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Capítulo 4: El templo de la Malicia

El antiguo y olvidado templo parecía aferrado a aquel asteroide, igual que un hongo maligno a la corteza de un árbol. Sus torres retorcidas se alzaban como los dedos de un nadador que se ahogara y su todo su contorno basto estaba recortado por la nebulosa cambiante de la tormenta disforme conocida como el Ojo del Terror. Un portal se abrió en el patio exterior ante la entrada principal, que estaba envuelta en danzantes sombras y dejó salir a la comitiva fúnebre, que portaba el cuerpo de un semidiós muerto. Trajana sintió el disforme y cambiante aire caliente en su pálido rostro, sus pupilas se dilataron para captar los detalles de su alrededor, mientras sus botas blindadas hacían crujir las viejas losas del camino hacia la entrada principal. Detrás de ella avanzaban con cuidado sus cohortes de Astartes, portando el cadáver robado de Ferrus sobre una improvisada camilla y observando asombrados los dominios del Dios al que se habían consagrado. Oscuras formas lobunas los observaban como depredadores hambrientos, ocultos en las sombras danzantes que proyectaba aquel templo maldito. Una docena de sacerdotes silenciosos los recibieron, con sus rostros ocultos bajo las capuchas de sus pesados hábitos y los guiaron al interior del templo. Trajana escuchó los suspiros de asombro de sus guerreros al entrar al interior, se encontraban en una gran cámara principal abovedada, tan alta que un Titán Imperator podría moverse sin tocar el techo envuelto oscuridad. Las enormes columnas talladas estaban envueltas en zarcillos oscuros, como si fueran malsanas enredaderas de las que brotaban púas afiladas capaces de rasgar el adamantio. El silencio era roto por cuatro enormes criaturas presas que rugían, gritaban o gemían, en el centro colgaba una jaula con el primero de los dolientes trofeos, un ser parecido a un enorme buitre desplumado y lisiado, que maldecía sin parar y decía palabras místicas, que eran absorbidas por los barrotes de su jaula. Trajana se detuvo ante un enorme agujero circular excavado en la dura roca bajo la colgante jaula, en su interior vislumbró una masa abotargada y que supuraba pus, bilis y sangre sucia, que era atacada sin parar por los sombríos demonios de Malal, obligando a aquel ser a regenerarse dolorosamente sin parar. Un rugido de ira incontenible llamo la atención de los Astartes y vieron una enorme figura alada musculosa clavada en la pared, su rojizo cuerpo se retorcía con violencia apenas contenida, enloquecido por el dolor y la sed de sangre, gritando el nombre del Dios de la Sangre. En el lado opuesto al rugiente ser, había un sinuoso cuerpo en parte masculino y femenino, flotando en posición fetal sobre un pedestal de mármol, cegado, ensordecido y enmudecido, privándole de cualquier estimulación para toda la eternidad. Trajana sabía que aquellos seres eran los heraldos y campeones de los otros dioses del Inmateriun, pero también trofeos de Malal sometidos y expuestos por su poder para toda la eternidad.

Los sacerdotes los guiaron hasta el fondo de la cámara, llevándolos ante una colosal puerta de doble hoja de bronce labrado, que se abrió sola mostrando un enorme foso circular, que descendía hacia la oscura profundidad del asteroide sin fin aparente. Trajana se adelantó sin miedo, acariciando el mango de su Hacha del Pánico y descendió por el camino en espiral excavado en las paredes del foso circular enorme. Cada pocos pasos había nichos verticales horadados en la roca, donde figuras etéreas se retorcían de dolor y forcejeaban por liberarse de las sombras, que las encadenaban para toda la eternidad. En su descenso vieron rostros xenos, demoníacos y humanos, que los miraban importantes desde los nichos y alzaban sus manos etéreas para asirlos sin éxito. Sin hacer caso aquellas almas condenadas, Trajana miró al fondo y vio dos pares de ojos devolverla la mirada, desde la densa oscuridad. Tras lo que pareció una eternidad, se detuvieron a medio camino del fondo en una enorme saliente, que salía de la pared pulida, como si fuera la hoja de un cuchillo atravesando el cuello de una víctima. Al borde del saliente había un altar de mármol blanco con adornos de pulida obsidiana negra y el símbolo de Malal grabado. La oscuridad del fondo se movió y un enorme forma titánica emergió ante la cohorte de Trajana, igual que una ballena sale del fondo del mar a la superficie. Su piel era de un gris ceniciento, su boca descendía verticalmente desde debajo de su hundida nariz hasta donde debería estar su ombligo, llena de dientes de colmillos afilados y una larga lengua purpúrea, que se movía como una serpiente de arriba a abajo. Sus dos pares de ojos rojos los miraron de forma inhumana, cargados de odio, locura y sed de venganza a partes iguales. De su nuca caía una cascada de pelo blanco grisáceo hasta sus poderosos hombros y dos enormes cuernos echados hacia atrás salían de su frente. Trajana palideció y se arrodilló de forma inmediata, ofreciendo su Hacha del Pánico con sus manos hacia el imponente y titánico ser. Un segundo después, todos los Astartes la imitaron, pudiendo sentir en lo más profundo de sus vengativos corazones que estaban ante su Dios y señor, Malal.

-Bienvenidos mis pequeños -la cavernosa voz de Malal resonó en aquel oscuro y profundo abismo, mientras su larga boca vertical pareció sonreír. -¿Qué ofrenda me traes, mi elegida?

-Mi señor os traigo el cuerpo de un Primarca -Trajana se levantó y señaló con el hacha el cuerpo del semidiós decapitado, que yacía sobre la improvisada camilla. -Un hijo del Emperador caído y además una cohorte de guerreros a tu servicio, mi señor Malal.

-Lo has hecho bien, Trajana -una risa de satisfacción salió de la garganta de Malal al mirar el cuerpo de Ferrus y con un solo movimiento de su mano, lo alzó en el aire haciéndolo flotar sobre los asombrados Astartes. -Puedo revivir a Ferrus, pero llevará tiempo y sacrificios de venganza. Ahora mismo, mientras hablamos, la Humillación de Russ está siendo reparada y preparada, para que llevéis la venganza en mi nombre -al decir esas palabras, un túnel excavado en la roca apareció detrás de Trajana y sus guerreros. -Ahora id a divertiros, un festín de tierna y temerosa carne de nuestros enemigos está preparado para vosotros. Disfrutad de la pitanza y dad rienda suelta a vuestros hambrientos apetitos.

-Gracias, mi Dios -respondió Trajana haciendo una reverencia y girándose hacia el túnel, sin mirar al cuerpo de Ferrus que flotaba en el centro del abismo y como Malal volvía a hundirse en la oscuridad de las sombras. -Vamos, es la hora de saciar nuestra hambre y de descansar antes de nuestra siguiente cacería.

En silencio los Astartes siguieron a Trajana, recorriendo aquel largo túnel apenas iluminado por unas lámparas de bronce de luz rojiza, dónde bailaban llamas que formaban rostros que parecían gritar. A cada paso que daban más hambre tenía Trajana y sus guerreros, era como sentir una rata devorar sus entrañas de forma desesperada por salir. Los ojos Har'kan, Dorak, Kortal, Vartus, Lenial y el resto de Astartes brillaban en aquella tenue oscuridad cargada de ansia asesina y voracidad que parecía a punto de enloquecerlos. Tras una lo que pareció una eternidad salieron del túnel, a un enorme salón de festejos, largas y pesadas cadenas caían del alto techo, acabadas en pesados gachos de carnicero de donde colgaban atadas decenas de víctimas desnudas, que se debatían desesperadas por liberarse. Grandes braseros llenos de leña ardían con danzantes llamas y emitían un suave olor a hierbas, mesas largas de roble negro estaban dispuestas con herramientas que usaría un cirujano demente o un cruel torturador. Los labios de Trajana temblaron levemente ante aquella escena y avanzó entre el bosque de cuerpos hasta detenerse ante un Astarte, que colgaba desnudo en el centro de la sala y la miraba con odio. Sus manos acorazadas recorrieron el fornido cuerpo desnudo y acariciaron con suavidad el tatuaje de su pecho, el emblema de los Ultramarines pareció temblar y retorcerse ante su tacto. Sonriéndole beso el tatuaje con delicadeza, para luego clavar sus colmillos en el cuerpo de su presa y arrancar un trozo de carne. Trajana sintió la sangre caliente llenarle la garganta y bajar trozos de la fibrosa carne, mientras los recuerdos de aquel desgraciado Ultramarine flotaban en su mente, como si fueran mariposas multicolores y revivía cada una de sus experiencias con cada mordisco que le daba. Los gritos y aullidos resonaron por el salón, a su alrededor sus guerreros habían sido presa del hambre y se habían lanzado a saciarla con diligencia. Trajana observó la escena con macabro deleite sin dejar de devorar a su presa, vio a Har'kan arrancar las extremidades en parte mecánicas y en parte humanas a un tecnosacerdote y devorarlo como si estuviera degustando un crustáceo marino. Kortal rugía como una bestia, devorando a un inmenso ogrete con una voracidad desenfrenada y arrancando grandes pedazos de carne con sus manos. Lenial cortaba de forma precisa con un bisturí largas lonchas de un bestial Orko, que gruñía como un cerdo y se debatía por liberarse para intentar matar a su torturador. Dorak y Vartus se estaban dando un sangriento festín con una astropata, que rogaba y rezaba al Emperador como si fuera un Dios, que pudiera salvarla de aquella agónica muerte. Trajana se apartó del destrozado y devorado cuerpo del Ultramarine, que aún respiraba y luchaba por mantenerse con vida pese a su penoso estado. Con tranquilidad absoluta descolgó al destrozado Astarte y sonriendo cruelmente lo arrojó al fuego de uno de los braseros sin piedad o remordimiento alguno por sus actos. Los gritos resonaron por todo el salón, eclipsando los del resto de los desgraciados que estaban siendo devorados vivos y de las risas de los ansiosos comensales, que festejaban y se atiborraban a carne cruda y sangre, mientras una presencia ominosa parecía observarlos y alimentarse de sus crueles actos.

Un leve gemido salió de los labios manchados de sangre de Trajana, cuándo al fin se despertó tras la orgía de canibalismo salvaje. Se levantó del montón de cuerpos devorados sobre los que había dormitado, igual que un dragón sobre una montaña de tesoros. Estaba cubierta de sangre seca de pies a cabeza y aún tenía el regusto del sabor de la carne en garganta, los recuerdos de la pitanza eran destellos lejanos en su mente. Observó a su alrededor, los fuegos de los braseros eran simples brasas candentes que iluminaban tenuemente el gran salón, decenas de cuerpos rotos y devorados colgaban como trozos de carne inmóviles de los ganchos de las largas cadenas, el suelo estaba pegajoso por la sangre, los excrementos y la orina de las víctimas. El resto de sus guerreros se estaban despertando, alzándose entre los despojos como sus armaduras y rostros manchados de la pitanza, sin rastro de compasión o arrepentimiento de lo que habían hecho. Trajana sonrió levemente y acarició la cabeza de su Hacha del Pánico, entendía muy bien lo que sentían sus Astartes en ese instante de calma mortuoria. Eran libres de las cadenas impuestas por el Imperio, por la supuesta moralidad y deberes que les habían cortado sus deseos o sueños, gracias a Malal eran dueños de sus destinos. Cómo si lo hubiera invocado con solo pensarlo, la voz del Dios Exiliado resonó por todo el salón con tono complacido.

"Veo que el festín que os he preparado ha sido de vuestro agrado, los actos que habéis realizado me han llenado de regocijo."

-Gracias mi Señor -dijo en voz alta Trajana, sonriendo de forma siniestra a la vez que miraba hacia la oscuridad que se removía en el techo del salón. -¿Cuál es nuestra siguiente misión? ¿Qué lugar es el destinado en ser digno de tu venganza?

"Debéis ir a Celaris IV, ese mundo arde en guerra entre los Portadores de la Palabra y los Ultramarines. La dominación imperial aplastó a sus gentes y se rebelaron bajo las promesas de los hijos de Lorgar, pero los Cuatro no son clementes y la justicia del Imperio no distingue entre víctimas y traidores. Cosechad aquel mundo, conseguid sangre nueva y víctimas como ofrendas para que nuestro poder crezca. Partid mis guerreros, vuestra nave os espera."

-Tus deseos serán cumplidos -respondió Trajana agachando la cabeza de forma reverente. -Ese mundo arderá en la anarquía y por la venganza, cosecharemos víctimas para un nuevo sacrificio y más guerreros para servirte, mi señor Malal.

Las palabras de Trajana sonaron llenas de obediente devoción y avanzó con paso rápido hacia la salida del salón, internándose en los laberínticos pasillos para dejar el templo y volver a comandar la Humillación de Russ, pero esta vez sería por su propio beneficio y devoción a su oscuro señor. No necesitó mirar a tras para saber qué sus guerreros marchaban bajo su mando, todos ellos habían aceptado la libertad y la oportunidad de venganza otorgada por Malal. Una sonrisa cruel apareció en el rostro pálido de Trajana, al imaginarse a los Primarcas o al mismo Emperador encadenados en aquel salón, dispuestos para satisfacer sus macabros apetitos de carne, sangre y oscuro placer. Malal se rio en el fondo de su guarida, ante los deliciosos pensamientos de Trajana, mientras las sombras envolvían el cadáver flotante de Ferrus y hundían sus zarcillos en su carne muerta, para llenarlo con una parte del poder obtenido del macabro acto de la pitanza con el objetivo de reconstruirlo y devolverlo a la vida a su oscuro servicio. Las risas dementes del Dios Exiliado resonaron con más fuerza en la Disformidad, haciendo temblar a todos sus habitantes morales y demoníacos, pues prometían una era de venganza y anarquía sin fin que podría destruirlo todo.