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Seis. Distracciones.

El entretenimiento se convirtió en lo más importante de nuestra estancia en la isla Esme. Buceamos con esnórquel, aunque la que hizo eso fui yo, ya que Edward estuvo presumiendo su habilidad de mantener la respiración bajo el agua. Exploramos una pequeña sección de la selva, visitamos a los papagayos. Contemplamos la puesta de sol desde una cueva. Nadamos con las marsopas que jugaban en el agua, y eso también lo tuve que hacer solo yo, ya que cada vez que Edward se acercaba las marsopas salían huyendo como si de un tiburón se tratara.

Mantenernos entretenidos era lo mejor en ese momento, ya que como no pasaba nada de nada, era mejor estar ocupados en otras cosas. Lo que dificultaba todo era la tensión sexual que había. Las miradas, los roces, los besos, era algo que no podíamos evitar.

Cuando yo veíamos que todas las caricias y los besos iban por otra parte, rápidamente ofrecía ver una película. Sacaba uno de los millones de DVD que había en el estante, debajo de la gran pantalla de plasma. O el proponía ir a lugares como el arrecife de coral, a cuevas sumergidas o a ver a las tortugas marina.

Íbamos de un lugar a otro, así que cuando el sol se ocultaba, yo estaba totalmente cansada. Había veces que me quedaba dormida en la mesa con el plato de comida vacío a un lado de mí. Lo bueno de que Edward cocinara era que hacía bastante como para dos personas, así que cuando llegaba exhausta y hambrienta de hacer las actividades al aire libre, comía y caía totalmente rendida. Una vez me había quedado totalmente rendida en la barra que había en la cocina y Edward tuvo que ir y llevarme cargando a la cama.

Nunca intente razonar con Edward, sobre el asunto del sexo. Yo sabía cómo se sentía el cuándo me lastimaba aunque fuera por accidente. No me importaba no hacer nada, si con eso pasábamos una luna de miel feliz.

Ahora dormíamos en la habitación azul, porque el equipo de limpieza no llegaría hasta el día siguiente, así que en estos momentos la habitación blanca aún se encontraba llena de plumas blancas. La habitación azul era más pequeña al igual que la cama. Las paredes eran oscuras, cubiertas con paneles de madera y todos los accesorios eras de un tono azul.

No me había avergonzado en usar la lencería que Alice había empacado para mí. Eran igual de reveladores que los bikinis y además solo los usaba para dormir.

Los moretones habían mejorado mucho ya en esos días, en algunos sitios eran amarillos y en otros habían desaparecido por completo.

Esa noche hacia más calor de lo habitual así que me puse unos de los conjuntos más reveladores que había en la maleta, era de color negro de encaje y como ya había dicho muy revelador. Me mire en el espejo, me miraba bien, ya no me daba vergüenza vestir así o estar casi desnuda frente a él, después de todo era mi esposo y ya estábamos en confianza.

En cuanto salí del baño los ojos de Edward se abrieron como platos, intento disimularlo pero no pudo. Tenía la vista fija en mí.

—¿Qué? —pregunte inocente mientras daba una vuelta para que mirara el conjunto por todos lados. —¿Te gusta? —pregunte coqueta.

Asintió distraído y se aclaró la garganta.

—Te ves muy hermosa. —dijo.

—Gracias. —sonreí satisfecha de su reacción.

Camine con cansancio hasta la cama, para después subir en ella, acercarme a Edward y acostarme a su lado. El rápidamente me envolvió en sus brazos y me apretó contra su pecho como siempre hacía.

Me separé un poco de él y le di un beso en los labios. Fue suave y lleno de amor, pero algo breve no queríamos que pasara a mayores.

—Tú y tus hormonas me volverán loco. —

—¿Mis hormonas? Esto es de dos, cariño, serian nuestras hormonas. —dije.

Soltó una risita y me volvió a pegar a su pecho.

Solté un bostezo.

—Me pregunto porque estaré tan cansada. —dije. —Pero no importa entre más cansada mejor. —

—Duermes como si estuvieras muerta, corazón. No has dicho nada entre sueños desde que llegamos aquí. —dijo para después darme una sonrisa burlona y decir: — No me preocupo nada mas por que escucho tus ronquidos. —

—Que te pasa. —dije dándole un golpecito en el pecho indignada. —Yo no ronco. —

Me acurruqué y subí una pierna sobre él para quedar más cómoda.

Edward comenzó a tararear mi nana. Y me dormí.

La verdad no supe en qué momento había caído totalmente rendida, pero cuando me desperté por el calor aún estaba oscuro, y estaba acostada sobre el brazo de Edward pero dándole la espalda.

Como no está totalmente pegada a él, el calor hacía que no pudiera seguir durmiendo.

—Abrázame, tengo calor. —dije con voz soñolienta.

Quedamos en posición de cucharita. La fría temperatura de Edward era tan agradable que me hice un poco hacia atrás pegándome más a su pecho. Lo que no contemple fue que con esa acción mi trasero había quedado totalmente pegado a su entrepierna haciendo que el soltara un jadeo y me pegara más a él.

Me removí un poco entre mi lucidez y la inconciencia, me estaba pegando demasiado a él, y eso no me permitía acomodarme para quedar más a gusto.

—Edward. —advertí porque ya sabía a qué llevaría todo esto. El soltó un gruñido. —¿Edward? —pregunte ya más despierta.

En ese momento solté un chillido. Edward me había dado la vuelta con una rapidez impresionante y se había colocado arriba de mí.

Lo mire sorprendida e interrogante.

—Lo siento, pero ya no aguanto. —dijo mientras besaba mi cuello.

Solté una risita y tomé su rostro para que me besara en los labios.

Y así en menos de lo que canta un gallo el muro de que habíamos hecho, se desmorono.

Rodé su cadera con mis piernas mientras continuábamos el beso. El beso era un poco más pasional que los otros que nos habíamos dado, pero aun podía sentir la preocupación de no lastimarme como la vez pasada. Me acariciaba de manera suave y lenta desde mi cadera hasta mis pechos.

Cuando menos lo pensé me arranco el bonito conjunto de encaje, la tela se había dividido prácticamente a la mitad haciendo que quedara expuesta ante él. Se quedo un momento mirando mi desnudez hasta que bajo y comenzó a repartir besos en mi vientre para así subir hasta mi cuello. Otro crujido se escuchó y la tela de mis bragas salió volando.

Le ayude a bajarse el pantalón de pijama, como el no sufría de calor él podía usar ese tipo de cosas. Edward se pegó más a mí, obviamente sin dañarme, y solté un suspiro y el un gruñido de satisfacción al sentir las diferentes temperaturas de nuestros cuerpos. 

Acaricie su espalda, mientras el besaba mi cuello. Ninguno de los dos perdió la oportunidad de poder explorar bien el cuerpo del otro.

En ese momento roso su miembro con mi feminidad haciendo que soltara un gemido. Arque la espalda y solté un gemido más fuerte cuando se fue introduciendo poco a poco en mí, cerré los ojos del placer y solté un suspiro tembloroso. Lo aprete más a mi cuando comenzó a mover sus caderas. Mis gemidos se mezclaban con los jadeos de él. Los movimientos de cadera de Edward iban de manera lenta haciendo que el momento fuera más placentero.

Edward beso mis labios al mismo tiempo que subía sus brazos y apretando la cabecera de madera. Moví mi cadera a la par de la de él haciendo que soltara un gemido ronco y que apretara la madera que tenía en las manos, un crujido se escuchó. Abrí los ojos para saber lo que pasara pero eso quedo de lado al momento de ver la cara de Edward. Tenía la mandíbula apretada y sus ojos estaban oscurecidos por la lujuria del momento, un calor mayor al que ya tenía recorrió mi cuerpo, lo tome de la nuca y pegue nuestros labios en un beso apasionado y hambriento.

Mi respiración se fue haciendo cada vez más rápida. De mi boca solo salían jadeos y gemidos. Las piernas me temblaron y mi corazón palpitaba a toda potencia. Volví a cerrar los ojos, y en ese momento un escalofrío de placer atravesó desde mi cabeza hasta mi zona más sensible haciendo que explotara en un clímax de puro placer. 

Edward soltó un gruñido de placer cuando mis paredes se cerraron alrededor de él, volví a escuchar la madera crujir y sentí como daba una última estocada terminando adentro de mi cuando su clímax también llego.

Abrí los ojos con la respiración aun agitada y lo mire a los ojos, inmediatamente lo bese y Edward ronroneo de placer mientras me besaba.

Sabía que esto había sido una placentera experiencia para los dos y también sabía que ninguno iba a poder parar en toda la noche, y después de todo la noche era larga.

 

La mañana siguiente me quedé quieta en cuando me desperté, me sentía en paz y en calma. Había terminado durmiendo sobre el pecho de mi esposo, el cual estaba tan inmóvil como yo. Levante la cabeza quedando con la barbilla apoyada en su pecho para poder mirarlo. Tenía la mirada clavada en el techo como la vez pasada, pero ahora tenia los brazos detrás de la cabeza. Me alce un poco más quedando apoyada en mi codo para poder mirarlo mejor. Su expresión era de tranquilidad.

—¿Estoy en problemas? —pregunte. —Aunque ya sabes no debería ser yo la regañada cuando tu fuiste el que se lanzó sobre mí. —dije burlona.

Rio.

—Estas en grandes problemas. —sonrió con suficiencia. —Y no hubiera saltado sobre ti si no fueras una cosita tan irresistible. —

Sonreí. 

—¿Entonces todo en orden? —pregunte.

—Lo estoy pensando. —

Me senté en mi lugar para poder examinar bien mi cuerpo, que esta vez no estaba cubierto con plumas. Pero cuando lo hice un mareo me golpeo. Me tambaleé y volví a caer en las almohadas.

—Wow, todo me da vueltas. —

Edward me envolvió en sus brazos.

—Dormiste muchas horas. Doce. —

—¿Qué? —lo mire confundida. —Se que soy dormilona pero no tanto. —

Mientras habla me examine en busca de algún moretón. No había ninguno nuevo, solamente los amarillos que ya llevaban ahí unas semanas. Tenía buen aspecto, me estire un poco en mi lugar en busca de dolor muscular pero no había nada de nada. Esa mañana era la mejor.

—¿Esta completo el inventario? —pregunto Edward.

Asentí con una sonrisa.

—Y parece que esta vez las almohadas sobrevivieron. —dije.

—No podemos decir lo mismo de tu…—se aclaró la garganta. —…de tu camisón. —

Señaló hacia los pies de la cama donde se encontraban pedazos de mi camisón destrozado.

—Ese me gustaba. —susurre.

—A mí también. —

—¿Hay otra cosa que este igual? —pregunte.

Asintió apenado.

—Tendré que comprarle otra cabecera a Esme. —dijo señalando sobre nuestras cabezas.

Me sorprendí al ver que le faltaban grandes pedazos de madera que parecían haber sido arrancados.

—Creo que escuché algo pero me distraje. —dije.

—Me di cuenta de que te distraes fácilmente cuando te centras en mejores cosas. —sonrió.

—Si, puede que pase eso cuando estoy contigo. —admití con las mejillas sonrojadas mientras recordaba con lo que me distraje.

Suspiro y me acaricio las mejillas.

—¿Cómo te sientes? —pregunte.

Se rio.

—No creo que debas sentirte culpable, solo sedujiste a tu esposo, el cual lo estaba deseando. No creo que eso sea un crimen. —

—Yo no te seduje, así me visto siempre. —lo mire inocente. —Además no me siento culpable. Tu fuiste el que salto sobre mi como si fuera la última gota de agua en el desierto. —dije. —A parte los resultados fueron placenteros así que para que culpar a alguien. —

—En eso tienes un poco de razón—sonrió de lado.

—Entonces… ¿No estas enojado? —pregunte.

—No, para nada. —

—¿Por qué? —

—En primer lugar porque no te he hecho daño. Me ha resultado más fácil esta vez controlarme, regularizar los excesos. —miro de nuevo la cabecera. —Quizá porque tenía una idea más exacta de lo que podía esperar. —

En ese momento mi estomago protesto por comida.

Edward se rio.

—¿Hora de desayunar para los humanos? —

—¡Claro que sí! —dije al mismo tiempo que saltaba de la cama, pero al momento de ponerme de pie todo me dio vueltas haciendo que casi me cayera si no fuera porque Edward en unos segundos estuvo a mi lado y me sostuvo.

—¿Todo bien, corazón? —pregunto preocupado.

—Si, solo me he levantado muy rápido. —

Esta vez fui yo quien cocino y me freí unos huevos ya que tenía mucha hambre y eso sería algo rápido de preparar. Normalmente dejo que el huevo se fría por los dos lados para que también quede bien cosida la yema pero esta vez no se me antojo así.

—¿Desde cuándo te gusta la yema tan cruda? —pregunto.

—Desde ahora. —dije con la boca llena.

—¿Sabes cuánto huevos has comido esta semana? —pregunto mientras sacaba el bote de basura que estaba debajo del fregadero, este estaba lleno de contenedores azules vacíos.

—Qué raro. —dije después de tragar. —Normalmente como mucho, pero eso ya es exagerado. Creo que este lugar me altero el apetito. —tome otro pedazo de mi desayuno, mastique y luego trague. —Sabes, he pensado que quiero tomarme un par de años más para ser humana. —

—¿Enserio? —pregunto con una sonrisa.

—Si, hay algunas comidas que aún me faltan de saborear y degustar. —sonreí.

—Eso suena como un viaje por el mundo para mí, hasta creo que podríamos tomar más de un par de años, no creo que los Vulturis se den cuenta. —dijo.

—Está decidido entonces. —aplaudí con alegría. —Entonces, ¿Cuánto tiempo nos quedaremos aquí? —

—Todo el tiempo que tú quieras, corazón. —dijo. —Si quieres podemos pasar a visitar a tu hermano Eric y a Katie a Nueva York para después ir todos justos a la casa de tus padres a pasar la navidad. —

—Unas semanas más. —dije. —Sabes, nos podemos distraer de muchas formas. —le sonreí coqueta.

Se rio.

—No creo que podamos comenzar a distraernos en estos momentos. Escucho una lancha. El equipo de limpieza viene hacia aquí. —dijo mirando un punto lejano. —Déjame que les explique el desastre de la habitación blanca y después podemos salir. Hay un sitio en la selva, al sur…—

—De hecho. —dije. —No quiero salir, al menos no por hoy, ¿Nos podemos quedar a ver una película? —

—Está bien, corazón, ¿Por qué no vas escogiendo una película en lo que abro la puerta? —dijo mientras se ponía de pie.

—Pero no ha tocado nadie. —

Edward inclino un poco la cabeza en dirección a la puerta y un segundo después se escuchó un tímido y ligero toque en la puerta. Sonrió y camino hacia la puerta.

Caminé hacia la sala y me entretuve revisando los estantes que estaban repletos de DVD.

Escuche la voz de Edward mientras se acercaba por el pasillo, platicando en un fluido portugués, mientras otra voz le contestaba. El los hizo pasar hacia la habitación, señalando hacia la cocina. Los dos brasileños eran bajos y de piel muy oscura, eran un hombre y una mujer.

Edward hizo un gesto y señaló hacia mi dirección con una sonrisa orgullosa, pude entender mi nombre entre un montón de palabras en portugués. Sonreí y saludé un poco apenada por lo que se encontrarían al entrar a la habitación. 

El hombre me regreso el saludo con educación, pero la pequeña mujer no sonrió para nada. Se me quedo mirando con sorpresa, preocupación y con lo que pude reconocer, espanto. Mi sonrisa se esfumo poco a poco. Antes de que pudiera preguntar que pasaba, Edward les pidió que lo siguieran hacia el cuarto.

Cuando regreso venia solo. Camino rápidamente hacia mí y me envolvió en sus brazos.

—¿Qué le pasa a esa mujer? —susurre.

Él se encogió de hombros.

—Kaure es en parte una india Ticuna. Se ha criado de modo que es más supersticiosa, o quizá sería más apropiado decir más consciente de lo sobrenatural que el resto de la gente que vive en el mundo moderno. Sospecha lo que soy o anda bastante cerca. — Edward no parecía preocupado. —Aquí también tienen sus propias leyendas, el Libishomen, un demonio bebedor de sangre cuyas presas son exclusivamente mujeres hermosas. —dijo, mirándome de manera desvergonzada y coqueta.

—Parecía aterrada. —

—Y lo está, pero básicamente está preocupada por ti. —

—¿Por mí? —

—Tiene miedo de mis razones para retenerte aquí, sola. —sonto una risita misteriosa y después camino hacia los estantes para ver las películas. —Bueno, escojamos algo, es algo que podemos hacer y es propio de un humano. —

—Estoy segura de que una película la convencerá de que eres humano. —reí y junte las manos alrededor de su cuello, me estire poniéndome de puntitas. Él se inclinó para que pudiera besarlo y entonces puso su manos en mis caderas alzándome del suelo haciendo que lo rodeara con mis piernas.

—Tenemos una película que ver. —murmuré como pude cuando sus labios se deslizaron hacia mi cuello, mientras yo tomaba el cabello de su nuca.

Se oyó un jadeo violento y él me puso en el suelo rápidamente. Kaure estaba paralizada en el pasillo, con unas cuantas plumas enredadas en su pelo negro, un saco grande lleno en los brazos, y una expresión de horror pintado en el rostro. Se me quedó mirando con fijeza, con los ojos muy abiertos, mientras yo me sonrojaba y me ocultaba detrás de mi esposo. Entonces ella se recuperó de la impresión y murmuró algo que sonaba claramente a una disculpa, Edward sonrió y le contestó en un tono amigable. Ella apartó los ojos oscuros y continuó su camino por el vestíbulo.

—¿Está pensando lo que creo? —pregunte.

—Si. —

—Mejor veamos la película. —

—Típico de una luna de miel. —dijo con una sonrisa.

Edward y yo nos acurrucamos en el sofá mientras que en la pantalla se podía ver a los actores bailando al ritmo de una animada canción de introducción.

—¿Nos cambiaremos a la habitación blanca? —pregunte.

—No se… la cabecera del cuarto azul ya está destrozado, creo que sería más prudente dejar los destrozos en una sola habitación si queremos que Esme nos invite en otro momento. —

Sonreí coqueta.

—Así que… más destrozos. —dije subiendo y bajando las cejas.

Soltó una carcajada por mi gesto.

—Ceo que sería más seguro si es premeditado, que si dejamos que me tomes por sorpresa otra vez. —sonrió burlón.

Le pegue con una almohada.

—Que graciosito, yo recuerdo que fue al revés. —

Gustavo y Kaure se movían por toda la casa de modo silencioso, como si no estuvieran en la casa. De verdad intente prestar atención al final de la película, pero en algún momento de la película me quede dormida. Así que no supe en qué momento del día Gustavo y Kaure se fueron.

—Ya se fueron. —susurro Edward en mi oído. —¿Quieres algo de comer? —

Asentí.

—Claro que quiero. —

Con una sonrisa me llevo de la mano hasta la cocina. 

—Creo que me estoy pasando. —dije cuando quedé satisfecha.

—¿Quieres que vayamos a nadar con delfines esta tarde para quemar calorías? —pregunto.

—Si, si, delfines. —dije saltando y aplaudiendo como una niña chiquita. —Vamos. —dije sonriendo y corriendo hasta mi maleta para cambiarme.

El me miro desde la cocina.

—Y tal vez cuando volvamos podemos quemas calorías de otra forma. —dije mientras me asomaba por la puerta del cuarto y le guiñaba un ojo de forma coqueta.