webnovel

Vendida al destino

Amelia no siempre fue Amelia. En una vida pasada, fue un joven que se dejó llevar por la apatía y la indiferencia, grabando en silencio una atrocidad sin intervenir. Por ello, una organización secreta decidió aplicar un castigo tan severo como simbólico: transformar a los culpables en lo que más despreciaban. Convertido en mujer a través de un oscuro ritual, Amelia se ve atrapada en un cuerpo que nunca pidió y en una mente asediada por nuevos impulsos y emociones inducidos por un antiguo y perverso poder. Vendida a Jason, un CEO tan poderoso como enigmático, Amelia se enfrenta a una contradicción emocional desgarradora. Las nuevas sensaciones y deseos implantados por el ritual la empujan a enamorarse de su dueño, pero su memoria guarda los ecos de quien fue, y la constante lucha interna amenaza con consumirla. En medio de su tormento personal, descubre que Jason, al igual que la líder de la organización, Inmaculada, son discípulos de un maestro anciano y despiadado, un hechicero capaz de alterar el destino de quienes caen bajo su control. Mientras intenta reconstruir su vida y demostrar que no es solo una cara bonita, Amelia se ve envuelta en un complejo juego de poder entre los intereses de Inmaculada y Jason, los conflictos familiares y las demandas del maestro. Las conspiraciones se intensifican cuando el mentor descubre en ella un potencial mágico inexplorado, exigiendo su entrega a cualquier precio. Para ganar tiempo, Jason e Inmaculada recurren a métodos drásticos, convirtiendo a los agresores de Amelia en mujeres bajo el mismo ritual oscuro, con la esperanza de desviar la atención del maestro. En un mundo donde la magia, la manipulación y la lucha por el poder son moneda corriente, Amelia deberá encontrar su verdadera fuerza para sobrevivir y decidir quién quiere ser en un entorno que constantemente la redefine.

Shandor_Moon · Urban
Zu wenig Bewertungen
96 Chs

078. Más allá del miedo

El silencio en la biblioteca era tan profundo que cada gota de whisky que caía en el vaso de Jason parecía resonar en los oídos de todos como un tambor. Amelia, Mei y Li Wei permanecían inmóviles, sus mentes atrapadas en un torbellino de emociones que giraban entre el miedo y la incertidumbre. Jason, con el rostro sombrío, parecía absorto en sus pensamientos, como si estuviera debatiendo internamente si debía o no revelar la magnitud del peligro que enfrentaban.

Finalmente, Jason dejó el vaso sobre la mesa con un ruido sordo, sus manos temblorosas traicionaban el esfuerzo que hacía para mantener la compostura. Se pasó una mano por el cabello, un gesto que apenas logró esconder la tensión acumulada en sus hombros. Sabía que tenía que hablar, pero ¿cómo describir lo indescriptible? ¿Cómo explicar el terror que el Maestro infundía, cuando él mismo no comprendía del todo las razones?

—El Maestro… —comenzó, su voz sonaba apagada, como si cada palabra le costara arrancársela del alma—, no es solo un hombre. No como nosotros lo entendemos. Es... algo más.

Las tres mujeres lo miraron con atención, cada una de ellas con el corazón latiendo en la garganta. Jason respiró hondo antes de continuar, sabiendo que lo que iba a decir solo serviría para aumentar sus temores, pero también entendía que necesitaban saber lo que enfrentaban.

—He oído cosas sobre él, rumores, susurros en los círculos más oscuros —continuó, su voz bajando a un susurro, como si temiera que incluso las paredes pudieran escucharlo—. Algunos dicen que es un inmortal, que ha existido durante siglos, manipulando a quienes tienen poder, moviendo los hilos en las sombras. Otros hablan de... cosas que ha hecho, cosas que desafían la lógica y la naturaleza. Torturas, transformaciones... más allá de lo que cualquier ser humano debería ser capaz de soportar.

Jason hizo una pausa, observando las expresiones de horror que se formaban en los rostros de las mujeres. Sabía que lo que estaba diciendo parecía increíble, pero no había manera de suavizar la verdad. El Maestro era un enigma, una fuerza de la naturaleza que nadie podía predecir o controlar.

—No sé exactamente qué es lo que le interesa de ti, Amelia —dijo finalmente, su voz temblando ligeramente—, pero sé que no es algo bueno. Su interés nunca es benigno. Solo espero que entregándole a Sandro podamos desviar su atención, comprar algo de tiempo... o quizás... salvarte.

Amelia sintió un escalofrío recorrer su espalda. La idea de que su existencia misma pudiera haber llamado la atención de una entidad tan oscura y poderosa era aterradora. Intentó encontrar las palabras para preguntar más, para entender mejor el abismo que parecía abrirse bajo sus pies, pero su garganta estaba seca, y sus pensamientos enredados en el miedo.

Mei, que siempre había sido la más escéptica, se encontró sin palabras. Por primera vez en su vida, no pudo encontrar una respuesta lógica a lo que estaba escuchando. Sus ojos, normalmente llenos de determinación y fuerza, mostraban una vulnerabilidad que nunca antes había permitido que otros vieran.

Li Wei, mientras tanto, apenas podía procesar lo que estaba oyendo. El hombre al que había decidido seguir, el que había empezado a venerar en secreto, estaba hablando de cosas que escapaban a su comprensión, de miedos que no sabía cómo enfrentar. Se sintió pequeña e impotente, como una hoja arrastrada por una tormenta que no podía ver, pero que sentía en lo más profundo de su ser.

Jason notó las miradas de las mujeres y supo que sus palabras habían causado el efecto que temía. Quería consolarlas, decirles que todo estaría bien, pero no podía mentirles. El Maestro no era alguien contra quien pudieran luchar o a quien pudieran escapar fácilmente. Era una presencia que acechaba en las sombras, esperando el momento adecuado para hacer su movimiento.

—Lo que sea que enfrentemos —dijo Jason finalmente, rompiendo el silencio—, lo haremos juntos. No dejaré que nadie te haga daño, Amelia, ni a ti, Li Wei, ni a ti, Mei. Haré todo lo que esté en mi poder para protegeros, pero necesito que estéis preparadas para lo que venga. No podemos permitirnos el lujo de dudar o de tener miedo. No ahora.

Amelia, Mei y Li Wei asintieron lentamente, sabiendo que Jason tenía razón. El miedo estaba ahí, tangible y real, pero no podían permitirse sucumbir a él. El Maestro era una amenaza que no comprendían del todo, pero sabían que debían enfrentarlo, juntos.

El ambiente en la biblioteca seguía siendo denso, como si las palabras que habían intercambiado hasta ahora hubieran impregnado las paredes con un peso que nadie podía sacudir. A pesar de la determinación que sentían, el miedo seguía allí, enredado en cada pensamiento, en cada mirada. Sabían que el camino que tenían delante estaba lleno de peligros inimaginables, pero lo que más los aterraba era lo desconocido, ese abismo oscuro que parecía abrirse bajo sus pies con cada palabra que Jason pronunciaba.

Amelia fue la primera en romper el silencio que había caído sobre ellos, pero incluso sus palabras sonaron vacilantes, como si temiera las respuestas que podría recibir.

—Pero… —dudó, sus dedos temblorosos apretaban el vaso mientras intentaba reunir el valor para continuar—. Tú conoces al Maestro. Eres su discípulo favorito, o al menos uno muy cercano a él.

Mientras hablaba, la mente de Amelia regresó a aquel momento semanas atrás, cuando la Señora Montalbán y Jason conversaban sobre el Maestro. Recordaba cómo Jason hablaba con una familiaridad inquietante, como si estuviera al tanto de los pensamientos y deseos del Maestro de primera mano. Ese recuerdo le pesaba, susurrándole dudas al oído mientras intentaba apartarlas de su mente.

Jason captó la mirada penetrante de Amelia, una mezcla de miedo, incertidumbre y algo más que no lograba descifrar del todo. Sabía lo que ella estaba pensando, y esa verdad, la que había intentado mantener oculta, ahora se agitaba, inquieta, buscando salir a la luz. Sí, conocía al Maestro, y no solo lo conocía, sino que era uno de sus discípulos más cercanos. Y por esa misma razón, conocía las rígidas normas que el Maestro seguía, normas de las que no se apartaba ni por un instante. Este asunto, en particular, era uno en el que no mostraría misericordia.

El mensaje que había recibido en la plataforma secreta de la Hermandad de los Amos del Mundo había sido claro, pero en ese momento Jason no había comprendido del todo su gravedad. Recordaba cómo, tras pedir unos meses para arreglar las cosas en Hesperia, el Maestro había respondido con un simple pero inquietante mensaje: "De acuerdo, no olvides presentarme tu prometida."

Jason respiró hondo, sintiendo cómo el alcohol comenzaba a nublar sus pensamientos, pero también ayudaba a entumecer el miedo que lo había atenazado desde que comprendió las verdaderas implicaciones de esas palabras. Miró a Mei, luego a Li Wei, y finalmente volvió a posar su mirada en Amelia. Había tantas cosas que no podía decirles, cosas que podrían condenarlos a todos si las revelaba.

—Sí, conozco al Maestro de forma personal —admitió, su voz era un susurro tenso, cargado de un temor apenas contenido—. Es más, él me formó en ciertos conocimientos y me introdujo en… —Jason se detuvo, dejando la frase incompleta, consciente de que decir más podría ser demasiado peligroso—. Mi relación con él no es tan cercana como la de Inmaculada, pero no ocupo un mal lugar.

Amelia asintió lentamente, intentando comprender las implicaciones de lo que Jason había dicho. Si su relación con el Maestro no era tan cercana como la de su creadora, Inmaculada, ¿cuánto más debía temer por su vida? Sabía que Inmaculada estaba aterrorizada por algún conflicto con el Maestro relacionado con los gusanos, esos mismos gusanos que habían dado lugar a su existencia. Pero otras mujeres también habían sido creadas de la misma manera. ¿Qué la hacía a ella tan especial?

Buscando respuestas que no lograba encontrar, Amelia miró profundamente a los ojos de Jason, intentando leer en ellos algo que pudiera darle consuelo. Pero lo que encontró fue preocupación, y debajo de esa preocupación, un amor tan fuerte que casi le rompió el corazón.

—¿Qué tengo yo de especial? No soy la única creada con esos gusanos —se atrevió a preguntar, su voz era apenas un murmullo mientras volvía a llevarse la copa a los labios, esperando en vano que el alcohol calmara el torbellino de emociones que la consumía.

Jason sopesó si debía explicar más, si podía permitirles vislumbrar la verdad oscura que lo consumía por dentro. Sabía que mantenerlas en la ignorancia era lo más seguro, pero también era consciente de que, tarde o temprano, Amelia tendría que enfrentarse a esa verdad. Las implicaciones de su existencia eran demasiado peligrosas, y el conocimiento que Mei y Li Wei ya habían adquirido sobre los gusanos solo aumentaba el riesgo que todos corrían.

—Debéis confiar en mí —dijo finalmente, su tono era firme, pero había un rastro de súplica en sus palabras—. Jamás os pondría en peligro, pero por eso mismo debo ocultaros ciertas cosas.

Jason desvió su mirada hacia Mei, sus ojos cargados de advertencia.

—Y tú, Mei, no te atrevas a investigar sobre esto. Si te descubren, atraerás un peligro sobre todos nosotros, uno que está más allá de mi protección.

El peso de sus palabras cayó sobre Mei como una losa, su naturaleza inquisitiva chocaba con la advertencia de su hermano. Pero la seriedad en su voz, el miedo que reflejaban sus ojos, la hicieron asentir lentamente, sabiendo que no tenía más opción que confiar en él.

El ambiente en la biblioteca seguía siendo sofocante, pero ahora había una comprensión tácita entre ellos, una aceptación del peligro que los acechaba. Estaban juntos en esto, unidos por un lazo de confianza que, aunque frágil, era lo único que les quedaba mientras se preparaban para enfrentar el oscuro destino que los aguardaba.

Jason se levantó lentamente, como si cada movimiento fuera pesado por el peso de sus pensamientos. Se acercó al intercomunicador y, con una voz tensa, ordenó al mayordomo que trajera unos tentempiés a la biblioteca. Había consumido mucho alcohol, y era tarde. Necesitaban cenar y aún quedaba pendiente discutir en mayor profundidad el tema de Sandro.

El silencio volvió a caer sobre la habitación mientras esperaban la comida. Ninguno de los cuatro se atrevía a romperlo; la tensión en el aire era tan densa que parecía que incluso las palabras podrían hacerlo estallar. Sabían que cualquier conversación podría ser escuchada por el servicio cuando trajeran la comida, y la situación era demasiado crítica para arriesgarse. Así que se quedaron en silencio, sus mentes divagando en sus propios miedos y dudas.

Li Wei, sentada en un rincón, se preguntaba si había cometido un error al involucrarse en todo esto. Sabía que había traspasado una línea al aceptar la explicación de Amelia y Jason sobre los gusanos, pero la incredulidad aún pesaba en su mente. No era bióloga, pero la idea de un gusano capaz de cambiar el sexo de una persona le parecía más cercana a la magia que a la ciencia. Incluso si ocurriera una mutación en cada célula del cuerpo, ¿cómo podría transformarse un cuerpo ya desarrollado de una manera tan drástica? La lógica científica chocaba violentamente con la realidad que le estaban presentando, y eso la dejaba inquieta.

Mei, por otro lado, luchaba contra su propia curiosidad natural. Sentía un fuerte impulso de investigar más sobre todo esto, pero la advertencia de su hermano había sido clara y directa. Jason no era de los que hablaban en vano, y si él estaba tan preocupado por el Maestro, debía haber una buena razón. Sin embargo, las insinuaciones de Jason sobre este ser eran vagas y desconcertantes, dejándola sin un punto de partida claro para sus indagaciones. Mei odiaba sentirse impotente, pero esta situación la dejaba con más preguntas que respuestas.

Amelia, en un intento por buscar consuelo, se levantó y se sentó en el regazo de Jason. Aparentaba estar débil y asustada, una estrategia consciente para reforzar la necesidad de protección que él sentía por ella. Sabía que los hombres, especialmente Jason, tenían un instinto protector hacia las mujeres que amaban, y en este momento, ella necesitaba ese abrazo, tanto para reconfortarlo como para reconfortarse a sí misma. El aroma familiar del perfume de Jason, mezclado con el calor de su cuerpo, la ayudaba a calmar el torbellino de miedo que giraba en su interior.

Jason, por su parte, se encontraba atrapado en un dilema. Su mente iba y venía entre la idea de contactar al Maestro o buscar consejo en Inmaculada. No quería perder a la mujer que ahora se acurrucaba entre sus brazos, pero el temor al Maestro lo paralizaba. Tal vez estaba exagerando, tal vez el Maestro solo quería verla por curiosidad, para medir su poder. Pero la incertidumbre lo corroía por dentro, haciendo que cada minuto de silencio se sintiera como una eternidad.

Finalmente, la puerta se abrió, y un par de sirvientes entraron con varias bandejas de comida. El aroma tentador de las delicatessen llenó la biblioteca, aliviando un poco la tensión que colgaba en el aire. Los platos, aunque no excesivos para una cena, estaban llenos de una gran variedad de exquisiteces que mostraban el esmero con que habían sido preparados. Había miniaturas de tartas saladas con hojaldre crujiente y relleno de queso de cabra y cebolla caramelizada, finas lonchas de jamón ibérico acompañadas de pan de cristal y tomate rallado, y pequeñas porciones de foie gras sobre tostas de brioche. También había una selección de mariscos frescos, con gambas rojas y ostras acompañadas de limón y salsa mignonette, y un surtido de quesos franceses de aroma intenso y textura suave.

Los sirvientes colocaron las bandejas sobre la mesa central con movimientos precisos y silenciosos, y luego se retiraron tan discretamente como habían llegado. La comida, con sus colores vibrantes y aromas embriagadores, parecía un pequeño consuelo en medio de la oscuridad que se cernía sobre ellos. Sin embargo, ninguno de los cuatro se movió de inmediato para servirse. La comida, aunque tentadora, era solo una pequeña distracción del miedo que seguía rondando en sus corazones.

Finalmente, Jason tomó la iniciativa, alcanzando una de las bandejas y sirviendo un poco de cada cosa en un plato. Lo hizo con movimientos lentos y deliberados, como si cada acción le ayudara a centrar su mente en el presente y apartar, aunque fuera por un momento, los oscuros pensamientos que lo atormentaban. Amelia, Mei y Li Wei lo siguieron en silencio, cada una de ellas tomando un poco de la comida, pero sin mucho entusiasmo.

Mientras comenzaban a comer, el peso de lo que había sido dicho y lo que aún quedaba por decir se cernía sobre ellos como una nube negra. Sabían que la cena era solo un respiro antes de volver a enfrentar la realidad de lo que debían hacer. Pero por ahora, en ese pequeño momento de calma, todos intentaron encontrar un poco de paz en medio del caos que los rodeaba.