Las secuelas inmediatas no fueron menos que apocalípticas. La capital antes próspera se transformó en un paisaje de pesadilla de desolación y desesperanza. Un cráter, vasto e insondable, ahora marcaba la Tierra donde había impactado el meteoro, extendiéndose a un sorprendente rango de diez kilómetros de ancho y largo.
Las fisuras se deslizaban a través del terreno en todas direcciones, cortando la tierra como cicatrices grotescas, aumentando aún más el caos y devastación. La onda expansiva del impacto creó un devastador efecto secundario, enviando una masiva ola de polvo y escombros expandiéndose hacia fuera en todas direcciones.
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