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Capítulo 17: L’inizio della passione

Axel

 

 

 

 

En mi cumpleaños número treinta, quise pasar lo más desapercibido posible y seguir adelante con mi rutina diaria. No quería celebrar un día que acostumbraba a compartir con Miranda. Sin embargo, Verónica comenzó la mañana con un susto a las seis en punto, cuando explotó un globo que me hizo despertar de un sobresalto.

Cuando me senté sobre el colchón con mis manos en el pecho, tragando saliva y mirando a una Verónica sonriente, mientras algunos papelillos seguían en el aire, le reclamé su peculiar manera de darme una sorpresa.

—¡Feliz cumpleaños! —exclamó, sentándose a mi lado y dándome un abrazo—. Compré ayer este globo y lo llené de papelillo para darte esta sorpresa, aunque fue un susto en realidad… ¡Bien! A levantarse, que tenemos todo un día de celebración.

Froté mis ojos y parpadeé un par de veces antes de respirar profundo.

—Es solo un día más, no hay nada que celebrar —musité.

—¡Aguafiestas! —replicó—. No dejaré que pases este día por debajo de la mesa, no señor.

—Insisto, Verónica, no hay nada que celebrar —dije con seriedad—. Además, tenerte conmigo es un regalo. Siempre deseé tener un hermano, y lo más parecido que tengo a uno, en tu caso una hermana, eres tú.

Como si fuese una niña, Verónica hizo pucheros y me volvió a abrazar para darme las gracias por lo que había dicho.

—Ya, tonta, solo dije la verdad… Ve a ducharte y a cepillar tus dientes, hoy quiero proponerle algo al señor Rodríguez para dar un gran paso con nuestras clases —dije.

Tenía en mente empezar a enseñar los conceptos básicos de la pintura y sugerirle al señor Rodríguez que plantease un proyecto con sus superiores del gobierno. Esto con el objetivo de conseguir las herramientas de arte o al menos un financiamiento que nos permitiese adquirirlas; quería dar inicio a la práctica cuanto antes.

Sin embargo, a pesar de mi gran idea, no estaba seguro de que esto resultase. Por eso también tenía un plan alterno que consistía en proponerle al señor Di Natale que me prestase las herramientas necesarias para enseñar pintura en el asilo.

—Me parece una idea estupenda —comentó Verónica al saber mi plan—, aunque creo que la opción de pedir las herramientas prestadas es mejor… De igual manera, puedes decirle a Bianca que te ayude a convencer a ese señor.

—La cuestión no es convencerlo… Es solo que... me da un poco de miedo hablar con él —dije avergonzado.

—Y después dices que yo soy la tonta —replicó con sorna.

—No lo has visto, Verónica… El señor Di Natale tiene una mirada parecida a la de Hannibal Lecter.

—Insisto, después dices que yo soy la tonta —hizo una pausa—. Pero bueno, cambiando de tema, quería comentarte que tomé la decisión de pasar las vacaciones con mi familia. Aprovecharé el aventón con una amiga que viajará a Los Olivos.

—Vaya —musité—, eso sí que es inesperado, pero genial… Supongo que al volver retomarás tus estudios, ¿verdad?

—Eso es correcto, y también buscaré un empleo para complementar tu salario y vivir un poco mejor.

—Ah, eso quiere decir que piensas seguir viviendo conmigo.

—Por supuesto, querido, ¿o acaso te molesto?

Verónica enarcó una ceja y me miró con severidad.

—No he dicho nada de eso —respondí—, aunque sí me vendría bien volver a dormir en mi cama.

Cómo una chica mimada, frunció el ceño y me enseñó el dedo medio. A lo que yo respondí con una sonrisa burlona y señalando mi reloj, aludiendo al poco tiempo que teníamos para irnos al asilo; solía tardarse a la hora de alistarse.

♦♦♦

Tal cual lo tenía previsto, Verónica partió a los Olivos para pasar la temporada de vacaciones con su familia. Así que me reencontré con una vieja conocida llamada soledad, aunque en esos días esta no me frustró como la vez en que Miranda me dejó.

Dedicaba todos los días a mis rutinas en el asilo con normalidad y esperaba una respuesta favorable por parte del señor Rodríguez respecto a la propuesta que le había mencionado.

Los fines de semana, el cambio de energía que tenía que soportar era radical. No era lo mismo enseñar a abuelitos tranquilos y silenciosos, que a niños hiperactivos, respondones y mimados, aunque a estos los padres sí los ponían en su lugar cuando presentaba mis quejas.

Lo mejor de esos días era que, antes de iniciar mi jornada laboral, almorzaba con Bianca y compartíamos una hora de calidad en medio de conversaciones y anécdotas de nuestras vidas.

Ella me habló de las borracheras de su exesposo, que lo había perdido todo a causa de su vicio. Eso la motivó a pedirle el divorcio y obtener la custodia completa de Richard.

El desafortunado padre no quiso dejar de tener encuentros con su hijo y eso lo llevó a pedir un acuerdo legal que consistía en rehabilitarse como condición para obtener la custodia compartida.

Con el paso de varios fines de semana, Bianca y yo empezamos a simpatizar hasta el punto de tomarme el atrevimiento de pedirle que fuese mi modelo para una pintura.

Esta propuesta la tomó desprevenida, incluso se ruborizó, aunque ya cuando recobró su serenidad, aceptó mi idea.

Acordamos nuestro encuentro para una tarde de jueves en su casa, a las tres con treinta, aprovechando que Richard pasaba cinco horas con su padre.

Esa tarde, cuando entré por primera vez a su casa, admiré su gusto para la decoración, pues aun teniendo poco espacio, fue capaz de darle a su sala de estar un toque sencillo y a la vez lujoso.

—Podemos aprovechar la luz de la tarde en el patio trasero —dijo—, a menos que quieras pintar dentro de la casa.

—En el patio me parece buena idea… ¿Quieres usar algún atuendo en específico? —pregunté.

—Pues sí, tengo algo que hace mucho que me quiero poner.

Minutos después, Bianca apareció con un elegante y bello vestido blanco. No salí del asombro al verla. Me costó mucho no admirarla mientras sostenía mi bolso, en el que solo llevaba tubos de pintura y mis pinceles, pues ella se había encargado del resto de las herramientas.

—¿Qué tal me veo? —preguntó.

—Decir que estás hermosa es poco —respondí.

—Eres exagerado —replicó con un dejo de vergüenza.

—No exagero, Bianca —aseguré—, pero bueno, vayamos al patio para empezar, supongo que una hora bastará para capturar tu figura… Ya luego, empieza la magia que inmortalizará tu belleza. 

Nos establecimos en el patio trasero y preparé todo para dar inicio a una obra que ya le tenía nombre antes de empezarla: Biancaneve, en honor a sus raíces italianas y a su hermoso tono de piel.

Me tomó poco más de una hora captar la figura de Bianca, sentada junto a un árbol, mirando pensativa al cielo y sosteniendo una copa reluciente.

Tres horas más me llevó darle color y otra hora afinar detalles que dieron como resultado una obra con un estilo parecido al de Young girl in a ball gown de Berthe Morisot.

Honestamente, quedé satisfecho con la obra, mientras que Bianca se contentó de tal manera que se abalanzó sobre mí para darme un abrazo; por poco me hace tropezar con el atril.

—Ups, lo siento mucho… Pero me ha encantado la pintura. Eres muy talentoso —exclamó emocionada.

—La voy a llamar Biancaneve, ¿te gusta?

—¡Claro que me gusta! Grazie amico mio.

Tomé el retrato con sumo cuidado y lo llevé dentro de la casa para que se secase la pintura.

—Voy a mandar hacer un marco precioso para exhibirlo en mi sala de estar… Bueno, me iré a cambiar de ropa —dijo antes de irse a su habitación.

Yo esperé paciente en uno de los cómodos sillones que embellecían su sala de estar, y justo en ese instante, tocaron el timbre en la reja de la entrada principal. Miré a los lados varias veces, debatiéndome entre la espera de Bianca y el atrevimiento de atender; al final, opté por salir a ver quién era.

A quien me encontré frente a la casa fue a un hombre y a un niño que reconocí de inmediato. Era Richard, que al verme me saludó alegre, como siempre lo caracterizaba.

—¡Profe Lamar! —exclamó—, él es el profe Lamar, papá.

Era su padre, un hombre de elegante porte y facciones que heredó a su hijo. Así que me acerqué hasta la reja de la entrada principal, atravesando el camino de gravilla blanca para abrir.

—Hola, mucho gusto… Soy Axel Lamar, trabajo como profesor de arte y…

—¿Eres el amante de mi esposa? —preguntó de repente.

—Exesposa —respondí torpemente—. ¡Perdón! No fue mi intención ser tan brusco, qué vergüenza.

—Ya veo… Entonces, si eres su amante —reiteró.

—No, de ninguna manera, solo soy un…

—Cómo sea —me interrumpió—, dile a Bianca que a la próxima, al menos tenga la decencia de recibir a nuestro hijo.

—Con gusto se lo haré saber.

Richard entró y me tomó de la mano con tal confianza que me asombró. No supe cómo reaccionar, su padre me miró con recelo y yo apenas sonreí con nerviosismo.

—Será mejor que entremos antes de que tu mamá salga de su habitación —le dije al niño.

Así que entramos y nos sentamos en la sala de estar, manteniendo un incómodo silencio hasta que el pequeño Richard se fue a la que supuse era su habitación. Yo me quedé pensando en el recelo de su padre y en la forma en que se refirió a Bianca como su esposa.

De repente, del angosto pasillo donde estaban las habitaciones, salió Bianca completamente desnuda, a lo cual yo reaccioné desesperado pidiéndole que regresase rápido a su habitación.

Ella hizo señas como si preguntase quién estaba en su casa, a lo que yo insistí en que se metiese.

Sentí que se me iba a salir el corazón, pero del susto que pasé, y cuando salió vestida con prendas cómodas, se me acercó ruborizada y avergonzada.

—¿Qué pasó? ¿Por qué reaccionaste así? —preguntó.

—Tu hijo está en su habitación… Su padre lo trajo hace minutos —respondí.

—¡Es un imbécil! No entiendo para qué quiere la custodia compartida si ni siquiera cumple con el tiempo que me pidió como compensación por su rehabilitación —dijo. Se le notaba molesta.

—Bueno, cambiando de tema y haciendo mi pregunta del día… ¿Por qué saliste desnuda? —pregunté, consciente de saber la respuesta.

Bianca no respondió a mi pregunta, apenas se limitó a sonreír de forma traviesa y evitó mi mirada. Así que cambié el tema de conversación y fuimos a su comedor para merendar unos deliciosos alfajores.

Estuvimos hablando durante una hora de sus labores en la fiscalía hasta que tomé la decisión de regresar a mi departamento.

Ella me acompañó hasta la reja de la entrada principal y se despidió de mí con un suave beso en mi mejilla; en el fondo deseé que fuese en mi boca.

♦♦♦

Había pasado poco más de una semana cuando Bianca me invitó a una exposición en el Museo de Arte Moderno de Ciudad Esperanza. No tenía nada que hacer esa noche, así que acepté su invitación y busqué un conjunto sencillo y elegante.

Bastó una camisa blanca, un blazer azul marino y un pantalón de mezclilla, completando el conjunto con unos elegantes zapatos marrones; lucí una apariencia que me sentó de maravillas.

Me encontré con Bianca frente al Espacio de canela, donde acordamos tomar un café antes de irnos.

Ella lucía espectacular como siempre, aunque con prendas sencillas también.

Llevaba una camisa negra con mangas largas, un pantalón color crema y unos tacones bajos. Su cartera de diseñador fue una de las cosas que más presumió, pues alegó que se la había enviado su padre desde Milán.

—No tenía idea de que tu padre vivía en Milán —dije.

—Se fue allá desde que mamá falleció, es donde están sus familiares —comentó.

—Buenas noches. ¿Qué desean ordenar? —preguntó Diego con amabilidad al atendernos.

Antes de ordenar, hice que Diego y Bianca se conociesen.

Ambos estrecharon la mano y se sonrieron, aunque Diego miró a Bianca de pies a cabeza con recelo.

Una hora después, a pocos minutos para las ocho con treinta de la noche, Bianca y yo salimos del Espacio de canela y tomamos un taxi con dirección al museo.

Estuvimos callados durante el inicio del trayecto, aunque ella rompió el silencio de repente haciendo un comentario sobre Diego.

—Creo que no le agrado a tu amigo —dijo.

—Yo creo que le agradas, es solo que…

—Es gay —me interrumpió.

—Sí, pero eso no tiene nada que ver, digamos que está malinterpretando una pequeña situación… Él es un moralista —dije.

—¿Qué quieres decir? —preguntó un poco confundida.

—¿Recuerdas la noche en que te llamé para pedirte información sobre el tiempo de arresto para un maltratador de mujeres? —repliqué.

—Sí, esa noche me dejaste intrigada —respondió.

—Bueno, resulta que la amiga que te comenté se salvó de un peor destino gracias a que aparecí a tiempo. Ella se llama Verónica y es una chica muy simpática que vive conmigo desde ese día… Así que, como andamos juntos casi siempre, imagino que Diego asume que tenemos una relación, pero la verdad es que la considero mi hermana.

—¿Dónde está ella?

—Fue a pasar las vacaciones con su familia.

—Ya, entiendo… Entonces, supones que Diego piensa que le estás siendo infiel.

—Sí, cómo te dije, es un moralista… Mira, ya llegamos.

Bajamos del taxi, le pagué al chofer y nos dirigimos al museo con la intención de despejar la mente, aunque al final terminé siendo una especie de guía para Bianca. Ella me preguntaba detalles sobre las obras cada vez que nos deteníamos frente a una.

Fue entretenido y grato pasar la noche de esa manera, pero a fin de cuentas, antes de detenernos en una obra que llamó mucho mi atención, le dije que el significado de las obras dependía de la interpretación de quien la admirase, a menos que el mismo autor de esta explicase lo que quiso expresar. 

—¡Mira esta! La última sonata de Anastasia Lamar —dijo Bianca cuando nos detuvimos frente a aquella obra tan peculiar —, ¿es tu familiar?

—Soy el único artista en mi familia, pero más allá de que este nombre me resulta familiar, la técnica de pintura es similar a la que yo domino —respondí.

«¿Será posible que sea obra de Miranda?» Me pregunté, lo creí con la coincidencia del nombre que acordamos si hubiésemos tenido una hija. «A lo mejor es para poder promocionarse», pensé.

—Pero es una obra trágica —dijo Bianca—, mira la cara del violinista, está sufriendo mucho… Me frustra ver esta pintura.

—Sí, tiene razón, lo ha pintado alguien con mucho talento —comenté pensativo—, aunque tal vez te afecte por el hecho de recordar a tu exesposo… Si te fijas bien, el violinista llora al mirar la fotografía o a la botella rota de ron.

Horas después, a pocos minutos para la medianoche, acompañé a Bianca hasta su casa, donde me ofreció que pasase un rato con ella con la excusa de no querer sentirse sola, pues Richard pasaba la noche con su padre.

Tan pronto nos establecimos en la sala de estar, Bianca se dirigió a la cocina, pero se detuvo en seco y giró en mi dirección.

Sus hermosos ojos brillaban como nunca lo había visto, y fijando su mirada sobre la mía, se me acercó con pasos lentos mientras relamía sus labios.

—Es muy tarde, Bianca —musité nervioso.

—Puedes quedarte aquí, si gustas —replicó.

—¿Qué pensará tu hijo si me ve aquí por la mañana? —pregunté.

—No tiene que pensar nada malo, tú le agradas mucho —respondió, ya cerca de mí.

Entonces, sin inmutarse, Bianca me besó en los labios como deseé que lo hiciese en noches atrás, a un ritmo lento y suave que me hizo presa de la excitación; fue progresivo.

Con pasos torpes nos tumbamos en el sofá y nos dejamos llevar en un frenesí sin límites en el que la ropa empezó a sentirse incómoda.

En cuestión de minutos estábamos desnudos en la sala de estar, por lo que tomamos la decisión de irnos a su habitación hechos un mar de pasión y lujuria que no tendría límites hasta saciar nuestras ganas.

La desnudez de Bianca fue un deleite para mis ojos, aun con las estrías que tenía en su cintura a causa de su embarazo y que por instantes parecieron avergonzarla.

Pero para mí era la mujer más sensual y hermosa de la ciudad, una con la que fue un placer hacer el amor.

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