Llegó la mañana y Rain despertó sintiéndose fresco y sin la miseria de una resaca. Sin embargo, sus compañeros no tenían tanta suerte. Gimiendo, se agarraban sus cabezas palpitantes, lamentando su entusiasta celebración de la noche anterior.
Sumando a su malestar estaba la desconcertante ausencia de Branden. La noticia de su continua indisponibilidad ensombrecía el ánimo del grupo. Relacionaban eso con el ataque al puerto, exacerbando sus dolores de cabeza y una sensación general de inquietud. Ante esto, Rain sugirió que hicieran uso de las habitaciones libres en su casa para recuperarse de sus resacas a su propio ritmo, un pequeño consuelo en una situación por lo demás preocupante.
—Lo siento, Rain —dijo Leiah—. No quería arruinar tu regreso, pero yo sabía del ataque y que Branden fue allí para ayudar.
—Está bien. Es comprensible —dijo Rain—. De todas formas, ahora puedes regresar a casa, Mamá. Hablaré con Papá, Abuelo y Abuela más tarde.
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