deprimida, pues, exceptuando un par de caravanas que le ofrecieron viajar con ella durante algunos tramos, nuevamente había sido un viaje solitario. Estar tanto tiempo con la guardia en alto, pasando las noches arriba de los árboles o escondida entre la hierba sin la posibilidad de iniciar fuego… se estremeció y a la vez se sintió orgullosa de ser capaz de sobrellevar aquello, luego se sentía aún más tonta por ser tan impaciente y no pedir un escolta cuando salió de Icaegos. El resto eran maldiciones dirigidas hacia el chico de ojos blancos mientras miraba el cielo, esperando que le llegaran.

Suspiró. Al menos ese día se permitiría ser un bulto sobre la cama, así que pagó la mejor habitación de la posada en la que se quedaría y simplemente se dejó caer sobre el mullido lecho.

Apéndice

1.- Riel de apoyo: Con el descubrimiento de las llamadas pilas, se crearon muchas tecnologías que aprovechaban esta energía en tareas cotidianas, los rieles de apoyo son una de ellas. Los rieles de apoyo son líneas establecidas en las calles de las ciudades a las que se puede anclar un de engranaje que va en la parte trasera de los carruajes y que sirve para ayudar a los caballos al subir por las pendientes de las ciudades. Dicho engranaje gira automáticamente en cuanto se le vincula una pila cargada con magia de rayo a un pequeño motor.