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Vendida al destino

Amelia no siempre fue Amelia. En una vida pasada, fue un joven que se dejó llevar por la apatía y la indiferencia, grabando en silencio una atrocidad sin intervenir. Por ello, una organización secreta decidió aplicar un castigo tan severo como simbólico: transformar a los culpables en lo que más despreciaban. Convertido en mujer a través de un oscuro ritual, Amelia se ve atrapada en un cuerpo que nunca pidió y en una mente asediada por nuevos impulsos y emociones inducidos por un antiguo y perverso poder. Vendida a Jason, un CEO tan poderoso como enigmático, Amelia se enfrenta a una contradicción emocional desgarradora. Las nuevas sensaciones y deseos implantados por el ritual la empujan a enamorarse de su dueño, pero su memoria guarda los ecos de quien fue, y la constante lucha interna amenaza con consumirla. En medio de su tormento personal, descubre que Jason, al igual que la líder de la organización, Inmaculada, son discípulos de un maestro anciano y despiadado, un hechicero capaz de alterar el destino de quienes caen bajo su control. Mientras intenta reconstruir su vida y demostrar que no es solo una cara bonita, Amelia se ve envuelta en un complejo juego de poder entre los intereses de Inmaculada y Jason, los conflictos familiares y las demandas del maestro. Las conspiraciones se intensifican cuando el mentor descubre en ella un potencial mágico inexplorado, exigiendo su entrega a cualquier precio. Para ganar tiempo, Jason e Inmaculada recurren a métodos drásticos, convirtiendo a los agresores de Amelia en mujeres bajo el mismo ritual oscuro, con la esperanza de desviar la atención del maestro. En un mundo donde la magia, la manipulación y la lucha por el poder son moneda corriente, Amelia deberá encontrar su verdadera fuerza para sobrevivir y decidir quién quiere ser en un entorno que constantemente la redefine.

Shandor_Moon · Urban
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96 Chs

088. La luna roja

La luna llena se alzaba sobre el horizonte, bañando la mansión de Inmaculada Montalbán en un resplandor pálido y espectral. Las sombras de los árboles del jardín danzaban con el suave viento nocturno, proyectando figuras deformes sobre los muros de la antigua casa. El aire era denso, cargado de una energía inquietante que parecía impregnar cada rincón de la mansión. Dentro, el silencio era casi absoluto, roto solo por el eco lejano de un reloj de péndulo que marcaba cada segundo con una monotonía ensordecedora.

En el corazón de la mansión, en una sala que llevaba años sin ser tocada por la luz del sol, Jason y Amelia se preparaban para llevar a cabo uno de los rituales más peligrosos y antiguos que Inmaculada Montalbán había refinado durante los últimos años. La atmósfera era sofocante, y el peso de lo que estaba a punto de suceder parecía aplastar todo a su alrededor. La sala, iluminada solo por la luz de las velas negras dispuestas en los cuatro puntos cardinales, proyectaba una tenue luminosidad que apenas rompía la oscuridad circundante.

El círculo ritual había sido dibujado meticulosamente en el suelo de mármol. Las runas, trazadas con la mezcla de tinta y sangre que Jason había preparado horas antes, parecían palpitar con vida propia, como si estuvieran ansiosas por comenzar el proceso que las activaría. En el centro del círculo, descansaba el vaso ritual de obsidiana, lleno con la sangre fresca de Amelia, quien miraba el oscuro líquido con una mezcla de ansiedad y fascinación.

Amelia se mantenía de pie junto a Jason, su corazón latía con fuerza, no solo por la anticipación del ritual, sino por el temor que lo envolvía. Sabía lo que estaba en juego. Sabía que un solo error podría destruir no solo el gusano que reposaba junto a la sangre, sino condenar a Amelia a un destino peor que la muerte. Si no conseguían un resultado extraordinario en este ritual, los resultados serian desastrosos: Sandro quizás terminaría convertido en mujer, pero sin ese resultado extraordinario no serviría para desviar la atención del Maestro.

—¿Estás segura de que quieres seguir adelante? —preguntó Jason en voz baja, rompiendo el tenso silencio que los envolvía. Su mirada, intensa y preocupada, se clavó en Amelia.

Ella asintió, aunque su mano temblaba ligeramente al sentir el peso de lo que estaba por suceder. —No tenemos opción. Si no lo hacemos hoy, perderemos esta oportunidad. Y si algo sale mal… —tragó saliva, intentando calmar el nudo de ansiedad que se formaba en su garganta—, enfrentaremos las consecuencias. Pero es un riesgo que debemos tomar.

Jason se volvió hacia el altar improvisado donde el gusano descansaba, retorciéndose lentamente en su pequeña caja de cristal. Era una criatura pequeña y aparentemente inofensiva, pero ambos sabían que su poder estaba muy lejos de lo que sugería su frágil apariencia. A su lado, el vaso de obsidiana brillaba con la sangre de Amelia, su superficie reflejaba la tenue luz de las velas en destellos rojos y negros.

Amelia, sintiendo que la tensión aumentaba, comenzó a caminar hacia el centro del círculo, consciente de cada paso que daba sobre el mármol frío bajo sus pies. La piel de su espalda se erizó, no solo por el ambiente helado de la sala, sino por el inminente contacto con el poder antiguo que estaban a punto de desatar. Sabía que estaba arriesgando más que su propia seguridad; estaba entregando una parte de sí misma al ritual, su sangre, su esencia. Si algo salía mal, no tendrían otra oportunidad.

Jason observaba cada uno de sus movimientos con cautela. Sus ojos no se apartaban de ella, preocupado por lo que pudiera ocurrir. Él también era consciente de lo delicado que era el proceso. Habían pasado nueve días desde la captura de Sandro, y la luna llena que brillaba esa noche era su única oportunidad para llevar a cabo el ritual con éxito extraordinario. Los gusanos eran limitados, y perder uno más en un intento fallido sería un golpe devastador, ademas de retrasar veintiocho días un nuevo intento.

—Cierra los ojos —le indicó Jason, su voz era suave pero firme, como si quisiera tranquilizarla sin dejar de mostrar su propia preocupación—. Respira profundamente y deja que tu energía se conecte con la sangre.

Amelia obedeció. Cerró los ojos y dejó escapar un largo suspiro. Podía sentir el cosquilleo de la magia en el aire, un zumbido leve pero persistente que parecía resonar en lo más profundo de su ser. Sus dedos se aferraron con fuerza al borde de su túnica, mientras intentaba calmar su mente y concentrarse en el flujo de energía que corría a su alrededor.

Jason se acercó al vaso de obsidiana y, con sumo cuidado, levantó el pequeño gusano de su caja. El movimiento de la criatura era casi hipnótico, como si supiera que su momento estaba cerca. Mientras lo sostenía, murmuró una serie de palabras en un idioma antiguo, palabras que solo los iniciados en los rituales de la magia comprendían. Era el Cántico del Cambio, una melodía arcaica que resonaba con poder ancestral, llamando a las fuerzas de la metamorfosis.

El gusano, atraído por las palabras de Jason, se volvió hacia la sangre, ansioso por lo que estaba a punto de consumir. Con una precisión casi ritual, Jason dejó caer al gusano en el vaso, donde se sumergió en la sangre de Amelia. El líquido rojo oscuro burbujeó ligeramente, como si la propia sangre reaccionara ante la presencia de la criatura.

Amelia apretó los puños al escuchar el leve sonido de las burbujas. Sentía un extraño tirón en su interior, como si la conexión entre ella y la sangre en el vaso estuviera extrayendo algo de su propia esencia. Podía percibir cómo su energía fluía hacia el círculo, hacia el gusano, alimentando el proceso. Era una sensación inquietante, pero no dolorosa, al menos no todavía.

—Ahora viene lo más difícil —dijo Jason en voz baja, mientras comenzaba a caminar alrededor del círculo—. Si el gusano no absorbe toda la esencia, la transformación de Sandro será incompleta. Y entonces... —Dejó la frase sin terminar, porque ambos sabían cuál sería el resultado. Una mujer sin rastro mágico como estaban buscando.

El tiempo parecía detenerse. Las sombras danzaban con más fuerza en las paredes de la sala, moviéndose al ritmo del Cántico del Cambio que Jason recitaba con precisión calculada. Las llamas de las velas titilaban como si respondieran a la energía que comenzaba a acumularse dentro del círculo. Amelia, inmóvil en el centro, podía sentir cómo todo el ritual dependía de un delicado equilibrio, como si una fuerza invisible intentara atraerla hacia un abismo oscuro.

El miedo se apoderó de ella por un breve instante, pero lo contuvo. "No hay vuelta atrás", pensó, cerrando los ojos con más fuerza. Sabía que Jason estaba concentrado, y si ella fallaba, si dejaba que su miedo rompiera su conexión con la energía, todo se perdería.

El gusano, flotando en la sangre, comenzó a absorber la esencia con más intensidad, y la atmósfera en la sala se tornó aún más densa. Amelia podía sentir la vida del gusano mezclándose con la suya, como si cada latido de su corazón estuviera sincronizado con los movimientos de la criatura en el vaso y la criatura en su cuerpo.

—Aguanta un poco más —murmuró Jason, su voz apenas un susurro, pero lo suficientemente firme como para guiarla en ese momento de tensión máxima.

El silencio que siguió al cántico fue denso y pesado, pero el ritual aún no estaba terminado. Jason y Amelia lo sabían bien. El gusano, que hasta hace unos minutos se había retorcido frenéticamente en el vaso de obsidiana, ahora flotaba inmóvil en la sangre. Pero ese era solo el primer paso. Según las instrucciones del cuaderno de Inmaculada, el gusano debía permanecer sumergido en la sangre durante exactamente veinticuatro horas para completar la absorción de la esencia vital. Solo después de ese período, estaría listo para cumplir su propósito.

Jason, con el rostro tenso, se inclinó sobre el vaso y lo cubrió con una tapa sellada. El aire estaba cargado de tensión, y aunque habían seguido cada paso al pie de la letra, ninguno de ellos podía ocultar el temor a lo desconocido, a lo que podría fallar. Si algo salía mal, el gusano quedaría inutilizable, y deberían esperar otros veintiocho dias.

—Tenemos que esperar —dijo Jason, su voz baja pero cargada de la autoridad que tanto lo caracterizaba.

Amelia asintió, aunque la inquietud en su estómago seguía presente. Tenían solo una pequeña ventana de tiempo para completar el ritual. Sabían que al siguiente anochecer, bajo la próxima luna llena, debían hacer que Sandro tragara el gusano, o perderían la oportunidad hasta el siguiente ciclo lunar. Y Sandro, aunque aún humano, ya mostraba signos de haber perdido la cordura tras los días de cautiverio.

Veinticuatro horas más tarde, la luna llena ascendía lentamente por el cielo nocturno, bañando la mansión de Inmaculada en una luz fría y fantasmal. Jason y Amelia, acompañados por Mei y Li Wei, descendieron las escaleras de piedra hacia el sótano. Los cuatro caminaban en silencio, sus rostros marcados por la tensión acumulada de los últimos días.

Sandro, confinado en el sótano unas horas antes, había sido sometido a un constante estado de vigilancia. Aunque seguía siendo un hombre normal, sus gritos, susurros y súplicas se habían convertido en una inquietante banda sonora en la mansión. Parecía que la presión mental de su cautiverio lo había desgastado completamente.

—Esto tiene que salir bien —murmuró Mei, que caminaba al lado de Amelia. Había estado observando todo el proceso, consciente de lo delicado que era el equilibrio que mantenían. Sabía lo peligroso que podía ser si algo fallaba.

Li Wei, caminando a la sombra de Jason, no dijo nada, pero su mirada estaba fija y decidida. Había estado entrenado para enfrentar lo desconocido, pero esa noche, incluso él parecía sentir el peso de lo que estaba a punto de suceder.

Llegaron al sótano, donde Sandro estaba encadenado a la pared. Su cuerpo mostraba signos de debilidad, pero sus ojos, aún humanos, brillaban con una mezcla de furia y miedo. Había sido torturado mentalmente durante días, pero la verdadera transformación aún no había comenzado.

Jason se acercó al altar improvisado donde reposaba el vaso de obsidiana. Destapó la cubierta con una suavidad casi reverencial, revelando al gusano. El gusano, ahora completamente inmóvil, había absorbido toda la esencia de la sangre de Amelia. Su cuerpo ya no se movía como antes, pero estaba cargado de una energía inquietante.

Mei observaba con atención, manteniendo un ojo vigilante en cada detalle del proceso. Sabía que no había margen de error.

—Es el momento —dijo Jason, su voz resonó en la sala subterránea como un eco distante. Se acercó a Sandro con el gusano en la mano, observando cómo el hombre, en su delirio, apenas reaccionaba.

Li Wei y Mei intercambiaron una mirada rápida, listos para intervenir si Sandro intentaba resistirse, aunque la debilidad física que mostraba indicaba que no podría oponer mucha resistencia.

Jason se inclinó frente a él, sosteniendo al gusano frente a su boca.

—Tienes que tragarlo, Sandro —dijo con calma, pero su tono dejaba claro que no era una opción. Sandro, aturdido y sin fuerzas, apenas intentó resistirse cuando Jason le abrió la boca y deslizó el gusano en su garganta. Fue un proceso rápido, pero en el silencio del sótano, cada pequeño sonido, cada movimiento de Sandro al tragar, parecía resonar como un trueno.

Amelia se mordió el labio, nerviosa mientras el gusano iba desapareciendo en la garganta de Sandro. No había vuelta atrás. La transformación estaba en marcha.

Sandro tosió y gimió mientras el gusano descendía por su garganta, su cuerpo se convulsionaba ligeramente, pero pronto volvió a caer en un estado de semiconsciencia, incapaz de procesar lo que acababa de suceder. Los efectos del gusano aún tardarían en manifestarse, pero ya todos sabían que algo había cambiado en el ambiente, en el mismo aire que respiraban.

El ritual estaba completo, pero el verdadero cambio recién comenzaba.

La luz de la luna llena continuaba filtrándose por las pequeñas ventanas del sótano, proyectando sombras alargadas sobre las paredes de piedra. El silencio en la sala era espeso, cargado de anticipación y algo más, una mezcla de misticismo y temor. Cada uno de los presentes estaba sumido en sus pensamientos, observando cómo el gusano había desaparecido en la garganta de Sandro, quien ahora respiraba con dificultad, su cuerpo inerte y sin conciencia de lo que le estaba ocurriendo.

Mei fue la primera en romper el silencio, su voz calmada pero firme, reflejando la determinación que siempre la caracterizaba.

—Estaremos aquí toda la noche —declaró, su mirada fija en el cuerpo inmóvil de Sandro, como si esperara ver algún signo inmediato de la transformación.

Sin embargo, uno de los guardias que había servido a Inmaculada durante años dio un paso al frente. Su rostro mostraba una ligera sonrisa, una mezcla de comprensión y cansancio por la experiencia de haber presenciado este proceso antes.

—No es necesario, señora —respondió el guardia con voz tranquila—. Lo subiremos a una de las habitaciones del ala de las novatas y lo tendremos vigilado durante varias semanas. La transformación no es inmediata. El gusano ahora debe abrirse camino hasta su bulbo raquídeo y comenzar a modificarlo desde dentro. Es un proceso largo. Tomará tiempo antes de que empiece a manifestarse físicamente.

Las palabras del guardia resonaron en el aire, pero Li Wei y Mei se miraron con escepticismo. A pesar de toda la información que tenían sobre el proceso, hasta que no vieran con sus propios ojos la transformación completa, resultaba difícil creer que algo tan sobrenatural pudiera ser real. En su mente, Li Wei se debatía entre permanecer vigilante para asegurarse de que todo marchara según lo previsto o retomar su trabajo junto a Nuria Narbona, consciente de que no podía permitirse perder un mes de su tiempo.

Mei, por su parte, tenía preocupaciones adicionales. Aunque se centraba en el proceso de Sandro, su mente volvía constantemente a los problemas con Laura y David, y al peligro que representaban para Amelia. No podía permitirse distracciones, y menos aún en un momento tan delicado.

—De acuerdo —respondió Mei, tomando una decisión rápida—. Lo subiremos a la habitación y me encargaré de instalar un sistema de vigilancia con cámaras. Así podré monitorear la transformación desde mi teléfono sin necesidad de estar aquí todo el tiempo.

El guardia asintió, satisfecho. Para él, el proceso no era ninguna novedad. Había servido en la mansión de Inmaculada durante muchos años y, aunque el ritual seguía siendo algo increíble a sus ojos, la transformación que presenciaban no era un misterio.

—Es fascinante —murmuró el guardia, su sonrisa ampliándose ligeramente—. Aun después de todo este tiempo, resulta increíble ver cómo un hombre puede cambiar por completo, transformarse en una mujer tan bella. Es como ver la naturaleza misma retorcerse y cambiar.

Las palabras del guardia dejaron una huella en el aire. A pesar de su experiencia, seguía habiendo algo profundamente perturbador en el proceso. No era simplemente una cuestión de ciencia o de magia. Era un cambio que iba más allá de lo físico, una transformación en la esencia misma de una persona. Y por más que Mei y Li Wei se mantuvieran firmes y profesionales, algo en sus miradas reflejaba una pequeña chispa de inquietud. Lo que estaban presenciando no tenía precedentes para ellas, y aunque confiaban en los pasos del ritual, nada podía prepararlas del todo para lo que estaba por venir.

Jason se mantuvo en silencio, observando con los brazos cruzados, la tensión en su cuerpo era palpable. No apartaba la vista de Sandro, pero su mente estaba en constante análisis, preguntándose si habían cometido algún error. Si algo fallaba, no solo perderían uno de los últimos gusanos, sino que las consecuencias serían catastróficas. No había margen de error.