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Capítulo 43: Culpa

Axel

 

 

 

 

No había nadie, hacía frío y la luz blanca me dificultó por instantes abrir los ojos. Estaba consciente de que me encontraba en el hospital tras recordar la apuñalada de Freddy y la forma en que este acabó con la vida de Isaías. Hice un intento de levantarme, pero el dolor era intenso en gran parte de mi torso, así que opté por tranquilizarme y tratar de asimilar el error que cometí mientras pensaba en Miranda y Verónica.

Miré a mi alrededor para analizar el lugar y me di cuenta de que era una habitación privada, espaciosa y un tanto lujosa, podría decirse. Cerca de la puerta había un mueble con una almohada y una colcha blanca finamente doblada. Frente a mí, en un mostrador, se encontraban algunas de mis pertenencias; bellas flores rojas que me hicieron recordar a la señora Aura y varias cajetillas de medicamentos.

A mi izquierda, solo había una enorme pared blanca con una ventana que presumía de bellas persianas cerradas, mismas que me hubiese encantado que estuviesen abiertas.

La mortificación y el sentimiento de culpa fueron las cosas que se apoderaron de mis pensamientos. Recordé a Isaías y todos los momentos que compartimos. No pude evitar llorar y, sobre todo, sentirme responsable de su muerte, pues esa noche fui quien sugirió ir al restaurante de comida rápida.

Lo peor del caso es que todo sucedió de manera repentina. Freddy planificó bien su vil emboscada y tenía como principal objetivo asesinar a Isaías. En cuanto a mí, no supe si quería matarme o hacerme sufrir en vida, y quise preguntárselo en persona, considerando que para entonces la policía lo había atrapado.

En medio de sollozos, supe que el dolor que sentía era el menor de los castigos por ser tan descuidado ante la presencia de Freddy, con quien intenté razonar al considerar su problema mental. No quise aceptar que este estaba consciente de lo que hizo, incluso fingió quebrarse para que bajase mi guardia.

A pesar de todo, no sentí rencor hacia él, aun cuando las cosas malas que hizo opacaron los momentos que compartimos como amigos. Por instantes recuperaba la calma, y luego lloraba por la muerte de Isaías. Mi llanto era silencioso porque no quería llamar la atención de nadie, mi intención era aprovechar ese momento de soledad.

Treinta minutos después, entró a la habitación una enfermera que, al notar que había despertado, salió de inmediato; intuí que estaba en busca de un doctor.

Creo que no pasaron ni tres minutos cuando la enfermera regresó con un pequeño grupo de personas que me dejó impresionado, todos se mostraban alegres a pesar de la muerte de Isaías.

Miranda lucía un tanto agotada, pero me alegró verla sonreír. Mariana también se le notaba contenta y algo preocupada. Dijo que había tomado la decisión de cerrar por una semana la galería por el duelo de perder a nuestro amigo.

A pesar de la lamentable pérdida, cuando noté que entre todos ellos estaba Verónica, no pude evitar sentir un gran alivio combinado con felicidad. Aunque me preocupó el moretón en su mejilla y un vendaje en su mano derecha.

Además de ellos, la presencia que más me asombró fue la de mis padres, quienes habían envejecido un poquito desde que partí de Río Grande.

Se les notaba emocionados, aunque también preocupados por verme postrado en una camilla, sobreviviendo a una cosa que creí tan insignificante como una apuñalada, pues no tenía idea de la gravedad de esta.

—Mi vida… Qué vergüenza que nuestro motivo de visita se deba a que estés en un hospital —musitó mamá, que de repente rompió a llorar.

Quise decirle que no se preocupase y que me alegraba verlos, pero cuando tomé aire para hablar, sentí un dolor inmenso en mi torso; no pude evitar quejarme.

—Tranquilo, hijo, tranquilo —intervino papá con serenidad—, no hagas esfuerzos innecesarios, ya luego podrás explicarnos lo que quieras.

—Sí, Axel, ya todo lo malo ha pasado —musitó Verónica, en un vago intento por sonar optimista.

Miranda la rodeó con sus brazos y Verónica se giró hacia ella para llorar sobre su pecho. Ambas salieron de la habitación en compañía de Mariana, que tampoco tuvo la valentía de decir algo.

—Pobre muchachita —dijo mamá.

—Sí, querida, ya siendo tan jovencita, tiene que enfrentar semejante pesar —continuó papá.

Yo me quedé mirándolos con una combinación de tristeza y alegría. Quería decirles muchas cosas, pero el dolor que sentí al intentar hablar me detenía.

—Hay cosas que debes saber, mi muchacho —me dijo papá—, pero eso no me compete a mí contártelo, yo solo puedo decirte que en Río Grande todo va muy bien y que hemos ayudado a mucha gente con el dinero que nos envías cada semana.

—Es verdad, mi vida —continuó mamá—, la mayoría de las personas a las que le hemos brindado nuestro apoyo quieren que vuelvas para hacer una celebración en tu honor, aunque por lo que me dijo Miranda, encantadora mujer, por cierto, dudo que consideres volver.

—Sí, Miranda nos dijo que, aunque tienes tiempo libre, te la pasas pintando para tus socios y que a menudo vas a la galería… Sí que estás viviendo tu sueño, hijo, y eso nos enorgullece y reconforta bastante —comentó papá.

Minutos después, luego de ser consentido por mis padres, como en mucho tiempo no lo hacían, Miranda entró sola y le pidió que le hiciesen compañía a Verónica, alegando que la pobre no sentía la fuerza de voluntad para verme a la cara.

—Mi vida —dijo mamá antes de salir—, no nos iremos de la ciudad hasta que estés recuperado. Tu papá y yo nos estamos encargando de la limpieza de tu apartamento y ese precioso jardín que tienes en la azotea.

Yo apenas esbocé una sonrisa a modo de agradecimiento y asentí en señal de aprobación.

—Ya veo a quién saliste tan encantador —comentó Miranda cuando estuvimos a solas.

Miranda se me acercó y con sumo cuidado levantó mi cabeza para acomodar mi almohada y hacerla más confortable para mí. Luego me dio un beso en la frente y acarició mi cabello mientras me miraba a los ojos.

Al principio fruncí el ceño porque me sentía capaz de sostener mi cabeza solo, pero que tuviese esa consideración con aire maternal me conmovió.

—Mariana tuvo que irse a casa, por eso les pedí a tus padres que le hiciesen compañía a Verónica… Aunque de igual manera, ellos son los únicos que saben lo que quiero decirte —comentó.

Respiré lento y profundo, con la finalidad de poder hablar con ella y temeroso de sentir esa punzada en el abdomen, cuyo dolor se distribuía por todo mi torso.

—¿Qué pasó con Verónica? —pregunté temeroso.

Miranda cambió su semblante y se mostró un poco triste ante mi pregunta.

—La pobre aprovechó al máximo su suerte, pero eso la llevó a cometer un acto que la sigue traumando, aunque su dolor se debe a la ausencia de Isaías… Llora todos los días al recordarlo, y no le resulta fácil asimilar su muerte. Se me rompió el alma cuando lloró sobre mi pecho en el entierro —dijo.

—¿Qué pasó después de que... tú sabes? —pregunté, mirando hacia mi abdomen.

—Freddy la raptó y no pude impedirlo porque corrí hacia ti cuando te apuñaló, creí que te iba a perder, y sé que es egoísta, pero en ese momento solo me importabas tú —respondió.

—¿Y Freddy? —inquirí.

—Freddy sufrió el mismo destino que Isaías —musitó.

La impresión que me llevé hizo que hiciese un mal movimiento y sintiese un fuerte dolor en el abdomen. Miranda me pidió que me tranquilizase, pero yo quería saber más al respecto.

—¿Fue la policía? —pregunté. El temor al dolor por hablar estaba pasando a segundo plano.

—No, pero antes de responderte esa pregunta, necesito que te calmes y no te impresiones, ¿comprendes? —replicó.

Asentí y me preparé para cualquiera fuese su respuesta; me imaginé muchas situaciones.

—Fue Verónica —musitó.

—¿¡Qué!? —pregunté asombrado, aunque manteniendo la calma para no hacer movimientos bruscos.

—Verónica me dijo que Freddy la quería someter, pero ella se las arregló para intentar escapar... Sin embargo, este la retuvo agarrándola de su cabello, y parece que su ira explotó hasta tal punto que se giró hacia él y le propinó un puñetazo en la nariz, y ahí los golpes duelen una barbaridad. Entonces, Freddy soltó el cuchillo para sobar su rostro, acto que aprovechó para recoger el arma y apuñalarlo dos veces en el abdomen.

—¡Vaya! —dije impresionado.

—Sí, el pobre murió en el sitio porque no recibió a tiempo la asistencia médica.

Durante la siguiente media hora, Miranda no dijo una sola palabra. En vez de eso, se dedicó a afeitarme, ayudarme a cepillar mis dientes y a mimarme como si fuese un niño. Aunque tan pronto transcurrió este tiempo, entró un doctor que llevó a cabo una rutina de revisión con la que intuyó que me estaba recuperando.

—Creo que, en unas dos semanas, ya puedes irte a casa —dijo—, aunque antes, nos gustaría hacerte otros exámenes para asegurar que todo progresa bien… Solo fue una apuñalada, pero esta perforó peligrosamente tu estómago.

—Lo importante es que ya está fuera de peligro, ¿verdad? —preguntó Miranda.

—Eso es lo que queremos saber con los exámenes que le haremos —respondió.

Entonces, el doctor nos dejó a solas. Miranda de un momento a otro cambió su semblante, como si hubiese recordado una de las cosas que me quería decir.

—¿Cuál es el motivo de tu repentina alegría? —pregunté.

—Hace unos minutos te dije que tus padres ya están al tanto de esta gran noticia… Una buena dentro de tantas malas, como si su llegada fuese la luz de nuestros caminos, porque sé que Verónica se alegrará mucho también cuando lo sepa —respondió.

—¿La llegada de quién? —pregunté confundido.

—De Anastasia, mi amor… Bueno, ese nombre en caso de que sea niña, pues si es niño, lo llamaremos como a su padre.

Si no fuese por el inmenso dolor que sentí, hubiese dado saltos y gritado por la emoción que me causó saber que Miranda estaba embarazada.

Fue la revelación que, sin duda alguna, despejó todos los pensamientos negativos que me habían mortificado desde que desperté. La más grande noticia de mi vida y uno de los motivos que me impulsaron a ser una mejor versión de mí mismo.

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