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Chapter 16 Robb

Capítulo 16 Robb

 

Una semana después de que Robb llegó, sus barcos aún no

habían llegado desde Bravos, pero ya habían terminado de hacer planes y

documentos. Por lo tanto, Stannis reanudó las audiencias reales, y Robb

asistió. Su razón para asistir fue que los lores del Dominio, Dorne y El Valle

ya habían llegado y solicitaban audiencia. Robb tenía intereses en esta

discusión, así que asistió a su presentación.

Él estaba allí cuando los representantes de las comitivas

fueron anunciados por el portavoz real. Del Dominio, estaba Mace Tyrell, su

hija Margaery, su hijo Loras, Garlan Tyrell y la Reina de Espinas. Otras diez

personas les acompañaban, pero no fueron nombradas. De Dorne, solo fue nombrado

Oberyn Martell, ya que trajo consigo a su amante y dos hijas bastardas, y el

portavoz valoraba mucho su cabeza.

Oberyn no estaba contento, pero Stannis no era conocido por

ser suave, y no se atrevió a reclamar. Robb supuso que su propia declaración de

encargarse de Dorne también les había llegado a sus oídos.

Al final, se presentaron los representantes del Valle, Lord Yohn

Royce, acompañado de Ser Harrold Hardyng, el segundo heredero del Valle. Nadie

apostaba a que el primero sobreviviera más allá de la adolescencia, ya que

Robert Arryn era un niño enfermizo.

En opinión de Robb, Harrold era una basura similar a Robert

Baratheon, pero por desgracia para él, Stannis no era Robert, y se llevaría un

chasco cuando intentara casarse, dejando a una de las bastardas del antiguo rey

embarazada, si es que estaba embarazada. Robb tendría que preguntarle a ese mal

hermano de Bran sobre el asunto.

—Señores, ahora escucharé sus excusas por no haber atendido a

mi llamado e ignorar mis órdenes —declaró Stannis, que estaba sentado en el

Trono de Hierro.

A los pies de este, estaba Ser Davos, con la insignia de la

mano del rey en su pecho, seguido por él, ahora consejero de los susurros, Jeyne

Poole que sería su representante, y Wilys Manderly, que sería el nuevo

consejero de barcos.

A Roose Bolton le habían ofrecido el puesto de consejero de

leyes, pero este sentía aprecio por su cabeza y sabía que él y Stannis no

tendrían una buena relación, por lo que rechazó el puesto con cortesía.

Delante de ellos, estaban los dos únicos miembros actuales de

la Guardia Real: Ser Arys Oakheart, que llegó con los dornienses, y ser Balon

Swann, que ya estaba allí.

Stannis no había tenido tiempo de reorganizar la Guardia y

usaba a sus propios hombres, caballeros de las Tierras de la Tormenta, como

guardia. Veinte de estos protegían el trono. Además de las comisiones

diplomáticas del Valle, el Dominio y Dorne, el salón estaba atestado de señores

de todo el reino, especialmente del Norte y las Tierras de los Ríos.

Cuando Stannis terminó de hablar, Lord Royce, un anciano de

unos sesenta años, que parecía duro para su edad pero de ninguna manera como

Ser Barristan, porque gozaba de una buena panza, se adelantó.

—Majestad, como ya sabéis, nuestra señora perdió el juicio

debido a la pérdida repentina de su amado esposo, Lord Jon Arryn, señor del

Valle, por lo que ignoró vuestras órdenes.

»Pero ahora que su Majestad me ha nombrado regente del Valle,

velaré porque se cumpla con nuestra responsabilidad, y el Valle está dispuesto

a aceptar su culpa y las disposiciones de su Majestad para nosotros —declaró

Lord Royce, y su comitiva de veinte personas aplaudió sus palabras, lo que hizo

que Stannis rechinara los dientes, dejándolos congelados y sin más ganas de

aplaudir.

Robb ya le había informado a Stannis sobre los verdaderos

responsables de la muerte de Jon Arryn y que Lysa Arryn había perdido el juicio

por completo después de la muerte de Petyr Baelish. Ella declaró que juntos

mataron a Jon Arryn y que mataría a cualquiera que intentara quitarle a su

hijo.

Stannis solo aceptaba las palabras de Lord Royce por la paz

del reino y porque Lysa Arryn era su tía, y como ya estaba loca, juzgarla no

tenía sentido, más que provocar más problemas, de los cuales el rey ya tenía

suficientes.

Stannis miró a Oberyn Martell, un hombre de estatura

promedio, la piel bronceada por el sol, el cabello corto, ropas holgadas y ojos

astutos. A su lado estaba su amante, pero Stannis no la miró.

—Majestad, mi hermano, Doran Martell, príncipe de Dorne,

presenta sus disculpas por no poder asistir en persona ante el trono debido a

su enfermedad, que lo mantiene en una silla —explicó Oberyn Martell—. Siguiendo

sus instrucciones, me permito recordarle que el Trono de Hierro había prometido

justicia para Dorne en el caso del asesinato de mi hermana Elia, a cambio de

nuestra vuelta a la paz del reino.

»Pero tales promesas siempre han sido ignoradas, por lo que

en realidad, nunca hemos tenido una obligación con el Trono de Hierro, y

seguimos manteniendo nuestra neutralidad, a la espera de que las antiguas

promesas sean cumplidas —declaró Oberyn Martell, dejando a todos los señores

mirándolo con sorpresa.

Oberyn Martell no les miraba a ellos, sino a Stannis. Era

probable que esperaba verle sorprendido o entrar en cólera, pero Stannis le

sonrió y miró a Robb.

—Mi señor Lobo tenía razón, sus excusas legales son patéticas

—declaró Stannis.

Robb se encogió de hombros, y la víbora roja llevó la mano a

su daga, lo que a su vez hizo que los veintidós caballeros que protegían el

trono llevaran las manos a sus espadas.

—Si deseáis morir y perder Dorne en el proceso, podéis sacar

esa daga —dijo Stannis con severidad—. Como rey, no toleraré desafíos a mi

autoridad, y uno de mis señores ya me ha prometido grandes ganancias para la

corona si exilio a vuestra familia y le entrego Dorne —reprendió Stannis, y

todos miraron a Robb, que había declarado delante de todos que deseaba Dorne.

Esta vez fue Oberyn Martell quien apretó los dientes, pero

soltó la daga.

—¿Y qué hará su majestad? —preguntó Oberyn Martell, como si

estuviera dando una advertencia en lugar de hacer una pregunta.

—Haré cumplir las leyes del reino; para eso soy el rey. Y

esas leyes son claras: aceptad vuestra culpa y seguiréis en la paz del rey,

declararos fuera de la paz del rey y será mi deber ver si negociar o

declararles la guerra que mis señores me exigen, declararos neutrales y también

actuaré en consecuencia —sentenció Stannis con frialdad.

—¿Significa eso que ignoraréis las promesas de vuestro

hermano? —insistió Oberyn Martell. Stannis lo miró a él. Robb asintió.

—Según vuestras propias palabras, ni Dorne ni el rey Robert

dieron valor alguno a este trato. El rey anterior nunca cumplió su parte del

trato, y ustedes también ignoraron el vuestro, por lo que tal trato nunca tuvo

valor alguno.

»Si hubiesen respondido al llamado del actual rey, eso

significaría que cumplisteis vuestra parte del acuerdo, y ahora el actual rey,

como sucesor de su hermano, estaría obligado a cumplir con su parte del

acuerdo. Pero eso no pasó, y tal acuerdo no tiene valor alguno, pues ambas

partes se negaron a cumplirlo de forma flagrante —explicó Robb. Stannis asintió

y le dirigió una mirada sombría a Oberyn Martell.

—Lo que nos deja en la misma situación que antes. ¿Aceptareis

vuestra culpa, o os declarareis fuera de la paz del rey? —declaró Stannis—. No

volveré a repetirme —advirtió Stannis.

—Como su Majestad ha declarado que nuestro acuerdo no es

válido, eso nos deja en la misma situación que cuando vuestro hermano tomó el

trono.

»Dorne aún no ha sido llevada a vuestra paz, pero estamos

dispuestos a aceptar volver a ella sin ningún conflicto de por medio, siempre

que se nos conceda justicia por la muerte de Elia Martell, princesa de Dorne, y

sus hijos, Aegon Targaryen y Rhaella Targaryen, asesinados en la toma de

Desembarco del Rey durante la rebelión de vuestro hermano —declaró Oberyn

Martell. Stannis suspiró.

—Vuestro hermano y vos sois persistentes, pero yo no soy mi

hermano Robert ni Jon Arryn. De hecho, se dice que soy cruel e inmisericorde. Y

puede que sea cierto, pues, ahora mismo, vuestro reclamo me parece absurdo. ¿En

qué leyes os basáis para reclamar justicia? —preguntó Stannis—. Lo sucedido a

vuestra hermana y sobrinos nunca debió pasar.

»Mi hermano era laxo y complaciente con sus señores. En su

lugar, nadie se habría atrevido a cometer semejante acto y luego presentarse

ante mí con los resultados.

»Pero según la ley, eso es todo lo que puedo decir o hacer en

vuestro caso. Vuestra hermana era la esposa de un príncipe Targaryen,

involucrado en una guerra fratricida por el poder, que fue asesinada en la

captura de una ciudad, como sucedió con otras miles de personas. Sus hijos

fueron asesinados junto a ella, según dicen, de la peor forma posible.

»Aun así, y como os dije antes, no hay ninguna ley en contra

de sus muertes o para juzgar a sus asesinos. ¿Qué queréis que haga? Como rey,

no puedo ir en contra de las leyes del reino. Solo puedo declarar que Tywin

Lannister, quien ordenó estas muertes, no tiene honor ni moral.

»Los asesinos que empleó, y que todos conocen como la Montaña

y Ser Amory Lorch, no tienen honor y no merecen sus títulos de caballeros, pero

eso ya ha quedado claro y ha sido juzgado por mí al ser denunciados por los

señores de los ríos como los autores de los saqueos que comenzaron esta guerra.

»Por lo tanto, les he despojado de sus títulos de caballeros,

y como sus ataques ocurrieron fuera de la paz del rey, y su rebelión falló,

ahora están condenados a muerte, lo mismo que habría pasado con todos nosotros

si nuestra rebelión contra los Targaryen hubiese fallado.

»Entonces, os pregunto de nuevo, como rey de los siete

reinos, ¿en qué ley os basáis para pedir justicia por el asesinato de vuestra

hermana y sus hijos, sabiendo que sus muertes ocurrieron bajo el amparo de una

batalla? —preguntó Stannis. Mientras él hablaba y explicaba los hechos, Oberyn

Martell apretaba los dientes con tanta fuerza que la sangre empezó a salir de

su boca.

—Frustración e impotencia —dijo Robb, y todos los presentes

le miraron, incluyendo al Martell, que le miró con ira—. Comprendo ese

sentimiento —admitió Robb—. En esta guerra, he manchado mis manos con la sangre

de muchos niños, a los que apenas empezaba a salirles vello en la cara. Pero no

soy el único.

»A su vuelta de Invernalia, en su camino a Desembarco del

Rey, la reina Cersei Lannister ordenó el asesinato de un niño de nueve años

solo por el hecho de estar presente cuando su querido príncipe, el bastardo

Joffrey Mares, fue lastimado en su mano por las acciones de mi hermana pequeña

Arya Stark.

»El niño fue cazado y su muerte se produjo cuando una espada

por poco lo partió en dos. La reina alabó la hazaña del caballero que ejecutó

el acto, lo felicitó y advirtió a los demás que les podría pasar lo mismo,

mientras los señores de los siete reinos aplaudían… —Robb hizo una mueca porque

los señores norteños escupieron al suelo al unísono para mostrar su asco y

rechazo a tales acciones.

—Príncipe Oberyn, fueron vuestras propias leyes las que

condenaron a vuestra hermana, las mismas que condenan a otros miles de

inocentes a muerte por el mero capricho de sus supuestos señores, que según la

ley tienen el deber de protegerlos, cuidar de ellos, y velar por la justicia

para ellos. Pero estas mismas leyes les dan el privilegio de matar, asesinar y

abusar de ellos sin ninguna consecuencia.

»Príncipe Oberyn Martell, si en verdad queréis justicia, el

rey instaurará un consejo de nobles, cuyo privilegio será presentar leyes y

proyectos para el bienestar y desarrollo del reino. De ser aprobadas por su

majestad, formarán parte de las nuevas leyes del reino.

»Como parte de este consejo, propondré una modificación a la

ley que exigirá la cabeza de cualquier Lord que envíe niños a la guerra, que

permita el saqueo y violación en la guerra, y que le quite el derecho a

cualquier persona, incluyendo al rey, de arrebatar la vida de otro por mero

capricho, sin un juicio previo y pruebas concretas.

»Si un Lord asesina a alguien, junto a su honor, perderá la

cabeza. Os aseguro que crímenes como los sucedidos a vuestra hermana no

volverán a ser tratados como un asunto fuera de la ley… —Robb tuvo que dejar de

hablar porque los lores en la sala del trono armaron un escándalo, incluso los

señores de los ríos.

Los únicos que apoyaban a Robb eran los norteños, que

escupían al suelo y maldecían la infamia de los lores del sur. Robb no sabía si

ellos lo hacían para apoyarle o porque estaban de acuerdo con su propuesta,

porque a pesar de que su padre nunca apoyó tales actos en el norte, estos lores

no eran trigo limpio y cada uno tenía su propia historia.

—¡Silencio! —reprendió Stannis cinco minutos después, cuando

la discusión, lejos de acabar, se volvió más intensa, y algunos ya amenazaban

con la violencia, pero ante el grito atronador del rey, todos cerraron la boca

de mala gana.

Stannis le dirigió una mirada amenazadora a los señores, y

cuando estuvo claro que nadie hablaría, miró al príncipe Martell, que había

permanecido en silencio durante toda la pelea de los lores.

—Mis señores de Dorne piden justicia, pero ya les trato con

justicia, según nuestras leyes. Sin embargo, os prometo algo más, si lo que en

verdad queréis es justicia. Es cierto, en el futuro, planeo crear un consejo de

nobles, de donde saldrán leyes y proyectos para el reino.

»Todos son libres de participar en este consejo, incluso

nombraré a un número equivalente al cinco por ciento de este consejo, de entre

la gente común del reino, seleccionados de entre los maestres, artesanos y

comerciantes, nombrados por ustedes mismos.

»Y de una vez, os prometo, que si sus conciencias se los

permiten, y esta ley es propuesta ante mí, con una aprobación superior al

ochenta por ciento de los votos del consejo de nobles, yo, Stannis Baratheon,

vuestro rey, me sentiré orgulloso de aprobarla, y más orgulloso de cortar las

cabezas de aquellos que se atrevan a profanarla.

»Si, por el contrario, decidís no aprobarla y en el futuro

seguir poniendo la sangre de vuestros hijos y familiares sobre sus cabezas,

nunca jamás podrán decir que sus muertes no estuvieron en sus manos —sentenció

Stannis, mirando con asco a toda la corte, que siguió en silencio, algunos

tragando bilis, otros reflexivos, unos pocos tan asqueados como el mismo rey,

una tercera parte, indiferentes, mientras calculaban costos y beneficios.

Robb contaba con estos últimos para que su ley fuera

aprobada, porque se disponía a sobornarlos a todos. A los que parecían

reflexivos, vería si podía sobornarlos o sería más provechoso ejercer presión

sobre ellos, y a los que estaban escandalizados, directamente los anotó, para

dejarles en la ruina antes de que la votación se llevara a cabo, y así ellos

mismos vinieran a suplicar un soborno a cambio de su voto…

«En verdad me he ganado mis apodos a pulso», pensó Robb, al

evaluar sus propios pensamientos. Pero no le importaba, pues tenía un plan para

el desarrollo de este reino, y eso incluía su sistema de justicia, donde los

lores eran dioses y la gente común, que serían sus trabajadores, no eran más

que esclavos glorificados, cuyas vidas estaban en manos de sus señores y

sujetas a sus caprichos.

Con leyes así, sería imposible desarrollar un reino

industrializado, pues sus ciudadanos no podrían abandonar a sus lores de forma

legal y migrar hacia su propio territorio en busca de mejores condiciones de

vida.

Después de esperar por dos minutos, sin que nadie hablara,

motivado a que Stannis miraba a todos como si buscara a alguien para

desparramar sobre él toda su ira, Stannis miró al príncipe Oberyn Martell.

—Aún espero vuestra respuesta —dijo Stannis.

—Dorne volverá a la paz del rey y también apoyará la ley del

norte en cuanto a la justicia común para todos —declaró el príncipe Oberyn, lo

que volvió a encender los ánimos y las maldiciones.

—¡Silencio! —reprendió Stannis antes de que el escándalo

pasara a mayores—. No volveré a declarar sobre este asunto; el futuro juzgará

sobre todos nosotros.

»Ahora seguiré tratando con mis lores y su lealtad —declaró

Stannis fijando su mirada en Mace Tyrell, que se tensó, sabiendo que era su

turno de excusarse y era el que menos podría argumentar a su favor, pues había

apoyado a un traidor, al igual que los Lannister, pero él no podía excusarse

con el pretexto de que apoyaba a su familia o que no sabía que Renly era un

traidor.

Mace tembló como un niño bajo la mirada de Stannis, pero dio

un paso al frente, adelantándose a su familia y luciendo una expresión

decidida.

—Majestad, como representante de toda mi familia, no tengo

ninguna excusa, y por tanto, no presentaré ninguna excusa. Aceptaré que fui

ambicioso, y también aceptaré el castigo que su majestad juzgue sobre mí

—declaró Mace Tyrell, sorprendiendo a todos los lores presentes, que volvieron

a escandalizarse y se apresuraron a levantar el dedo hacia Mace Tyrell, y a

exigir su cabeza, como justicia para el rey.

Stannis los ignoró a todos, incluso a Mace que empezó a sudar

a mares, y se veía que le costaba mantener su postura erguida, para mirar a la

Reina de Espinas y hacer una mueca.

Robb lo acompañaba en su sentimiento, porque no había forma

de que este acto de valor fuera idea de Mace. Él ya estaría rogando piedad de

rodillas mientras lloraba, pero ahora se paraba erguido, ofreciendo su cabeza

en nombre de su familia y cargando con toda la culpa.

—No creáis que vuestro teatro me conmueve, mi señora

—reprendió Stannis—. Aun así, ya he perdonado a medio reino antes, y os dejaré

conservar la cabeza de cerdo de vuestro hijo, y de vuestra nieta traidora, pues

en realidad, vuestro ejército nunca llegó a enfrentarse al mío en batalla, y

tampoco sufrimos ningún ataque de su parte, pues se retiraron a tiempo del

conflicto, pero no creáis ni por un segundo que vuestro teatro os librará de un

castigo por vuestro intento de traición a vuestra familia y vuestros lores

—sentenció Stannis, y después de tragar saliva por haber salvado su cabeza,

Mace Tyrell se desinfló de puro alivio.

La Reina de Espinas, Olenna Tyrell, una anciana marchita que

usaba un vestido de reina y llevaba bastón, miró a Stannis directo a los ojos,

sin mostrar la más mínima reacción a sus palabras, aunque a un lado, su mano

apretaba con fuerza la de su nieta, a quien deliberadamente evitaron enviar al

frente con Mace, aunque ella se autoproclamara reina junto a Renly y, por ley,

debía estar aceptando la culpa junto a su padre.

—Por vuestra ambición e intento de rebelión, os ordeno pagar

una compensación a la corona de un millón de monedas de oro, doscientas

cincuenta mil de las cuales serán en metálico y el resto en especie.

»Vuestro traidor hijo, Loras Tyrell, será enviado al Muro o

su cabeza rodará. En cuanto a vuestra hija, que tanto desea casarse, he

decidido hacerle un favor y unirla en matrimonio a uno de mis señores leales,

el futuro señor de las Tierras de los Ríos, Edmure Tully. Su boda será oficiada

en no más de una semana, en esta misma fortaleza —sentenció Stannis.

—¿Qué? —chilló una voz estrangulada por el pánico, pero no

venía por parte de los Tyrell, sino que para vergüenza de los señores de los

ríos, fue Edmure Tully, que chilló como un cerdo al que llevaban al matadero,

ante su inminente boda.

Luego, cuando las carcajadas de los señores del norte

inundaron el salón del trono, y la del Gran Jon por encima de todas ellas,

Edmure se puso rojo como un tomate de la vergüenza.

—¿Mi señor de los ríos, tiene alguna objeción a mi sentencia?

Os recuerdo que ya había ordenado que os quería casado y con hijos —preguntó

Stannis con tono duro.

—Majestad, mi sobrino solo está algo sorprendido; no esperaba

que se le concediera la mano de tan hermosa y disputada dama —se apresuró a

intervenir el pez negro, que ahora era el guardián oficial de Edmure hasta que

este madurara y pudiera hacerse cargo de sí mismo.

Robb pensó que ahora que estaría casado con Margaery, él solo

se convertiría en un títere, y ella gobernaría las Tierras de los Ríos. Pero no

importaba, porque serviría para meter en cintura a la familia desastre.

Como bonus, era probable que sus hijos sacaran algo de la

inteligencia y astucia de su abuela, devolviéndoles algo de dignidad a los

futuros señores de los ríos. Su abuelo sin duda estaría contento, y aún tenía

tiempo para intentar dejar las cosas en orden en las tierras de los ríos.

—Majestad, me disculpo por mi sorpresa —dijo Edmure ante la

mirada siniestra que le dedicaban sus propios lores. Ellos no le tenían ningún

respeto, comprendió Robb.

Si Margaery no lograba amaestrar a Edmure, sería imposible

que él siguiera gobernando las Tierras de los Ríos.

Stannis asintió, y la Reina de Espinas hizo una mueca

mientras Mace se arrodillaba para aceptar su castigo, sin pedir una sentencia

menor, porque con Stannis como rey, ya debía agradecer no perder la cabeza.

Margaery Tyrell, una chica que aparentaba la misma edad que

Robb, de largo cabello castaño, rasgos finos, piel algo pálida y una figura

esbelta, lanzó una mirada de resignación a su renuente y avergonzado futuro

esposo.

—Bienvenido a la paz del rey —declaró Stannis a Mace Tyrell,

y este se levantó para hacer una reverencia—. Mi señor, además de vuestro hijo

Loras, sé que tenéis en vuestro poder a otro de los llamados guardias reales de

mi hermano Renly —dijo Stannis.

Mace pareció no comprender nada, pero se apresuró a asentir.

—Bien, enviarlo al Muro junto a vuestro hijo —sentenció

Stannis. Mace abrió mucho los ojos y pareció muy incómodo.

—Majestad… Él… Ella es una mujer —tartamudeó Mace Tyrell.

—Brienne de Tarth, mi señor lobo ya me ha informado de ella.

También me ha informado de que tanto ella como Renly insisten en reclamar mi

cabeza por la muerte de mi hermano Renly. Además, de que ella insiste en ser

tratada como un guerrero, e incluso un caballero, aunque sea una mujer.

»Por esta razón y sus habilidades físicas, fue aceptada en la

llamada Guardia Arcoíris, ganándose la admiración de mi señor Lobo de Invierno,

que me ha suplicado por su cabeza. Así que como mi hermano, un falso rey, es

capaz de nombrarla guardia real, yo no soy menos, y por eso la sentencio al

Muro. Si ella no acepta, mi verdugo tendrá su cabeza —sentenció Stannis.

Los lores estaban escandalizados, pero ya había habido un

precedente, y ninguno de ellos se atrevería a negar este derecho al rey.

—Así se hará, su majestad —aceptó Mace, y Stannis asintió, y

luego le miró a él para recordarle que ya había cumplido con otro de sus

pedidos, y que sería descontado de sus méritos. Pero Robb tenía muchos méritos

por reclamar aún, y no le preocupaba gastar algunos de ellos por la cabeza de

Brienne de Tarth.

—Mis señores —dijo Stannis llamando la atención de todos—.

Dos reinos y medio apoyaron mi ascenso al trono, en contra del señor rebelde

Tywin Lannister, que pretendía usurpar mis derechos. A estos reinos, que

cumplieron con su deber, no tengo nada que reprocharles, y sí algunos méritos,

que serán pagados, y de cuyas recompensas ya he hablado.

»Sin embargo, tres reinos y la mitad de otro se negaron a

reconocer mi derecho al trono, y a pesar de haberles aceptado en la paz del rey

por el bien del reino, como rey, debo juzgar y hacerles pagar una justa

compensación por sus actos.

»En primer lugar, Dorne, deberá ceder el puerto de Dorne y no

menos de diez kilómetros de su costa al señor del norte, Robb Stark, para su

administración. Este cancelará a Dorne cualquier impuesto presente al momento

de este decreto y tendrá derechos exclusivos en toda la costa dorniense para la

creación y administración de puertos.

»Además, se le permitirá la construcción a través de sus

tierras de una vía férrea, que se extenderá paralela al camino real desde el

norte hasta el puerto de Dorne, y cuya administración también estará en manos

del señor del norte, pero igualmente pagará los impuestos establecidos por

Dorne —explicó Stannis. Los señores estaban en la luna, y se veía que no

entendieron ni la mitad de las palabras de Stannis.

—¿Qué es una vía férrea? —preguntó el príncipe Oberyn, tan

confuso como el resto de los señores.

—Una vía de hierro y madera, sobre la que se desplazará una

máquina que se impulsará a sí misma usando un motor a vapor. Podrá transportar

toneladas de suministros y, según promete nuestro señor del norte, una vez

terminado, atravesará el continente desde el norte hasta el puerto de Dorne en

seis días, teniendo en cuenta el tiempo de las paradas para repostar la madera

que alimentará su motor, el embarco y desembarco de pasajeros, materia prima o

productos en sus diferentes paradas —explicó Stannis, y todos los señores le

miraron con incredulidad.

En su último viaje, al rey Robert Baratheon, le había tomado

tres meses llegar desde Invernalia a Desembarco del Rey, que era la mitad del

recorrido entre Invernalia y Dorne.

—Este es un proyecto que está en construcción en Braavos, con

quienes he forjado una alianza económica para la construcción de barcos que

funcionen con este motor de vapor, y una flota está por llegar a puerto, a más

tardar mañana, y mis señores podrán ver estos motores de vapor en

funcionamiento.

»En cuanto al proyecto ferroviario, el norte conservará un

cincuenta y uno por ciento de los derechos sobre este y pondrá a disposición de

los demás lores una participación del cuarenta y nueve por ciento, que se

establecerá según la contribución final de cada participante —explicó Robb,

aprovechando para vender la industria de transporte ferroviario.

Robb esperaba que los lores se le lanzaran al cuello

exigiendo participar en el proyecto, pero solo recibió parpadeos y rostros

confusos, que le miraban con incomprensión, como si no pudieran entender en qué

idioma estaba hablando.

—¿Qué es una participación en porcentaje? —preguntó lady Olenna

Tyrell. Robb hizo una mueca, al darse cuenta de que tendría que enseñarles

economía a estos salvajes antes de poder hacer negocios, eso era…

Robb parpadeó. «Dios, estos salvajes no saben nada de

economía moderna», pensó Robb con el corazón en la mano, y su mueca se

convirtió en una sonrisa iluminada, como si acabase de darse cuenta de que el

paraíso estaba ante él…

Robb fue sacado de sus ensoñaciones por un gruñido severo de

parte del viejo Karstark. Era un gruñido que le advertía que estaba al borde de

arriesgar el honor del norte.

Robb carraspeó y se recompuso, al ver que la mayoría de los

señores en la sala, incluyendo a la Reina de Espinas, le miraban con repelús,

como a una víbora peligrosa que estaba en su camino y les mostrara sus

colmillos llenos de veneno.

—Mis señores, como un señor honorable que cumple con su

deber, vuestra desconfianza me ofende —reprendió Robb.

—Si vuestra sonrisa fuera solo un poco menos parecida a la

del extraño, quizás os confiaría una uña —dijo la reina de espinas con

frialdad.

Robb la miró con indignación, mientras el resto de los

señores no se atrevían a exponer su envidia, pero Robb sabía que pensaban lo

mismo. Él se sintió indignado y planeaba decirles unas cuantas verdades, pero

cuando abrió la boca, su calma regresó y recordó que este montón de crédulos

podían y, sin ninguna duda, serían estafados por él a placer.

No valía la pena enfadarse con ellos. Aquí, él era dios y

ellos, humildes mendigos demasiado bajos para que se dignara a enfadarse con

ellos. Simplemente, no valía la pena. Robb cerró la boca y se abstuvo de entrar

en discusiones tontas con sus inferiores, cambiando su indignación por una

sonrisa sincera.

—Anciana, vuestras bromas me causan gracia, pero este es un

evento serio y no podemos distraernos. Así que explicaré la pregunta que

hicieron antes.

»Una participación por porcentaje es simple de explicar. Si

un proyecto requiriera un millón de monedas de oro para su construcción y

puesta en funcionamiento, ese millón sería el cien por ciento de participación

del que estoy hablando.

»Y como he reclamado el cincuenta y uno por ciento de

participación para el norte, eso significa que el norte pagaría un total de

quinientos diez mil monedas de oro para que el proyecto se realice. A cambio de

esto, el norte obtendrá el cincuenta y uno por ciento de las ganancias, que de

este proyecto cuando esté sea puesto en funcionamiento, sin importar los

territorios donde dichas ganancias sean obtenidas.

»De igual forma, se hará con cada uno de los participantes y

su colaboración en el proyecto —explicó Robb con calma. Los lores pusieron a

trabajar sus cerebros y empezaron a sacar cuentas…

—El Dominio financiará el resto del proyecto —declaró la

reina de espinas, provocando que los demás lores de los ríos, las tierras de la

tormenta e incluso Oberyn Martell le dedicaran miradas asesinas a la reina de

espinas.

—¡Silencio! —reprendió el rey cuando empezaron a alborotarse

e insultarse unos a otros—. Este lugar no son sus salas privadas; discutan sus

tratos comerciales fuera de mi sala de audiencias. Ahora sigamos con el asunto

anterior —agregó—. Además de las compensaciones pagadas y los castigos

impuestos, El Valle, el Dominio y Dorne enviarán a sus ejércitos a las Islas

del Hierro, para lo que convocarán a sus señores, cuyos esfuerzos y aportes

serán censados y tenidos en cuenta.

»Lord Mace Tyrell, he escuchado que el Dominio y sus señores

reunieron ochenta mil hombres para mi traidor hermano Renly, y he de advertirle

que si en el censo hay aunque sea un hombre menos a este número, vuestra cabeza

rodará por traición.

»En cuanto a Dorne y el Valle, no aportarán menos de veinte

mil hombres cada uno. Como vuestro rey, tampoco os dejaré solos en el

cumplimiento de sus deberes, y la flota real os servirá de transporte para

llevar vuestras tropas a la batalla, pero también espero ver a cualquier flota

disponible en sus dominios uniéndose a la mía —concluyó Stannis mirando a Mace

Tyrell con severidad. Este, sabiendo que le estaban hablando de la afamada

flota de los Redwyne, se apresuró a asentir.

—Las Islas del Hierro serán vuestro botín de guerra —declaró

Stannis, y Oberyn Martell y la reina de espinas hicieron una mueca.

Las Islas del Hierro eran uno de los peores territorios de

los Siete Reinos. Sus minas de hierro no podían ser explotadas con eficiencia

mediante la tecnología de la Edad Media, no tenían territorios de cultivo y

tampoco podían aprovechar sus recursos pesqueros debido al tiempo que llevaría

llevar el pescado a puerto.

Era un territorio alejado de la mano de los dioses al otro

lado del continente y su pobreza justificaba por qué todos sus habitantes

vivían de la piratería.

Robb sonrió de oreja a oreja, pero esta vez se aseguró de

hacerlo solo en su mente, regodeándose de cómo no dejaban de lloverle tesoros

sobre la cabeza. Todos los problemas que antes mencionó no eran nada para él.

Podía explotar todo el potencial de las islas y convertirlas en el tercer

puerto comercial más importante del reino.

A diferencia de estos salvajes, que se empeñaban en navegar

por las costas para no perder el rumbo, él podía desarrollar tecnología para

lanzarse al medio del mar sin desviarse ni un centímetro de un rumbo

preprogramado. Esto significaba que para él, las Islas del Hierro eran un

acceso rápido al otro lado del mundo.

Los recursos pesqueros también serían explotados con el uso

de congeladores industriales, y las minas de hierro pasarían a la producción

industrial bajo maquinaria pesada… Bueno, eran motores de vapor, pero no le tomaría

mucho encontrar petróleo y hacerse motores diesel.

La electricidad y los motores eléctricos tampoco eran gran

cosa; solo debía asegurarse de tener a su disposición suficiente cobre. Dinero

para poner todo en marcha tampoco le faltaría, ya que se había reservado los

negocios más jugosos para él solo: el negocio de la sal y el azúcar, que en

este mundo valían más que el oro.

—Mis señores —dijo Robb con propiedad mientras los

representantes de Dorne, el Valle y el Dominio maldecían en sus mentes el

corazón negro y despiadado de Stannis, al enviarlos a una guerra de la cual no

obtendrían ningún beneficio, solo pérdidas. Los señores le miraron con

sospechas, pero Robb les ofreció una sonrisa sincera.

—Mis señores, para nadie es un secreto que las Islas del

Hierro han sido siempre una amenaza constante para el norte, y sus actividades

piratas han cobrado la vida de muchos de mis súbditos.

»Por eso, y como el señor del norte, teniendo en cuenta su

contribución a mi causa y que esta guerra debería ser mi responsabilidad como

Lord del norte, por mi honor y deber, no puedo dejar que hagan mi trabajo y

cumplan con mis responsabilidades sin ofrecerles una compensación a cambio.

»Así que me veo en la obligación de reclamar vuestro botín y

ofreceros algunas monedas, que creo os parecerán un botín más apropiado

—declaró Robb y entrecerró los ojos, fingiendo calcular una cantidad

apropiada—. Digamos tres millones de monedas de oro, a pagar en los próximos

tres años —ofreció Robb y se carcajeó en su interior al ver los ojos casi

salidos de la cabeza de Mace Tyrell.

La reina de espinas le miró con sospechas, mientras parecía

querer extraer información de su cabeza con el solo uso de su mirada

inquisitiva, lo que hizo que las carcajadas internas de Robb se multiplicaran.

«Insensatos», pensó Robb con desprecio. «Claramente, les

estoy estafando aquí. ¿Y qué? Ni en mil años entenderían el valor de las islas,

ni podrían sacarle ningún provecho. Es basura en sus manos y, aunque saben que

para mí son un gran tesoro, solo pueden besarme los pies y agradecerme mi

generosidad al pagarles por un territorio que solo les causará grandes pérdidas

y ninguna recompensa», pensó Robb.

—¡Aceptaremos ese trato! —dijo Oberyn Martell masticando sus

palabras como si fueran algo amargo que no quería tragar.

—¡También aceptaremos vuestro trato! —dijo la reina de

espinas con un suspiro. Por último, Ser Yohn Royce le dedicó un asentimiento de

aceptación.

—Mi señor lobo, os recuerdo que ya sois señor del norte, y

las Islas del Hierro son parte del reino de los ríos y las islas. No podéis

ejercer vuestra autoridad como Lord allí; tendréis que nombrar a un señor, y

este ya no será vuestro subordinado, sino que su lealtad estará con el Trono de

Hierro —advirtió Stannis, sin oponerse a su compra anticipada de territorios,

pero estableciendo su autoridad para dejarle claro que no le permitiría

expandirse fuera de su territorio.

Robb dio media vuelta y asintió a Stannis. Luego, giró y miró

a la mujer osa.

—Lady Maege Mormont, los Greyjoy y sus vasallos pronto serán

expulsados del reino, y vuestro rey necesitará a un nuevo y leal señor en su

lugar. Sería un honor para el norte que tomara el puesto, con el total apoyo

del norte y de Invernalia de su lado —dijo Robb, provocando otro escándalo en

la sala del trono cuando los señores del sur se opusieron a que una mujer

ocupara el puesto de un señor del reino, aunque fuera la mitad de un reino, y

en unas islas que consideraban basura.

Los norteños maldijeron con ganas, asegurando que sus osas

valían por diez de ellos, y que el norte estaría seguro con las osas en las

islas, metiendo en cintura a los piratas.

—¡Silencio! —reprendió Stannis con indignación—. ¡Soy el rey,

y no recuerdo haber cedido la autoridad para nombrar lores sobre los

territorios conquistados! —reprendió Stannis, mirando a sus asustados lores

sureños con furia. Cuando todos estuvieron callados, Stannis miró a Lady Maege

Mormont.

—Mi señora, si vuestro señor cumple su palabra, será nombrada

señora de las islas, pero, y teniendo en cuenta vuestra edad, vuestro heredero

deberá estar casado en dos años y presentar descendencia legítima en no más de

cuatro años, o nombraré a otro señor en su lugar —declaró Stannis.

Sus lores hicieron muecas, pero no se quejaron. Lady Maege

pensó por unos segundos, miró a Robb y, como este asintió para confirmarle que

esto era necesario para el norte y sus planes, ella se puso de rodillas, y

Stannis la nombró señora de las Islas del Hierro.

Como su nueva señora, acompañaría a la flota real y a los

ejércitos de Dorne, el Dominio y el Valle en la conquista de las islas, y como

señora, dictaría sentencia sobre todo lo que allí sucediera.

NA 1: Todo es política en este capítulo, espero que no les

haya aburrido, pero era necesario para que se enteraran de lo que va a pasar

después de la guerra.

NA 2: Como Renly pudo nombrar a Brienne como parte de la

guardia real, Robb lo ha aprovechado, para que Stannis pudiera enviarla a la

guardia de la noche.

NA 3: Ahora los tres reinos que no participaron en la guerra,

han sido enviados contra los hombres del hierro, con la flota real respaldándoles

y un ejército de ciento veinte mil hombres.