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El enigma del puente doliente entre otros (4)

El apartamento de Persano se hallaba al final de dos tramos de una escalera hecha de mármol de Carrara y con la barandilla de caoba tallada. El portero nos llevó hasta el 10-C, pero se fue cuando Raffles le entregó una generosa propina. Raffles llamó a la puerta. Transcurrido un minuto sin recibir respuesta, forzó la cerradura. Un instante después, nos hallábamos en el interior de una suite extravagantemente amueblada. Un fuerte olor a incienso flotaba en el aire.

Entré en el dormitorio y me detuve horrorizado. Persano, vestido únicamente con ropa interior, yacía en el suelo. La ropa interior, siento decirlo, era el encaje totalmente negro de la emimondaine. Supongo que si en esa época hubieran existido los sostenes, habría llevado uno. Sin embargo, no presté mucha atención a la ropa a causa de la horrible expresión de su rostro, contraído en una máscara de terror indescriptible.

Junto a las yemas de sus dedos extendidos se veía la gran caja de cerillas. Estaba abierta; en su interior, algo se retorcía.

Yo retrocedí, pero Raffles, tras una convulsiva inhalación, le tocó la frente, le tomó el pulso y examinó sus ojos rígidos.

Absolutamente enloquecido indicó. Paralizado por un horror surgido del más profundo de los abismos.

Alentado por su ejemplo, me acerqué a la caja. Su contenido tenía un cierto parecido con un gusano, un gusano grueso y tubular con una docena de finos tentáculos en un extremo. De este podía suponerse que era la cabeza, ya que por encima de las raíces de los tentáculos se veían unos ojillos de color azul pálido con pupilas semejantes a las de un gato. No había nada que hiciera pensar en orificios nasales o bucales.

¡Dios! exclamé, estremeciéndome. ¿Qué es?

Sólo Dios lo sabe repuso Raffles, levantando la mano derecha de Persano y examinándole las yemas de los dedos. Fíjate, cada una tiene una mota de sangre dijo. Parece como si les hubieran clavado una aguja.

Se inclinó sobre la caja y añadió:

Cada tentáculo tiene un pequeño aguijón en la punta, Gazapo. Tal vez a Persano no le haya paralizado el horror, sino el veneno.

¡No te acerques más, por el amor de Dios! protesté.

¡Mira, Gazapo! exclamó él. ¿No te parece que tiene algo diminuto y brillante en uno de los tentáculos?

A pesar de la náusea que sentía, me agaché junto a Raffles y miré sin reserva al monstruo.

Parece un trozo de cristal muy delgado y ligeramente curvo dije. ¿Y qué?

Acababa de decirlo, cuando el extremo del tentáculo se abrió y el minúsculo objeto desapareció en su interior.

Ese cristal señaló Raffles, es lo que queda del zafiro. Se lo ha comido. Ese debía ser el último trozo.

¿Se ha comido un zafiro? pregunté estupefacto. ¿Come metal, corindón azul?

Gazapo dijo en tono pausado, tengo la impresión de que ese zafiro sólo tenía la apariencia de un zafiro. Tal vez no era óxido de aluminio, sino algo lo suficientemente duro como para engañar a un experto. El interior podría haber contenido una sustancia más blanda que la cascara, tal vez un embrión.

¿Qué? exclamé.

Quiero decir ¿te parece inconcebible, y sin embargo es cierto, Gazapo, que eso haya sido incubado en el interior de la joya?

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