Las heridas de Ravina parecían estar sanando, y su respiración y ritmo cardíaco se estabilizaban lentamente. Araminta se quedó con ella junto a Malachi, sus hermanos y Nazneen, y su gente ayudó a brindar cuidado y reconstruir lo que podían. Contaban con la ayuda de una bruja que él pareció reconocer de cuando el padre de Nazneen gobernaba. Ahora él estaba ayudando a Nazneen, y Malachi aún no estaba seguro de cómo se sentía acerca de ese hombre.
—¿Será seguro quedarse aquí ahora? Tal vez deberías venir a mi reino? —Nazneen sugirió.
—No podemos seguir huyendo, y somos demasiados para mover a todos. No puedo dejar atrás a algunas personas. Tendremos que hacer este lugar seguro —dijo Malachi.
Nazneen asintió pensativa:
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