Los días fluyeron como agua y Edward me escribía diario incluso si a veces ni siquiera le contestaba. Llegado el viernes, por la mañana, él me interceptó mientras estaba escondiéndome de él y me habló de una manera amigable.
— Hola Lizzy, ¿Cómo estás?
— Estoy bien, todo va bien en mi vida, ¿Cómo estás tú?
— ¿Realmente me estás preguntando cómo estoy? Cuidado Lizzy, podrías empezar a ser amable si sigues así.
— ¡Cállate! Hoy estoy de buen humor y ni tú podrás arruinarme esto.
— Te aseguro que sí puedo, ¿Por qué estás de tan buen humor?
— Pues me gusta un chico y ayer ese mismo chico dijo cosas muy lindas como que podría ser la primera que se gane su corazón.
— Oh, ya veo y… ¿Quién es el afortunado?
— Se llama Jacob Black, seguro lo conoces.
— ¡Ey ey! Dile a cupido que tenga cuidado de con quién te anda flechando.
— ¿Y tú qué sabes?
— Es un completo idiota.
— No te creo.
Después de eso, Edward me contó un par de historias de las veces que Jacke se había metido en sus relaciones y los corazones que había roto. Al final me dijo que merezco algo mejor y que si me lastima se las verá con él.