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(Pelirroja, de ojos azules
Hoy esta belleza se convirtió en mi esposa
La llevé a casa donde solía esconderme
Pero ahora ella podría dormir a mi lado)
—No te vayas —Angélica tarareó.
Rayven permaneció sentado junto a ella y la observó dormir pacíficamente. Estaba acurrucada, con la cabeza apoyada sobre sus manos encima de la almohada y algunos mechones de pelo cayendo sobre su rostro. Ese pelo que siempre hacía que le picaran las manos.
Incapaz de contenerse, retiró el pelo de su rostro y lo colocó detrás de su oreja. Luego, sus dedos le picaron, aún más, de ganas de tocar su rostro, de sentir su piel bajo sus yemas, pero se contuvo y retiró la mano.
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