Casimiro hacía el ridículo delante de Jake. Hablaban de un tema que no presté atención. Olía los cerezos ya en primavera. Las calles se llenaban de esas flores rosaceas.
—¡Ahaja, te convertirás en una flor así!— Se burló el castaño de Casimiro. Y le sacudió los pétalos del cabello.
—¡Uhg, vayan a un motel!— Les grité, no aguantaba sus cursilerías.
—¿Qué dijiste, cabrón?— Me tomó por el cuello, pero una voz algo femenina nos distrajo.
—¡Hermano!— Sieg se lanzó sobre el pelirrojo.
—¿Qué quieres?— Preguntó algo brusco.
—¡T-te traje la cena! Le ahorré el trabajo a la nana de prepararlo—
—Sieg, te dije ayer, que saldría a comer con mis amigos— Rechazó.
—¿L-lo hiciste? ¡Oh, sí, supongo que lo olvidé!—
—Con TU amigo, querrás decir, tengo prácticas. ¿Qué harás con la comida, Sieg?— Le pregunté.
—Supongo que la botaré—
—¡Qué desperdicio!— Concluí quitándole la lonchera.
—¡No lo hagas, Fred, terminarás muriendo por intoxicación alimenticia!— Advirtió.
—Dudo que tu hermano quiera matarte. Apuesto que no está tan mal— Abrí la lonchera y saqué el termo, probando un bocado de los fideos, los cuales estaban salado.
—¡Te lo dije!— Casi escupo la comida, pero me la tragué. Sieg estaba tan rojo que ya casi lloraba.
—No está mal...— Y me llevé otro bocado a la boca.
—¡Estás loco! No te hagas el way, seguro estás pensando que así lograrás tirarte a mi hermano— Me empujó.
—Mi problema si quiero follarme a tu hermano o no... Digo es lindo— Le revolví el pelo al menor. —A diferencia de tí, tú no sé de dónde saliste— Insulté dejándolos atrás.
Abrí los ojos lentamente, mirando el techo, y luego dirigiendo mi mirada a mi lado. Sieg estaba abrazando a mi cuerpo. Me froté los ojos. Volví a mirar al pelirrojo entre soñando y me di cuenta de lo que pasaba. —¡Carajos, Sieg!— Me caí de la cama.
—¿Mhm...? Buenos días— Bostezó.
—¿Qué mierda haces en mi cama, diablillo?— Apreté mi puño.
—No quería dormir solo... Así que me metí aquí—
—¡No puedes hacer eso! ¿Acaso te metes en la cama de cualquier hombre?— Me levanté con un dolor en el trasero por haberme caido.
—¡Vamos, Fred! ¿Qué hay de malo?— Reclamó, mientras abría el refrigerador.
—¿Quieres que te viole?— Destapé la leche para servirme un vaso.
—Uhm... Mhm...— Se mostró indeciso, balanceándose de lado a lado, con gestos nerviosos.
—¿Qué tienes en la cabeza, niño?— Apuñalé mi dedo en su frente dos veces.
—¡Ay! ¿Tú nunca has pensado en querer hacerlo con la persona que te gusta?— Preguntó, a la vez que se sentaba y le daba su té de manzanilla.
—Claro que sí... Pero, no me voy a lanzar sobre esa persona— Él infló sus mejillas.
—¡Te doy el consentimiento de atacarme y tú no haces nada!—
—Ya empezamos...— Suspiré. —Escucha, Sieg, hoy cuidaremos de mi hermanito, así que compórtate— Le di una tostada con paté.
—No soy un niño... Siempre me regañas—
—Sé que no lo eres— Tomé de su cara, divisando sus hermosos ojos. Sus pupilas que se dilataron poco a poco al verme. —Lo sé muy bien— Miré dentro de su pijama, que le quedaba bastante grande.
—¿Q-qué ves?— Se tapó sonrojado, así que me reí.
Me adelanté a comer mi desayuno. Sus ojos estaban clavados en mí. —¿No querías hacer cosas sucias conmigo?— Le sonreí de medio lado. —Entonces, ya deja de observarme así y termina tu comida— Me era gracioso avergonzarlo. Amaba sus mejillas ponerse tan rojas como su pelo.
Cerca de las 13:00 horas, tocaron el timbre. Mi padre traía a mi hermanito en brazos. —Buenas tardes, hijo—
—¡Hermano! ¡Hermano!— Él ansiaba tirarse a mis brazos. Lo tomé con emoción.
—¿Cómo está mi hermano favorito?— Pegué mi mejilla a la de él, provocandole cosquillas.
—En la mansión es un lío... ¿No vas a volver nunca, Fred?—
—¿Por qué no mejor contratan a una niñera?— Ella me frunció el ceño.
—Sabes que lo mejor para tu hermano es que crezca en familia— Iba a continuar regañandome, cuando el ruido de una bandeja caerse en el interior, llamó la atención de mi papá. —¿Estás con alguien?— Abrió los ojos como platos y entró.
—Lo siento, la bandeja estaba muy arriba— Confesó apenado.
—Fred, tenemos que hablar ahora—
—Loan, ve con mi amigo Sieg— Solté al pequeño y salí afuera con mi papá.
—¿Qué pasa?— Me crucé de brazos, sabiendo que me diría.
—¿Estás conviviendo con alguien?—
—Sí...— Me limité a responder.
—Fred, no tengo nada contra tus gustos, pero ese chico es un omega... Además como vicepresidente de la compañía, deberías saber con quién te estás relacionando. Ya deja tus tontos caprichos y cásate con una beta. Si tienes problemas con encontrar yo puedo programarte citas—
—¡Ya cállate, papá!— Grité. —Me importan una mierda esas mujeres betas. ¿¡Y qué si vivo con un omega!? ¿¡Y qué si quiero casarme con un omega!?— Dispersé mi furia, sorprendiendola. Nunca le alzaba la voz, pero a esta altura de la vida, ya estaba cansado.
—¿¡Quieres poner en riesgo a la compañía!?—
—¡A la mierda la compañía!— Se espantó y frunció el ceño del mismo modo que yo.
—¡Tu hermano dependerá de ella en un futuro también!—
—¡¿Y quieres que renuncie a todo lo que quiero por la estúpida compañía?!— Exclamé. —Tus estúpidos planes mataron a mi hermana... No harás lo mismo conmigo—
Nos inundó un pesado silencio. —Yo quise hacer lo mejor para Guinea...—
—Pues, que la controlaras tanto terminó matándola—
—... ¿Tu amas a ese chico?— Preguntó.
—¿Te interesa si es así o no?—
—Quiero que al menos vuelvas a la mansión, no me importa que traigas a ese chico o no...—
—No volveré— Le interrumpí. —Así que deja de molestarme...— Cerré la puerta tras de mí.
El pelirrojo estaba jugando a las muñecas con mi hermano. Tal escena me provocó una sonrisa. Sieg desprendía un aura maternal. Cuando mi padre busque los antecedentes de Sieg no lucirá nada contenta.
—¿A qué juegan?— Me uní.
—¡La princesa escapó del castillo para ver a su príncipe!— Comentó el menor.
—Traeré los demás juguetes— Fui a buscar el castillo y las demás muñecas que guardaba para cuando Loan venía a jugar.
—¡Hermanito, tengo hambre!—
—Calentaré el almuerzo— Se dispuso Sieg a hacerlo.
—¿Te divertiste con Sieg?— Me senté a su lado.
—¡Shi!— Dijo. —Hace perfectamente la voz de la princesa— Se alegró.
—Eso es porque Sieg es como una princesa— Reí.
—¿Es una princesa?— Iluminó sus ojos.
—Así es, una muy linda por cierto—
—¡Genial!—
—¡Lávense las manos, voy a servir!— Mandó el pelirrojo, por lo que nos dirigimos a lavarnos las manos y luego sentarnos a comer.
—¿Cómo te ha ido en casa, Loan?— Le pregunté.
—Mhm... Mamá pasa todo el día en el teléfono— Dijo revolviendo la comida y manchándose.
—Loan, te estás manchado— Le coloqué el babero. —¿Entonces, no te ponen atención en casa?—
—Papá nunca cumple sus promesas— El niño se entristeció.
—Mhm... ¿Qué te parece si vamos al acuario mañana?— Él se alegró enseguida.
Luego del almuerzo, dejamos al pequeño jugando, y me llevé a Sieg hasta mi habitación para hablar. —Gracias por jugar con él— Dije avergonzado.
—No es nada, además es tan lindo como tú— Rió por lo bajo. —Me dijo que tenía tres años, pero ya habla bastante bien—
—Sí, es un niño inteligente— Un silencio incómodo se hizo presente. —¿Quieres venir también al acuario?—
—Yo...—
—¡Entiendo si no quieres! Cuidar un niño es agotador, además puedo dejarte mi tarjeta para mañana— Él abrió sus ojos sin creérselo.
—¡Fred, me complicas la vida!— Exclamó dramático. —La tarjeta negra o acompañarte... ¡No puedes hacerme escoger!—
—¿La tarjeta es más importante que yo?— Se la mostré y él la miraba babeando.
—N-no... Claro que no— Moví la tarjeta de izquierda a derecha y sus ojos la siguieron. —¡Ah, ya está bien!— Me abrazó. —¡Iré con ustedes! Pero, guardarla, por favor— Hice lo que dijo y acaricié su pelo.
—Buen chico—
—Sin embargo, quiero que me dejes dormir contigo—
—¿Disculpa? ¿Estás en posición de demandar algo?— Él hizo un puchero molesto. Se abrazó a mi cuello y susurró en mi oído.
—Vamos, Fred~— Se quejó. —Puedo ser todo tuyo a cambio— ¿Qué clase de negociación es esta?
—Ahaja, no tendrás mi tarjeta—
—¡Rayos!—
Salimos de la habitación. Encontrando al pequeño durmiendo en el suelo. —Vaya forma de dormir— Lo tomé con cuidado y lo llevé a la habitación de Sieg. Lo acosté en la cama, arropandolo con cuidado.
—¿Dormiré en tu habitación?— Yo asentí ligeramente sin despegar la vista de mi hermanito. —¿Es en serio?—
—Lo es— Lo miré.
—... Serás un buen padre si decides tener hijos— Murmuró.
—Eso lo dices porque me viste cuidando a mi hermano... No es lo mismo— Respondí.
—Pero, eres muy fraternal—
—¿De dónde sacaste eso?— Él tomó de mi manga.
—Siempre fuiste fraternal conmigo...— Se sonrojó notoriamente.
—Bueno, tal vez fui algo protector contigo, al fin de cuentas me gustabas— Me adelanté a ir al living.
—¿Eh? Espera... ¿A qué te refieres?—
—Te lo dije antes... En la secundaria estaba enamorando de tí— Admití.
—Nunca me lo dijiste en ese entonces— Agachó la mirada y se encogió en sus manos.
—Lo lamento, yo no tenía idea de cómo expresartelo— Se sentó, mientras yo ordenaba los juguetes tirados. No obstante, mentía respecto a que no sabía expresarlo solo era un cobarde que no podía decírtelo. Simplemente, era tan imbécil, para no darme cuenta de lo mucho que te quería. Inconscientemente escribí mil canciones sobre tí, que encerré en un solo lugar. Pero, jamás con el valor de cantarlas, así que prefería dárselas a mi hermana. Al menos alguien las cantó por mí.
Lo abracé con ternura. —Haré un esfuerzo para que las cosas mejoren para tí desde ahora.—
—Está bien— Pareció perdonarme.
Me acerqué a la alacena y saqué la leche en polvo. —Lo despertaré dentro de poco. Todavía es un bebé, necesita su leche—
—Puede que yo también necesite leche más tarde— Se precipitó a tocar mi miembro sobre mis pantalones.
—¡Sieg, maldita sea!— Le grité. —¡Anda a hacer algo productivo!— Él me hizo un puchero y abrió su computadora.
—El sexo es productivo—
—¡Que hay un niño aquí, joder!— Él rió levemente. —Eres un diablillo sin vergüenza— Me observó coqueto desde el sillón.
—Pero, te encanta éste diablillo— Yo no contesté.
Entonces, unos débiles brazos me rodearon. —Sígueme el juego al menos... No seas aguafiestas, Fred—.
—Yo no soy aguafiestas— Suspiré y dejé las cosas sobre la mesa. —En la noche podrás decir y hacer lo que quieras, pero ahora no...— Le susurré y el sonrió nervioso.
—Es una promesa, no la olvides— Yo asentí indiferente. Me adentré a la habitación con el tachito de la leche. —Oye, mocoso, despierta— Me senté al lado. —Está bien que te eches una siesta, pero no te pases de la hora, después no dormirás en la noche—
—¡No quiero!— Se cubrió hasta arriba.
—¿Qué dijiste, mocoso?— Lo destapé y le hice cosquillas con una mano, provocándole una fuerte carcajada. —Traje tu leche— Se limpió las lágrimas de diversión y recibió su leche. —Bien— Le revolví el pelo. —Después podemos hacer origamis—
—¡Yei!— Sonrió.
Me levanté viendo un menú de comida para pedir. —¿Qué tal si pedimos algo Sieg?— Me acerqué al sillón.
—¿Qué hay?— Revisó los folletos. —¿Comida rápida?—
—No quiero mal criar a Loan, mañana podemos pasar a comer eso—
—¿Churrascos?— Me mostró la promoción.
—Pediré eso. ¡Loan, hey! ¿Quieres un sándwich de churrasco?—
—¡Sí, quiero! ¡Italiano!— Saltó en la cama.
—Te vas a sacar la mierda, no saltes en la cama— Dije tomando el teléfono y pidiendo la comida. Se demorarían en llegar, así que teníamos tiempo de sobra. —¡Loan!— Lo tomé y me lo llevé hasta el living.
—¡Yo quería saltar en la cama!—
—¡Qué no, que te ibas a sacar la mierda saltando ahí!— Insistí. Sieg se reía con nuestro escándalo.
El pequeño niño, llegó saltando de la emoción al acuario. No paraba de moverse en pecera a pecera, volviendo a la misma, una y otra vez.
—¡Hermano, hermano!— Me jaló del pantalón. —¡Mira, mira!— Infló sus mejillas igual que el pez globo.
—¡Ahajaja! Me recordó a como las inflas tú, Sieg—
—No es cierto— Infló sus mejillas y lo fotografié. —¿Qué haces? ¡Borralo!— Levanté el teléfono obligándolo a saltar.
Luego de reir, caminamos hasta el centro. Donde hasta sobre el techo habían pececitos de colores. Me detuve a observar los peces ángeles.
—¡Fred, mira!— La pelinegra imitó a los delgados peces, poniendo la misma forma de beso que tenían.
—¡Ahaja! ¿Qué mierda?— Reí.
—¡Te hice reír!— Me apuntó y me sonrojé de la vergüenza.
—¡No es cierto!—
—¡Lo es, te vi!— dijo con una risita para sonreírme ampliamente.
—Bien, un punto para tí—
—¡Hermano, mira, habrá espectáculo de delfines!—
Enseguida el recuerdo de su muerte volvió a hacer de las suyas en mi cabeza. Sentí que me iba a desmayar.
—¡Fred!— El pelirrojo me agarró con esfuerzo.
Su vocecita me obligó a reaccionar. —Uhg...—
—¿Hermanito...?— Me miró triste Loan.
—¡Fue el agua! ¡Una ola acaba de golpearme!—
—¿Qué?— Se exaltó el niño.
—¡Una ola mágica que solo puedes ver pocas veces en este lugar!— Me inventé.
—¡Por eso casi te caes!— Sonrió el niño. —¿Dónde está esa ola?—
—El agua ya está en calma, Loan— Él se decepcionó.
Sieg me miró preocupado, no podía engañarlo a él. —Vamos— Lo tomé de los hombros, haciéndolo avanzar.
En la zona de espectáculos estaban realizando una actividad para los menores. —¡Hola! ¿Quisieran que su hijo se una?— Preguntó una de las encargadas.
—No se preocupen, su hijo estará a salvo con nosotros— Comentó uno de los cuidadores.
—Él no es... No importa... ¿Loan quieres ir?—
—¡Sí! ¡Sí, quiero también!—
—Tómense su tiempo para relajarse, vuelvan como en una hora— Nos dijo, por lo que asentí.
—Gracias— Los cuidadores fueron con un pequeño grupo de niños junto a los delfines.
Sieg estaba rojo como un tómate. —¿Qué sucede, ceresita?— Sonreí coqueto. —¿Te imaginaste algo raro cuando nos preguntó por ser los padres?—
—N-no...— Le tomé de la mano.
—Terminemos de recorrer este lugar— Nos movimos así, alejándonos de esa zona hasta las medusas. El sitio estaba oscuro, ya que gracias a la bioluminisciencia de las criaturas estas iluminaban la habitación.
—¡Oh, son hermosas!— Miró asombrado.
—Son tan grandes, y otras tan pequeñas— Casi como un espejismo la vi a ella moverse por el lugar. —¿Sabías que las medusas no tienen cerebro, ni tampoco un corazón?— Sonrió observándolas. —Nosotros los humanos pasamos mucho tiempo perdiendonos en el fondo de un mar de problemas, debido a los sentimientos y pensamientos... ¡Pero, mira! Estos animalitos viven pacíficamente. Aveces estaría bien no pensar— Se tapó los oídos sonriendo. —Y mucho menos sentir, solo quisiera dejarme llevar por mis instintos y por la corriente marina. — Corrió a abrazarme. —Pero, eso es imposible ¿No?—
Una lágrima emergió desde mi ojo. —¿Fred?— Sieg se acercó despacio. —¿Estás bien?—
—¿Sabías que las medusas no tienen cerebro, ni corazón?— Toqué el vidrio, mientras él me miraba preocupado. —Guinea me dijo eso en este mismo lugar— Me tapé la cara al notar que derramaba más y más lágrimas. —¡Mierda! Yo la había superado... Pero, de nuevo, se aparece en mi mente, arrastrándome...—
—La muerte de alguien es una pena que jamás se olvida— Él me abrazó. —Lo sé, así que solo déjalo salir... No tiene que tener una lógica el seguir llorando por tus seres queridos. Aunque hayan pasado años, esa tristeza, seguirá ahí, como una herida en tu corazón.— Lo abracé fuertemente. —Está bien— Reconfortó.
Sieg me ofreció su pañuelo, era el mismo que tenía desde el preescolar. —Gracias— Me limpié. —Creo que ya me habías prestado este pañuelo antes. Tiene tus iniciales— Él movió su pie nervioso, colocándolo en punta.
—No creí que recordarás eso...—
—Recuerdo a alguien con buenas intenciones— Le acaricié el pelo.
Caminamos, y más de las memorias de Guinea llegaron a mi mente. Ella caminando y moviéndose alegre. —¿Sabes lo que es enamorarte?—
—Tú cantas las canciones, Guinea— Rodé los ojos.
—Todas tus letras son sobre desamor... ¿No quisieras escribir algo más alegre?— Guinea trató de tocar el arcoiris, que se formó por el foco que apuntaba hacia al agua, y al mismo tiempo hasta mis pies.
—¿Algo más alegre...?— Miré el arcoris. Cerré los ojos y busqué la persona que me hacía volver desenfrenado e idiota.
Te conozco
Eres alguien especial
Algunos ven locura
Donde yo veo amor
Caes muy bajo
Pero vuelas muy alto
Los grandes soñadores vuelan
A cielo abierto
...
Fue parte de lo que canté. Y ella aplaudió, resonando en el desolado espacio. Canción que compuse pensando en ese loquillo pelirrojo introvertido.
Y aún ahora, deseo cantársela. Sin embargo, yo dejé la música cuando Guinea murió. Todas mis letras, cada audio, cada una de mis canciones, las encerré en ese cuarto de mi departamento, que pagué con mucho esfuerzo tratando de alejarme de mi familia. No tuve el valor de hacer desaparecer los sentimientos de mi yo adolescente, y mucho menos el retrato de Guinea. ¿Cómo me miraría ese chico de 16 años ahora? ¿Me escupiría a mí mismo a la cara? ¿Me golpearía? ¿O solo me daría una mirada indiferente y me pasaría por el lado?
Creí haber olvidado esa etapa gracias a Elián, pero creo que mi yo del pasado, seguía ahí, mirando a mis espaldas, conduciendome a actos caprichosos que jamás debí haber hecho. Pero, debería ser más valiente, como alguna vez me dijo Kenny, o lo que me dijo Jake... Por como soy, voy a terminar perdiendo todo. Y aquello era lo que menos quería, sobre todo ahora que tengo la oportunidad de arreglar todo lo que causé.
¿Sabes lo qué es enamorarte?
—Sieg— Llamé.
—¿Sí?—
—Me gustas—
Sin agregar más, lo tomé suavemente de su nuca. Acariciando con mis pulgares sus lóbulos.
No iba a perder, no iba a permitirme fallar una vez más. No en el momento que el destino me volvió a juntar con Sieg. No me acobardaré, nunca más, jamás.
Me di el tiempo de saborear sus labios, los que seguían siendo tan suaves y pequeños como la primera vez. Pude sentir un acercamiento de su parte. Él no me rechazaba. Mi mano izquierda lo agarró de la cintura y él se sostuvo de mi pecho. Hasta alcanzar mi cuello y rodearme. Llegando a un beso más intranquilo y apasionado. Casi olvidando que estabamos en un ambiente público. Solo eramos nosotros dos. El resto no importaba.
Ahora sí, podía ver a mi yo adolescente sonreírme a mí mismo. Cuidaría a este omega, no como un amigo, si no como un ser amado. No cometería el mismo error dos veces.
—Creo que nuestros deseos se cumplieron— Sonreí.
Definitivamente Guinea no busca vengarse de mí. Ella es un ángel que me cuida desde algún lugar. —Ya pasó suficiente tiempo.— Sostuve su mano. —Vamos a buscar a mi hermano antes que nos olvidemos de él— Reí.
Sieg me siguió algo confundido, pero sus mejillas demostraban que no estaba disgustado por la situación.