Axel
Antes de nuestro apasionado encuentro, Bianca y yo teníamos la costumbre de vernos los fines de semana y muy pocos días a mitad de la misma. Sin embargo, desde que la confianza subió de nivel a un punto en el que nos hicimos adictos a nosotros mismos, la frecuencia de nuestros encuentros aumentó considerablemente.
Su jornada laboral terminaba a las cinco de la tarde, por ende, la solía esperar en mi departamento cada martes y jueves, días en los que Richard pasaba tiempo con su padre hasta las ocho de la noche.
Esas tardes eran de total entrega a nuestros placeres y fantasías.
Momentos en que descubrí el gusto de Bianca por el sexo; le gustaba a un punto en que a veces me dejaba atónito.
Los sábados y domingos, nuestros encuentros eran un poco silenciosos, ya que después de terminar mi jornada laboral en el club Ítalo, nos dirigíamos a su casa y esperábamos a que Richard se durmiese. Se nos hacía más divertido la idea de tener relaciones con una posibilidad de que nos descubriesen.
La adrenalina junto con la excitación fue una combinación brutal.
Fue interesante compartir con Bianca una relación sexual tan extrema y en la que me permitió cumplir algunas de mis fantasías, así como también ella cumplió las suyas.
Los sentimientos no se involucraron al principio. Eso me llevó a caer en la ilusión de que no estaba engañando a Miranda, aun cuando estábamos separados.
Por su parte, Bianca se sentía a gusto con nuestra relación.
No se molestaba en ocultar lo que había entre nosotros cuando insinuaban algo en el club Ítalo. Tampoco prestó atención a los celos de Omar, su exesposo, quien, por medio de las palabras de Richard, se enteró de la frecuencia en que su mamá y yo nos veíamos.
Así transcurrieron los días y recibí una llamada telefónica de Verónica, quien me dijo que se quedaría otro mes en Los Olivos. Eso me daba más tiempo a solas para seguir viéndome libremente con Bianca, de disfrutar la delicia de sus besos, su tacto y esos encuentros sexuales que me dejaban en un punto agradable de agotamiento y satisfacción.
Richard ya intuía que su mamá y yo compartíamos más que una amistad. Aunque nunca imaginó hasta qué punto, pues solo nos vio besándonos una vez en la cocina de su casa y otra en el club Ítalo, donde Bianca no tenía pudor para despedirse de mí con un beso en la boca.
Fue extraño cuando Richard, una vez que se me acercó en la sala de estar, me preguntó si podía decirme papá. Fue inesperado y difícil de afrontar, pues, ¿cómo le dices que no a un niño que se encariña hasta tal punto contigo?
Sé que hubiese sido grato para él que aceptase su petición, pero opté por responderle con seriedad y honestidad, por ende le pedí que siguiese llamándome por mi nombre.
Le expliqué que ya tenía un papá al cual, a pesar de todo lo malo que dijese de Bianca y de mí, debía querer y respetar.
—Yo quiero a papá —dijo, en un intento fallido de parecer maduro. Apenas tenía nueve años—, pero él a mí no me quiere.
—Claro que te quiere, Ritchie —le dije—, por eso está haciendo lo posible por superar su enfermedad.
Nos referíamos al alcoholismo como una enfermedad para que Richard pudiese comprenderlo.
—Si de verdad me quiere, ¿por qué no pasa tiempo conmigo? —preguntó con tristeza.
—Porque tu mamá te está protegiendo de su enfermedad —respondí en mi mejor intento de no hacerlo sentir mal.
—Mi papá no me quiere. Cuando estoy con él, me deja solo en su casa con Koki —reveló, a lo cual reaccioné asombrado.
—¿Quién es Koki? —pregunté.
—Un pitbull cachorro que tiene papá, su cola es cortita y me da risa cuando la mueve —respondió un poco animado.
—¿De qué hablan ustedes dos? —preguntó Bianca de repente, llevaba una bandeja con tres batidos de chocolate.
Yo la miré serio y preocupado, a lo que ella reaccionó confundida.
—Bianca, ¿será que podemos hablar a solas? —pregunté.
—Sí, claro —respondió ella con persistente confusión—. Ritchie, cariño, espéranos un ratito en tu habitación.
Richard se fue emocionado con su batido de chocolate y Bianca se sentó a mi lado. En un acto de cariño, echó un mechón de cabello detrás de mi oreja y centró su bella mirada en la mía.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—No sé cómo decírtelo —musité—, pero hablaba con Ritchie de algunos videojuegos y de repente me preguntó si podía decirme papá.
Bianca se asombró con mis palabras, aunque recuperó rápido la compostura.
—¿Crees que presuma que somos más que amigos? —preguntó.
—Es un niño muy listo, pero no es eso lo que me preocupa, sino lo que dijo de su papá —respondí.
—¿A qué te refieres? —replicó con desdén. Bianca no tenía aprecio por su exesposo.
—Después de su pregunta, le dije a Ritchie que me llamase por mi nombre y que tenía un solo papá, a lo que este replicó revelándome que Omar no pasa tiempo con él, pues una vez que llega a su casa, deja al niño con su perro y se va.
—¿Eso te dijo? —preguntó Bianca, en una combinación de asombro y rabia.
Yo apenas asentí con un poco de temor al verla tan molesta; creí que había arruinado una bonita noche.
—Y así quiere la custodia compartida. De seguro que se va al bar más cercano en vez de pasar tiempo con su hijo… Ya me las pagará, conmigo fue diferente, pero con Ritchie no se lo permitiré.
—¿Qué piensas hacer? —pregunté temeroso.
—Reducir el tiempo que comparte con el niño… Presentaré la demanda por negligencia ante la fiscalía y, si vuelve a fallar, no le permitiré ver a Ritchie.
—¿No es demasiado duro de tu parte? —inquirí—. A fin de cuentas, es su padre.
—Es un imbécil, ni siquiera pasa tiempo con Ritchie, no creo que le afecten mis medidas… Al principio consideré su petición porque pensé que así podía ayudarlo a superar el alcoholismo, pero ahora que se joda.
«¡Mierda! Esto pasa por hablar de más», pensé en medio del dilema que me hizo creer que había hecho bien por hablarle a Bianca de lo que me dijo el pequeño Richard, y mal por haberme inmiscuido en un asunto familiar.
—Gracias por haberme dicho eso, Axel… Seguro que Ritchie no tenía la valentía para irse contra su papá. Él lo quiere mucho —dijo Bianca.
Ella me besó, aunque el beso no me supo a gloria como en las veces anteriores, sino a culpa.
—Honestamente, Bianca, creo que cagué el momento al meterme en cosas que no son de mi incumbencia —dije avergonzado.
—No pienses en eso… Si Ritchie recurrió a ti para decirte eso, es porque vio que eras la única vía para que yo supiese la verdad. Él confía mucho en ti.
Bianca volvió a besarme, aunque con más pasión y sin temor a que Richard volviese a aparecer, me costó no dejarme llevar al principio.
—Ya vengo —dijo Bianca al separarse de mí—, iré a ver qué hace Ritchie.
Bianca fue a la habitación de Richard, donde estuvo un par de minutos, y regresó sin decir una sola palabra. Entonces, se sentó sobre mí y volvió a besarme con deseo.
—¡Espera! —musité—, ¿está dormido?
—No —dijo en medio de besos apasionados—, está entretenido con su videojuego… Aquí empezaremos y luego finiquitamos en mi habitación —respondió, besando mi cuello y haciendo unos movimientos pélvicos sobre mi miembro que me hicieron excitar.
Besándonos y tocándonos con intensidad, aunque también con silencio, fuimos a su habitación y pasamos el seguro de la puerta. Bianca se quitó la blusa y el sujetador, sus senos quedaron al aire, pero yo solo me centré en su hermosa mirada.
Bianca volvió a besarme por unos segundos y luego dejó de hacerlo para pedirme que me sentase en la cama. Me acercó su pecho a mi boca y complací su capricho con mi lengua, antes de revolcarnos salvajemente en una apoteósica faena.
Creí que, por lo revelado aquella noche, no haríamos el amor, pero la verdad es que lo hicimos y con una furia que no me permitió pasar de los cinco minutos. Bianca era una fiera cuando se lo proponía, y no tenía escapatoria a sus intentos de satisfacción que iban desde la más divina felación hasta la eyaculación explosiva que me hacía quedar tendido en la cama en medio de respiraciones agitadas.
♦♦♦
Los días transcurrieron y la confianza de Richard en mí creció a la vez que mi relación con Bianca subió de nivel en cuanto a lo pasional. Habíamos encontrado una especie de estabilidad que me hizo considerar con seriedad establecerme con ella y su hijo.
Sin embargo, nos tomó desprevenido una acción egoísta de Omar.
Fue una tarde cuando tenía a Richard bajo su cuidado. Este llamó en estado de ebriedad a Bianca para reclamarle que el niño le hablaba mucho de mí; no le agradaba que pasase tiempo conmigo.
—Él es mejor figura paterna que tú, Omar, por eso Ritchie lo admira y lo quiere —exclamó Bianca.
Yo no escuché nada de lo que dijo Omar, pero pude deducir lo que le reclamaba. No le gustaba que yo pasase más tiempo con Richard, porque se estaba encariñando conmigo.
—¡Tráeme al niño ahora! —reclamó Bianca—, o tendré que llamar a la policía. No lo puedes retener.
Mi corazón se aceleró cuando escuché esas palabras. La situación se había salido de control.
—¡Omar, estás muy ebrio! Ni siquiera se te entiende… No me hagas llamar a la policía.
«¿Qué hago?» Me pregunté aterrado y desesperado también cuando supe que no podía hacer nada.
—¡Esto es el colmo, Omar! Llamaré a la policía, y esta será la última vez que verás a tu hijo —sentenció Bianca.
Yo la miré aterrado, sabía que la situación se había descontrolado a un punto en el que cualquier cosa terrible podía pasar.
—¡Está bien! Haré lo que digas, pero trae a Richard conmigo —dijo Bianca. Su voz emitía un repentino temor.
En ese momento, Bianca colgó la llamada y corrió hacia mí para abrazarme.
Rompió a llorar y a duras penas me dijo que Omar había secuestrado a Richard. Su condición para devolver al niño era que yo me alejase de ella, lo cual no quise aceptar, pues este se encontraba en estado de ebriedad.
—Eso es absurdo, Bianca —dije—, pero de igual manera, hazle una llamada y dile que aceptas la condición para que traiga a Ritchie hoy mismo… Ya luego tomas tus precauciones.
—Tengo miedo de que le pase algo a mi niño. Ese imbécil ha cometido demasiadas locuras estando ebrio —musitó en medio de sollozos.
—Perdóname —musité—, soy el culpable de esta situación.
—Tú no eres culpable de nada —replicó.
Después de una llamada en la que Bianca le aseguró a Omar que se alejaría de mí, estuvimos esperando hasta la mañana del día siguiente.
Despertamos con el insistente ruido de una bocina, la del auto de Omar, que por momentos se tornó fastidioso. Bianca yacía sobre mi pecho. Estaba soñolienta hasta que comprendió la realidad del momento.
—¡Es él! —exclamó.
—Ve a buscar al niño, yo espero aquí adentro —sugerí.
Bianca fue en busca de su hijo y yo me quedé en la sala de estar, nervioso y aterrado de que se presentase una discusión en la que me viese obligado a intervenir. Sin embargo, luego de varios minutos de espera, la puerta de la entrada se abrió de repente.
Un Omar furioso y armado con una pistola me apuntó a la cabeza tan pronto me vio.
—¡Omar! ¿Qué haces? Ten cuidado —exclamó Bianca segundos después.
Yo alcé mis manos en señal de rendición y dispuesto a hacer lo que fuese que me ordenase, mientras en el fondo temía que se le escapase un disparo.
—¡Aléjate de mi esposa! —exclamó Omar—. No vuelvas a acercarte a ella, ¿me escuchaste?
Eso hice de inmediato, tomé mi morral y salí corriendo de esa casa para no volver a saber de Bianca y Richard.
Al salir a la avenida, corrí desesperado sin voltear hasta que llegué al Parque del Centro, donde aterrado, me senté bajo el árbol de las hojas caídas para recuperar el aire y dejar que la brisa y algunas hojas me golpeasen el rostro.