La noche se despintaba en un gris claro, dando paso al alba. El sol adornó el cielo con sus primeros rayos, que adquirían un tono rojizo e inundaban el campo, borrando las estrellas y revelando las nubes. Su calor despertó a las delicadas plantas, que empezaron a extender sus pétalos. Dalias, tulipanes y rosas adornaban la bella finca con su presencia. Pero su belleza era eclipsada por el paso de una yegua al amanecer. La luz resplandecía en su pulcro pelaje blanco en un amarillo claro, y su melena arcoíris pintó de color la llanura. Al extender sus alas, recibió el calor de su viejo amigo. Miro con algo de nostalgia, por siglos fue su deber alzarlo al despertarse con la aurora. Ahora solo era un recuerdo dulce, pero jamás abandonó su conexión con él.
Su fantasía fue interrumpida por unos ronquidos que provenían de su casa. Rasco la tierra nerviosamente, antes de volver trotando a su casa.
Otro se hubiera enojado, pero ya estaba acostumbrada, regresó a su cuarto. Miró con ternura a su pequeña hermana dormitando en su lecho, acurrucada en su manta y abrazando sus animales de felpa; como una inocente potranca. Otra vez se había desvelado, pues como era de esperarse de la anterior princesa de la noche.
Cuando intento despertarla para desayunar. Se escuchó un sonido chispeante, un fuego místico verdoso apareció en la habitación transformándose en un pedazo de papiro .
—¡DEBES SUPERAR TUS MIEDOS! — Gritó la alicornio azul oscuro al despertarse. Dio un salto golpeándose con el techo para después azotarse contra el suelo. Sobando sus alas golpeabas procedió a parpadear lentamente, para aliviar sus ojos hinchados. Estiró su cuello y su lomo tratando de deshacerse del sueño.
—¡Buenos días hermanita! — canto jovialmente Celestia. Su parienta la miraba con ganas de ahorcar la.
Al ir a desayunar encontró el origen del fuego verde, una carta de la princesa Twilight. Qué raro normalmente suele evitar escribirnos, solo recibimos cartas en festividades. O cuando tiene que recibir información de algo que debieron enseñarle antes de heredar el trono.
—Gracias, Celestia —murmuró, y procedió a sentarse en su futón mientras sorbía su café, que, para ser sinceros, era más leche y azúcar que otra cosa. Abrió cuidadosamente el sello y empezó a leer: «Querida princesa Luna». Cuánta formalidad, incluso si ya no era una monarca. No imaginaba cuál sería el propósito de la carta, así que la dejó escupiendo su café, salpicando la sala.
—Luna —gritó su hermana enfadada—, acabo de limpiar.
—Sombra ha regresado— dijo callando a su hermana.
La tenue luz se coló en la celda a través de la pequeña ventana y cegó mis párpados entreabiertos, los cerré bruscamente. Barrí con mi pelaje el suelo al darme la vuelta, esperando disimular el hambre y el sueño. Era débil y estaba cansado, pero no dormiré. No quiero volver a tener pesadillas, pero uno no es dueño de su mente. Por lo menos, yo era esclavo de la mía.
Soy víctima de horribles sueños sobre el reflejo en el cristal desde que soy potro. Los aplacaba con ayuda de los cuentos para dormir, que leía cada noche o hacía leer por mí.
—Tuviste un mal sueño, ¿eh?
Asustado, me dirigí hacia la voz. Era esa unicornio morada que había acompañado a mi captora.
—¿Qué quieren? Ya les dije lo que querían. No tengo nada más que pueda o quiera darles. Será mejor para todos si no nos volvemos a ver.
—¿Tuviste una pesadilla, no es cierto? A mí también me ha pasado. A veces, la mente es un enemigo, pero se puede afrontar.
—A ti qué te importa.
—Tú me importas, y también le importas a Twilight. Respiró hondo y lo miró a los ojos. —Escucha, no he sido buena toda mi vida. Solía ser cruel y controladora, no me importaba en absoluto mi causa. Pero gracias a Twilight pude cambiar—. Se acercó más a la celda y añadió—: Y creo que todos merecen una segunda oportunidad.
Enserio, pequeña Yegua. ¿Qué hiciste para sentirte con el derecho de compararte conmigo?
—Le quité las cutiemarks a los ponis de mi aldea para que nadie fuera especial. Técnicamente, los convertí en mis esclavos.
—Qué perturbador.
«¿Por qué no se me ocurrió a mí?».
La yegua tendió su casco a la celda, pero solo recibió una risa ahogada como respuesta. Me di la vuelta, me paré en mis cuartos traseros y recargue mis pezuñas contra los barrotes.
—No lo entiendes, no somos iguales. Tú eres una criatura de magia y luz, y yo un ser de oscuridad y tinieblas. Tú naciste como un ente de bondad, yo para destruirla.
Baje la cabeza, y contraje mis labios para enseñar los colmillos.
—Si me pides que sea bueno, sería como pedirle a un pez nadar en tierra o a un lobo tragar semillas. Es simplemente mi existencia; Así me hicieron, un monstruo creado para liberar a otros.
Soy un arma para los seres demoníacos.
—Guau, qué increíble analogía, has de ser bastante culto.
—Si allá en el orfanato lo más interesante que podías hacer era saquear la biblioteca, de hecho, leía más que nada...—Se calló al darse cuenta de que le estaban sacando la conversación. — ¡Maldita!
Starlight sonrió, tal vez esa bestia no era tan fiera. —Pero puede haber otra manera. Los cambiantes se reformaron y ahora son felices.
Eso sí que me dejó perplejo: los cambiantes eran de las criaturas más repulsivas de Equestria. En el orfanato contaban sus historias de cómo ellos se disfrazaban de ponis cercanos, para después drenarlos del amor. Incluso por ellos cayó uno de los más hermosos reinos que había existido en Equestria, dejándolo solo como un registro en el papiro.
Pero no se comparaban con los Umbrun. Sabía poco de ellos, pero para que Amore les temiera, no eran cosa de lidiar fácilmente. Ni siquiera yo pude atreverme.
—Ellos se alimentan del amor. Nosotros morimos con la simple esencia de eso, no busques soluciones, niña. No las habrá —bufo esperando que al fin se callara.
—¿En serio jamás has sentido amor?
Había tocado una fibra sensible, una que había muerto hace mil años. El amor ni la compasión eran dignas de criaturas como yo. Mis pezuñas se habían convertido en piedra. Los ojos irritados por el cansancio suplicaban llorar. No podía consentir que me vieran en ese estado.
Torcí mi hocico una mueca de rabia. Lance una coz que retumbó en los barrotes de metal, haciendo caer a Starlight.
—¡LÁRGATE! — gruñó a la pony.
Vi mi reflejo en sus ojos llorosos, sus colmillos afilados como dagas, esos sangrientos ojos de asesino. El brillo de Starlight se había oscurecido por su presencia. La poni se incorporó huyendo descuidadamente, siguiendo los impulsos que su instintos le decían. Se escuchaban sus sollozos causando eco en el calabozo.
Rasque el suelo con irritación, casi destrozando las baldosas, estaba tan frustrado. Pero con quien, no por ella, francamente no me interesaban ni ella ni Twilight. Pero tenía el deseo de matar a alguien.
Solo me di la vuelta mirando a la pared de la prisión, esperando que al amanecer despertara sin emoción.
Starlight salió cabizbaja de la mazmorra. Pensó que finalmente había podido amansarlo un poco. Debió imaginar que no sería un camino tan fácil como el de ella. Ese corcel no estaba roto, sino hecho pedazos; puede que permanezca así para siempre.
En ese momento, su amiga Twilight se le acercó cariñosamente.
—¿Te hizo algo?
—Solo gritarme. En realidad, no pude avanzar nada.
Está bien, Starlight, ya sabíamos que no iba a ser cosa de un día.
—Pero quiero ayudar.
—Y lo harás, pero también hay que saber cuándo debemos poner nuestros límites. Además, yo misma contacté con alguien más que pude hacerle frente.
—¿Quién?
De repente, una estela azul brilló y se estrelló en el vidrio, creando un gran agujero en el techo del castillo. La autora del desastre sacudió sus alas y deshizo los restos de vidrio en pedazos.
—¡Luna! —gritó de emoción la princesa.
—Princesa Twilight Sparkle. He venido a su llamado. ¿Cuál será ahora vuestro plan para derrocar al Rey Sombra?
—Te he echado mucho de menos —exclamó Twilight, mientras la abrazaba.
—Yo también. Ella le devolvió el abrazo y preguntó: —Pero dime, ¿por qué me pediste ayuda? Pensé que ya habían encontrado la forma de destruirlo.
—En realidad... Te llamé para que conversaras con él.
Por la mirada interrogativa de Luna se notaba que no estaba convencida de su plan. Pero ella confiaba ciegamente en su actual gobernante.
—¿Qué tiene en mente, su alteza?
—Bueno, él es... complicado. Starlight trató de razonar con él, pero no quiere saber nada de nosotras. Pero tú estuviste en ese camino alguna vez y además ayudaste a Starlight y a Stygian. Confío en que eres la poni adecuada para ayudarlo.
—Twilight, tú sabes que soy partidaria de la redención. Pero ese tipo es un enfermo.
—¿Podrías al menos intentarlo? —suplico Starlight.
—Bueno, pero lo haré por ustedes, aparte que buscáis de esto.
—Twilight quiere conocimiento del ártico norte y yo sobre la magia oscura.
Twilight regañó con la mirada a su vieja alumna, era verdad, aunque no del todo. Pero no podía ser tan subjetiva en el asunto, debía velar por el bien de las criaturas de su reino. Por más atroces que fueran, debía al menos intentarlo.
Luna descendió por las escaleras de la mazmorra, y el mármol pulido se iba tornando en roca quebradiza a cada paso que daba. Poco antes de que la luz se viera reemplazada por la penumbra.
Era extraño para los ponis usar esos calabozos, hacía años que no merecían estar allí o habían cometido crímenes peores. Ya nadie se ocupaba de ellos y su mantenimiento brillaba por su ausencia: el polvo se acumulaba en el suelo y el óxido de los barrotes corroía el ambiente. Pero para Luna eso era insignificante al lado de tener que volver a Sombra.
Se detuvo a pocos metros de su celda. Aquel garañón negro le daba la espalda. Sintió su presencia, giró la oreja y se volvió hacia ella. Se acercó cautelosamente a ella. La miraba fijamente con sus ojos inyectados en sangre. Era una mirada sin emoción alguna, con unos ojos muertos de un alma condenada.
Cuando estaba a punto de hablar, el prisionero abrió el hocico.
—Princesa Luna, han pasado años ciertamente —habló con una falsa cordialidad. Una sutil burla.
—Miles, y sin embargo nunca has aprendido —respondió con desdén.
—¿Aprender qué? Lo cobardes y deshonestas que sois las princesas.
—¡Twilight te derrotó! Dos veces, y todavía se te da otra oportunidad ―bufó Luna. ―Deberías sentirte agradecido de tener una gobernante tan compasiva.
—Sin duda, es superior a ustedes. En especial a Amore.
—¡Tú psicópata! La mataste. -- Apuntó su cuerno a la yugular del corcel.
—Ella iba a dejarme morir, eran ella o yo. Preferí salvarme a mí.
Luna calmó su ansiedad y se alejó del semental.
—De todas formas, me ha pedido que hable contigo. ¿Cuál es tu razón para ser así?
—Ya les dije, es mi naturaleza.
—Sabes que, no puedo con esto—respondió con irritación.
Se apartó de la celda haciendo brillar una luz celeste gracias a su cuerno. Desplegó sus alas para intensificar su poder y lo enfocó al prisionero. Los ojos de sombra se tornaron blancos y su cuerno irradiaba un oscuro púrpura. Luna se acercó al portal y entró en el umbral de su mente.
Era vacía y llana, ni siquiera oscura o triste; estaba en la nada. Jamás había visto una mente así de desolada en ningún poni. Caminó en el subconsciente hasta que encontró el corredor de un castillo. Entró en el salón, era angosto pero su techo parecía no tener final. Se acercó a las columnas de madera, Se enredaban y tejían como formando un perturbador árbol que arraigan las puertas en un tipo de panal. Retrocedió levemente hasta un lugar dónde pudiera calmar su mente de la vista, pero mientras más estaba ahí, el ambiente se ponía más oscuro y tenso. Tenía un sentimiento de claustrofobia, el aire de sus pulmones parecía estrangular la como una serpiente. Contrajo sus alas en defensa, con ellas rodeo su cuerpo para abrirse espacio. Intentó hablarse así misma para relajarse pero el piso cubierto de una alfombra de terciopelo rojo ahogaba su voz. Sus tejidos en forma de ojos le hacían sentir como una presa. Quería gritar pero no podía oír sus alaridos. Un canto lúgubre era retumbado en sus oídos (ven aquí hijo), rogaba en un gruñido gutural.
Luna se deshizo de sus chirridos generando una poderosa ráfaga de luz, dejando al descubierto su mente.
Vio varias puertas de caoba elegantes con grabados regios de corazones rotos en un falso color oro. Inspeccionó cuidadosamente cada una, buscando el origen de sus tormentos. Viajó por ese pasillo interminable, las puertas eran absurdamente similares. Unas eran blancas y altas, otras negras y delgadas, pero ninguna parecía ser de su interés. Una ráfaga pasó por sus orejas, otra vez ese sonido de plegaria la llamaba. Le seguía una vaharina de miasma verde y lo persiguió hasta la parte oscura.
Ahí las puertas estaban en el suelo destrozadas y astilladas. Menos una. Era de cristal, como las del imperio; relucía su pálido color azul blanquecino con brillos lavanda. A pesar de su mística apariencia, como todo en su mente guardaba una sutil pena.
Usó un hechizo de magia negra y abrió la puerta. Un halo de luz se filtró de esta, iluminó el sombrío ambiente.
Dentro de la puerta se encontró una escena conmovedora; un salón de escuela con varios potrillos de cristal. Todos reían, corrían y pintaban. Parecían ser días antes de la feria de cristal, puesto que se encontraban pintando el símbolo de su bandera; un copo de nieve.
«Se veía lo mucho que se les dificulta hacer un símbolo tan complejo con el hocico, llegaban a presionar tan fuerte los lápices que se quebraban. Como todo el piso se cubría de escarcha que los potros fallaban en pegar a sus pinturas.
Luna se sintió nostálgica, su infancia fue hace incontables décadas que eran difíciles de recordar. Desearía haber crecido rodeada de potrancas juguetonas, además de su hermana no tuvo varios amigos en su niñez.
Volviendo en sí, dirigió la mirada hacia el extremo opuesto de la sala. Lejos de todos los niños había un potrillo pintando solo. Sus ojos eran verde brillante que contrastaban con su pelaje negro y su melena aún más oscura. Luna parpadeo varias veces, no podía creerlo ¡Era Sombra! Estaba dibujando su signo con un crayón gris oscuro, sus líneas eran seguras pero inexactas, como todo niño pintaba sin importar que saliera bien. Lo que quería era divertirse y vaya que lo hacía. Sus grandes ojos brillaban con una emoción que Luna jamás pensó ver en él; la felicidad.
Al terminar sus trazos, tomó el bote de brillantina púrpura y empezó a escarchar su dibujo. Se sentía tan orgulloso de ella. Trotó con él en la boca para enseñarselo a su maestra, hasta que escuchó los cuchicheos de sus compañeros.
—Ese rarito no puede hacer algo bien —se quejó uno de los alumnos.
—Déjalo, es muy tonto para siquiera intentar. Apenas si puede hablar
— ¿Por qué no es un potro normal?
—Ni es un poni de cristal, sigo sin entender porque la señorita Chestnutfall no lo saca a la calle.
—Sería bueno ya no tener que verlo a el ni a su feo pelaje negro.
—Pobrecito ni la cristalización le salva de ser feo.
Los ponis de cristal estallaron en una burlona carcajada, aprovechando que la profesora estaba distraída.
El pequeño Sombra se puso decaído, miró al dibujo al que le había puesto tanto esmero y lo tiró a la basura. Ocultó sus lágrimas y salió corriendo al patio para huir de sus compañeros.
«Fue hasta el patio de la escuela, donde se ocultó entre las zarzas de las rosas y empezó a llorar. Luna se acercó al potrillo, olvidándose que se trataba del recuerdo de su enemigo. Quería consolar aquel joven desolado, pero sabía que no podía cambiar ese recuerdo amargo. Sombra se regodeaba en el rosal, sus espinas rasgaron su pelaje y sus lágrimas se perdieron en el roció.»
El pequeño se lamentaba hasta oír una voz conocida.
«—¡Sombra!— gritó una potranca de su edad. Venía corriendo desde el sanitario, jadeando del cansancio. — ¿Estás bien? No te vi en el salón y me asusté. La profesora me dijo que saliste corriendo. Ven adentro te vas a perder el festival.
«—No voy a ir— sollozo Sombra. —Nunca iré, no importa lo que haga nunca me aceptaran ¡intento ser normal, juro que sí! Pero todo esto. Es mi forma de ser, no sé porque soy así.
«—¿Por qué quieres cambiar quién eres?
«—Dicen que soy raro—respondió llorando.
«—También dicen eso sobre mí y yo no soy rara, ¿o sí?
«—Bueno... —Sombra trató de disimular—
«—¿Qué? – dijo con tono triste.
«—No esperaba, no me refería.
«—Solo estoy jugando, pero mira, ya no estás llorando—. Se acercó y lo abrazó.—No me importa lo que piensen los demás. Te quiero así.
«—Gracias Hope—. Devolvió el abrazo a su mejor amiga.
Luna se quedó conmovida por la escena de esos dos amigos, se querían más que nada en el mundo. Jugaron toda la tarde hasta volver al orfanato al ocaso.»
(Hope, donde he escuchado ese nombre antes) Se preguntó Luna.
También que habrá pasado con ella. Sombra tenía una amiga así de fiel, cómo se rompió aquel vínculo.
La sacó de sus pensamientos un sútil miasma que se arremolinaba en la oscuridad del ocaso. El recuerdo empezó a verse borroso y el escenario a desaparecer.
La nube verde envolvió a Sombra mientras este se retorcía de dolor. Estaba en una cama de hospital cerca de la cual se veía el corazón de cristal a metros de distancia. El potrillo sollozaba y gemía de dolor, mientras su amiga estaba a su lado llorando. El miasma se materializó como un caballo, no era como los ponis ordinarios; era huesudo, incorpóreo, con los dientes torcidos y unos ojos blancos sin vida. Luna arremetió con una embestida, pero aquella criatura la sacó del subconsciente.
Se estrelló contra el suelo de la mazmorra, sus patas temblaron al tratar levantarse. Era extraño, sumamente aterrador, lo que se ocultaba en su mente era un verdadero peligro.
Levantó su mirada a Sombra, su semblante serio ahora se encontraba triste, juraría que incluso se vió un sútil brillo en sus ojos. Cómo el de un perrito callejero pidiendo comida.
Luna estaba agobiada por todo lo que había visto para responder algo. Se paró y se teletransportó a la sala del trono.
Sombra por su parte se recostó en el suelo temblando, contrajo sus patas para cubrir su estómago. Estaba temblando, tenía escalofríos. Con la mirada blanca miró al techo .
Twilight hablaba con el diseñador de interiores, apenas acabó con el cuarto que encargó para su prisionero. Sabía que era algo temprano para tener a ese sujeto en el castillo, pero necesitaba alejarlo de ese ambiente tan precario, si es que quería amistarse con él.
De pronto llegó Starlight, Twilight le había pedido que sea la encargada de custodiar a Sombra, durante su estadía en el castillo. Ella claramente aceptó, no podía pensar en nadie mejor para el trabajo; después de todo ella sabía como era un villano y la tendría al tanto de las tretas de su paciente.
Antes de volver a bajar, encontraron a luna saliendo de la mazmorra. Estaba muy agitada, el sudor chorreaba de su frente y sus patas caminaba chueco; parecía que escapaba de un depredador.
—¡Luna! Oh, no. ¿Te atacó? —preguntó Twilight preocupada.
—No, no es eso, es solo que… —. Dudo cómo responder. —No estaba lista .
—Lo siento. No debí involucrarte en ésto —dijo con voz temblorosa.
Luna envolvió a Twilight con sus alas en un suave abrazo.
—No Twilight, todo está bien. Pero necesito tiempo, creo que conozco la manera de ayudarles —. Alzó el mentón de Twilight —Ayudarles a ambos.
Ambas princesas se despidieron con camaradería . Luna se fue a su casa de retiro en las afueras de Canterlot, ahí tenía múltiples registros de los pasados mil años en Equestria; tal vez alguno podría explicar esa pesadilla.
En eso Twilight y Starlight volvieron a bajar hasta el fondo del calabozo, francamente era cansado, por esa y otras razones querían mudarlo a los aposentos del castillo. Al llegar a su jaula, los recibió con un gruñido de irritación.
—Otra vez ¡Llevan todo el tiempo subiendo y bajando aquí! Ya no dejan sentir a uno miserable —rezongo la bestia.
—Por eso hemos venido a ofrecerte a quedarte en el castillo —exclamó cordialmente Twilight.
Sombra las interrogó con una mirada de "estas Yeguas están locas". Pero no sé haría el tonto.
—¿Cuál es el truco?
—Nos ayudarás a buscar más información sobre el Imperio de Cristal, ya que tú creciste ahí. Si logras probar que eres de fiar, te quitaré el bloqueador de magia. Claro, con la condición de que jures que la utilizarás para el bien.
Sombra quiso mofarse de tan ingenua petición, pero se calló sus verdades. Sería idiota quedarse bufando, en la celda cuál toro desvariado. Esperando tontamente, tener suerte para salir. Estar en el castillo, conviviendo con la princesa no le desagrada tanto. Si con eso podía hallar la manera de no solo tomar Canterlot, si no toda Equestria.
—Está bien princesa —río en barítono. —Si usted cree eso, le demostraré cuan equivocada está.
Starlight abrió la jaula y Sombra salió en un paso raquítico,la falta de comida y descanso daban frutos. Twilight los teletransportó a los tres hasta la torre norte, enfrente de una puerta recién reparada.
Entraron al cuarto, era espacioso sin ser gigante; decorado de colores púrpuras y rojos.No había muchos muebles, más que un pequeño escritorio con papiros y plumas, a lado tenía un librero mediano lleno de libros para niños. En el centro había una cama-colchón en forma de media luna, lo suficientemente grande para que durmiera Sombra.
—Este es tu nuevo cuarto —informó Twilight. —Sé que estás cansado, así que descansa. Cuando despiertes te traeré de comer.
—¿Más pan duro y manzanas?
—¡¿Qué?! Te había pedido avena —. Después se acordó —supongo que al carcelero no le agradas mucho. Bueno es obvio después de tú última visita.
—¿Última? —exclamó incrédulo. —No he pisado Canterlot, hasta ahora.
—Pero tú. Invadiste Canterlot hace 5 años.
—He estado en el páramo ártico desde que me devolvieron el corazón.
—¿Pero cómo?
—¡Discord! —refunfuño Starlight. —Nos debe una explicación.
—¡¿Qué?! —grito sombra.
Twilight rápidamente tomó a Starlight y ambas salieron con un hechizo de teletransportación.
Sombra se quedó perplejo, pero sabía que no obtendría respuesta y decidió ignorarlo. Se desplazó raudamente hasta el colchón, donde se dejó caer. Después de haber experimentado el suelo de piedra, ese suave colchón relleno de plumas se sentía como el cielo. Su cuerpo se hundió en aquel blando lecho. ¿Así se sentirían las nubes? Sombra quería creer que sí. Se dejó absorber por tan exquisita experiencia, cerrando por fin sus cansados párpados.