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Capítulo 2. Bifurcaciones

Hundido en el borde de la cama, mirando al piso, no recordaba más que el sueño del que había logrado despertar. Tenía la mirada perdida pero extrañamente radiante y de vez en vez las comisuras de sus labios dibujaban una sonrisa tímida. Miro hacia el balcón, aquel que le mostro el vacío, como esperando algo, espero unos segundos y nada, solo briza. El aire fresco tenía una fragancia que no conocía y le hizo ponerse de pie.

Ordeno cuanto pudo y el montón de ropa sucia de varios días la dejo caer en la canasta para lavarlas luego. Incluso barrio un poco y se deshizo de la basura que estaba en el rincón; botellas y envases a medio consumir de comidas sintéticas. Volvió a encender la música. Busco entre los cientos de canales de audio disponibles algo más tranquilo, no lo que solía escuchar. Un piano melancólico quedo de fondo; no sabía quién era, pero se sentía bien. El ruido de la calle tan solo aparecía cuando le prestaba atención; de otra manera era solo el golpetear de las teclas, como gotas de lluvia, que llenaba el espacio donde estaba.

Una ducha fría le haría bien. Abrió la llave y prefirió entibiarla un poco; los chorros de agua arremetían contra su cuerpo. Puso su cara enfrente, con los ojos cerrados; sintió como cada gota golpeaba la piel de su rostro, era más bien una caricia que poco a poco se volvía más tierna y dulce; no había temperatura, solo sensación. El corazón le brincaba dentro del pecho como si hubiera descubierto algo nuevo, desconocido. El agua no solo limpiaba su humanidad, sino que por dentro se iba purificando más y más; podía sentirlo perfectamente, dándole calma y cierta alegría.

Recordó muchas cosas, cuando era un niño y sus padres aun Vivian, recordó la época de colegio, los juegos, sus comidas preferidas y muchas cosas que le dieron felicidad en su momento. No pudo contener las lágrimas, se vio indefenso; ya no era un anarquista antisistema, no era un pseudo punk o un atormentado adulto; no era nada de eso; tan solo un hombre que tomaba una ducha. Se sintió aliviado y repuesto. No podía esperar a tomar sol allá afuera.

No perdió mucho tiempo pensando en cuál vestimenta usaría hoy, simplemente se vistió y salió. Bajó saltando, dando brincos infantiles por los pasillos y escaleras del viejo edificio. Se detuvo un momento ante la plazoleta abandonada y vio que era más bella de lo que recordaba, la luz de la tarde que se reflejaba entre los ventanales le daban una atmosfera cálida y misteriosa llena de matices; verdes, azules, amarillos, unos lilas y violetas; las hojas y ramas no solo se mecían al viento, sino que parecían moverse silenciosas como bailando; serpenteaban como aquellas antiguas odaliscas escondidas en mil velos. Alguna vez vio en internet un video de ese baile, le impactaron las caderas y la sensualidad de esas mujeres. Cierto erotismo se respiraba en el aire, todo parecía serlo.

Una madre con su hijo pequeño en brazos ingreso al edificio, llevaba unas bolsas con mercadería; el pequeño giro su cabeza para buscarlo con la mirada, al verlo dibujo una sonrisa que luego fue carcajada, de esas de niño, como ahogadas que salen del vientre. Claudio se apresuró para ayudar a la mujer, tan solo subiría 3 pisos. Ruborizada ella, le dio las gracias, algo tímida, como extrañada y no dejaba de verle mientras el bajaba nuevamente por las escalas, incluso se asomó y le grito "gracias", nuevamente pagándole con una genuina sonrisa casi coqueta. Claudio respondió con la mano en alto y siguió bajando motivado, tarareando una canción desconocida.

Una vez fuera del pórtico principal, la intensa luz del exterior lo encegueció gratamente. Ahí en la calle podías ver decenas de personas vendiendo cosas en el suelo y en carros improvisados; allá en la esquina la señora Miriam, como siempre, vendiendo sus famosos warzt, una bola de carne y verduras envuelta en una masita de arroz. Ella las hacia perfectas, ni tan fritas y luego esa salsa especial, receta de la casa. Se acercó a comprar una porción.

-- hola señora Miriam, ¿cómo le va? -- La mujer en sus 60s que se notaban por sus arrugas y pelo sin color, levanto la mirada del trance en aceite y bolas rellenas que flotaban. Burbujas y chirridos apagados en la olla hirviente. Los hermosos ojos grises le miraron sin reconocerlo. Claudio volvió a saludarla – hola, jajajaja, no se acuerda de mí, siempre le compro en las mañanas – en realidad era primera vez que la saludaba de esa manera, pero esta vez tenia las ganas de hacerlo.

-- Claudito, cierto. Mi niño como te ha ido. Yo acá como siempre poh, me ha ido bien, hoy he vendido arto. – la extrañeza le saltaba en la mirada, pero no podía ocultar la alegría que le producía la cordialidad del joven – en estos tiempos ya nadie saluda, mijito. Hoy se le ve distinto, creo haberlo visto vestido diferente, o no sé, algo se hizo. Se le ve bien. Jajaja, ya se está enamorado, eso debe ser — y volvió a dar vueltas las masas. Entrego 2 porciones mientras hablaba – ¿vas a llevar hoy?

-- por supuesto, me iré comiendo una en el camino. Y un agua natural – agregó – no. no, para nada, soltero aún. Todavía no encuentro a la correcta para mí, pero llegará.

-- ¿y dónde va tan contento? Casi nunca lo veo los domingos por acá – le acerca la fritura y un envase con liquido azulado – tome, acá tiene servilletas y un regalito – estira su mano y le alcanza un puñado de golosinas – valla no más, pórtese bien. – la mirada dulce le dijeron todo, era más que una sonrisa.

-- y usted también, que tenga un día hermoso señora Miriam --- acerco la muñeca para pagar y se despidió con un beso en la mejilla de la mujer. Ella lo abrazo, como quien abraza a su hijo luego de años.

La gente simplemente miro lo ocurrido, como si viera algo anecdótico, fuera de lo común y ciertamente lo era. Un temblor en el corazón casi le saco lagrimas; siguió su camino y disfruto como nunca esos warzt, no podían ser más deliciosos; siempre le ponía aderezos, pero esta vez los probo tal como eran y estaban increíbles.

Por la vereda veía personas caminar apresuradas, luchando contra el reloj, jaladas por invisibles cuerdas hacia sus destinos; en el rio cementado, los vehículos fugases se adelantaban entre sí y haciendo sonar sus bocinas cada poco metro, creaban un concierto de ruido y estridencias dolorosas. Ahora los rostros tristes de casi todos resaltaban aún más, las miradas perdidas parecían cuencas con canicas en su interior; podías ver la cueva oscura en la que estaban esos ojos perdidos. Hasta las pieles se veían marchitas y apagadas, con surcos que revelaban sus penas y dolores. Había sufrimiento y angustias que preferían ocultar, aunque para el eran evidentes.

Un hombre ciego acompañado de su robot guía, se metió en un pasaje un par de cuadras pasado el puente. Un pequeño rio cruzaba esa parte de la ciudad; el agua no estaba muy limpia, pero el sonido refrescante al pasar entre las rocas le relajó nuevamente y lo volvió en sí. Respiro profundo y continuó. El día estaba hermoso. Las nubes blancas como nieve flotaban sobre las cabezas en el océano inmenso allá arriba. El azul brillaba translucido, infinito; el sol de la tarde era amarillo, pero aun brillaba intenso y le daba vida a la ciudad. Nada lo interrumpía, había apagado su visor óptico; pero una notificación de emergencia lo saco de la realidad por un momento.

"Una explosión atribuida al grupo terrorista TAO, ha dejado a más de 50 heridos y 17 fallecidos, en el edificio central de la corporación Artemis…"

Claudio interrumpió el mensaje. Recordaba que esa empresa era la encargada de bienestar y reproducción. Había escuchado antes de unos ataques así, pero en otras zonas. El año anterior hubieron 2 en Asia y uno en Australia. Le había tocado personalmente redactar un informe sobre un virus informático que ataco sobre 2000 compañías, incluyendo donde él trabajaba. Nunca se reportó daño, pero descubrieron que las bases de datos habían sido robadas. El ataque se lo atribuyo el mismo grupo terrorista.

Decido meterse en el mismo pasaje donde el hombre ciego con su perro robótico había desaparecido; nunca había andado por ese sector.

A un costado de la calle, podía ver en vitrina a cientos de hombres acostados disfrutando la realidad virtual. Sabía que incluso muchos de ellos no solo jugaban ahí, sino que tenían vidas completas donde trabajaban y tenían familia. Nunca se atrevió a tanto, sabia lo atrapante que era y como no manejaba bien los vicios no quiso probar suerte. Sus amigos cada vez que podían le insistían en lo maravilloso que era. Los gráficos estaban tan avanzados que era indistinto a la realidad. Infinitos mundos virtuales, miles creados y destruidos cada día. Había rumores de personas que al morir en el juego también lo hacían en vida. Siempre quedo el rumor y oscuros relatos que encontrabas en la red. Esas cosas o no eran ciertas o simplemente se las ocultaba muy bien. La demanda cada año seguía en alza.

En la esquina del frente la heladería más famosa del planeta. Vendían un solo sabor y la gente podía esperar horas para ser atendida. Era realmente una delicia y maestría de la ingeniería alimenticia. Una crema transparente con chispas de colores que poseían activadores y moléculas inteligentes; una vez acoplados en tus neuro receptores específicos, no solo identificaban tus gustos más desconocidos y los gatillaban, sino que cada vez que lo probabas te daba una experiencia diferente. Era la sustancia más adictiva que conocía en el mundo y ya estaba prohibida en unos cuantos países. La fila para entrar al local, se extendía fácilmente 4 o 5 cuadras. Para algunos era el paseo esperado de fin de semana. No había quien no le gustara.

Para evitar la tentación prefirió fijarse en una muchacha de top translucido que cruzaba la avenida. La falda corta se levantó mostrando su ropa interior casi inexistente. Las aureolas inmensas tras la tela le hicieron olvidar por completo el famoso helado. Era común ver a las mujeres llevar ese tipo de atuendo. Todos parecían estar acostumbrados; de hecho, para Claudio le era de total indiferencia antes de este día. Ahora ver esa carne femenina era algo nuevo. Un cosquilleo en el estómago le bajo hasta los testículos y sintió un micro orgasmo que le estremeció la entrepierna. Era una sensación que no había sentido antes. La siguió, "como un psicópata", pensó el mismo, riéndose por dentro. Creyó que la mujer tenía algo especial, pero luego de unas cuantas cuadras de andar tras ella, otra de pelo rojizo apareció saliendo de un edificio. Vestía elegante con tacones altos y pantalones ajustados; los glúteos enormes se mecían a cada paso que daba. Sintió nuevamente esa fiebre que le hirvió por dentro y el cosquilleo fue incluso mayor. Luego se cruzó con otra y luego otras más, cada vez lo mismo. Algunas lo notaron y le devolvieron la mirada; directas como halcones cayendo a su presa. Claudio se intimido y cambiando de vereda busco un camino menos transitado. Necesitaba sentarse un momento[l1] .

Sin encontrar donde detenerse, se sentó unos minutos y bebió su agua de color azul. Hoy en día la hacían con vitaminas y minerales, además de otras cosas que eran desconocidas; hace mucho el agua para beber era de ese color. Habían prohibido el consumo de agua natural. "Te puede matar", decían los expertos; incluso el chequeo mensual acusaba todo lo que habías comido o bebido en esos días. Un hombre que vivía retirado fue detenido a los pocos días de su último examen. Lo mostraron en vivo como alerta sanitaria y su familia quedo en cuarentena. Nadie se atrevía a intentarlo siquiera.

Esos escalones estaban frescos y una sombra inmensa de un árbol al otro lado de la calle le cubría del sol que le daba directo. Unos pájaros silbaban en lo alto.

Una melodía se escuchaba distante; miro hacia varios lados buscando de donde provenía, algo en esos sonidos le resultaba familiar. Se quedó escuchando un rato hasta que logro recordar. La había oído hace muchos años, era la preferida de sus padres; una antigua canción cuyo nombre no lograba rescatar de su memoria, pero ahí estaba presente como si ayer mismo la hubiera escuchado. Se puso de pie y llevado por el viento avanzo con la mirada fija y guiado por sus oídos.

Un grupo de 4 jóvenes tocaba en la entrada del paseo Zodiac. "The Beatles" decía, un cartel improvisado puesto a los pies de la batería. La gente alrededor estaba eufórica, era un sonido que pocas veces escuchabas. Muchos pasaban de largo, probablemente con sus propios sonidos sintetizados directos al cerebro.

Claudio se quedó un rato, escucho 2 canciones más y cuando se detuvieron y recibieron algunos pagos, se acercó a ellos.

--- ¡la cagaron, excelente sonido! --- exclamo excitado por el descubrimiento. -- Así que, the Beatles. Quería preguntarles por una canción que tocaron antes…

--- hola, amigo --- dijo uno, el que tocaba guitarra. El resto ya estaba guardando los instrumentos y la audiencia siguió su rumbo. --- gracias, pero tampoco somos tan buenos; aunque pocos tocan análogo y nosotros aun lo intentamos, no es tan fácil. Si claro, ¿dime cuál?

--- a ver, déjame pensar; sería … mmm…mmm… la antepenúltima o, o una antes – trató de tararearla, pero no hubo caso, aunque la tenía en la punta de la lengua – se puso un poco rojo, le dio vergüenza no sabérsela.

-- tranquilo, si son canciones reviejas, ya nadie las recuerda; al menos se nota que te gusta esta música. Seria "While my guitar gently weeps". – comenzó a cantar mientras movía la cabeza siguiendo el ritmo de la letra. No era la canción, pensó Claudio, pero no se atrevió a interrumpirlo y supo que también conocía esa melodía. Un par de versos más y se detuvo riendo. – ¿esa era, cierto?

-- no, no era esa, pero que linda letra, wow. Fuerte en todo caso; creo entenderla. Eran algo como "la lara lalalala la", algo así ... – soltó al fin, el mejor intento que pudo.

--ahhh, ya te caché, esa es "Blackbird" – y nuevamente canto un poco, hasta que lo llamaron para irse. Un vehículo estacionado cerca toco la bocina y uno de la banda le grito agitando los brazos. – ya amigo, me tengo que ir. Que tengas buen día. Estrecharon las manos y se fue.

"Blackbird", se repitió varias veces contento. Había encontrado un nuevo tesoro. "The Beatles[l2] ".

Se paró frente a frente de la enorme entrada que se abría al paseo Zodiac; un enorme arco antiguo con cemento y fierro forjado. El metal se enroscaba y de él salían hojas por todos lados, en otros unas flores abiertas en diferentes posiciones; algo así como una enredadera se iba tejiendo hasta lo alto; el color se había perdido y los tintes oxidados le daban una imagen de hojas secas e incluso madera. Unas lucecillas colgaban junto a las enormes letras: "ZODIAC BOULEVARD - 1999". No era más que una calle para peatones; pero estaba repleta de tienditas antiguas que te hacían sentir en el pasado y esa sensación de nostalgia lograba invadirte; quizás el recuerdo de sus padres lo tenían así. No tenían tantos años, pero con todos los cambios que habían ocurrido, se podría decir que era una venta de antigüedades.

Elegantes maniquís, con telas estampadas, otras satinadas; largos vestidos que ya nadie usaba, ni las mujeres mayores. Por otro lado, enormes parlantes y televisores, de esos que quedaron en desuso hace más de 20 años. una tienda entera de juguetes infantiles ocupaba casi una cuadra entera; ahí dentro no había ningún niño, solo unos adultos viejos que miraban fascinados y escarbaban entre las cajas, como quien busca un tesoro. Un poco más allá un padre y su hijo, como de 7 años, bebiendo refresco y comiendo unas galletas, a sus pies unas palomas solitarias robaban las migajas.

A todo lo largo de esa calle, a una altura de 2 pisos bellos mosaicos de colores, armaban el firmamento. Los vidrios que aún quedaban pintaban hermosos paisajes en el pavimento, cuando el sol se atrevía a cruzarlos. Claudio se quedó atónito, era todo un espectáculo que nadie admiraba. Unas luces turquesas y otras anaranjadas se posaron sobre una de las mesas para comer que estaban afuera de una de los locales. Se acercó y espero a que alguien le atendiera.

-- señor, tome asiento – dijo un hombre de mediana edad que usaba un delantal negro. Un bordado a la altura del pecho decía "Stuttgart" en letras cursivas --- buenas tardes ¿qué le gustaría servirse? --- pregunto entregándole una impresión plastificada. Nadie más estaba en el local.

--- hola. No se la verdad. Quiero algo para beber y de esos biscochos rellenos que tiene allá – apunto con su mano hacia una vitrina en la entrada.

--- ¿qué le parece un jugo y una torta maría Antonieta. ¿Y un café americano? --- mostrándole en la hoja que le había entregado. La imagen se veía una torta negra de chocolate --- tengo mango, piña y naranja.

--- que sea naranja. ¿y eso, americano, que es?

--- ahhhh, jajajajajaja. ¿El café, dice? Bueno no es que sea americano, es una infusión que se hace con granos tostados de café. Es un líquido negro y amargo, pero tomarlo junto con la torta. Ahí vera. Le va a gustar --- se perdió dentro por unos minutos.

De pronto comenzó a salir un aroma que desconocía y se sintió embriagado. Se le hizo agua la boca y miraba al interior como un perrito que esperaba su comida. El hombre salió. Traía una bandeja con las cosas.

--- tome mi señor --- ubicando cada cosa en su lugar con delicadeza y precisión. Puso los cubiertos junto a la taza --- que disfrute.

--- muchas gracias --- respondió Claudio regalándole una sonrisa.

Bebió un sorbo grande de jugo. "Ahhhhhhh" --- no pudo aguantarse la satisfacción que su cuerpo sentía. Hacía mucho que no tomaba jugo natural, solo esos líquidos que le daban en el trabajo y los que vendían en las tiendas cerca de su casa. Corto un trozo de torta y procuro juntar el chocolate y el relleno que se le había escapado. En su boca los sabores explotaron. En su vida había probado algo así. Como era posible que no hubiera venido nunca a ese lugar, era simplemente maravilloso. Miro alrededor como queriendo decir "ustedes, miren lo que se están perdiendo, esto es una delicia".

Una alarma salto de repente en el visor óptico. "advertencia, la ingesta de azucares puede ser dañina para su cuerpo. Advertencia, la ingesta de azucares puede…". Claudio pestaño 2 veces y la notificación se canceló.

Aun no probaba aquel liquido negro, cuyo vapor le volaba la cabeza. Su color oscuro e intenso aroma, lo miraban con seducción, invitándolo a algo desconocido; tal vez el color le daba esa impresión. Comió otro trozo de torta y luego se atrevió, y soplando un poco para bajarle la temperatura sintió una infinidad de sabores; maderas, cerezas, vainilla, caramelo, chocolate, tierra, y otros que no supo determinar. Era cierto el sabor terminaba seco, amargo, pero ese elixir le dio un golpe de vigor, de energía; su corazón ahora galopaba. Se asustó un poco y apresurado llamo al hombre que lo había atendido. Le explico cómo pudo.

--- jajajajajaja. Tranquilo joven, está todo bien. El café es así. Jajajajaja. Teme un poco de juguito. Tranquilo --- siguió riendo, pero sin carcajadas. Los que pasaban se corrieron y miraron desde lejos. --- y eso que mi papa, solo vendía expreso; imagínese, con eso se muere.

---uuufffffff --- los ojos abiertos de Claudio eran de euforia y asombro. Se puso en pie y dio unos brincos. El hombre rio nuevamente y brinco con él.

Aún quedaba el resto del jugo, la mitad de la torta y un poco de ese mágico café.

--- ¿lo puedo acompañar un momento? --- pregunto el hombre. Trajo una taza y unas galletas, todas diferentes. --- tome saque galletitas, las horneo mi mujer. Y se sentó al frente.

Los dos conversaron como 1 hora. El hombre le conto que sus padres tuvieron una cafetería y esa la abrió con su esposa luego de jubilar de su antiguo empleo. Tenía 3 hijos, todos mayores que vivían en Australia, su hija menor estaba en el gobierno y no los veía casi nunca, solo por video llamadas. Cuando habló de sus nietos el hombre se quebró. No pudo evitar un par de lágrimas que se le escaparon. Se le notaba que los extrañaba. Casi todos sus amigos estaban muertos. Solo estaban él y su "viejita", como le decía a su señora, que estaba dentro en la cocina. La mujer era un poco tímida y demoró en salir para saludar al joven que conversaba con su marido. Jaime era su nombre y Alicia su esposa. Estaban felices con la visita[l3] .

Consulto la hora en su visor. La mala costumbre de estar siempre apurado o atrasado. Eran casi las 5 de la tarde y el cielo se había empezado a tornar anaranjado. Un perro ladro a lo lejos. Siguió su camino sin rumbo.

Llegando a la plaza vio unas personas pintando, otras haciendo malabares y unos viejitos jugando en unos tableros. Un grupo de perros sin amo descansaban al sol junto a una banca abandonada. Mas allá unos pajarillos chapoteaban y se lavaban acicalando sus alas. Ahí decidió tomar asiento. Compartió las galletas que le habían regalado y moliéndolas las esparció a su alrededor.

Llegaron aves de todas partes; fácilmente conto más de 50. Siguió lanzando masitas a los pequeños alados. Las mujeres voluptuosas le miraban cuchichiando entre ellas. Una se le acercó.

--- hola, amor. ¿Cómo te llamas? --- Claudio miro sus senos que le había puesto frente a la cara, luego subió la mirada. La mujer era hermosa. Sus ojos eran grandes, almendrados. Era una prostituta.

--- Claudio – le respondió dudando. Volvió a darle comida a las aves.

--- te estábamos mirando con las chicas, si quieres te podemos hacer un descuento. Tenemos un departamento allá en la esquina –señalo un enorme edificio, más deteriorado que donde él vivía. Se veía pintoresco con los grafitis coloridos que tenía junto a un ventanal que daba a la calle.

--- no amiga, si estoy solo de paso. Igual te agradezco --- otra por detrás le poso las manos en sus hombros y sintió el calor que le llegaba hasta la piel.

--- no seas tímido --- le dijo en el oído la que estaba a sus espaldas --- Claudio se recogió entero. Le había causado cosquillas sentir la respiración en el cuello y el perfume dulce que ella traía. No supo que responder. Se había calentado. La que tenía al frente además de enormes senos también era de caderas anchas y como si tuviera un abismo bajo el vientre se sintió caer hacia ella. El pene le palpitaba. La chica de atrás pareció darse cuenta y rió coqueta, acercándole los labios al lóbulo. --- no lo pienses tanto, mi amor. Dos por una --- Y con su mano le acaricio el pecho con suavidad. Le dio un beso en la mejilla --- bueno, ya sabes dónde estamos. Vamos perrita --- le dijo a su amiga.

Las mujeres volvieron al grupo donde estaban y abordaron a un par de hombre que venían del trabajo, se les notaba por los overoles que usaban. El perfume aún se sentía en el aire. Claudio cerro los ojos y aspiro profundo. El olor era a sexo y un dulce a fresas bien cargado. Uno de los perros que tenía al lado salió ladrando a unos niños que pasaron corriendo. Sus madres iban más atrás perdidas en alguna conversación.

La plaza tenia de todo, literalmente. Era bella en su propio estilo; se dijo así mismo, mientras la recorría con la vista, de un lado a otro, sin perderse ni un detalle[l4] .

Mientras miraba absorto a un joven que, hacia piruetas equilibrándose entre 2 árboles, sintió una sensación extraña en el pecho, algo le había estremecido, como si le llamasen desde lejos. Miro buscando qué era y lo notó de inmediato. Una mujer no muy alta caminaba entre la gente. Estaba lejos aún y no podía ver su rostro. A medida que se acercaba a la plaza, vio que llevaba consigo un bolso inmenso, dedujo que era un instrumento musical. La chica llevaba unos botines y un abrigo que le llegaba a los tobillos; con líneas y animalitos de colores; no pasaba desapercibida. Tenía unos lentes oscuros y caminaba directo sin mirar a sus lados, en sus manos llevaba un librito y un aparato extraño, con unos cables que llegaban hasta sus oídos.

Claudio estaba nervioso, esa mujer atrajo toda su atención y no podía dejar de mirarla, apenas le veía la cara, pero sentía que era hermosa y extrañamente conocida. Al pasar frente a él, desvía la mirada y ambos se encuentran por un segundo. El tiempo pareció detenerse un momento, incluso dejaron de respirar mientras trataban de buscar sus ojos. Ella cambio de pronto su andar como entorpecida y sin detenerse volvió la vista al frente y se perdió entre el gentío una cuadra más allá, dando pasos apresurados. El no atino a nada, quedo embobado viendo como desaparecía aquella quien encendió su corazón. La atmosfera se tornó cálida, con matices dorados, como el mismo cielo de atardecer. Era como recién despertar de un sueño y ser besado por tu amante. Nuevamente el mundo continuo, volvieron a escucharse los vehículos y las personas hablando en distintas partes, era un ruido como de insectos que aleteaban al unísono. Sintió pisar la tierra y su cuerpo se hizo pesado.

Se levantó acelerado con la intención de ver qué camino tomaba la de gafas negras. Volvió a ver la hora y puso una marca en el GPS. Al menos intentaría volver a esa misma hora. Camino varias cuadras sin poder verla, siguió así varios minutos llevado solo por su intuición.

Limpiándose la nariz húmeda, recordó que tenía un piercing como de toro y en ese mismo momento comenzó a picarle o quemarle, trató de no darle importancia, pero se volvió más que molesto. Se lo saco tan rápido como pudo y en vez de guardarlo en su bolsillo decidió arrojarlo a la basura. Ya no tenía mucho sentido usarlo. No era el mismo anarco de ayer[l5] y por algún motivo extraño el metal le hacía doler el cráneo. Metió las manos en sus bolsillos y encontró los dulces que le habían dado más temprano, tomo uno cualquiera y lo puso en su palma para observarlo. El envoltorio era brillante con corazones, tomo los moñitos que tenía a cada lado y los jalo con ambas manos, una pelotita verde cayo en su palma. Se la puso en la boca sin pensarlo. El dulce sabor le dio calma.

Estaba parado en medio de la calle. Las gentes pasaban por sus lados esquivándolo cual arrollo que se abre paso entre las rocas. Sin moverse se quedó simplemente observando las caras, los ojos, las narices, cabellos, labios de esa gente. Nadie miraba, todos en trance, se perdían en sus visores, viendo quien sabe qué.

El destello de una ventana que se abría le dio la señal. Decidió que era hora de volver a casa. No sabía dónde estaba así que consulto en su mapa, estaba poco más de 1 hora a pie hasta su departamento. Tanto había caminado, pero no estaba cansado.

Tomo una avenida que bajaba directo al norte, ya quedaba muy poca gente en las calles y sol en el horizonte se despedía lentamente.

Unos juegos con columpios detuvieron su andar, era una plaza pequeña entre casas antiguas y algunos autos estacionados alrededor. En las copas de esos árboles varios pajarillos, de eso muy pequeños silbaban como despendiendo anticipadamente el día. No importaba la hora, debía sentarse en esos juegos. La última vez que se había subido a uno, ni la recordaba, tal vez nunca, pero había visto videos. Padres que empujaban a sus hijos; "más fuerte, más fuerte..." decían los pequeños. Quería pensar que el mismo lo era e imagino a sus padres aun jóvenes parados junto al riendo juntos. Entro lento pisando con cuidado esos pocos pastos que en sus verdes fluorescentes parecían pequeñas islas entre el barro y el agua acumulada. miro a sus lados como pidiendo permiso. Balancearse al principio le costó un poco, pero luego ya estaba un experto. El chirrido de los metales que rozaban entre sí parecían quejarse. Un vecino se asomó un momento a mirar y luego cerro su ventana con un golpe seco. Claudio siguió un rato más, la caída libre le producía una alegría infantil que echaba de menos, debía permitírselo. Una pareja que paso por la vereda se rio de él y se fue comentando lo visto, dando pasos rápidos para alejarse. El mismo se atrevió a reír y abriendo su boca soltó una carcajada sincera que se le escapo desde el estómago.

Al final de la arboleda se veía una iglesia pequeña pintada de blanco donde los ladrillos gastados no asomaban aún. No la había visto hasta ahora y de un salto se bajó del columpio. Camino por el medio del pasto hacia la capilla. Cuando estuvo frente a ella se dio cuenta que era más grande de lo que parecía; una puerta enorme de madera cerraba el paso, pero claramente no estaba abandonada; adentro había gente, se podía escuchar que hablaban, pero con eco.

Hace mucho que la sociedad había abandonado la religión. se consideraba una fanfarronería mediática o una superstición de tiempos de ignorancia. los que iban ahí, eran ancianos y personas que no les quedaba nada más a que aferrarse para seguir vivos. Las catedrales y las pocas capillas que quedaban se habían convertido en museos que nadie visitaba.

Claudio empujo la madera inmensa y usando todo su cuerpo esta se abrió lentamente. Un crujir seco le dio la bienvenida. En el interior la luz era tenue y los naranjas del exterior se colaban tímidos entre los mosaicos que llegaban hasta el cielo. Las palabras se multiplicaban contra la bóveda y los pechos tristes de los fieles. un sacerdote sobre un pulpito seguía hablando sin entendérsele mucho. Conto a 5 personas dentro. Avanzó sin hacer demasiado ruido cerrando tras de sí y se sentó en uno de los tantos puestos vacíos. Nadie se volteó verle. Ahora sí que escuchaba lo que ahí se decía; algo que el hombre de túnica morada leía en un libro negro con una cruz en su tapa, parecía poesía e historia de otros tiempos. Las personas coreaban "Amén". Una mujer anciana sollozaba en una de las bancas cercanas. Alguien se le sentó al lado.