—¡No seas tonto! —finalmente habló el destructor.
—A mí me parece una buena idea —dijo Skender sin emoción alguna.
Su destructor se removió por dentro, irritado y molesto de nuevo. ¿Pensaba que él era el único que podía amenazar? Skender se burló.
Se levantó de su asiento. Nadie volvería a subestimarlo. Ni siquiera su destructor. Se dirigió a la puerta, sintiendo una oleada de poder proveniente de la furia que sentía por dentro. Nadie pelearía contra él y ganaría fácilmente. Llamó a la puerta y entonces los guardias la abrieron desde ambos lados. Tan pronto como entró sintiéndose todopoderoso, un dulce aroma lo golpeó en la cara.
—¡Buenos días, Su Majestad! —lo saludó Roxana con una sonrisa alegre.
Skender se quedó paralizado en su lugar, sus piernas temblaban ligeramente por querer mantener su posición y correr de vuelta a su habitación al mismo tiempo.
¡Oh, dulzura! ¿Qué le había enviado el diablo hoy para hacerlo pecar?
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