webnovel

Vendida al destino

Amelia no siempre fue Amelia. En una vida pasada, fue un joven que se dejó llevar por la apatía y la indiferencia, grabando en silencio una atrocidad sin intervenir. Por ello, una organización secreta decidió aplicar un castigo tan severo como simbólico: transformar a los culpables en lo que más despreciaban. Convertido en mujer a través de un oscuro ritual, Amelia se ve atrapada en un cuerpo que nunca pidió y en una mente asediada por nuevos impulsos y emociones inducidos por un antiguo y perverso poder. Vendida a Jason, un CEO tan poderoso como enigmático, Amelia se enfrenta a una contradicción emocional desgarradora. Las nuevas sensaciones y deseos implantados por el ritual la empujan a enamorarse de su dueño, pero su memoria guarda los ecos de quien fue, y la constante lucha interna amenaza con consumirla. En medio de su tormento personal, descubre que Jason, al igual que la líder de la organización, Inmaculada, son discípulos de un maestro anciano y despiadado, un hechicero capaz de alterar el destino de quienes caen bajo su control. Mientras intenta reconstruir su vida y demostrar que no es solo una cara bonita, Amelia se ve envuelta en un complejo juego de poder entre los intereses de Inmaculada y Jason, los conflictos familiares y las demandas del maestro. Las conspiraciones se intensifican cuando el mentor descubre en ella un potencial mágico inexplorado, exigiendo su entrega a cualquier precio. Para ganar tiempo, Jason e Inmaculada recurren a métodos drásticos, convirtiendo a los agresores de Amelia en mujeres bajo el mismo ritual oscuro, con la esperanza de desviar la atención del maestro. En un mundo donde la magia, la manipulación y la lucha por el poder son moneda corriente, Amelia deberá encontrar su verdadera fuerza para sobrevivir y decidir quién quiere ser en un entorno que constantemente la redefine.

Shandor_Moon · Urban
Zu wenig Bewertungen
96 Chs

002. La sentencia de Inmaculada

La jefa se levantó con gracia y caminó alrededor del escritorio, sus tacones resonando sobre el suelo de mármol. 

—Debes estar llena de preguntas, y todas tendrán respuesta a su debido tiempo. Pero primero, debes comprender tu nueva posición aquí —dijo, deteniéndose justo delante de Amelia—. Eres parte de un plan más grande y tu cooperación es crucial. 

Amelia intentó mantener la calma, pero el pánico estaba a punto de desbordarla. No se atrevía a hablar; cada palabra que salía de la boca de la jefa solo aumentaba su terror. 

—Tu nueva vida puede ser mucho más cómoda si decides cooperar desde el principio. Si no… —La jefa dejó la amenaza implícita en el aire, sin necesidad de terminar la frase. 

Amelia asintió lentamente, sintiendo que no tenía otra opción. Cada fibra de su ser estaba en alerta, consciente de que cualquier resistencia sería inútil y posiblemente peligrosa. 

—Ahora, levántate y sígueme. Te mostraré tu nuevo hogar y tus responsabilidades —ordenó la jefa, volviendo a su escritorio para recoger algunos documentos antes de dirigirse hacia otra puerta en la sala. 

Amelia se levantó con dificultad, sus piernas temblorosas por el miedo y la tensión. Siguió a la jefa, sintiendo el peso de su nueva realidad aplastándola con cada paso. El guardián la observaba en silencio, listo para intervenir si era necesario, pero Amelia sabía que no tenía opción más que seguir adelante. 

El terror y la incertidumbre eran sus nuevos compañeros, y mientras cruzaba otra puerta hacia lo desconocido, solo podía esperar sobrevivir a lo que fuera que la jefa tenía planeado para ella. 

Amelia siguió a la jefa hasta una habitación llena de pantallas donde un guardia observaba con cuidado. 

—Estos monitores controlan la zona de las novatas —dijo la jefa, señalando las pantallas. 

Amelia observó las pantallas con atención. Cada una mostraba diferentes habitaciones: dormitorios individuales, un gimnasio, una sala de estética y una de aprendizaje. En algunas habitaciones se veían otras mujeres, todas con la cabeza gacha, moviéndose con lentitud y resignación. El miedo en sus rostros hizo que Amelia se estremeciera. 

—Como ves, hay varias habitaciones: cada una para una de vosotras. Podéis elegir libremente estar en vuestra habitación, el gimnasio, la sala de estética o la de aprendizaje. Mientras no te comportes mal, eres libre dentro de esos límites. 

Amelia asintió sin terminar de entender hacia dónde iba la conversación. Miró los monitores: diez habitaciones, cuatro de ellas ocupadas por guardianes y mujeres dormidas. Las otras seis estaban vacías. Cuatro chicas estaban en el gimnasio y una en la sala de estudio, donde había diez puestos con ordenadores. 

—Volvamos a mi despacho —ordenó la jefa. 

Amelia siguió aterrorizada a la jefa, pero sin terminar de entender nada. Cuando volvieron al despacho, la jefa se sentó. No hizo falta volver a sentir la mano del guardián; Amelia se arrodilló en la posición anterior. 

—Te preguntarás quién soy yo, por qué has sido convertida en mujer y por qué te encuentras aquí. 

Amelia tembló ante las palabras de la jefa. No parecía esconder ninguna amenaza, pero si había sido convertida en mujer y privada de libertad, no podía esperar nada bueno. 

—Mi nombre es Inmaculada Montalbán Galán. 

Amelia conocía perfectamente el nombre. Inmaculada había levantado un emporio en solo diez años. Con solo treinta y dos años, era la mujer más influyente de la ciudad y, sin duda, una de las cinco o diez empresarias más influyentes del país. Aunque existían rumores de que no solo tenía negocios legales. 

—Veo que mi nombre no te es desconocido —sonrió Inmaculada al ver el reconocimiento de Amelia—. ¿Por qué has sido convertida? Participaste en una violación grupal y esta es tu condena. 

—Eso no es cierto, yo no hice nada —se defendió Amelia mientras recibía un golpe del guardián en la nuca con la mano abierta. 

—Efectivamente, no hiciste nada. Tampoco lo impediste ni lo denunciaste. Incluso lo grabaste —en la pantalla a la espalda de Inmaculada se veía el vídeo grabado por él. 

Amelia hundió la cabeza, avergonzada. No tenía defensa alguna. 

—He estado viendo tus redes. Consideras que la prostitución empodera a las mujeres, por lo cual te sentirás bien con tu castigo. Serás una mujer de compañía. Yo considero que la prostitución denigra a la mujer, pero no a los hombres convertidos en mujer. 

Amelia comenzó a llorar. No quería acostarse con otros hombres. No era gay, no podía hacerlo. 

—Si te muestras complaciente con los clientes, serás una escort de lujo; si no, serás vendida a alguna banda de trata de blancas. Si haces muy bien tu trabajo, podrías terminar bien y te ofreceré, dentro de unos años, la libertad y, si lo deseas, volver a ser hombre. 

Las palabras de Inmaculada resonaron en la mente de Amelia como una sentencia ineludible. Las lágrimas corrían por sus mejillas, marcando un camino de dolor y desesperación. Cada palabra pronunciada por la jefa aumentaba su sensación de terror e impotencia, llevándola a un abismo del que no veía salida. El futuro se presentaba ante ella como un panorama sombrío y lleno de sufrimiento. Amelia comprendía con una claridad dolorosa que su vida nunca volvería a ser la misma. 

—Sinceramente, espero que aprendas e incluso lleguemos a ser buenas amigas —sonrió Inmaculada, con una frialdad que erizaba la piel—. Tu currículum no es nada despreciable: hablas español, inglés y francés. Has terminado la carrera de económicas con un expediente de sobresaliente. Si aprendes cómo satisfacer a los hombres, podrías convertirte en una señorita de compañía muy demandada y bien pagada. Pero si todo va como pretendo, podrías terminar siendo la amante o incluso la esposa de un gran empresario. Eso, amiga mía, sería beneficioso tanto para ti como para mí. 

Amelia intentó procesar la afirmación de Inmaculada. Los contactos en el mundo empresarial lo eran todo, eso lo sabía bien. Pero la idea de pasar de ser una prostituta a convertirse en una señora de alta sociedad le parecía absurda, casi risible. ¿Cómo podía pensar en algo así? La contradicción era abrumadora, y la esperanza que Inmaculada intentaba ofrecerle se sentía vacía y lejana. 

—¿De verdad crees que una prostituta puede convertirse en una señora respetable? —murmuró Amelia, más para sí misma que para Inmaculada. 

La jefa, percibiendo su incredulidad, mantuvo su sonrisa calculadora. 

—La vida da muchas vueltas, Amelia. Las apariencias pueden cambiar y con ellas, las percepciones de la sociedad. Con los contactos adecuados y tu inteligencia, podrías escalar posiciones que ahora te parecen inalcanzables. Claro, todo depende de tu disposición a aprender y a adaptarte a tu nueva realidad. 

Amelia bajó la cabeza, sintiendo el peso de las expectativas de Inmaculada. La promesa de libertad y una posible vuelta a su identidad masculina eran un anzuelo tentador, pero la humillación y el horror de lo que tendría que pasar para llegar allí le resultaban insoportables. Pese a todo, una chispa de determinación comenzó a encenderse en su interior. Si había una posibilidad, por mínima que fuera, de recuperar su vida o incluso de cambiar su destino, tendría que encontrar la manera de soportar y superar las pruebas que se avecinaban. 

Amelia sabía que el camino sería arduo y lleno de sufrimiento, pero ahora tenía un objetivo, una esperanza por la que luchar, aunque fuera ínfima y distante. 

—¿Qué castigo espera a mis amigos? —se atrevió a preguntar Amelia. Si a ella, por simplemente no haberlos detenido y haber grabado la escena, la condenaban a ser mujer y prostituirse, ¿qué castigo podría haber para ellos? 

—A tus cuatro amigos ya los has visto, aunque aún no han despertado. Serán vendidos a una red de trata de blancas. Sus acciones no tienen redención posible y sus currículums no son tan sorprendentes —la sonrisa en los labios de Inmaculada le resultó terrorífica a Amelia—. Soy muy exigente con mis amigas. Deben haber cometido delitos leves, a mi parecer, y tener una buena base. Tú casi no te salvaste; el no hacer nada es un delito leve, pero grabar la escena es un delito grave. Sin embargo, como no llegaste a compartir el vídeo y tu currículum es tan sorprendente, he decidido darte una oportunidad. 

—¿Y las madres de esos hijos? ¿Ellas no son mujeres dignas de tu piedad? 

—Esas madres fracasaron al educar a sus hijos. Ya basta de desafiar mi decisión. —Eduard, llévate a Amelia a estética y luego a tomar las fotos para la subasta de su virginidad. Después de eso, enséñale el resto de las instalaciones y explícale cómo funcionan —la voz de Inmaculada cambió a fría y despiadada. 

Por un momento, Amelia había pensado que podían ser amigas y discutir la decisión de igual a igual, pero ese cambio de tono dejó claras sus posiciones: Inmaculada era la jefa y ella, una simple herramienta. Sintió la mano de Eduard agarrarla del cuello, obligándola a levantarse y luego girándola hacia la puerta por la cual habían entrado inicialmente. 

Mientras caminaban de vuelta al ala de las novatas, Amelia avanzaba aterrorizada. No quería terminar siendo vendida para ser desvirgada por un extraño. Realmente le daba igual el comprador; seguramente solo sería un degenerado cuyo único interés en ella era añadir una virgen más a su cuenta. 

—Eduard, ¿cómo puedes vivir sabiendo lo que hacen con nosotras? ¿Cómo puedes ayudarla a ejercer su poder? —intentaba ganarse la simpatía de Eduard, quizás así él la pudiera dejar escapar. 

Eduard la miró de reojo, sin cambiar su expresión dura. 

—No es tan sencillo, Amelia. Todos tenemos nuestras razones para estar aquí. No pienses que tienes algún tipo de poder sobre mí con preguntas como esa. Tu lugar es seguir las órdenes y aprender a sobrevivir en tu nueva realidad. 

Amelia sintió un nudo en la garganta. La esperanza de encontrar un aliado en Eduard se desvanecía rápidamente. A medida que avanzaban, pasaron por otras chicas, todas con miradas vacías y resignadas. Cada una era un reflejo del destino que le esperaba si no encontraba cómo escapar. 

Llegaron a la sala de estética, un lugar luminoso y limpio, lleno de espejos y estaciones de trabajo. Varias mujeres estaban siendo atendidas, sus rostros y cuerpos transformados para satisfacer las expectativas de sus futuros compradores. Eduard la entregó a una esteticista, quien la miró con una mezcla de curiosidad y profesionalismo. 

—Prepárala para la sesión de fotos —ordenó Eduard antes de salir de la sala. 

Amelia se sentó en una silla, sintiendo la frialdad del cuero bajo ella. La esteticista comenzó a trabajar en su cabello y maquillaje, transformándola aún más en la imagen de perfección que se esperaba. Cada toque, cada pincelada la alejaba más de la persona que había sido. 

Mientras la preparaban, Amelia se perdió en sus pensamientos. La desesperación y el miedo la abrumaban, pero en algún lugar profundo de su ser, una chispa de determinación se encendía. Si había una mínima posibilidad de escapar, de cambiar su destino, tendría que encontrarla y aferrarse a ella con todas sus fuerzas. 

Una vez lista, la llevaron a un estudio fotográfico improvisado. Las luces brillaban intensamente, cegándola momentáneamente. El fotógrafo le indicó cómo posar, sus instrucciones eran frías y mecánicas. Amelia siguió cada indicación, su mente intentando bloquear lo que significaban esas fotos. 

—Perfecto, ahora una sonrisa —ordenó el fotógrafo, y Amelia forzó una sonrisa, aunque sus ojos seguían reflejando su terror. 

Después de la sesión de fotos, Eduard la recogió de nuevo y la llevó a recorrer el resto de las instalaciones. Amelia trataba de memorizar cada detalle, cada salida posible, aunque sabía que escapar sería casi imposible. Eduard le explicó el funcionamiento de cada área, pero Amelia apenas escuchaba, su mente aún atrapada en el horror de lo que le esperaba. 

Finalmente, regresaron al ala de las novatas. Eduard la dejó en su habitación, cerrando la puerta tras ella. Amelia se dejó caer en la cama, sintiendo que el peso del mundo caía sobre sus hombros. Las palabras de Inmaculada y la realidad de su situación la abrumaban, pero en el fondo, sabía que tenía que encontrar una forma de sobrevivir y, si era posible, de escapar de ese infierno.