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Oscuridad. Eso era todo ahora mismo. Un ambiente seco, podrido y desgastado. El mundo no era más que caos en sí mismo. No existía nada ni nadie que lo salvara de las abominables bestias que lo asechaban continuamente. Terra, era devastada por calamidades más allá de la comprensión humana. Los bosques estaban totalmente decrépitos y lucían espeluznantes. Entre toda la amargura y el silencio que continuamente era invadido por sollozos había algo más, algo que resonaba con fuerza y sacudía continuamente el aire de algo en lo que todos podían aferrarse. El chispeo iluminaba esa oscuridad entre cada colisión de metal, un combate está librándose ahora mismo en medio de ese putrefacto bosque seco entre un joven vistiendo una gabardina oscura que ondeaba con sus ágiles movimientos mientras luchaba con valentía contra calamidades deformes y aladas. Aquellas entidades aprovechaban la velocidad que sus alas podían otorgarles para embestir al espadachín de ropas oscuras y es entonces que éste se protegía con ataques feroces produciendo esas colisiones entre su fina espada larga y las garras afiladas de tales entes demoniacos. El demonio salió disparado ante el desvío y le dio tiempo al espadachín para clavarle su espada con brutalidad en su espalda y la bestia rugió del dolor mostrando sus afilados y deformes dientes, pero pronto, ese rostro abismal fue partido en dos con un fugaz movimiento del espadachín al alzar su arma, la sangre oscura de la entidad demonio se fue escurriendo de su gris, muerta y pálida piel mientras se dividía hasta caer al suelo entre su propio charco de sangre. El mismo destino aguardaba para el resto de los demonios que tuvieron la desdicha de enfrentarse a este héroe misterioso, ese héroe oscuro que nació entre el dolor de vivir en la Era Oscura y de él es de donde provenía ese diminuto y apenas visible rayo de luz. Esa era la esperanza que el mundo tenía, que el pueblo tenía. Una voluntad inquebrantable que avanzaba en un camino solitario y difícil con la intención de ponerle fin. Una vez estas entidades cayeron muertas ante su espada, más rugidos sacudieron el ambiente con otro par de demonios voladores que se aproximaban a su posición. Sin dudarlo el espadachín salió corriendo entre los árboles de ese bosque muerto comenzando así una persecución. Los demonios eran ágiles para manejar su vuelo, superaban cada obstáculo que el bosque endeble y espinoso les ponía delante, fue que de pronto el espadachín entre saltos con gran agilidad se detuvo con su espada en mano firme hacia los demonios que avanzaban hacia él entre rugidos con claras intenciones de despedazarlo con sus propias garras afiladas y sus dientes podridos filosos. Los labios del joven de cabellera negra tuvieron un ligero movimiento cuando una comisura de sus labios se elevó formando así una sonrisa deformando su sereno y gélido rostro. Cuando los demonios se dieron cuenta de ese cambio era demasiado tarde. Ellos sabían que estaban yendo a una trampa, pero por más que intentaron desviarse o detener su avance no pudieron hacerlo. Sus cuerpos fueron descuartizados en el aire sin razón aparente muriendo al instante. Entre dos árboles que eran paralelos entre sí, justo en el centro donde esos demonios fueron descuartizados la sangre parecía flotar junto a sus vísceras. Lo que en realidad había ahí era una especie de hilo de extremo filo, lo suficientemente prensado y resistente casi imposible de ver a primera vista. Era una sencilla trampa colocada ahí a propósito por el espadachín negro quien relajado enfundó su espada en su espalda después de sacudirle la sangre que tenía sobre el filo de su arma entre un suspiro pesado reflejando su claro desgaste.

— Esos eran los últimos…—pronunció cansado, con serenidad.

El resto de su viaje fue tranquilo hacia un pueblo cercano. Los aldeanos de la localidad al verlo salieron de sus desaliñadas casas ahora iluminándose poco a poco por lo faroles que había disponibles. El espadachín detuvo su andar observando detenidamente al vecindario, solamente un grupo reducido de cinco personas se acercaron a él mientras el resto observaba desde el propio balcón de sus hogares. Un hombre mayor de cabello largo y ancha barba de aspecto descuidado fue quien tomó la iniciativa para hablar.

— ¿Qué pasó? —habló con una clara preocupación no solo reflejada en su voz, sino en su fija mirada.— ¿Dónde están los demonios?, ¿acabaste con ellos?

El espadachín se limitó a asentir al respecto manteniendo su rostro neutro y fue cuando ese hombre tuvo una sonrisa descomunal en su rostro junto con aquellos que lo acompañaban y más tarde se contagió al resto del pueblo quienes no dudaron en estallar alegres, riendo y abrazándose unos a otros ante lo que ese muchacho había logrado, algo a lo que aferrarse, transmitirles esperanza, un rayo de luz mucho más visible que hace unos momentos. La posibilidad de oponerse a la Era Oscura era real. El joven héroe solo permaneció al margen de la situación, lejano a su festejo.

— Únetenos, niño. —habló aquel hombre en pleno festejo.

— Me encantaría, pero debo retomar mi viaje.

— Al menos descansa. Has estado aquí un par de días luchando contra esas bestias tu solo. ¿Cómo te llamas hijo? Antes no pude preguntar tu nombre, te fuiste corriendo apenas hablé sobre los demonios que atacaban la aldea.

— Si, lo siento.

El hombre comenzó a reír un poco y no le costó nada llevar uno de sus brazos por detrás del joven espadachín para incluirlo al festejo.

— Tu nombre hijo.

— Kirito… —respondió, severamente incómodo al respecto.

— No seas tan serio. Es una victoria importante, ahora nosotros tendremos un poco de paz gracias a ti. —presumía el mayor, mientras lo seguía arrastrando hacia el centro de la multitud quien no dudaba en alabarlo.

Kirito se limitó a tragar saliva mientras recibía constantemente los abrazos de todos y sus palabras de gratitud, entre toda esa gente dos chicas se le acercaron sujetando sus brazos, uno por cada una. Portaban vestidos algo desgastados por lo que exhibían algo de piel, algo que claramente no les interesaba al pegarse al guerrero que tenían delante.

— Eres un niño valiente, ¿no te dio miedo? —habló una de esas chicas.

— Eh… Debo decir… —Kirito estaba claramente nervioso. Nunca había estado en una situación tan incómoda, entre dos adolescentes hermosas.

— Es claro que no tuvo miedo —respondió la otra chica. — debe ser muy fuerte.

— Eh, no estén molestándolo. —dijo de nuevo entre risas aquel hombre barbón una vez más. —seguramente necesite descansar.

— Podemos llevarlo nosotras a su área de descanso. —dijo rápidamente una de ellas

Por muy atractiva que suena la idea, Kirito se liberó del agarre de aquellas mujeres y en un abrir y cerrar de ojos desapareció entre la multitud, solo se pudo apreciar su sombra desvanecerse hasta finalmente desaparecer.

— ¡Ya lo espantaste Marlin!

— No no, eso fue claramente tu culpa, ¡pegaste de más esas sandías que tienes por dios! Ni un poco de respeto ya te tienes.

Y mientras esas señoritas continuaron alegando, Kirito estaba en busca de un lugar donde dormir. Terminó derrumbado en una de esas casas, suspirando y bostezando mientras se quejaba al momento de sentarse por el dolor. Cuando alzó la vista vio a una niña pequeña con un candil. El héroe le sonrió un poco con un claro cansancio presente en su rostro y entonces, detrás de la niña apareció la madre de la pequeña.

— Cielos, te he dicho que no salgas así —le reclamó a la pequeña mientras la cargaba entre sus brazos. — Te ves terrible jovencito…

— Algo, si… —Kirito suspiró mientras se levantaba de ese espacio. —lamentó haber usurpado en su hogar, solo quería descansar un poco. Hay mucho ruido por allá.

— Tranquilo, puedes dormir en mi casa. —respondió la señorita.— Es lo menos que cualquiera podría hacer por ti. Has salvado el pueblo.

El espadachín asintió al respecto, claramente aliviado. Y con un sutil movimiento en los ojos de la señorita le indicó el camino. Guio al héroe a través de su hogar, pasando el umbral de la puerta, recorriendo finalmente el pasillo donde abrió una de las puertas que ofrecía la residencia.

— Puedes dormir aquí.

En el segundo siguiente, Kirito ya estaba en cama. Había dejado sobre un mueble de madera a su lado su gabardina oscura junto con su arma. En el suelo yacían sus botas oscuras dejándolo únicamente con su playera negra de manga larga, y sus pantalones aún con el cinturón ajustado. Sus ojos estaban fijos sobre el techo de roble desgastado que formaba el techo del inmueble. Parte de él no quería cerrar esos ojos oscuros, hacerlo implicaba volver a un recuerdo doloroso entre sueños que no quería aceptar y más importante aún se sentía vulnerable. Sabía que había acabado con todos los demonios que acechaban la zona, no solo por encargo del pueblo sino por su propia misión; la restauración de la humanidad. Durante su momento relajante sufrió de un espasmo producido por un dolor punzante que provenía de todo su cuerpo.

— Mierda…

Resopló entre quejidos mientras se revolvía en la cama. La mujer había escuchado eso y fue rápidamente a la habitación donde abrió la puerta solo para ver el sufrimiento del espadachín. Encendió el candelabro iluminando la habitación.

— ¿Qué sucede?

Kirito no respondió, estaba absorto en su dolor, en su mundo. La mujer se acercó rápidamente al muchacho y se atrevió a alzarle la camisa y lo que vio casi la hace entrar en llanto. No era justo que un niño como él debiera tener heridas en su cuerpo por enfrentarse a los demonios. Había rasguños, sangre, fuertes moretones incrustados en su cuerpo, la señorita llevó una de sus manos a su boca antes de retirarse de la habitación. Momentos después regresó con un balde lleno de agua, una toalla y algunas otras cosas como plantas y ungüentos.

— Lamento haberte quitado la playera sin tu permiso, pero debo aplicarte esto. —dijo la mujer mientras le limpiaba las heridas del cuerpo con la toalla, enjuagándola continuamente en el balde que cada vez más se tornaba rojo. Eso fue así hasta que Kirito perdió la consciencia en el acto y la mujer continuó con su tratamiento casero aplicando las hierbas medicinales junto al ungüento sobre las heridas y con un vendaje improvisado usando la propia tela de su vestido logró cubrir parte de su torso con ello.

— Ahora… Descansa. —la voz de la mujer hizo un esfuerzo sobrehumano por no quebrarse. Era difícil para una madre amorosa ver como un niño tiene que sufrir tanto. No soportaría eso de nuevo, nunca más. Antes de colocarle la playera echó un ojo a ella, apestaba de sangre y mugre se la quitó completamente. Se levantó y echó un ojo a su gabardina, igualmente desgastada, la tomó de igual forma y finalmente salió de la habitación, fue hasta entonces que finalmente pudo llorar.

 

Mi vista era borrosa, al igual que el sonido apenas audible que llegaba a mis oídos. Opacos estruendos acompañados de fuertes temblores, sumado a un intenso y agudo zumbido en mis oídos. No había nada más que oscuridad y estaba completamente solo en algún lugar que ni siquiera sé dónde es. Ni siquiera sé quién soy o como llegue aquí. Siento una gran presión sobre mi cuerpo y extrañamente no siento dolor ante ello, ¿por qué será? Algo comenzó a caer en mi piel, alguna que otra gota de un líquido carmesí impactaba en el área de uno de mis pómulos, casi en mi ojo, en mi oscuro y opaco ojo. Una, dos, no fue sino hasta la tercera de esas gotas que parpadeé y reaccioné abruptamente. Los sonidos se volvieron más claros y mi visión se aclaró, y con ello un dolor insoportable vino de pronto cuando sentí mi cuerpo aplastado por escombros, entre la desesperación traté de moverme para librarme de ese lugar entre gritos y lágrimas. El suelo temblaba ante estruendos de origen desconocido y se escuchaban impactos de metal al igual que un conjunto de explosiones y gritos. Tuve mucha suerte cuando una de todas esas sacudidas me permitió escapar. En ese momento no me importó nada más que recuperar mi aliento con grandes bocanadas de aire, una tras otra hasta que mis pulmones se inflaron en exceso al punto de empezar a toser con mi cuerpo hincándose de rodillas entre el polvo. Estructuras destruidas, cadáveres aniquilados, fuego arrasando con todo lo que pudiese quemar, ardiera, grandes nubes oscuras que se elevaban a través del aire con olor a sangre. Cuando pude abrir los ojos contemplé la sangre que goteaba directamente de mi cabeza. Inspeccioné entre mis dedos el área de donde provenía; el pómulo, pero no, no era mi sangre. Yo no tenía heridas en la cabeza. Entonces… Entonces quizá me arrepienta de observar a mi lado porque entonces ahora mismo no estaría gritando tan fuerte que mis cuerdas vocales habrían evitado su desgarre. Diversas emociones se apoderaron de mi cuerpo en un segundo, imposible de no contemplarlas cuando recordé que el cadáver presente no era otro más que mi madre quien se sacrificó por mí en el último momento de su vida para ponerme a mí a salvo mientras mi padre peleaba contra aquel que la asesino. Mis oscuros ojos ya desprendían un llanto monstruoso con una ira indescriptible. El reflejo de mis ahora brillantes ojos, desprendían una energía oscura que comenzaba a manifestarse a mi alrededor. Un aura me envolvía a mí y al cadáver desmembrado de mi madre y mis ojos solo podían reflejar al responsable por su muerte; el mismísimo Dios Hades, quien en ese momento decapitaba a mi padre y mucho antes de poder iniciar un combate con él, en un abrir y cerrar de ojos, segundos antes de que Hades probablemente me matara aparecí en medio de la nada en algún bosque donde las ventiscas eran intensas, la nieve caía a mi alrededor y yo solo podía sentir mi cuerpo refrescarse. Estaba sólo y toda esa maligna energía oscura a mi alrededor explotó con un grito desgarrador que perturbó el ambiente y la naturaleza. Una gran y masiva explosión sacudió el bosque nevado y ahí fue donde me encontraron. Un niño de 7 años, huérfano con su ropa desgarrada pero extrañamente sin ninguna herida en medio del origen de lo que sea que haya ocasionado ese gran malestar. Eso es todo lo que sueño desde ese día y a pesar de estar acostumbrado a ello, realmente era desgastante dormir por culpa de ese recuerdo constante que habita en mis sueños. No me queda más que seguir viviendo en esa pesadilla cada vez que me digno a dormir.

Algo era diferente pero no sabía el qué, eso era lo extraño. No había más gente en mi sueño, pero ahora había gritos. Un estruendo más sacudió mi cuerpo y finalmente desperté alarmado siendo derribado, adolorido contemplé que mis heridas estaban vendadas y la casa a medio destruir. ¡¿Qué mierda?! Rápidamente fui a buscar mi arma, pero no la encontré, ni tampoco mi gabardina o mi playera. Solo tenía puestos mis pantalones oscuros. Busqué mis cosas entre los escombros mientras escuchaba aún estruendos y un poderoso rugido que provenía fuera, me asomé entre las aberturas destruidas de la casa solo para contemplar una gran bestia de por lo menos tres metros de alto, andaba en cuatro patas con unos afilados dientes y una piel demacrada. Más gritos podía oír, pero esta vez de un llanto desconsolado de una pequeña niña. Me quedé helado al descubrir la razón por la cual su voz se desgastaba con gritos desesperantes En las garras de aquel animal estaba clavada la mujer que me había dado este lugar de descanso, al igual que atendido mis heridas. Era ella quien tenía mi espada. No sé qué pasó ni porque razón ella decidió enfrentarse a la criatura. Mucho menos el qué estaba haciendo aún la niña allí, pero en cuanto la vi, salí corriendo a pesar de no tener ningún equipamiento encima. Descalzó entre el césped con todas mis fuerzas, pero el destino de esa niña fue inevitable.

Aquella niña fue devorada en unos segundos, de un bocado. Lo único que quedó de ella fueron parte de sus tobillos en el suelo que rápidamente fueron llenados de sangre junto a sus zapatos. Me derrumbé en el suelo en medio de la aldea ardiente por el fuego. Había cadáveres a mi alrededor completamente demacrados con un espectáculo sangriento, algunos otros cuerpos estaban calcinados. Mucha gente murió por un ataque sorpresa de esta criatura, incluyendo la mujer que valientemente se enfrentó sola a la bestia usando mi espada. Ahora mismo ella al igual que su pequeña niña estaban muertas. La bestia se giró hacia a mi y se dirigía para aniquilarme, pero a mí, ya me daba igual lo que le sucediera. De rodillas, con la mirada perdida fija en el suelo ese monstruo iba a acabar con mi vida, Iba a definitivamente hacerlo, pero algo pasó. Justo antes de que sus filosas garras cumplieran con su cometido de partirme a la mitad, una brasa negra emergió de mi cuerpo deteniendo su ataque y de ella emergió otra más que le arrancó el brazo. Aquella bestia totalmente descontrolada de sí misma, enloqueció ante el dolor, rugiendo y ocasionando más destrucción en aquella aldea desolada. Me levanté con una presencia diferente. Un aura oscura estaba en mí, poseyendo mi cuerpo y al alzar mi vista, revelé unos ojos oscuros, brillando entre las lágrimas que escurrían en la piel de mi rostro. En un abrir y cerrar de ojos, ya estaba delante de la bestia una vez más y cuando aquella intentó nuevamente acabar con mi vida, esa especie de látigo negro que aún estaba aferrado al equivalente de su brazo amputado fue rápidamente para descuartizar y mutilar el otro. La sangre salpicaba sobre los alrededores, y también sobre mí. Mis heridas se habían sanado y yo solo miraba con desprecio y lástima a aquel monstruo que ahora solo tenía sus patas traseras para defenderse. Aquella entidad solo estaba ahí, buscando la forma de dejar de perder la sangre que lo mataría. Solo estaba ahí, encargado de ver como esa criatura maligna se retorcía. Su dolor era reconfortante para mí, después de haber hecho que todas esas personas murieran, Una enfurecida ira que mantenía retenida explotó fácilmente. Entre lágrimas yo sabía que esa mujer ahuyentó a la bestia para no herirme mientras me recuperaba, por eso decidió sacrificarse usando mi arma. Yo no la necesito ahora para acabar con este bicho.

En el segundo siguiente, esa bestia no hizo más que rugir agonizante ante los cortes y desgarros que yo mismo hacia con mis propias manos. Mi rostro era totalmente neutro ante mis acciones. La oscuridad abrazaba mi ser, pero era reconfortante liberarla y desatarla contra este bicho que entre tanta sangre derramada finalmente murió. Quedé con una sensación amarga mientras estaba ahí, bañado en sangre. Para ese punto la tela del vendaje se había desprendido revelando mi torso desnudo, una espalda pronunciada al igual que un marcado abdomen, todo empapado en sangre, pero pronto dejó de ser así. Esa aura oscura que había a mi alrededor de alguna manera hacía que la sangre hirviera y se evaporara de mi alrededor. Ahora mismo, avanzaba con pasos lentos hacia el cadáver de la mujer que me atendió. Esa maligna aura dejó de estar presente en mí, al cabo de unos pasos sintiéndome terriblemente agotado, mi cuerpo se hizo pesado, tanto que caí al suelo y solo me quedó arrastrarme entre el barró y la mugre hasta que llegué a su cadáver y lo abracé mientras lloraba. No los pude salvar. No pude salvar a nadie. ¿De verdad podía ser un héroe? Ha pasado una semana desde que inicié mi viaje y abandoné el clandestino reino que me acogió, entre tantas advertencias yo tengo asuntos con Hades más que personales, pero era realmente tan débil que ni a un pueblo pequeño puedo salvar. Las primeras gotas del cielo caían en mi rostro mientras lloraba, tal parece que mi llanto invocó a la lluvia que pronto invadió al pueblo.

Algunas horas más tarde estaba finalizando el entierro del último cadáver; el de la madre, junto a ella en sus manos había colocado el par de zapatos que la niña había dejado atrás al momento de su muerte. Me entristecía que no quedara nada de ella más que sus pertenencias. Yo ya estaba vistiendo con mi playera y gabardina. Descubrí que había cocido esta última con cuidado y lavado mis prendas, solté la pala ahí mismo y me quedé unos segundos velando sus cuerpos.

— Gracias por todo, perdón por nada.