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Ocho. Port Angeles.

Jessica conducía muy deprisa, por lo que estuvimos en Port Angeles a eso de las cuatro. Hacia bástate que no salía con las chicas. Escuchamos canciones de rock mientras hablábamos sobre los chicos con los que solíamos estar.

Jessica conto que su cena con Mike había ido muy bien y esperaba que el sábado por la noche hubieran progresado hasta la etapa del primer beso.

También hablamos de que Tyler le había dicho a todo el mundo que Isabella o yo iríamos al baile de fin de curso con él, a lo que me reí con ganas y les dije que eso era totalmente una gran mentira.

Jessica condujo directamente hasta una de las grandes tiendas de la ciudad, situando a pocas calles del área turística de la bahía.

Se había anunciado que el baile seria de media etiqueta y ninguna sabía que significaba eso.

La elección de los vestidos no fue larga para mí en cuanto me puse a buscar encontré uno que me llamo la atención, era un vestido corto de tul, era de color blanco pero con un poco de rojo, era de hombros descubiertos, con flores rojas que ibas desde la parte de arriba hasta un poco más arriba de la cintura, y tenía un lazo rojo a la cintura, el vestido iba a juego con unos tacones cerrados de plataforma color rojo. Lo compre antes de que alguien más lo viera y me lo ganara, era totalmente hermoso.

Cuando llegue a sentarme junto a Isabella, para esperar que Jess y Angela terminaran de escoger sus vestidos.

Jess estaba indecisa entre dos. Uno era sencillo, largo y sin tirantes, el otro, era un vestido azul, con finos tirantes, que llegaba a la rodilla. Angela eligió un vestido color rosa claro cuyos pliegues realzaban su alta figura. Las felicité y les ayudé a descartar los modelos que no querían.

Luego fuimos a que ellas compraran los zapatos a juego con los vestidos.

—¿Angela? —comencé.

—¿Sí? —dijo mientras extendía la pierna y torcía el tobillo para conseguir una mejor vista de unos tacones rosas con tiras.

—Me gustan. —le dije sonriendo.

—Creo que me los voy a llevar, aunque solo van a hacer juego con este vestido. —dijo.

— Esta bien, son hermosos. —le dije con toda sinceridad.

Ella sonrió mientras volvía a poner la tapa de una caja que contenía unos zapatos blancos de aspecto practico.

—Este… Angela… —la llamo Isabella. La aludida alzo los ojos con curiosidad.

—¿Es normal que los Cullen falten mucho a clases? —parecía muy interesada.

—Si, cuando hace buen tiempo, se van varios días de excursión. —contesto en voz baja y sin dejar de mirar los zapatos. —Les encanta estar al aire libre. —

—Vaya. —solo contesto Isabella.

Esta chica cada vez era más extraña, a mi parecer solo vino, bueno la verdad no se ni a que vino ya que en todo el camino hacia aquí no dijo nada, y cuando habla sonó es para preguntar sobre los Cullen, creo que se está empezando a obsesionar.

Habíamos planeado ir a cenar a un pequeño restaurante italiano, pero la compra de la ropa había durado menos de lo que pensábamos. Fuimos a dejar las compras al carro de Jess.

—Chicas… — nos llamó Isabella.

Volteamos a verla interrogante.

—Quería saber si nos podemos ver en el restaurante en una hora, es que quiero ir a buscar una librería. —nos preguntó.

—Claro, ¿No quieres que te acompañemos? —le pregunto Jess.

—Emm… es algo que prefiero hacer sola. —nos dijo.

—¿Por qué no vas con ella Elina? —me pregunto Angela amablemente.

En serio no quería ir con ella, no es como si fuera mi persona favorita en este mundo.

—Ya va a oscurecer y no creo que sea muy seguro que valla ella sola. —continuo ella.

Jess se me acerco y me susurro al oído.

—Ya sabes cómo es Bella de despistada y torpe, se va a perder. —me dijo burlona.

—Bien vamos Isabella, ¿Dónde está la dichosa librería? — le pregunte mientras la jalaba del brazo para que no protestara, por querer ir sola.

No hubo problema en encontrar la librería, pero rápido Isabella dijo que no iban a tener lo que ella quería. Los escaparates estaban llenos de atrapasueños y libros sobre sanación espiritual.

Caminamos por las calles buscando una librería normal. Seguimos caminando con la esperanza de ir hacia el centro. Caminábamos sin saber a dónde íbamos, además de que iba siguiendo a Isabella, lo que fue una horrible idea porque tiene la orientación de una papa.

De repente ella cambio de dirección hacia el sur, y para que no se perdiera más de los que ya estábamos la seguí, íbamos hacia a un lugar que tenía aspecto de que ahí había tiendas y escaparates, pero solo resulto ser un establecimiento de reparaciones y otro que estaba desocupado.

Aun nos quedaba tiempo para reunirnos con Jess y Angela.

Después de un momento decidí liderar yo la caminata, continuamos caminando para dar vuelta en la esquina.

Al cruzar otra calle me di cuenta de que íbamos en la dirección incorrecta. Las pocas personas que había visto se dirigían hacia el norte y la mayoría de los edificios de la zona parecían almacenes. Decidí que iríamos hacia al este en la siguiente esquina y luego dar la vuelta a unos edificios.

Un grupo de cuatro hombres se dejo ver en la esquina a la que nos dirigíamos. Ellos iban demasiado sucios para ser turistas. Conforme se fueron acercando a nosotras me percate de que no debían tener mucho más años que yo. Jale a Isabella y la pegue a mi para alejarnos de la orilla de la acera para dejarles el camino libre, pasamos junto a ellos rápidamente, con la vista pegada a la esquina detrás de ellos.

—¡Hey, ustedes! — dijo uno al pasar.

Deberían de referirse a nosotras, ya que no había nadie más, Isabella se abrazó más a mi brazo, y creo que hasta temblaba.

Dos de ellos se habían detenido y los otros habían disminuido el paso. El más próximo, un tipo corpulento, de cabello oscuro y poco más de veinte años, era el que parecía haber llamado. Avanzo medio paso hacían nosotras.

—¡Pero bueno! —murmuro Isabella.

Desvíe la vista y caminamos más rápido hacia la esquina. Los podía oír reírse estrepitosamente detrás de nosotras.

—¡Eh, esperen! — grito uno de ellos a nuestra espaldas.

Nosotras no hicimos caso y dimos vuelta en la esquina con un suspiro de alivio, mientras Isabella me soltaba pero no se separaba tanto de mí. Aun los oía reírse ahogadamente a nuestras espaldas.

Nos encontramos caminando por una acera que pasaba a la parte posterior de varios almacenes de colores sombríos. La parte sur de la calle carecía de acera, consistía en una cerca de malla metálica remata en alambre de púas por la parte superior con el fin de proteger algún tipo de piezas mecánicas en un patio de almacenaje.

En nuestro vagabundeo habíamos pasado de largo por la parte de Port Angeles que tenía intenciones de ver como turista.

Descubrí que anochecía cuando las nubes regresaron, creando un ocaso prematuro. Al oeste el cielo seguía siendo claro pero, rasgado por rayas naranjas y rosáceas, comenzaba a ponerse gris.

Había dejado mi chamara en el auto de Jess y un repentino escalofrió hizo que me abrazara con fuerza el torso. Una camioneta paso a nuestra lado y luego la carretera quedo vacía.

De repente, el cielo se oscureció más y al mirar por encima del hombro para localizar a la nube causante, me sorprendí y agarre el brazo de Isabella, lo cual la alarmo, me volteo a ver, le hice una señal para que mirara disimuladamente hacia atrás, lo cual hizo y se dio cuenta de que dos hombres nos seguían sigilosamente a seis metro.

Formaban parte del mismo grupo que había dejado atrás en la esquina, aunque ninguno de los dos era el moreno que se había dirigido a nosotras. De inmediato aceleramos el paso. Llevaba el bolso cruzado sobre el pecho, lo saque de su sitio y lo puse en un solo hombro y lo agarre bien, llevaba una roca grande, mi hermano siempre se había burlado por tenerla, pero sabía de qué algo me serviría llevarla.

Isabella solo metió la mano a su bolso y disimuladamente me enseñó un aerosol de auto defensa, le asentí y la agarre del brazo con las firmeza.

Escuche con atención los pasos quedos, no parecían que estuvieran apretando el paso ni que se encontraran más cerca.

Continuamos caminando lo más rápido posible sin llegar a correr, concentrándonos en la vuelta que había a mano derecha, a pocos metros. Cuando llegamos nos dimos cuenta de que era un callejón sin salida, así que dimos media vuelta. Cruzamos la calle hacia otra vereda que terminaba en una señal de alto. Las pisadas de los sujetos se escuchaban más lejos, volteé por encima de mi hombro y vi con alivio que ahora estaban a doce metros de nosotras, pero ambos nos miraban directamente. En un momento doblamos la esquina con un suspiro de agradecimiento. Y nos deslizamos hacia la señal de alto.

A ambos lados de la calle se alineaban unos muros blancos sin ventanas. A lo lejos podía ver dos intersecciones, faroles, automóviles y más peatones, pero todos estaban demasiado lejos, y ahí estaban los otros dos hombres del grupo, a mitad de la calle, apoyados en un edificio, mirándonos con unas sonrisas de excitación que nos hizo parar.

Había sido tan tonta, rápidamente comprendí que no nos estaban siguiendo, nos estaban guiando hacia donde ellos querían.

Pensé rápido, jalé a Isabella del brazo esperando, casi rezando que no se callera, y nos dirigimos hacia la otra acera.

Las pisada que nos seguían se oían más fuertes.

—¡Ahí están! —

La voz del tipo rechoncho de pelo negro rompió la intensa quietud e hizo saltar a Isabella.

—¡Si! —grito una voz a nuestras espaldas, mientras intentábamos correr callejón abajo.

Ahora debíamos caminar despacio. Estábamos acortando con demasiada rapidez la distancia que nos separaba de los que estaban recargados en la pared. Agarre con más fuerza mi bolsa para usarla como arma si era necesario.

El gordo, ya lejos del muro, se encogió de hombros cuando nos detuvimos con cautela y camino lentamente por la calle.

—No se nos acerque. — le dije con voz fuerte.

—¡No sean así, preciosas! —grito, y una risa ronca estallo detrás de nosotras.

Me estaba preparando para estrellarle mi bolso con la roca en la cabeza, cuando súbitamente, unos faros aparecieron a la vuelta de la equina. El coche casi atropello al gordo, obligándolo a retroceder hacia la acera de un salto. Corrimos para plantarnos en medio de la calle y el auto se detuviera. Pero fue de manera tan inesperada que el coche plateado derrapo hasta detenerse con la pueta del copiloto abierta a menos de un metro.

—Entren. —ordeno una voz furiosa, la cual reconocí de inmediato, llenándome de alivio.

Salte al asiento del copiloto, mientras Isabella subió al asiento que estaba detrás del mío.

El interior del coche estaba a oscuras, la puerta abierta no había proyectado ninguna luz, así que apenas le pude ver el rostro gracias a las luces del tablero. Los neumáticos chirriaron cuando acelero y dio un volantazo que hizo girar el vehículo hacia los atónitos hombre de la calle antes de dirigirse al norte de la ciudad. Los vi de reojo cuando se arrojaron al suelo mientras salimos a toda velocidad en dirección al puerto.

—Ponte el cinturón de seguridad. — me ordeno.

Obedecí. Se desvió a la izquierda y avanzo a toda velocidad, saltándose varias señales de alto al detenerse. Estudie el rostro de Edward, y me pareció que su expresión reflejaba una ira homicida.

—¿Elina? —pregunto con voz tensa.

—¿Sí? —

—¿Estas bien? —

Aun no me había mirado, pero la rabia de su cara era bastante evidente.

—Si. —

—Distráeme, por favor. —ordeno.

—¿Perdón? —le pregunte confundida.

Suspiro con rudeza.

—Limítate a charlar de cualquier cosa hasta que me calme. —aclaro mientras cerraba los ojos y se apretaba el puente de la nariz con los dedos.

—¿Estás loco o que? Abre los ojos y mira hacia adelante, no quiero morir tan joven. —le dije en cuanto cerro los ojos.

—No pasa nada. —dijo mientras abría los ojos. —Vamos distráeme. —

—Mañana voy a atropellar a Tyler Crowley. —dije con una sonrisa juguetona.

Edward subió la comisura de los labios.

—¿Por qué? —

—Le esta diciendo a todo que iremos al baile de fin de curso. Creo que intenta que olvide que casi me mata con su coche. Además Lauren es mi amiga y ella sabe que no me metería con el chico que le gusta. Talvez le destroce su nuevo auto, así ya no podrá llevar a nadie. —dije mientras sonreía un poco maliciosa por lo último que dije.

—Estaba enterado. —sonó algo tranquilo.

—¿Qué? —pregunte incrédula. —¿Porque no me dijiste? Si lo sabía antes lo hubiera detenido. —

Edward suspiro.

—¿Estas bien? —le pregunte.

—En realidad, no. —

Espere a que volviera a hablar.

—¿Qué pasa? —pregunte en un susurro.

—A veces tengo problemas con mi genio, Elina. — el también susurraba. —Pero no me conviene dar media vuelta e ir a cazar a esos…—No termino, desvió la mirada y volvió a luchar por controlar su rabia. Luego, continuo. —Al menos estoy intentando convencerme de que no es conveniente. —

De nuevo permanecimos sentados en silencio.

—Jessica y Angela se van a preocupar. — dijo Isabella en un murmullo.

Salte de la impresión, se me había olvidado de que venía con nosotros.

—Cierto. —le dije a Edward. —Íbamos a reunirnos con ellas para comer en el restaurante italiano. —

Sin más giro con suavidad y regreso rápidamente a la ciudad. Siguió conduciendo a gran velocidad cuando estuvimos bajo los faroles. Se estaciono junto a la acera. Mire por la ventanilla el letrero de La Bella Italia. Jess y Angela acababan de salir y se alejaban caminando con rapidez.

Oí abrirse la puerta y alcance a ver que se bajaba.

—¿Qué haces? — le pregunte.

—Llévate a cenar. —

Sonrió levemente, pero la mirada continuaba siendo severa. Se alejo del coche y cerro con un portazo. Me quite el cinturón de seguridad y salí del coche junto con Isabella y me hablo antes de que pudiera decir algo.

—Detén a Jessica y Angela antes de que tenga que buscarlas a ellas también. Dudo que pueda volver a contenerme si me tropiezo otra vez con tus amigos. —dijo en tono amenazador.

—¡Jess, Angela! —les grite, agitando el brazo cuando voltearon.

Se apresuraron a regresar. El alivio en sus rostros se convirtió en sorpresa cuando vieron quien estaba a mi lado. A unos metros de nosotros, vacilaron.

—¿Dónde han estado? —pregunto Jessica con suspicacia.

—Nos perdimos. —admití. —Y luego encontramos a Edward. —lo señala con un gesto.

—¿No les importa si me uno a ustedes? —pregunto con voz sedosa e irresistible. Por sus rostros supe que nunca había usado esos encantos con ellas.

—Eh, no, claro. —musito Jessica.

—De hecho. —confeso Angela. —Elina, Bella, lo que sucede es que cenamos mientras esperábamos…perdón. —

—No importa. —me encogí de hombros. —No tengo hambre. —

—Yo tampoco tengo. —dijo Isabella.

—Creo que deberías comer algo. —intervino Edward en voz baja pero autoritaria, mientras me miraba. Busco a Jessica con la mirada y le hablo un poco más alto. —¿Les molesta si llevo a Elina a casa esta noche? Así no tendrás que esperar mientras cenas. —

—Eh, supongo que no…no hay problema…—

Jess se mordió el labio mientras me miraba para saber si era lo que quería. Le guiñé un ojo y le sonreí en respuesta.

—De acuerdo. —Angela fue más rápida que Jessica. —Nos vemos mañana, Elina, Edward…—

—Pero yo tampoco e cenado. —dijo Isabella un poco enojada en un murmullo.

—Te compraremos algo en el camino. Vamos. —le dijo Angela mientras la jalaba del brazo.

Creo que el miedo y el shock se le paso rápido a Isabella, ya que al momento de irse a la fuerza me estaba mirando con enojo y envidia.

Y queriéndola provocar un poco ya que sabía su obsesión con Edward, le sonreí de manera burlona.

Se alejaron hacia el coche, que pude ver un poco más lejos, estacionado en First Street. Antes de subir, Jess se volvió y me saludo con la mano, le devolví el saludo y esperé que se alejaran antes de volver hacia Edward.

—De verdad, no tengo hambre. —insistí mientras lo miraba a los ojos.

—Compláceme. — dijo.

Se dirigió a la puerta del restaurante y la mantuvo abierta. Evidentemente, iba ser inútil discutir con él.

Pase junto a él y entre.

No era temporada de turismo en Port Angeles, por lo que el restaurante no estaba lleno. Capte el brillo en los ojos de nuestra anfitriona mientras evaluaba a Edward. Le dio la bienvenida con más entusiasmo del necesario. Me sorprendió que me molestara.

Era un poco más alta que yo y era rubia teñida.

—¿Tiene mesa para dos? —pregunto Edward.

Vi como los ojos de la rubia se posaban en mí, le di una sonrisita sarcástica, luego desvió la mirada un poco disgustada, creo que me consideró más bonita que ella, y bueno con todo el ego que tengo dentro puedo decir que lo soy. Nos llevó a una gran mesa para cuatro en el centro de la zona más concurrida del comedor.

Estaba a punto de sentarme cuando Edward me indico lo contrario con la cabeza.

—¿Tienes, tal vez, algo más privado? —insistió a la anfitriona.

—Naturalmente. —dijo sorprendida. Dio la vuelta y nos condujo alrededor de una mampara hasta llegar a un salón de privados. —¿Algo como esto? —

—Perfecto. —le dijo el con una destellante sonrisa que la dejo deslumbrada, mientras nos sentábamos.

—Este…—sacudió la cabeza, parpadeando. —Ahora mismo los atiendo. —se alejó caminando con paso vacilante.

—Enserio, no deberías hacerle eso a la gente. —le dije burlonamente. —Es muy poco cortes. —

—¿Qué cosa? —

—Deslumbrarla, de seguro ahorita está en la cocina recuperándose de la impresión.. —le dije con una sonrisa, imaginándome a la anfitriona.

Pareció confundido

—Oh, vamos. Tienes que saber el efecto que produces a los demás. —le dije.

Ladeó la cabeza con los ojos llenos de curiosidad.

—¿Los deslumbro? —

—En realidad ¿No te has dado cuenta? ¿Crees que todos ceden con tanta facilidad? —

—¿Te deslumbro a ti? —ignoro mis preguntas.

—Algunas veces. —

Me miro con curiosidad y me pregunto.

—¿Cómo es eso? —

—Bueno, te diré que cuando me haces enojar, ahí no me deslumbras. —le dije mientras le guiñaba el ojo y sonreía.

Entonces llego la mecerá, con rostro expectante. estoy segura de que la anfitriona le había dicho sobre Edward, y la nueva chica no parecía decepcionada. Se echo un mechón de cabello negro detrás de la oreja, y sonrió con innecesario calidez.

—Hola. Me llamo Amber y voy a atenderlos esta noche. ¿Qué les sirvo de beber? —

No pase por alto que solo se dirigió a él. Edward me miro.

—Voy a tomar una limonada. —le dije.

—Dos. —dijo el.

—Enseguida las traigo. —le aseguro con otra sonrisa innecesaria, pero él no la vio, porque me miraba a mí.

—{En tu cara Amber.} —pensé con una sonrisa.

—¿Qué pasa? —le pregunte una vez que la mesera se fue, tenía la mirada fija en mi rostro.

—¿Cómo te siente? —

—Estoy bien. —conteste.

—¿No tienes mareos ni frio ni malestar…? —

—¿Debería? —

Se rio entre dientes ante mi respuesta.

—Bueno, de hecho esperaba que entraras en estado de shock. —

—Dudo que eso suceda en este momento debió de pasar hace rato. Además solo estaba un poco asustada, no tanto como para llegar a estar en shock. —

—Me sentiré mejor cuando hayas tomado algo de glucosa y comida. —

La mesera apareció con nuestras bebidas y una cesta de pan en ese preciso momento. Permaneció de espadas a mi mientras las colocaba sobre la mesa.

—¿Han decidido que van a pedir? —pregunto a Edward.

Carraspee para que me volteara a ver. Ella se volvió a mí a regañadientes.

—Quiero la lasaña a la boloñesa. —le dije con la sonrisa más falsa que tengo.

—¿Y usted? —se volvió hacia Edward con una sonrisa.

—Nada para mí. —contestó.

—Si cambia de opinión, hágamelo saber. —dijo la mesera.

La sonrisa coqueta seguía ahí, pero él no la miraba y la mesera se fue descontenta.

Bebi de mi limonada, al principio fueron unos sorbitos, luego bebi tragos más largos, tenía mucha sed. Cuando me la acabe Edward empujo su vaso hacia mí.

—Gracias. —le dije agradecida, aún tenía sed.

El frio de la limonada se extendió por mi pecho y me dio un escalofrió.

—¿Tienes frio? —preguntó.

—Es solo la limonada. —le expliqué.

—¿No traes una chamarra? —me reprocho.

Ahí fue cuando me acorde que la había dejado en el auto de Jessica, junto con mis compras.

—La deje en el auto de Jessica. —

Edward se quitó la suya. No pude evitar darle un vistazo, y no voy a mentir este chico tiene lo suyo, ya que llevaba un suéter de cuello de tortuga ajustada que le remarcaba los músculos.

Me entrego su chamarra.

—Gracias. —dije mientras me ponía su chamarra.

La prenda estaba helada. Las mangas eran demasiado largas y las eche hacia atrás para tener libres las manos.

—Te miras encantadora con vestido. —dijo mientras me miraba.

Me sorprendió y por primera vez hablando con él, me sonroje.

Empujo la cesta de pan hacia mí.

—No voy a entrar en shock. —le dije otra vez.

—Pues deberías, una persona normal lo haría, y tu ni siquiera pareces alterada. —

Daba la impresión de estar desconcertado. Me miro a los ojos y vi que los suyos eran más claros, de ese tono dorado que tiene el caramelo.

—Ya te dije, que hubiera entrado en shock en el momento, pero sabía que tenía que defenderme. ¿Y alterada? Lo estaba hace rato por supuesto, en este momento me siento segura contigo. —le confesé.

Aquello le desagrado y frunció su frente. Ceñudo, sacudió la cabeza y murmuro para sí:

—Esto es más complicado de lo que esperaba. —

Tomé un trozo de pan y empecé a comerlo, evaluando su expresión.

—Normalmente estas de mejor humor cuando tus ojos brillan. —le dije para distraerlo un poco, ya que creo que mi comentario anterior lo había dejado triste.

—¿Qué? —

—Estas de mal humor cuando tienes los ojos negros. Tengo una teoría sobre eso. —le dije.

Entrecerró los ojos y dijo:

—¿Una teoría? —

—Sip. —dije remarcando la "p". Mastique el pan un poco indiferente.

—Es pero que sea una buena teoría entonces. — la imperceptible sonrisa era burlona. —¿Y? —me incito a seguir

Pero en ese momento apareció la mesera detrás de la mampara con mi comida.

Me di cuenta de que, inconscientemente, nos habíamos ido inclinado cada vez más cerca uno del otro, ya que ambos nos erguimos cuando se acercó. Dejo el plato delante de mí. Se miraba excelente.

Rápidamente se volvió hacia Edward para preguntarle:

—¿Ha cambiado de idea? ¿No hay nada que pueda ofrecerle? —

Capte el doble sentido de sus palabras, más ofrecida no se pudo haber escuchado.

—No, gracias, pero estaría bien que nos trajera algo más de beber. —dijo señalando los vasos vacíos, que yo tenía adelante.

—Claro. —

Quito los vasos vacíos y se fue.

—¿Qué decías? —preguntó.

—Te lo diré en el coche. Si…—hice una pausa.

—¿Hay condiciones? —me preguntó.

—Tengo unas cuantas preguntas. —

—Por supuesto. —

La mecerá regreso con vasos de limonada. Los dejo sobre la mesa sin decir nada y se volvió a ir. Tome un sorbito.

—Bueno, adelante. —me ínsito.

Comencé por preguntarle algo fácil. O eso creía.

—¿Por qué estás en Port Angeles? —

Bajo la vista y cruzo las largas manos sobre la mesa muy despacio para luego mirarme, mientras apareció en su rostro el indicio de una sonrisa afectada.

—Siguiente pregunta. —

—Pero esa es la pregunta más fácil. —le dije entre frustrada y divertida.

—La siguiente. —repitió.

Frustrada, baje los ojos hacia mi plato, tome el tenedor, corte un pedazo de lasaña y me la lleve a la boca, pensando mientras masticaba. Estaba muy rica.

Trague y bebi otro sorbo de mi limonada antes de levantar la vista.

—Está bien, supongamos que, hipotéticamente, alguien es capaz de…saber que piensan las personas, bueno con algunas excepciones. — le dije.

—Solo una excepción. —me corrigió. —Hipotéticamente. —

Me siguió el juego.

—Exactamente ¿Cómo funcionaria eso? ¿Qué limitaciones tiene? ¿Cómo podría esa persona encontrar otra? — le pregunte.

—¿Hipotéticamente? —

—Claro. —

—Bueno, si…ese alguien…—

—Supongamos que se llama Fred. — le sugerí burlona.

Esbozo una sonrisa seca.

—En ese caso, Fred. Si Fred hubiera estado atento, la sincronización no tendría por qué haber sido tan exacta. —negó con la cabeza y puso los ojos en blanco. —Solo tu podrías meterte en líos en un sitio pequeño. Destrozarías las estadísticas de delincuencia de una década. —

—Eso no es cierto, es por estar cerca de personas a la que los problemas le siguen. Además estamos hablando de un caso hipotético. —le dije un poco indignada.

Se rio de mi con ojos tiernos.

—Si, cierto. —aceptó. —¿Qué tal si le ponemos Jennie? —

—Bueno, sí, pongámosle ese nombre, ya me vas a contestar, ¿Cómo lo supiste? —pregunté con una ceja en alto, ya harta que evadiera tanto la pregunta.

Comprendí que volvía a inclinarme hacia él.

Pareció titubear, dividido por algún dilema interno. Nuestras miradas se encontraron e intuí que en ese preciso momento estaba tomando la decisión de si decirme la verdad o no.

—Puedes confiar en mí, ya lo sabes. —le dije con una suave sonrisa.

—No sé si tengo alternativa. —su voz era un susurro. —Me equivoque. Eres más observadora de lo que pensaba y aparentas. —

—Creí que siempre tenías razón. —dije con voz burlona.

—Así era. —sacudió la cabeza. — Hay otra cosa en la que también me equivoque contigo. No eres un imán para los accidentes…Esa no es una clasificación suficientemente extensa. Eres un imán para los problemas. Si hay algo peligroso en un radio de quince kilómetros, inexplicablemente te encontrara. —

Lo mire indignada.

—¿Te incluyes en esa categoría? —

—Sin duda alguna. —su rostro se volvió frio e inexpresivo.

Estire la mano por la mesa, para tocarle el dorso de su mano con las yemas de los dedos. Tenía la piel fría y dura como una piedra.

—Gracias. —dije con gratitud. —Por salvarme de esos chicos. —

Su rostro se suavizo.

—No dejaras que te pase otra cosa así, ¿De acuerdo? —

Fruncí el ceño, pero asentí con la cabeza. Aparte mi mano de la suya, él puso ambas manos sobre la mesa, y se inclinó hacia mí.

—Te seguí a Port Angeles. —admitió. Hablando demasiado rápido. —Nunca antes había intentado mantener con vida a alguien en particular, y es mucho más problemático de lo que creía. —

Hizo una pausa. Me preocupé un poco por el hecho de que me estuvo siguiendo, pero también sentí muy en el fondo un deje de satisfacción.

—¿Crees que me había llegado la hora la primera vez con la camioneta, y que he interferido con el destino? —pregunté.

—Esa no es la primera vez. —replico con dureza.

Lo mire sorprendida, pero el miraba el piso.

—La primera vez fue cuando te conocí. —

Recordé ese primer día en donde me miraba con sus ojos negros llenos de ira.

—¿Lo recuerdas? —preguntó serio.

—Si. —respondí serena.

—Y aun así estas aquí sentada. —dijo con incredulidad en la voz.

—Si, claro estoy aquí gracias a ti. —le dije con una cálida sonrisa. —Porque de alguna manera supiste como encontrarme hoy. —

Frunció los labios y me miro con los ojos entrecerrados mientras volvía a pensar. Miro mi plato casi a la mitad, y luego a mí.

—Tu comes y yo hablo. —me propuso.

Comencé a comer otra vez, partiendo un pedazo de mi lasaña y masticándola, mientras le ponía atención.

—Seguirte el paso es más difícil de lo habitual. Normalmente puedo hallar a alguien con suma facilidad siempre y cuando haya "oído" su mente antes. —me miro con ansiedad y comprendí que había dejado de masticar para verlo con incredulidad, tragué lo que tenía en la boca y comí otra porción de lasaña. —Vigilaba a Jessica sin mucha atención… Como te dije, solo tú puedes meterte en problemas en Port Angeles, o ir con alguien que te los ocasioné, de las dos maneras es lo mismo. Al principio no me di cuenta de que ya te habías ido con Isabella hacia otro lado, y luego cuando comprendí que ya no estabas con ellas, fui a buscarte a la librería que vislumbré en la mente de Jessica. Te puedo decir que no llegaron a entrar y que se dirigieron al sur. Sabía que tendrías que dar la vuelta pronto, así que me limite a esperarte, investigando al azar en los pensamientos de los transeúntes para saber si alguno se había fijado en ustedes, y saber de ese modo donde estabas. No tenía razón para preocuparme, pero estaba extrañamente ansioso…—se sumió en sus pensamientos, mirando fijamente a la nada. —Comencé a conducir en círculos, seguía alerta. Buscando con atención la mente de Isabella, pero sus pensamientos son como un susurro, puedo escucharlos, pero estado tan lejos no. Cuando el sol se puso al fin, estaba a punto de salir y seguirte a pie cuando…—enmudeció, rechinando los dientes con súbita ira. Se intentó calmar.

—¿Qué paso entonces? —dije con curiosidad.

Edward seguía mirando al vacío por encima de mi cabeza.

—Oí lo que pensaban. —gruño, al torcer el gesto, el labio superior se curvo mostrando sus dientes. —Y vi tu rostro en sus mentes. —

De repente, se inclinó hacia delante, con el codo apoyado en la mesa y tapándose los ojos con la mano.

—Fue duro, no sabes cuánto, dejarlos… vivos. Podría haberte dejado ir con Jessica, Angela e Isabella, pero temía. —admitió con hilo de voz. — Que si me dejabas solo, regresaría por ellos. —

Permanecí sentada con las piernas cruzadas en silencio, confundida, con las manos cruzadas sobre mis rodillas y recargada completamente sobre la silla. El seguía con la mano en el rostro, tan inmóvil que parecía una estatua.

Finalmente alzo la vista y sus ojos buscaron los míos, son sus propias interrogantes.

—¿Estas lista para ir a casa? —preguntó.

—Claro. —le dije mientras tomaba mi bolso, ya había terminado de comer.

La mesera apareció como si la hubiera llamado.

—¿Qué tal todo? —preguntó a Edward, como si él hubiera pedido de comer.

—Bien, queremos pagar la cuenta, gracias. —dijo el.

Su voz era contenida pero más ronca, aun reflejaba la tención de nuestra conversación. Eso pareció acallarla, Edward alzo la vista, esperando.

—Claro. —tartamudeo. —Aquí tiene. —

La camarera le entrego una carpetita de cuero que saco de su bolsillo.

Edward sostenía un billete, lo metió en la carpetita y se la dio de inmediato.

—Quédese con el cambio. — le dijo.

Sonrió, nos pusimos de pie. Ella volvió a sonreírle de manera insinuante.

—Que tengan una buena noche. —dijo la mesera.

Edward no aparto los ojos de mi mientras le daba las gracias. No pude reprimir una sonrisa de burla hacia la mesera.

Camino muy cerca de mi hasta la puerta, teniendo cuidado de no tocarme.

Abrió la puerta del copiloto y la detuvo hasta que entre, luego la cerro con suavidad. Miré como daba la vuelta por enfrente del auto.

Una vez dentro, arranco y puso la calefacción al máximo. Había refrescado mucho y supuse que el buen tiempo se había terminado, aunque yo estaba bien calientita en su chamarra.

Se metió entre el tráfico, aparentemente sin mirar, lo cual es un poco alarmante, y fue esquivando coches en dirección a la autopista.

—Ahora. —dijo forma elocuente. —Te toca a ti. —