El temido Rey regresa de entre los muertos, solo para enfrentar la derrota y una segunda oportunidad. Mientras se revelan las verdades escalofriantes de su pasado, encuentra un nuevo propósito:uno que podría salvarlo o condenarlo para siempre.
Había regresado. Nadie conocía el cómo ni el porqué.
El corcel negro que, antaño, había sembrado terror y desolación entre los ponis, ahora reposaba tras los fríos barrotes del calabozo de Canterlot. Su imponente figura, otrora símbolo de furia indomable, parecía apagarse en la penumbra de la prisión. Sus ojos, sin embargo, aún ardían como brasas, llenos de recuerdos de batallas libradas bajo cielos oscuros.
Después de haberlo derrotado para siempre, el Imperio de Cristal creyó que la oscuridad había quedado atrás.
Sin embargo, en el silencio del ártico, donde el viento canta canciones olvidadas, una anomalía surgió: un cuerno negro, desgarrado, emanaba una energía oscura que vibraba con un grito de sufrimiento puro, una agonía latente que parecía arrastrarse entre los ecos del hielo. Los arqueólogos lo encontraron al norte, más allá del último vestigio de vida, pero no vieron el peligro oculto en su hallazgo.
Sin sospechar, llevaron la llave de la destrucción a la princesa Cadence.
Como heredera del imperio, Cadence poseía la magia de Amore, una antigua y poderosa bendición, tan misteriosa como los corazones de los ponis que gobernaba. Sabía que la magia de Amore mantenía a raya a las criaturas más oscuras, pero esta vez, algo era distinto. La oscuridad del cuerno parecía viva, como si aguardara algo… o a alguien.
Con el cuerno en su poder, Cadence intentó purgar su maldición.
Pero al pronunciar el hechizo, su corazón estaba lejos del amor que había dado nombre a su linaje. En su lugar, sentía miedo, profundo, ancestral, y un odio creciente que se alimentaba de cada susurro oscuro que escapaba del cuerno. Aquello que debía proteger, ahora despertaba lo peor en ella, y en lugar de sellar el mal, lo alimentó. Lo que alimenta a los monstruos.
El cuerno brilló, y una reluciente luz escarlata se desbordó en una vorágine oscura.
Humo espeso se alzó, serpenteando en el aire y envolviéndolo todo en una tempestad que parecía devorar la luz misma. En su centro, una silueta comenzó a tomar forma: una figura conocida, temida… una que ella odiaba con todo su ser.
Ante sus ojos se alzó un inmenso corcel negro, tan imponente como en las peores pesadillas.
Su cuerpo, blindado en una armadura de plata desgastada, brillaba a la tenue luz, como un espectro antiguo que regresaba de entre las sombras. Un manto, teñido del color de la sangre derramada, ondeaba a su espalda, y sobre su cabeza, una corona oscura y macabra, testigo de feroces batallas, se asentaba con un peso de siglos.
Cadence se lanzó al combate con una determinación ardiente, decidida a proteger su reino. Sin embargo, la bestia bizarra, una criatura de astucia insidiosa, agilidad felina y fuerza sobrehumana, parecía bailar con su esperanza. Con un movimiento certero y despiadado, la arrojó contra el trono, como si fuera un simple juguete. Cada golpe parecía un susurro cruel, burlándose de los sueños de victoria de la princesa, mientras se deleitaba en su tormento.
Cuando pensó que sería su fin, Twilight Sparkle apareció, como un relámpago en medio de la tormenta.
Habían pasado cinco largos años, y la actual gobernante de Equestria no solo había crecido en sabiduría, sino en poder. Ahora, enfrentaba al corcel oscuro con la confianza de quien sabe que su magia es capaz de rivalizar con las sombras. Sus hechizos oscuros chocaban contra las potentes ráfagas de luz que emanaban de su cuerno, mientras sus alas la mantenían ágil en el aire, esquivando los cristales negros que rebotaban contra el techo abovedado.
Pero Sombra no flaqueaba.
Los rayos de luz apenas despeinaban su negruzco pelaje, y con un rugido de furia, el semental oscuro embistió a la joven monarca. Twilight lo recibió con el escudo de sus majestuosas alas, desviando apenas su ataque y arrojándolo de vuelta al suelo. En un abrir y cerrar de ojos, ambos se enzarzaron en un violento combate. Cuerno contra cuerno, pezuña contra pezuña, cada golpe resonaba con chispas de magia pura que iluminaban la estancia como un relámpago que nunca cesa.
Era una lucha de titanes.
Sombra poseía una fuerza brutal, pero Twilight lo igualaba en destreza y lo superaba en magia. Sus ojos brillaban con una determinación férrea, mientras cada embate hacía vibrar el aire mismo. Ambos sabían que podían combatir durante mil días sin agotarse, pero el costo sería la destrucción total de Equestria.
En un instante de ventaja, Sombra lanzó su hechizo más mortal.
Un relámpago verde, salpicado de violeta y negro, atravesó el aire, directo hacia la alicornio. Pero Twilight, con la precisión que la caracterizaba, desvió el rayo con un solo movimiento, enviándolo de vuelta hacia su adversario. La magia golpeó a Sombra con tal fuerza que no solo impactó su cuerpo, sino que se adentró en lo más profundo de su mente, desgarrando los oscuros velos que protegían su alma.
Una película de humo negro reveló un triste y remoto recuerdo.
En el corazón del mítico imperio, un joven potrillo de pelaje azabache se encontraba solo, apartado del bullicio de los demás. No reía, no jugaba como sus congéneres, que correteaban despreocupados a su alrededor. Él, en cambio, se acurrucaba en una esquina, los ojos empañados de lágrimas, su cuerpo sacudido por sollozos. Su pequeño corazón estaba desgarrado por un dolor inexplicable, un sufrimiento que ningún otro parecía ver, ni oír.
Nadie respondió a sus gritos.
Los adultos, con miradas cargadas de desdén, continuaron trotando, indiferentes a su pena. No hubo palabras de consuelo, ni manos que lo alcanzaran. Se quedó solo, abandonado en un rincón de aquel mundo brillante que, para él, era más frío que cualquier desierto.
El tiempo pasó, y el potrillo fue olvidado.
Ahora, estaba en medio de un desierto interminable, bajo un cielo sin estrellas, donde su presencia era tan insignificante como el viento que barría la arena. Y fue allí, en aquel vacío insondable, que un cristal carmesí apareció, brillando con una luz ominosa. De sus profundidades, un susurro sombrío emergió:
‹‹Tu destino ha llegado, hijo››, canturreó con una melodía oscura y fría.
La oscuridad lo envolvió.
No hubo resistencia, solo entrega. El joven potrillo, consumido por el abandono y el dolor, fue deformándose, retorcido por la sombra que lo engullía. Poco a poco, se fue transformando en aquello que tanto temía, en el monstruo que hoy habita sus peores pesadillas.
Twilight, perturbada, escapó de la ilusión, batiendo sus alas en un frenesí desesperado, alejándose de los restos de aquella pesadilla que aún parecía aferrarse a su mente. Con el corazón palpitante, giró hacia su enemigo. A lo lejos, su respiración ronca resonaba como un eco lejano, mientras su pecho subía y bajaba de forma violenta, cada inhalación como un relámpago contenido. Los músculos de su cuerpo se retorcía bajo la piel, tensos, llenos de una energía oscura. Alzó la cabeza con pesadez, y su mirada, vacía, carente de toda chispa de vida, se clavó en ella.
—Tonta —soltó, con una risa bronca que rasgaba el aire—. Mi peor pesadilla… ¡Es mi propia vida!
Al ocaso del día, se oían murmullos y relinchos en el castillo de Canterlot. Patadas de pezuña. Y se sentía su perturbador ambiente.
—¿Qué haremos con él?
—Lo de la última vez
—Ni Siquiera sabemos cómo activar ese poder
—¿El tártaro será apropiado para él?
—¿Qué tal si escapa?
Las portadoras de los elementos de la armonía estaban discutiendo qué hacer con la situación. Hasta oír el rechinar de la puerta abriéndose.
Una unicornio morada claro entró de repente a la habitación,
—¡Vine lo más rápido que pude! — dijo Starlight jadeando, mientras acomodaba su melena alborotada antes de unirse a ellas.—¿¡Es en serio!? Rey Sombra, el tirano que puso bajo su pezuña el imperio de cristal. ¡Está en el castillo!
Las chicas estaban perplejas por la emoción de Starlight.
—Lo lamento es solo que la última vez que regresó no pude verlo, es impresionante.
—Emm… Starlight, literalmente tenemos un monstruo cerca de nosotras— Rainbowdash recalcó.
—Lo sé, pero es emocionante ver a un villano antiguo, una leyenda de hace mil años. —tratando de justificarse.
—Pero ya conociste a Chrysalis y a Tirek.
—Sí, pero este es un poni que usa magia oscura. Solo he leído sobre él, pero jamás lo he visto en acción —explicó Starlight, ilusionada.
—Créeme, ya lo hemos visto… jamás hemos experimentado algo tan horrible. No sé cómo un poni podría ser capaz de esto —chilló Fluttershy, su voz temblando de terror.
—Él no es un poni —interrumpió Twilight, que acababa de llegar, con un tono grave.
—¿Twilight, a qué te refieres?
Twilight respiró profundamente. Serena, sacó un libro antiguo: —Este es su diario.
Abre las páginas del diario, deteniéndose, casi al final, una palabra que no sabían su significado [Umbrun].
—Fue escrito antes de que lo exiliaron.
Un escalofrío recorrió las espinas de las chicas, como si una sombra se deslizara entre ellas.
—¿Pero qué es un Umbrun? —preguntó una de ellas, su voz temblando con incertidumbre.
Twilight respiró hondo, dejando que la desesperación empezara a teñir sus palabras.
—No lo sé —murmuró, su voz cargada de una angustia contenida—. En tiempos pasados, solían enviar a los monstruos al páramo ártico para confinarlos…
Se quedó en silencio, sus ojos perdidos en un vacío inquietante.
—Pero los antiguos registros se han desvanecido o han sido destruidos. Apenas queda algún vestigio de la princesa Amore.
La incertidumbre se cernía sobre las yeguas como un peso abrumador. No solo había regresado Sombra, sino que también enfrentaban a un monstruo desconocido. Si su presencia como poni ya era aterradora, ¿qué horrores podría desatar un Umbrun? Y, aún más inquietante, ¿qué criaturas podrían estar ocultas en el ártico, aguardando su liberación?
—¡Me estás diciendo que el Imperio de Cristal!! ¡Es una cárcel para monstruos peores que el tártaro! —gritó Rainbowdash al fin.
—No sabemos nada sobre la prisión ni sobre los monstruos antiguos —dijo la princesa, señalando el libro—, pero tenemos a alguien que sí.
Sus amigas la miraron, incrédulas, buscando entender a quién se refería.
—¿No piensas en hablar con él, verdad? —preguntó Rarity, rogando que no estuviera hablando en serio.
—Twilight, sabes que te queremos, pero no puedes razonar con él —añadió otra de sus amigas, su tono lleno de preocupación.
—¿Lo han intentado? —intervino Starlight, sintiéndose cada vez más excluida.
—¿Intentar hablar con alguien mientras tienes su cuerno en tu garganta? —replicó Rainbow Dash, con un tono de desdén.
—Calma, chicas. Él está bajo mi hechizo. No podrá hacernos daño por ahora —dijo Twilight, intentando tranquilizarlas.
—Confiamos en ti, pero no podemos dejarlo aquí —respondió una de sus amigas, con una mezcla de preocupación y determinación.
Twilight respiró hondo, intentando controlar su creciente ansiedad. El peso de la responsabilidad la oprimía, y su mente corría a mil por hora, buscando soluciones.
—Solo será un poco de tiempo hasta que decida qué hacer con él —murmuró, su voz traicionando su creciente preocupación.
Fluttershy se acercó, su mirada llena de empatía. Se acercó a Twilight y le colocó una mano en el casco con ternura.
—Creemos en ti, Twilight —profesó Fluttershy, su voz suave y reconfortante—. Estamos aquí contigo.
Las demás le dirigieron una mirada de aprobación a las palabras de Fluttershy.
La alicornio se quedó sola en la habitación, dando vueltas en círculos. Sus alas se agitaban al trotar, y el eco de sus cascos reverberaba por las paredes hasta que una voz la sacó de su ensimismamiento.
—¿Estás bien, Twilight? —La voz de su amiga la trajo de vuelta a la realidad. Twilight intentó recuperar la compostura, pero su amiga ya la conocía bien.
—Hay algo más que te preocupa, ¿verdad? —Starlight se acercó a ella con un tono suave.
La princesa alzó el diario con un leve destello de magia, sus ojos recorriendo con detenimiento las páginas amarillentas y gastadas por el tiempo. El peso de los recuerdos y secretos que contenía parecía más denso en su presencia, como si al tocarlo trajera consigo ecos de un pasado olvidado. Tras unos segundos de reflexión, se lo tendió a su exalumna con un gesto solemne.
—Los Umbruns no son lo único que me interesa... —su voz, suave pero firme, se quebró ligeramente, revelando una mezcla de preocupación y determinación—. Siento que es mi deber ayudarlo.
Me hallaba atrapado entre el frío metal y la áspera piedra del calabozo, un lugar que solía contemplar desde el otro lado de las rejas, pero que ahora me encerraba en su despiadado abrazo. Cerca de mí, un cuenco de agua helada reposaba junto a unos racimos de pan marchitos y un par de manzanas descoloridas, testigos silenciosos de mi desolación.
Mis huesos, que antes eran la encarnación de una fuerza ilusoria, se sentían ahora tan frágiles como ramas secas en un invierno interminable. La sensación de estar en una tumba era omnipresente, abrumadora.
"Quizás este sea un entierro más digno que ser desmembrado en pedazos", reflexioné con un atisbo de resignación, aceptando la cruel ironía de mi destino.
Después de todo soy una bestia, nadie llorará mi tumba o pondrá estúpidos arreglos de flores. O al menos ahora.
Restregué mi cabeza contra el muro, evitando pensar en una idiotez.
—Ella te traicionó, deja de pensar en esa yegua.
Las palabras resonaron con un tono de resentimiento, cortante como un cuchillo. Sin embargo, para él, la ausencia de esa traición era aún más dolorosa que su presencia. Dejar de pensar en ella significaría renunciar a lo único que le otorgaba un atisbo de alegría, al mismo tiempo que alimentaba su tormento más profundo. Si había algo en lo que Amore tenía razón, era en que el amor es el arma perfecta para los monstruos. En ese momento, la única realidad que le importaba era la que desgarraba su propia alma.
Me recosté más en la celda, mi nariz aspirando desesperadamente en un vano intento por captar algo más que el penetrante aroma a roca podrida. El olor metálico en el aire me evocaba la imagen de sangre fresca, un aroma desagradable incluso para mí. Sin embargo, el hedor que finalmente llegó a mis sentidos era aún más familiar y detestable.
Para un conejo, el zorro es una amenaza, y para un mirlo, un gavilán.Allí, en la penumbra de mi prisión, descendía mi ahora enemiga.
Starlight y Twilight descendieron a los calabozos al encuentro con el antiguo rey oscuro.
Frente a ellas yacía el semental, quien en un débil intento de aparentar fortaleza trató de levantarse. para ellas, una un esfuerzo infructuoso, pues era claro por los espasmos el deplorable estado en que se encontraba.
Haciendo acopio de una falsa gallardía hablo.
—Así que... vienen a matarme. ¿Qué será esta vez? ¿Piedra? ¿Desintegración? —preguntó con burla—. Pueden intentarlo, no importa. Siempre regreso... La muerte no es suficiente para detenerme —finalizó con un tono altivo.
—¿No te cansas de ser tan fatalista y sádico? —replicó Starlight con una mueca burlona, un intento que, según la expresión en el rostro de Twilight, no fue bien recibido.
—Uno de los pocos placeres de los que aún puedo disfrutar... eso y asustar ponis incultos —dijo, dando un paso adelante. Ambas yeguas retrocedieron instintivamente, lo que provocó una sonrisa sádica en el rostro del semental oscuro.
Twilight cuestionaba su plan. frente a ella se encontraba literalmente el campeón de toda una raza malvada, un ser que había esclavizado un imperio completo, aún débil y encarcelado no debía ser tomado a la ligera... pero llegados a este punto, no tenía nada que perder.
—Así que eres un umbrun —dijo simplemente, no preguntando, sino declarando un hecho.
La reacción fue inmediata. Sombra dobló sus orejas contra su cabeza, sus ojos carmesíes se abrieron y se dilataron, mostrando claramente que había sido tomado por sorpresa. Dejó escapar un gutural gruñido, y sus colmillos, tan inusuales en el rostro de un poni, junto con su peligrosa expresión, daban la apariencia de un oscuro lobo en caza.
—Donde descubriste eso— exigió en peligroso tono de barítono profundo, ambas yeguas sintieron un escalofrío trepar por su espalda ante la imagen frente a ellas. el umbrun frente a ellas, aunque agotado y atrapado aún podía infundir miedo en los corazones de los ponis.
Dando un paso al frente en desafío fue Twilight quien respondió. —leí tu diario— dijo tranquilamente.
Esto pareció desconcertar al ofuscado semental, pues para él era sorprendente que aquel libro hubiese logrado sobrevivir ya más de mil años. Relajando su cuerpo y retomando la calma entonces reflexiono, No había pensado en aquel diario en mucho tiempo, le sorprendió que aquella crónica de su sufrimiento hubiese sobrevivido al paso del tiempo para finalmente terminar en los cascos de la yegua frente a él.
— ¿Qué quieres de mí? —
—Información, hay muchas cosas que se han perdido en el tiempo sobre la antigua Equestria, tanto conocimiento de hace mil años que ahora no es más que polvo y cenizas... pero tú lo conoces—.
—¿Que te hace pensar que estoy dispuesto a cooperar? — el garañón le dio la espalda.
—No creo que tengas alternativa — declaró Twilight en su momento sínico.
Sombra chasqueó la lengua con desdén. Reconocía la verdad de su derrota, pero no se rendiría ante ella, no otra vez.
—Los Umbrun. Ellos me abandonaron en los confines de su prisión, desentendiendose de todo y de todos, obsesionados únicamente con su insaciable sed de destrucción —continuó con una voz cargada de amargura—. Yo era su campeón, y así me dejaron, al borde del exterminio de nuestra raza —aclaró su garganta, su tono envuelto en un eco sombrío—. Ellos no poseen la majestuosidad ni el vigor que yo ostento. Son meros vapores opacos, pretendiendo ser lo que no son: un simple poni.
Aun a la espera de lo peor, la soberana permaneció inmóvil como un bloque de hielo. La frialdad en su expresión era casi tangible, una armadura de serenidad en medio del caos que la rodeaba. Enderezó su postura, su porte majestuoso un recordatorio de su dignidad inquebrantable, y dirigió su mirada a los ojos del corcel.
—Gracias —pronunció la princesa con una voz que, a pesar de su gentileza, resonaba con la firmeza de una verdad irrefutable.
El corcel, con su pelaje lustroso y su presencia imponente, arqueó una ceja en señal de sorpresa y curiosidad, mientras observaba a las potras abandonar el calabozo con pasos silenciosos. Su mirada se movió lentamente entre los rincones sombríos del lugar, realizando círculos en un gesto casi mecánico, como un perro que patrulla su territorio. Las amenazas y los agradecimientos flotaban en el aire, pero no lograron perturbar la calma de la criatura.
Decidido a hallar un refugio en el sueño, el corcel se acomodó en un rincón apartado, donde la luz era escasa y el frío penetrante. No sabía cómo, pero su determinación era inquebrantable: encontraría una salida de aquel lugar, y lo haría con la perseverancia que solo una verdadera voluntad puede ofrecer.
En la sala real, Twilight buscaba a Spike. El dragón adolescente, que estaba sumido en la lectura de un cómic, trató de esconderlo torpemente al verla.
—Spike, necesito que organices la preparación de una habitación junto a la torre norte. Envía al diseñador al salón del trono; estaré allí en unos minutos —ordenó Twilight con determinación.
Al escucharla, Spike se levantó de inmediato y salió en busca del diseñador, dejando a Twilight sola con Starlight.
—No sabía que teníamos invitados. ¿A quién tendremos aquí? —Starlight fue recibida con una mirada acusadora de Twilight. Al instante comprendió a quién se refería.
—¿Estás segura de que deseas liberarlo tan pronto? Me siento mal por él también. Sin embargo, es... inestable.
—Tranquila, tengo un plan —declaró Twilight mientras tomaba una pluma y papel—. Igual no lograremos ningún avance si sigue durmiendo con las ratas.
Starlight asintió, reconociendo la validez de las palabras de su mentora. Más que nadie, entendía lo que era ser tratada con desprecio. Pero ella era un poni. ¿Sería realmente posible purificar a alguien cuya naturaleza parecía estar arraigada en la maldad? Solo podía esperar que el plan de Twilight tuviera éxito.
La alicornio se acomodó con elegancia en su escritorio, el suave crujido de la madera bajo su peso creando una sinfonía de serenidad en la habitación. La luz de las velas proyectaba sombras danzantes sobre las paredes, y el aroma sutil de cera y tinta llenaba el aire. Con movimientos delicados, tomó el pergamino amarillento que reposaba en un rincón, sus bordes desgastados y el papel marcado por el paso del tiempo.
Con una pausa contemplativa, sus ojos se posaron en las palabras que iba a escribir, palabras que no había plasmado en años. El pluma se deslizó sobre el pergamino, trazando letras que parecían susurrar historias olvidadas y sentimientos guardados. "Querida Princesa Luna".