Amelia y Jason llegaron a la imponente mansión de Inmaculada Montalbán en la tarde, con el sol de verano aún alto en el cielo, proyectando sombras suaves sobre la moderna fachada de la mansión. La estructura, rodeada de altos muros y exuberantes jardines, emanaba una atmósfera de lujo y sofisticación. Las amplias ventanas de cristal reflejaban la luz del sol, creando destellos que añadían un aire de majestuosidad al lugar.
El coche se detuvo frente a las grandes puertas automáticas que se abrieron silenciosamente para darles paso. El chófer, vestido impecablemente, abrió la puerta trasera para que Jason y Amelia pudieran descender. Amelia, aún abrumada por el ataque recibido en las redes sociales y la rueda de prensa, miraba la mansión con una mezcla de asombro y aprensión. Jason, a su lado, mantenía una expresión de calma controlada, pero por dentro, la preocupación por su futuro en el Grupo Xiting y la incertidumbre sobre el éxito del ritual lo consumían.
Al salir del coche, Amelia sintió la calidez del aire y el aroma de las flores de verano que llenaban los jardines. Jason se acercó a ella y, con una sonrisa forzada, le tomó la mano. Ambos se dirigieron hacia la entrada principal, sus pasos resonando en el camino de piedra pulida. Los ojos del personal, que aguardaba en la entrada, mostraban una mezcla de respeto y curiosidad mientras los saludaban cortésmente.
—Bienvenidos, señor Xiting, señorita Antúnez —dijo uno de los mayordomos con una inclinación de cabeza—. La señora Montalbán los está esperando en el salón principal.
—Gracias —respondió Jason, apretando suavemente la mano de Amelia en señal de apoyo.
Cruzaron el umbral de la puerta, adentrándose en el amplio vestíbulo iluminado por elegantes lámparas de cristal que colgaban del alto techo. Las paredes estaban decoradas con modernas obras de arte y esculturas que hablaban de un gusto refinado y caro. A pesar de la grandeza del lugar, Amelia no podía sacudirse la sensación de opresión que la había acompañado desde los eventos de esa mañana.
Mientras avanzaban por el vestíbulo, Amelia y Jason guardaban silencio. Cada uno, inmerso en sus propios pensamientos, intentaba no mostrar su vulnerabilidad. Amelia se preocupaba por el ataque mediático y el impacto que podría tener en su futuro. Sentía el peso de las miradas y los comentarios venenosos aún frescos en su mente. Jason, por su parte, estaba angustiado por la posibilidad de ser cesado del Grupo Xiting y por la incertidumbre de si el ritual realmente tendría éxito en proteger a Amelia.
A pesar de sus esfuerzos por parecer fuerte, Jason notaba la tensión en Amelia. Se daba cuenta de su fragilidad en esos momentos, pero no encontraba las palabras adecuadas para consolarla sin añadir más presión a su ya sobrecargada mente. Amelia, por otro lado, percibía la preocupación en los ojos de Jason cada vez que la miraba, y aunque quería ofrecerle palabras de aliento, temía que cualquier comentario pudiera aumentar su ansiedad.
Este silencio, cargado de emociones no expresadas, hacía que ambos sintieran que el otro estaba pasando por algo difícil sin tener el valor de hablarlo. Cada paso que daban por los elegantes pasillos de la mansión de Inmaculada los acercaba más a su destino, pero también profundizaba la distancia emocional que el silencio estaba creando entre ellos.
Finalmente, llegaron al salón principal, donde Inmaculada los esperaba con una sonrisa serena. La sala, lujosamente decorada con muebles de diseño moderno y cortinas de seda, irradiaba una calidez que contrastaba con la tensión que ambos llevaban por dentro.
—Jason, Amelia, bienvenidos. Por favor, siéntense —dijo Inmaculada, extendiendo una mano hacia los sofás dispuestos alrededor de una mesa de café de vidrio y acero.
Amelia y Jason se sentaron, sus manos aún entrelazadas, intentando encontrar consuelo en el contacto físico mientras sus mentes seguían llenas de incertidumbre y preocupación. Inmaculada se acercó con un equipo médico, y Amelia frunció el ceño con curiosidad.
—Amelia, necesitamos hacerte una analítica de sangre para unos exámenes importantes —explicó Inmaculada, manteniendo su tono amable—. Será rápido y prácticamente indoloro.
Amelia asintió, extendiendo su brazo mientras una enfermera se acercaba con una aguja y un pequeño vial. Jason la observó atentamente, su preocupación visible en sus ojos. La enfermera trabajó con destreza, extrayendo la sangre de Amelia en cuestión de segundos.
—Listo —dijo la enfermera, retirando la aguja y colocando una pequeña venda en el brazo de Amelia—. Todo hecho.
Inmaculada sonrió y guardó el vial con cuidado. —Gracias, Amelia. Esto es necesario para asegurarnos de tu bienestar. Ahora, quiero que aproveches esta visita para pasar tiempo con tus antiguas compañeras. Sé que hiciste amistad con Lucía. Jason y yo tenemos algunos asuntos que tratar, así que estarás en buena compañía.
Amelia asintió, un poco decepcionada de no pasar más tiempo con Jason, pero también emocionada por ver a Lucía. La condujeron a través de largos pasillos hasta llegar a una zona de la mansión, donde las novatas estaban prisioneras como ella lo había estado.
Al entrar, se dirigió directamente al área de estudio esperando encontrar allí a su amiga. La sala, con sus estanterías llenas de libros y mesas de estudio, tenía un aire de serenidad interrumpido solo por el murmullo de páginas y el sonido ocasional de teclas. Amelia vio a Lucía sentada en su puesto, estudiando sobre seducción. Lucía levantó la vista y la expresión en su rostro pasó de sorpresa a una frialdad distante.
—Hola, Lucía. ¡Qué alegría verte! —dijo Amelia, acercándose con una sonrisa, intentando ocultar la inseguridad que sentía.
—Hola, Amelia —respondió Lucía, soltando el ratón y reclinándose lentamente en su silla—. ¿A qué debo el honor de tu visita? ¿Vienes a presumir tu nueva vida y tu suerte?
Amelia sintió una punzada de dolor ante el tono ácido de Lucía. —No, Lucía. Vine porque te extraño y quería saber cómo estabas —respondió con sinceridad, intentando mantener la calma.
Lucía arqueó una ceja, su mirada llena de desdén. —¿De verdad? —replicó, cruzando los brazos—. Porque parece que solo quieres restregarme en la cara tu nueva vida perfecta.
Amelia se quedó sin palabras por un momento, sintiendo la distancia entre ellas. La habitación, que antes le parecía un refugio, ahora se sentía fría y hostil. —Lucía, yo no quería que esto nos separara. Pensé que podríamos seguir siendo amigas.
Lucía la miró fijamente, sus ojos llenos de resentimiento y algo más profundo, quizás dolor. —Es difícil ser amigas cuando una de nosotras consigue todo mientras la otra sigue estancada y con la presión de terminar en un burdel.
Amelia sintió una mezcla de tristeza y frustración. No quería perder a su amiga, pero entendía el resentimiento de Lucía. —Lucía, no es tan fácil como parece. Estoy enfrentando muchos desafíos y necesito el apoyo de mis amigas, no su desdén.
Lucía soltó una risa amarga, el sonido resonando en la habitación silenciosa. —Bueno, parece que tendrás que arreglártelas sola. —Se levantó de su puesto y, con un gesto de desdén, salió de la habitación, dejando a Amelia sintiéndose sola y herida.
Amelia la siguió con la mirada, sintiendo una creciente desesperación. Finalmente, se armó de valor y fue tras ella. Encontró a Lucía en el pasillo, mirando por una ventana con los brazos cruzados.
—Lucía, espera. No te vayas así —dijo Amelia, su voz temblando ligeramente.
Lucía se dio la vuelta, sus ojos brillando con una mezcla de furia y dolor. —¿Qué más quieres, Amelia? ¿Qué esperas que haga?
Amelia dio un paso adelante, intentando conectar con su amiga. —Quiero que entiendas que yo no elegí esto para hacerte daño. Solo han pasado tres días desde que salí de aquí. ¿Qué esperas que haya podido hacer para ayudarte en tan poco tiempo?
Lucía la miró en silencio, procesando sus palabras. Después de un momento, su expresión se suavizó ligeramente. —No lo sé, Amelia. Todo esto es tan injusto. Ver cómo te vas y yo me quedo atrapada aquí... duele.
Amelia asintió, comprendiendo su sentimiento. —Lo sé, Lucía. Pero no me he olvidado de ti. Estoy tratando de encontrar una manera de mejorar las cosas, para las dos. Solo necesito un poco de tiempo.
Lucía suspiró, su postura relajándose un poco. —Supongo que es difícil para todos. Pero ver tu éxito tan rápido... es difícil no sentir envidia. Llevo casi tres meses aquí y tú en menos de una semana lograste la libertad. Vienes con un vestido de diseñador, pendientes y collar de diamante. Y seguramente ni hayas sufrido abuso por parte de tu pareja.
—Y lo entiendo —respondió Amelia, dando otro paso hacia ella—. Pero en lugar de alejarnos, deberíamos apoyarnos. Ser fuertes juntas.
—¿Qué fuerza juntas? No sé por qué hoy estás aquí. ¿Crees que vas a poder venir a hablar conmigo cuando te plazca? El verte aquí sin haber sido devuelta es muy extraño. Jamás ninguna ha vuelto a este infierno.
—Lo siento, me están vapuleando en redes sociales, he debido salir a defenderme ante una jauría de despiadados periodistas. Me hacen levantarme a las seis para correr campo a través, me obligan a tomar duchas con agua fría, me atan en la cama y se espera que dirija una empresa donde todos me consideran una enchufada. Solo dame una oportunidad para coger más confianza con Inmaculada y lograr algo bueno para ti.
Lucía asintió, mostrando su expresión una mezcla de resignación y esperanza. —Está bien, Amelia. Supongo que puedo intentarlo. Lo siento, no sabía que estabas bajo tanta presión.
Amelia sonrió, sintiendo que un peso se levantaba de sus hombros. —Gracias, Lucía. Prometo que haré todo lo posible por ayudarte.
Las dos amigas se quedaron allí, en el pasillo, compartiendo un momento de comprensión y reconciliación. Aunque sabían que el camino por delante sería difícil, también sabían que juntas serían más fuertes.
Mientras tanto, Jason e Inmaculada se dirigieron a una sala privada decorada con símbolos antiguos y velas. La atmósfera estaba cargada de energía y misterio. Las paredes estaban cubiertas con tapices que representaban antiguos rituales, y en el centro de la sala había un altar adornado con cristales y hierbas.
—Es importante que este ritual salga perfecto. Necesitamos asegurar que todos recuerden a Amelia en lugar de Roberto —dijo Inmaculada mientras preparaba los elementos necesarios. Su tono era serio y concentrado, consciente del peso de la tarea que tenían por delante.
Jason asintió, consciente de la importancia del ritual. —Estoy listo. Hagamos esto —respondió con determinación, aunque su mente no podía evitar preocuparse por las posibles consecuencias si algo salía mal.
Inmaculada comenzó a entonar palabras en una lengua antigua, sus manos moviéndose con precisión sobre los elementos rituales. Encendió una serie de velas, cada una de un color diferente, y colocó el vial con la sangre de Amelia en el centro del altar. Con cada palabra pronunciada, la energía en la sala se intensificaba, creando un ambiente casi tangible de poder y misterio.
—Necesito tu energía, Jason. Este conjuro requiere más poder del que puedo canalizar sola —dijo Inmaculada, su voz firme pero con un matiz de urgencia.
Jason asintió y se colocó frente a ella, extendiendo sus manos hacia el altar. Inmaculada tomó sus manos, cerrando los ojos y concentrándose. Un pulso de energía comenzó a fluir entre ellos, una corriente de poder que se sentía como una vibración en el aire.
—Concéntrate en Amelia. Visualiza a todos los que conocieron a Roberto recordándola a ella —indicó Inmaculada, su voz ahora resonante y cargada de poder.
Jason cerró los ojos, enfocando su mente en Amelia, en su rostro, su voz, su presencia. Sentía la energía creciendo dentro de él, una fuerza que lo conectaba con Inmaculada y con el propio conjuro. La luz en la sala se intensificó, envolviendo a ambos en un resplandor casi cegador.
Inmaculada derramó unas gotas de la sangre de Amelia sobre un cristal, que comenzó a brillar intensamente. Jason podía sentir la energía fluir a través de él, conectándolo con el ritual de una manera profunda y espiritual.
—Esta sangre es la esencia de Amelia —murmuró Inmaculada, su voz resonando con una fuerza antigua—. Que su identidad se impregne en la mente de todos los que la conocieron como Roberto. Que la verdad se transforme y que Amelia sea todo lo que recuerden.
La energía en la sala alcanzó un pico, las palabras de Inmaculada envolviendo el espacio en un manto de poder. Jason sentía su fuerza drenarse, pero también la claridad del propósito y la importancia de lo que estaban haciendo. Sus manos temblaban ligeramente por el esfuerzo, pero no soltó las de Inmaculada, manteniendo el flujo de energía constante.
De repente, una luz envolvió a Jason y Inmaculada, llenándolos de una sensación de calor y claridad. La luz creció en intensidad, alcanzando un punto culminante antes de disiparse en un resplandor suave. Ambos cayeron de rodillas, exhaustos pero satisfechos.
Inmaculada bajó las manos, su respiración agitada pero su rostro mostrando una expresión de satisfacción.
—El ritual ha concluido —anunció, su voz ahora calmada—. Todos los que conocieron a Roberto en Harvard ahora recordarán a Amelia. La transición está completa.
Jason, jadeando, sintió una oleada de alivio. —Gracias, Inmaculada. Sabía que podía contar contigo —dijo, su voz llena de gratitud y cansancio.
Inmaculada asintió, también agotada. —Ahora, debemos asegurarnos de que Amelia continúe su camino sin sospechar nada. La protección debe ser completa.
Jason asintió, entendiendo la gravedad de la situación. —Lo haremos. Juntos, nos aseguraremos de que ella esté segura y pueda cumplir con su destino.
Con la sensación de haber logrado un avance significativo, aunque exhaustos, Jason e Inmaculada abandonaron la sala, listos para enfrentar los próximos desafíos con una renovada determinación y la esperanza de que el sacrificio de su energía no haya sido en vano.
Con el ritual terminado, Inmaculada sacó un pequeño frasco de cristal, su contenido resplandeciendo con una tenue luz dorada.
—Jason, esta poción garantizará la infertilidad de Amelia por un año. Otros métodos anticonceptivos no funcionan debido al gusano —explicó Inmaculada, su tono firme y seguro.
Jason frunció el ceño, preocupado. —¿Es seguro?
—Totalmente. Pero es necesario para evitar cualquier complicación. Sin embargo, no me fiaría demasiado del último mes. Será mejor volver a darle otra poción cuando se acerque ese momento —respondió Inmaculada—. Ya es cuestión de ustedes decidir año a año si quieren tener un hijo.
Jason tomó el frasco, agradecido pero también preocupado por la complejidad de la situación. —Gracias, Inmaculada. Haré lo necesario para protegerla.
Cuando Jason e Inmaculada regresaron al salón, encontraron a Amelia sola, mirando pensativa por una ventana. El sol de la tarde proyectaba suaves sombras en la sala, creando un ambiente sereno que contrastaba con las emociones intensas que ambos habían experimentado.
Jason se acercó y la abrazó por detrás, su abrazo lleno de calidez y protección. Amelia se giró y lo miró a los ojos, buscando respuestas en su expresión.
—¿Cómo fue tu encuentro con Lucía? —preguntó suavemente, su voz llena de preocupación.
Amelia suspiró, sintiendo el peso del encuentro con su amiga. —No como esperaba. Pero estoy bien —respondió, intentando ocultar la mezcla de tristeza y frustración que aún sentía. Mientras hablaba, notó el sudor y el cansancio en el rostro de Jason e Inmaculada. Su mente comenzó a divagar, preguntándose qué habría pasado realmente. ¿Habrían estado practicando algún tipo de actividad física intensa? La idea de que estuvieran involucrados en algo más íntimo cruzó su mente, pero la descartó rápidamente. Si Jason e Inmaculada quisieran estar juntos, ¿por qué la habrían entregado a él?
Jason, notando su distracción, apretó suavemente su mano. —Vamos a casa. Tenemos mucho que hablar y preparar —dijo, guiándola hacia la salida con una firmeza que intentaba transmitir seguridad y confianza.
Mientras caminaban hacia la salida, Inmaculada se despidió de ellos con una sonrisa cálida. —Jason, Amelia, espero que todo salga bien. Estoy aquí para lo que necesiten.
Amelia respondió con un leve asentimiento, pero no pudo evitar que su respuesta sonara un poco distante. Las dudas sobre la relación entre Jason e Inmaculada pesaban en su mente, sumándose a la preocupación por Lucía y la difícil situación en la que se encontraba.
—Gracias, Inmaculada. Apreciamos todo tu apoyo —dijo Jason, su tono serio pero agradecido.
Subieron al coche, y el chófer los saludó con una inclinación de cabeza antes de poner en marcha el vehículo. Amelia se recostó en el asiento, cerrando los ojos por un momento, intentando procesar todo lo que había sucedido.
El viaje de regreso estuvo envuelto en un pesado silencio. Jason, apesadumbrado por la situación en el Grupo Xiting y la complicada posición de Amelia, no encontraba las palabras adecuadas para consolarla. Amelia, por su parte, sentía un torbellino de emociones: la preocupación por Lucía, las sospechas sobre Jason e Inmaculada, y el constante ataque en las redes sociales.
—Jason, sé que hay muchas cosas que aún no entiendo —dijo finalmente, rompiendo el silencio, su voz cargada de incertidumbre—. Pero confío en que encontrarás una manera de resolver esto.
Jason la miró, su rostro sombrío. —Lo intentaremos, Amelia. Haremos lo que sea necesario —respondió, su tono reflejando la carga de sus propias preocupaciones.
Mientras el coche se alejaba de la mansión, Amelia miró por la ventana, viendo cómo el paisaje pasaba rápidamente. A pesar de las dudas y los miedos, sabía que no podía rendirse. Pero en ese momento, la determinación se mezclaba con una profunda sensación de inquietud y vulnerabilidad, consciente de que el camino por delante sería largo y difícil.