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Veinticuatro. Deserción.

Estuvimos ahí toda la noche, nerviosos y con dolor, parecíamos unas estatuas. Esperamos a que Alice volviera para saber que hacer, pero ella nunca volvió. 

Todos estábamos al límite. Carlisle apenas pudo explicárselo todo a Jacob y Leah. Escuchar otra vez la historia solo hizo que todos nos sintiéramos mucho peor.

No fue hasta que amaneció y pensé que en poco tiempo mis hijos comenzarían a moverse cuando me pregunté por primera vez porque Alice tardaba tanto. Esperaba estar más informada sobre nuestra situación antes de enfrentar las miradas interrogantes de mis bebés, tener alguna respuesta, y también alguna porción de esperanza, aunque sea muy poca, de modo que pudiera sonreír y evitar que la verdad los horrorizara. 

Jacob estaba roncando en el patio y Leah miraba seriamente al bosque, los dos estaban transformados. Sam ya lo sabía todo... y los licántropos se estaban preparando para lo que se nos asechaba. 

La luz del sol entro a través de las ventanas, haciendo que la piel de Edward brillara. Yo no había movido los ojos de los suyos desde que Alice se había ido. Nos habíamos pasado toda la noche mirándonos el uno al otro, con la vista fija en lo que ninguno de los dos podía soportar perder: al otro.

—Alice. —dijo de repente Edward.

Todos nos pusimos de nuevo en movimiento en cuanto lo dijo.

—Lleva fuera mucho tiempo. —murmuró Rosalie. 

—¿Dónde estará? —se preguntó Emmett, dando un paso hacia la puerta. 

Esme le puso la mano en el brazo. 

—No queremos molestar... —

—Nunca había tardado tanto. —dijo Edward y después su expresión mostro miedo. — Carlisle, ¿No crees que pueda ser algo... preventivo? ¿Habrá tenido Alice tiempo de ver si han enviado a alguien por ella? —

Emmett comenzó a maldecir en voz tan alta que Jacob se puso en píe con un rugido. En el patio, su bramido tuvo el eco de su manada. Mi familia ya se había puesto en marcha para buscarla. 

—¡Quédense con los niños! —les grite a Jacob y Leah mientras salía corriendo junto con los demás. 

Aún era más fuerte que los demás, así que usé esa fuerza para impulsarme. Adelante a Esme y a Rosalie rápidamente. Corrí hasta quedar detrás de Edward y Carlisle. 

—¿Los habrán sorprendido? —preguntó Carlisle. Hablo como si nada, como si no estuviera corriendo. 

—No creo eso posible. —contesto Edward. —Aro la conoce mejor que nadie. Desde luego mejor que yo. — 

—¿Una trampa? —gritó Emmett detrás de nosotros. 

—Tal vez. —replicó Edward. —Pero por aquí no hay otro olor que el de Alice y Jasper. ¿Adónde fueron? — 

El rastro de Alice y Jasper se iba primero al este de la casa, pero luego se dirigía hacia el norte al otro lado del río y después de nuevo hacia el oeste durante unos cuantos kilómetros. Volvimos a cruzar el río. Edward corría a la delantera, totalmente concentrado. 

—¿Has captado ese efluvio? —gritó Esme mientras saltábamos el río por segunda vez y señalaba hacia el sudeste. 

—Sigan el rastro principal... Estamos cerca de la frontera con los Quileute. —dijo Edward. —Manténganse juntos. Miren si han ido al norte o al sur. —

Yo no sabía exactamente donde estaba la línea del tratado como los demás, pero podía distinguir el ligero olor a lobo en el aire soplaba desde el este. Edward y Carlisle detuvieron el paso y pude ver cómo movían sus cabezas de lado a lado, esperando que el rastro volviera a aparecer. 

De repente el olor a lobo se hizo más fuerte y Edward levanto la cabeza bruscamente. Todos nos quedamos inmóviles. 

—¿Sam? —preguntó Edward. —¿Qué pasa? —

El líder de la otra manada apareció entre los árboles, caminando hacia nosotros en forma humana, rodeado por dos grandes lobos, Paul y Jared. Observé cómo el rostro de Edward se ponía más pálido cuando leyó lo que Sam estaba pensando. Él lo ignoró y miro a Carlisle y comenzó a hablar. 

—Justo después de medianoche, Alice y Jasper vinieron hasta este lugar y pidieron permiso para cruzar nuestras tierras hasta el océano. Les concedí el permiso y los escolté hasta la costa yo mismo. Entonces se metieron en el agua y no han regresado. Mientras viajábamos, Alice me dijo que era muy importante que no le contara nada a Jacob hasta que hablara contigo. Yo debía esperar aquí a que vinieras a buscarla y entonces tenía que darte esta nota. Me dijo que la obedeciera como si todas nuestras vidas dependieran de eso. — 

El rostro de Sam mostraba una expresión seria y sombría cuando le dio un papel doblado e impreso entero en una hoja con un texto. Era una página arrancada de un libro y mi vista mejorada pudo leer las palabras cuando Carlisle lo desdobló para leer el otro lado. La página que daba hacia mí era una copia de "El mercader de Venecia", de ella se desprendió algo de mi propio olor cuando Carlisle desdoblo el papel. Me di cuenta de que era una página arrancada de uno de mis libros que me había traído de mi antigua casa.

—Alice ha decidido dejarnos. —susurró Carlisle. 

—¿Qué? —exclamo Rosalie. 

Carlisle le dio la vuelta a la página de modo que todos pudiéramos leerla. 

*No traten de encontrarnos, no hay tiempo que perder. 

Recuerden: Tanya, Siobhan, Amun, Alistair y todos 

los nómadas que puedan encontrar. Nosotros buscaremos 

a Peter y Charlotte, en el camino. Sentimos muchísimo 

dejarlos de esta manera, sin despedida ni explicaciones, 

pero es el único modo de hacerlo. 

Los queremos. *

Todos nos quedamos en silencio. 

—Sí, las cosas están así de peligrosas. —contesto Edward a una pregunta que habían hecho mentalmente alguno de los lobos.

—¿Tanto que tengas que abandonar a tu familia? —preguntó Sam en voz alta, se miraba enfadado, parecía arrepentido de haberle hecho caso a Alice. 

—No sabemos lo que vio. —dijo Edward. —Alice no es insensible ni cobarde. Solamente sabe más que nosotros. — 

—Nosotros no... —comenzó Sam. 

—La relación entre ustedes es diferente a la nuestra —lo interrumpió Edward con brusquedad. —Nosotros mantenemos libre nuestra voluntad. —

Sam alzó la barbilla y sus ojos se volvieron más oscuros.

—Ustedes también deberían hacerle caso al aviso. —dijo Edward. —Esto no es algo en lo que quisieran verse implicados, ya que tampoco pueden evitar lo que hayan visto Alice. —

Sam sonrió forzadamente. 

—Nosotros no somos de los que huyen. — 

Detrás de él, Paul resopló. 

—No dejes que masacren a tu familia por orgullo. —dijo Carlisle en voz baja. 

A Sam suavizo su expresión ante ese comentario. 

—Como Edward ha dicho, nosotros no tenemos la misma clase de libertad que ustedes tienen. Young Soo y Young Mi son ahora tan parte de nuestra familia como de ustedes. Jacob y Leah no pueden abandonarlos y nosotros no los abandonaremos a ellos. —finalizo Carlisle.

Los ojos de Sam se movieron hacia la nota de Alice. 

—Tú no la conoces. —replicó Edward. 

—¿Y tú? —preguntó Sam con rudeza. 

Carlisle puso una mano en el hombro de Edward. 

—Tenemos mucho que hacer, hijo. Sea cual sea la decisión de Alice, resultaría estúpido no seguir ahora sus recomendaciones. Vayamos a casa y pongámonos a trabajar. —

Edward asintió y su rostro pareció en ese momento menos rígido por la pena. Detrás de mí, podía escuchar los sollozos sordos de Esme, sin lágrimas. Yo por otro lado, estaba inmóvil, todo me parecía irreal, como si estuviera durmiendo otra vez después de todos estos meses, teniendo un mal sueño.

 

—Gracias, Sam. —agradeció Carlisle. 

—Lo siento. —respondió Sam. —No deberíamos haberlos dejado pasar. —

—Hiciste lo correcto. —dijo Carlisle. —Alice es libre de hacer lo que desee y yo jamás le negaría su libertad. —

El aire mañanero que debía ser alegre fue convirtiéndose en uno mucho más pesado.

 

—Pues yo no voy a rendirme sin luchar. —gruño Emmett. —Alice nos ha dicho lo que tenemos que hacer, así que manos a la obra. —

Miré a mi alrededor y pude ver las expresiones de perseverancia de los demás, ahí supe que ninguno de nosotros se iba a rendir. Teníamos que seguir las instrucciones de Alice al pie de la letra.

Le dimos las gracias a Sam y corrimos de vuelta a la casa. Cuando nos acercamos al río, Esme alzó la cabeza. 

—Todavía está la otra pista, y aún es reciente. —

Ella apunto hacia delante, donde Edward había dicho que se dividía el efluvio de Alice y Jasper.

—Ya lleva mucho tiempo, y solo es la esencia de Alice. —dijo Edward. 

Esme puso una expresión triste y asintió. 

Seguí el aroma un poco haciendo que me quedara más atrás que los demás. Eran ciertas las palabras de mi esposo, pero todavía me quedaba una duda: ¿Cómo Alice había tomado la hoja de uno de mis libros? Bueno, no ¿Cómo? sino ¿Por qué?

—¿Corazón? —preguntó Edward confundido. 

—Quiero seguir esta pista. —le dije oliendo un poco el aroma de Alice.

—Lo más seguro es que sólo nos lleve de regreso a la casa. — 

—Entonces, allí nos veremos. —dije.

—Voy contigo. —dijo tranquilo y volteo a ver a los demás. —Nos vemos en casa, Carlisle. —

El asintió y todos se fueron. Espere hasta que todos se fueran y mire a Edward con duda. 

—No puedo dejar que te alejes de mí. —explicó en voz baja. —Me duele sólo imaginarlo. —

No tuvo que explicarme más, sabia a lo que se refería. Porque también pensaba en esa separación y me daba cuenta de que me sentiría con pena, no importaba lo corta que fuera. 

Nos quedaba tan poco tiempo para estar juntos. 

Le tome la mano y entrelace mis dedos con los suyos. 

—Hay que apurarnos. —dijo. —Los niños deben de haberse despertado ya. —

Asentí y comenzamos a correr de nuevo. 

Sabía que era una tontería desaprovechar el poco tiempo que tenía con Soo y Mi simplemente por curiosidad, pero aquella nota me preocupaba. Alice pudo haber escrito en un Post-it o en cualquier hoja que hubiera en la casa. ¿Por qué mi libro? ¿Cuándo lo había tomado? 

El rastro iba hacia la cabaña, pero en una ruta tan enredada que se mantenía muy lejos de la casa de los Cullen y de los lobos. Edward frunció el ceño confundido cuando se hizo obvio adonde conducía el aroma de Alice. 

—¿Dejó que Jasper la esperara en otro lugar y después vino aquí? —se preguntó Edward. 

Casi llegábamos a la cabaña, me alegraba de estar con mi esposo, pero algo me decía que Alice quería que yo viniera sola. Ella había arrancado la página y la había llevado hasta donde estaba Jasper, lo cual era muy extraño. Había un mensaje que no comprendía, pero estaba segura de que era solo para mí, después de todo el mensaje estaba en mi libro. 

—Dame sólo un minuto. —dije y solté su mano cuando estuvimos frente a la puerta.

Me miro confundido. 

—¿Elina? — 

—¿Por favor? Treinta segundos. —

No esperé a que él me contestara y entre a la cabaña. Fui directo hacia la estantería, el olor de Alice era reciente. El fuego de la chimenea estaba encendido, y yo ni Edward lo habíamos dejado así. 

Saqué el libro "El mercader de Venecia" de la estantería y lo abrí. Allí, bajo las palabras "El mercader de Venecia, por William Shakespeare", había una nota. 

*Destrúyelo*

Y debajo de eso había un nombre y una dirección de Seattle.

Apenas habían pasado trece segundos de los treinta que le había perdido, cuando Edward entro a la casa. Miro cómo se quemaba el libro. 

—¿Qué está pasando, Corazón? — 

—Ella estuvo aquí. Arrancó la página de mi libro para escribir la nota. —

—¿Por qué? —

—No sé. —

—¿Por qué lo estás quemando? —

—Yo... yo... —estaba segura de que Alice había hecho todo esto para que nadie más que yo lo supiera, la única persona a la que Edward no podía leerle la mente. Así que Alice no quería que él se enterara. —La verdad, no lo pensé solo lo hice. — 

—No sé qué es lo que se trae entre manos. —dijo en voz baja. 

Yo me quedé mirando fijamente las llamas. Era la única persona en el mundo capaz de mentirle a Edward. ¿Era eso lo que Alice quería de mí? 

—Cuando íbamos en el avión hacia Italia. —le susurré. —De camino para rescatarte... ella le mintió a Jasper de modo que no nos siguiera. Sabía que si él se enfrentaba a los Vulturis, moriría. Y Alice prefería morir antes que ponerle a él en peligro. Y que muriera yo. O tú. — 

Edward no contestó. 

—Ella tiene sus prioridades. —dije. —Vayamos a casa. No tenemos tiempo. —

Edward me tomo de la mano y comenzamos a correr. 

Alice me había dado un poco de esperanza, lo que sea que esa dirección y nombre hicieran, sabía que era algo que nos ayudaría.

Los otros no habían estado sin hacer nada mientras estábamos afuera. Habíamos estado separados menos de cinco minutos y ya estaban preparados para irse. En la esquina, Jacob y Leah había vuelto de nuevo a su forma humana y cada uno tenía a su impronta en su regazo, mientras miraban con atención al resto de la familia. 

Rosalie se había cambiado su traje de seda por unos jeans, tenis deportivos, y una camisa abotonada de tela gruesa. Esme iba vestida de manera similar. Había un globo terráqueo en la mesa de café, pero ya lo habían terminado de usar, y ahora sólo nos esperaban. 

El ambiente era más positivo que antes. Sus esperanzas se habían aferrado a las instrucciones de Alice. 

Me quedé mirando al globo.

—{¿Adónde nos enviaran primero?} —pensé.

—¿Nosotros nos quedaremos aquí? —le preguntó Edward no muy contento a Carlisle. 

—Alice dijo que debíamos mostrarle a los niños a todo el mundo, pero que debíamos tener cuidado con ello. —contestó Carlisle. —Nosotros enviaremos aquí a quien sea que logremos encontrar. Edward, tú eres el que mejor sabrá sortear este particular campo de minas. — 

Edward le respondió con un asentimiento, aunque sin mostrar ninguna felicidad. 

—Hay mucho campo que cubrir. —dijo mi esposo.

—Nos separaremos todos. —dijo Emmett. —Rose y yo iremos en busca de los nómadas. —

—Aquí van a tener las manos bien ocupadas. —dijo Carlisle. —La familia de Tanya llegará aquí en la mañana y no tienen ni idea del motivo. Primero, tendrás que persuadirlas para que no reaccionen del modo en que lo hizo Irina. Segundo, debes averiguar qué era lo que quería decir Alice respecto a Eleazar. Y después de eso, ¿Se quedarán para servirnos de testigos? Todo empezará de nuevo cuando los otros vengan... Eso, si antes logramos persuadir a alguien para que venga. —suspiró. —Tu trabajo será el más duro. Nosotros regresaremos para ayudar en cuanto sea posible. — 

Carlisle puso la mano en el hombro de Edward durante un segundo y después me besó en la frente. Esme nos abrazó a los dos y Emmett nos dio un puñetazo amistoso en el brazo. Rosalie forzó una sonrisa para Edward y me dio un abrazo, le lanzó un beso a <Mis angelitos> y le dedicó una mueca de despedida a Jacob y a Leah. 

—Buena suerte. —se despidió Edward. 

—Suerte para ustedes también. —dijo Carlisle. —Todos la vamos a necesitar. —

Mire como se iban. 

Esperaba tener un momento sola, tenía que averiguar quién era esa persona, J. Jenks, y por qué Alice se había tomado tantas molestias para que sólo yo tuviera su nombre. 

Mi se retorció en brazos de Jacob para poder mirarlo. 

—No sé si vendrán los amigos de Carlisle. Espero que sí. Suena como si nos superaran en número. —le murmuró Jacob a mi bebé.

 

Así que ellos lo sabían, <Mis angelitos> entendían lo que estaba sucediendo. Miré cautelosa sus rostros y no parecían asustados, sino ansiosos y muy serios. 

Soo tomo la mano de su hermana.

—No, nosotros no podemos ayudar, tenemos que quedarnos aquí. —contesto esta vez Leah mirando a Soo. —La gente vendrá a verlos a ustedes, no a la situación en la que estamos. — 

Ellos los miraron con el ceño fruncido. 

—No, nosotros no debemos de ir a ninguna parte. —les estaba diciendo ahora Jacob, para después mirar hacia Edward, con cara de preocupación por posiblemente estar equivocado. —¿O sí? —

Edward dudo. 

—Escúpelo ya. —replicó Jacob en tono cortante debido a la tensión y Leah solo lo miro seria. 

—Los vampiros que vienen a ayudarnos no son como nosotros. —explicó Edward. — La familia de Tanya es la única, aparte de la nuestra, que siente respeto por la vida humana, e incluso ellas no aprecian mucho a los licántropos. Creo que quizá sería más seguro... — 

—Soy capaz de cuidarme sólito —lo interrumpió Jacob.

—Si, no necesitamos de su ayuda para estar seguros. —secundo Leah. 

—Será más seguro para Soo y Mi. —continuó Edward. —Si la posibilidad de creer nuestra historia no se ve contaminada con la participación de hombres lobo. —

—¿Son amigos y e irán en tu contra solo por saber con quién te juntas ahora? —pregunto incrédulo Jacob. 

—Creo que en su mayoría serán comprensivos en circunstancias normales, pero debes entender que aceptar a Soo y a Mí no será fácil para ninguno de ellos. ¿Por qué hacerlo entonces más difícil? —termino de decir Edward.

Carlisle le había explicado a Jacob y a Leah lo de las leyes sobre los niños inmortales la noche anterior. 

—¿Los niños inmortales eran de verdad tan malos? —preguntó Leah. 

—No te puedes imaginar la profundidad de las cicatrices que han dejado en la mente de los vampiros. —

—Edward... —dijo Jacob.

—Ya lo sé, Jake. Sé lo duro que les resulta estar lejos de ellos. Juzgaremos de oído para ver cómo reaccionan ante ellos. De cualquier modo, Soo y Mi tendrán que estar ocultos en las próximas semanas. Tendremos que quedarnos en la cabaña hasta que sea el momento para presentarlos. Mientras se mantengan a una distancia segura de la casa principal... — 

—Eso sí que lo podemos hacer. Tenemos compañía mañana ya, ¿Eh? —dijo Jacob. 

—Sí. Nuestros amigos más cercanos. En este caso particular, lo más probable es que sea mejor descubrir nuestras cartas lo antes posible, así que puedes quedarte aquí. Tanya sabe de tu existencia e incluso se ha encontrado con Seth. —

Leah hizo una mueca al saber que un vampiro que no conocía había estado cerca de su hermanito. 

—Está bien. —dijeron al unisonó los licántropos. 

—Deberías contarle a Sam lo que está pasando. Pronto habrá extraños en los bosques. —dije mirando a Jacob. 

—Bien pensado. Aunque tendría que castigarle con mi silencio después de la última noche. —dijo el.

—Escuchar a Alice es hacer lo correcto. —dijo Edward.

Jacob apretó los dientes y supe que pensaba igual que Sam sobre lo que habían hecho Jasper y Alice. 

Mientras ellos seguían hablando fui hacia el comedor, sabía que era mi oportunidad de utilizar la computadora sin que nadie se enterara. Moví mis dedos entre las teclas fingiendo estar distraída, por si alguien me volteaba a ver lo cual no era el caso. 

Busque el nombre que Alice me había dado. No había ningún J. Jenks, pero sí un Jason Jenks, abogado. Moví los dedos delicadamente entre las teclas para no parecer ansiosa. Jason Jenks tenía una página web de lo más elaborada destinada a su firma, pero la dirección en la página estaba equivocada. Se encontraba en Seattle, pero en otro distrito postal. Anoté mentalmente el número de teléfono y después seguí acariciando rítmicamente el teclado. Esta vez buscaba la dirección, pero no aparecía por ninguna parte, como si no existiera. Quería buscarla en un mapa, pero decidí que estaba abusando de mi suerte. Cerré todo, no sin antes borrar el historial.

Mire por la ventana un rato más. Escuché un par de pasos ligeros cruzando el suelo hacia mí, y me volteé con una expresión que esperaba fuera la misma de antes. <Mis angelitos> querían que los cargara, abrí los brazos. Ellos saltaron para acurrucarse en ellos, oliendo mucho a licántropo, y escondieron sus rostros en mi cuello. 

No sabía si podría llegar a soportar esto. Aunque sentía mucho miedo por mi vida, la de Edward y la del resto de mi familia, en nada se parecía al terror que sentía por mis hijos. Debía haber una manera de salvarlos, incluso aunque no pudiera hacer otra cosa. Ahí supe que eso era todo lo que quería. El resto podría soportarlo de no quedar otro remedio, pero no podía costarle la vida a <Mis angelitos>. Eso no. 

Teníamos que salvarlos.

Soo tomo un mechón de mi cabello y comenzó a jugar con él. Mi solo proyecto algunas imágenes en mi mente. 

Me mostró mi propio rostro, el de Edward, Jacob, Rosalie, Esme, Carlisle, Alice, Jasper, pasando de un rostro a otro de nuestra familia con rapidez. Seth y Leah. Mis padres, Sue y Billy. Una y otra vez, una y otra vez. Agobiados, como estábamos todos aquí. Y sin embargo, ella sólo estaba preocupada. Por lo que pude deducir, Jacob y Leah habían conseguido ahorrarles lo peor. Aquella parte según la cual no nos quedaban esperanzas y cómo íbamos a morir todos al término de un mes. Se detuvo en el rostro de Alice, confusa y con nostalgia. ¿Dónde estaba Alice? 

—No sé. —susurré. —Pero se trata de Alice, y está haciendo lo correcto, como siempre. —

O en todo caso, lo más correcto para Alice. 

Mi suspiró, y la nostalgia se intensificó. Soo dejo mi cabello y le tomo la mano, para consolarla. 

—Yo también la extrañó. —dije.

Me dieron ganas de llorar en ese momento.

Mis hijos me miraron preocupados y acariciaron mis mejillas para consolarme. 

Una lágrima cayo por la mejilla de mi niña. Se la limpié con un beso. Ella se tocó sorprendida y después miró la humedad en la punta de su dedo. Soo la miro confundido. 

—No llores. —le dije mientras los acurrucaba más a mi pecho. —Todo va a salir bien. Ustedes también estarán bien. Encontraré la manera de resolver todo esto. —

Y si no había nada que se pudiera hacer, incluso así salvaría a <Mis angelitos>. Estaba más segura que nunca de que esto era lo que Alice me había dado. Ella lo sabía. Y me había dejado una manera de hacerlo.

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