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Capítulo 2: Donde Destino teje el deseo.

[Integridad del alma: 99.05%]

Un punzante dolor se esparció desde su corazón seguido por un corto espasmo, causando que sus manos se dirigieran al pecho, inclinándose ligeramente.

Estaba parado entre una gran multitud de variadas razas y edades, desorientado cómo muchos, sin recordar cómo llegó ahí.

Se encontraba sobre una grisácea plataforma flotante con grabados desconocidos distribuidos, escritos en espiral en el suelo.

A su alrededor había un espacio cubierto de nebulosas, a lo lejos podía divisar otra estructura de titánicas proporciones.

"[tos] Como decía..." habló un mayordomo de forma desinteresadamente desde un atril flotante mientras concentraba su mirada en cierto sujeto momentáneamente. Tenía rostro de dóberman con orejas levantadas y punzante mirada.

"Durante la siguiente semana todos ustedes tienen la dicha de acceder al Panteón Sin Fin en busca de la Gracia de los Dioses, algunos afortunados serán apadrinados por poderosas deidades quienes les otorgarán poderosas habilidades y regalos para tener un viaje más relajado. La mayoría la cagarán y se irán con lo primero que vean junto a una patada en el culo."

Varios de los humanoides cruzaron miradas incrédulos de las deslenguadas palabras del elegante aparente Demihumano.

"Ahí está su consejo, tómenlo o déjenlo, no me importa." Continúo sin darle importancia. "Sólo, no hagan enojar demasiado a sus Excelencias. Ahora... VÁYANSE, SHUU!""

El trajeado y humanoide animal agitó su mano, repentinamente puentes se materializaron a pedazos conectando una imponente estructura en la lejanía. En el Hall flotante donde miles de humanoides escucharon de pie al "Perrodomo" comenzaron a surgir varios caminos.

Un exquisitamente ornamentado Arco podía visualizarse desde el lugar donde se aglomeraba la multitud. Miles de tallados y estatuas cubrían su imponente estructura con terminaciones doradas y en marfil, proyectando escenas de innumerables proezas, batallas e historias míticas hasta donde alcanzaba la vista...

Una caravana comenzó a avanzar perpleja por la titánica y refinada estructura, admirando tan lejos cómo les permitían sus ojos.

Un ligero empujón en su brazo sacó al joven de su abstracción.

(Chasqueando su lengua con expresión de desaprobación) "El Tiempo no espera ni a los Dioses!" Dijo el Dóberman con un reloj dorado de bolsillo en dirección hacia el pálido hombre con seriedad.

El chico dirigió al perro su mirada confundida, el no recordar siquiera su nombre le causaba una ansiedad abrumadora, aunque tratara sólo difusas y entremezcladas letras se acercaban desde el interior de su memoria.

Como pudo buscó determinación: respiró profundo, apretó sus puños y emprendió la marcha, rápidamente, hacia la maravillosa entrada a lo desconocido.

Colmado de figuras y grabados que atrapaban las miradas avanzó, filtrándose lentamente entre la gigantesca multitud que a veces detenía su marcha y otras quedan paralizados expectando en su lugar la portentosa estructura.

Mientras se acercaba a la sección final del inmenso Arco, las orejas del pálido joven captaron una seguidilla de ruidos desde el otro lado. Prontamente el joven de negra y revuelta cabellar así como blanquecinos ojos cual perlas, se encontró a sí mismo parado al comienzo de una larga calle de gran amplitud, cubierta en ambos extremos por innumerables e interminables tiendas. Algunas lujosas y brillantes, otras más modestas y regulares, gente se trasladaba de unas a otra mientras vendedores trataban de persuadir a los recién llegados de visitar sus dominios.

"¿Quien desea fortaleza? ¿Fuerza más allá de sus más fervientes deseos? Porque ello les aseguro."

"¡Aquí tengo la solución a todos sus dilemas! ¡La solución a los mayores interrogantes!"

"¡Puedo hacer sus sueños más cachondos realidad, vengan, vengan a mirar!".

Miles de voces ofrecían distintas promesas, incrementando la agresividad en la medida que más uno se adentraba.

"Joven, cual es tu deseo?" Un monje calvo de piel morena vestido con una túnica negra preguntó con amable expresión interrumpiendo su paso.

"¡Ser el mejor Kenshi!" La imagen de un niño sonriente con las manos ensangrentadas mientras sujetaba un bokken hacia los cielos destelló en su mente... ¿un... recuerdo?

"Ehh..."

"Riquezas, poder, experiencias de infarto que bombean adrenalina a tu cuerpo?! Pruebe nuestras nuevas píldoras Señor. Anderson te pondrá en control!" dijo el monje con lentes negros mientras mostraba una pastilla azul y roja en cada mano en dirección a la cara del muchacho.

"Yo..."

"Yo sólo puedo mostrarte la puerta, tú eres quien la tiene que atravesar." acercando aún más sus manos con una mirada expectante que invitaba al joven a tomar una "muestra gratuita".

"Creo que... paso" murmuró el joven.

"No seas Mojigato, ya no necesitas tal moralidad !Desinhíbete, prueba!". 

"Es que..."

"Nada. La puerta cerrada estaba y ahora de par en par te invita. Pensar no necesitas, sigue tú deseo. Ven... con Morfeo." insistía el raro monje.

El chico de ojos blanquecinos, sin saber cómo responder a la implacable cháchara de la persona frente a él sólo atinó a esquivarlo, escapando rápidamente de la tienda de aquel llamado Morfeo.

"Negar nuestros propios impulsos es negar lo mismísimo que nos convierte en humanos!" gritó el monje camello al que escapaba para luego dirigir su atención a otros recién llegados.

"Aunque siempre podemos soñar..." murmuró antes de emprender su captación de clientes.

Una pequeña niña de cabellera blanca con ojos de diferentes colores cruzó con el apresurado y desorientado chico la mirada, por un leve instante, mientras entonaba una alegre melodía. El chico corría en la dirección opuesta.

Presintió haberla visto en alguna parte pero su mente era un blanco lienzo.

Luego de correr alrededor de unos veinte minutos, lejos del ajetreo del lugar, nuestro tipo se detuvo en un callejón, dio un vistazo rápido tras de sí a objeto de ver que no le hubieren seguido, se apoyó en la esquina de la entrada para recobrar el aliento.

"¿Estás perdido guapo?" Una seductora voz pregunto al joven de cabello negro.

En la muralla paralela, escasos metros más al fondo que él, estaba una preciosa pelirroja, cigarrillo en mano. 

Miró de arriba a bajo apreciando un cuerpo curvilíneo de infarto cubierto por un vestido negro mate de una pieza que resaltaba su figura, un sombrero grande a juego con velo sobrepuesto y guantes laaargos de igual color que la hacía parecer una viuda sexy. 

Sus ojos brillaban cuál atardecer anaranjado, largas pestañas negras y pecas dispersas cómo un puente, bajo sus ojos y entre sus mejillas, podrían hacer que el corazón de cualquier hombre omitiera un latido; rematando en unos labios gruesos de un rosa suave.

Algo trató de filtrarse hasta lo más profundo del pecho del joven pero se extinguió en su camino.

[Algunas existencias observan con envidia.]

[Una poderosa fuerza suprime la visión.]

"Hay algo en mi cara, querido?" preguntó la belleza mientras le dirigía una amable sonrisa con un brillo poderoso que emanaba de sus ojos. Manteniendo el contacto visual, procedió a colocar el cigarro en su boca y encenderlo.

Algo aún más poderoso caló más profundo pero nuevamente desapareció.

El chico, notablemente embobado, agitó su cabeza y con vergüenza en su voz, a la vez que un ligero rubor en su cara, habló:

"Debo decir que... aún me encuentro en shock con... todo. Espero no molestarla con mi actitud." expresó mientras frotaba nerviosamente sus manos en su espalda, devolviendo el contacto visual e intentando mostrar una sonrisa.

"¿No te explicaron las reglas del Panteón?" consultó extrañada por el chico que no había sido consumido por su mirada.

"No pude prestar atención." reconoció avergonzado con la mirada en el piso y una mano frotando detrás de su cuello.

"¿Sabes siquiera donde estás?"

El pálido muchacho trató de recordar algo pero no pudo.

"¿Muerto?" se decidió por decir.

En los seductores labios de la dama ocurrió una imperceptible mueca antes de liberar el humo del cigarrillo entre ellos.

"Pues no estás equivocado."

"¿Esos tipos eran Dioses?"

"Podría decirse que sí aunque esa calle está atestada de estafadores tratando de convencer a todo aquel con una voluntad lo suficientemente débil para servirles en su siguiente vida por medio de recompensas de mierda y engaños, eso no es propio de un Dios si me lo preguntas".

"¿Qué debería hacer señorita?" Consultó algo desesperanzado.

La punta del cigarrillo ardió en un brillante rojo mientras le daba otra fumada.

"Tan solo tómate tu tiempo, explora los alrededores y..."

"Sigue tu corazón!" resonó en la mente del chico mientras la imagen un adulto de rubia cabellera guiñando un ojo con una sonrisa de comercial destellaba momentáneamente mientras sentía el olor a tabaco.

"... quizás Destino te sonría con un buen Patrocinador."

[Una risita resonó en algún lugar del Panteón]

Mientras seguía mirando a los ojos a la dama una lágrima cayó de una de sus puras y blanquecinas perlas antes de secarla con su antebrazo.

"Perdón, yo... no sé qué me pasa". Dijo con vergüenza.

La belleza dio una risita cubriendo su boca mientras observaba al chico con los ojos entrecerrados. 

"Es normal emocionarse con mi belleza sobrenatural." Dijo arrogantemente la pelirroja con una expresión ad oc mientras agitaba su bello cabello.

Lo observó unos segundos más antes de decidirse a decir:

"Bueno cariño, esta dama tiene algo de tiempo libre, qué te parece si tenemos una cita durante algún rato para ver si lo averiguamos?" ofreció la preciosidad sin igual mientras guiñaba un ojo coquetamente al pelinegro.

Las amables palabras de la dama sorprendieron al chico quien lo entendió como una tendida de mano. 

Una parte de su corazón creía que era el hombre más afortunado por tener la atención de una belleza de tan mítico calibre, un sueño hecho realidad. Otra parte creía que tal hermosura podía llevarlo a convertirse en un saco de boxeo para los celosos de turno.

"Gracias por ayudarme, realmente no sé cómo devolver tal amabilidad" dijo el joven, sin malinterpretar el gesto.

"Puedes comenzar por decirme tu nombre" La hermosa pelirroja dijo con una sonrisa que podría derretir hasta el más duro de los diamantes.

Algo se rompió en su cabeza, glitches, imágenes y voces rebalsaron su cerebro siéndole imposible contestar la pregunta de la bella mujer frente a él. 

Su expresión denotaba dolor y pronto se volvió plana cual maniquí mientras su párpado izquierdo mantenía espasmos por el estrés generado, a ello le siguió la visión de túnel, todo se iba volviendo cada vez más oscuro y sangre caía de su nariz.

"Ay, mierda" exclamó asustada dejando caer el resto de su cigarrillo apresurándose al joven que perdía la conciencia.

"Yo...Soy...?" Dijo entre fuertes espasmos en los brazos de la bella dama.

Luces fuera.

[Integridad del alma 49,79%]

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