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Cinco. Grupo sanguíneo.

Me dirigí a clase de Lengua aun distraída, a tal grado que al entrar ni siquiera me di cuenta de que la clase había comenzado.

—Gracias por venir, señorita Yorkie. —saludo despectivamente el señor Mason.

Me disculpé y me dirigí rápidamente a mi asiento.

Hasta el final de la clase me di cuenta de que en el pupitre contiguo, como siempre, se sentaba Mike. Sentí una pequeña punzada de culpabilidad, pero tanto el cómo Eric se reunieron conmigo en la puerta como de costumbre, así que supuse que ya se sentía mejor.

Mike parecía volver a ser el mismo, y mientras caminábamos hablaba entusiasmado cobre el pronóstico del tiempo para el fin de semana. La lluvia exigía hacer una acampada más corta, pero aquel viaje a la playa parecía posible.

Cuando íbamos de camino hacia la cafetería, Jessica no paraba de hablar sin cesar sobre sus planes para el baile. Lauren y Angela ya se lo habían pedido a los demás chicos e íbamos a acudir todos juntos. Isabella solo iba caminando con cara de desinterés mientras nos escuchaba hablar.

Cuando entramos a la cafetería, iba a formarme para comprar mi almuerzo, pero Jessica me dijo:

—Edward Cullen vuelve a mirarte, me pregunto por qué se sienta solo hoy. —

Volví la cabeza para seguir la dirección de su mirada hasta toparme con Edward, con su sonrisa pícara, que me observaba desde una mesa vacía desde el otro extremo de la cafetería al que solía sentarse. Una vez que atrajo mi atención, alzo la mano y movió el índice para que me acercara, me guiño el ojo cuando lo mire cruzada de brazos, con una sonrisita y una ceja alzada.

—¿Se refiere a ti? —preguntó Jessica con un tono de insultante incredulidad en la voz.

—Supongo, después de todo es a mí a la que está mirando. —

Pude sentir dos miradas mientras caminaba, voltee a ver de quien era la otra mirada, ya que una sabia que era de Jessica, y me sorprendí cuando vi que era Isabella, ella me miraba un poco enojada y frustrada. No le hice caso y seguí caminando hasta estar parada atrás de la silla que había enfrente de Edward.

—¿Por qué no te sientas hoy conmigo? —me pregunto con una sonrisita. Me senté lentamente intentando averiguar de que trataba todo esto.

Seguía sonriendo.

Él debía de esperar que yo comentara algo.

—Esto es diferente. —dije.

—Bueno. —hizo una pausa y el resto de las palabras salió de forma precipitada. —Decidí que si me voy a ir al infierno, qué más da que sea ahora. —

Espere a que dijera algo con más sentido.

—Sabes, no tengo idea a lo que te refieres. —le dije.

—Cierto. —volvió a sonreír y cambio de tema— Creo que tus amigos se enojaran conmigo por haberte raptado. —

—Unas horas sin mí no les va a ser nada, sobrevivirán. —

Sentí los ojos de todos clavados en mi espalda, unos más intensos que otros.

—Aunque es posible que no quiera liberarte. — dijo con un brillo pícaro en los ojos.

Me le quede viendo.

—Pareces preocupada. —

—No, más bien sorprendida. ¿A qué se debe este cambio? —

—Ya te lo dije. Me harté de permanecer lejos de ti así que me rendí. —

Seguía sonriendo, pero sus ojos estaban serios.

—¿Te rendiste? —le pregunte.

—Si, ya dejé de intentar ser bueno. Ahora voy a hacer lo que quiero, y que pase los que tenga que pasar. —

Su sonrisa se desvaneció mientras se explicaba y el tono de su voz se endurecía.

—Me perdí de nuevo. —

La arrebatadora sonrisa apareció.

—Siempre digo demasiado cuando hablo contigo, ese es uno de los problemas. —

—No te preocupes, no te entiendo nadita. —

—Cuento con ello. —

—Entonces que somos ¿Amigos? —

—Amigos…—medito dubitativo.

—O no. —le dije.

Esbozo una amplia sonrisa,

—Bueno, supongo que podemos intentarlo, pero ahora te prevengo que no voy a ser un buen amigo para ti. —

Aviso ocultándose detrás de su sonrisa real.

—Eso lo dices mucho. —recalque.

—Si, porque no me escuchas. Sigo esperando que me creas. Si eres lista, me evitarías. —

—Bueno yo soy lista, puedo empezar a evitarte ahora si quieres. —le dije mientras me levantaba de la silla.

—No, quédate. —me dijo un poco alarmado.

—Solo era broma. —le dije mientras me reía y me volvía a sentar.

Seguimos bromeando y platicando de forma amena hasta que miro por encima de mi hombro y luego, de forma inesperada, rio por lo bajo.

—¿Qué? —

—Tu novio parece creer que estoy siendo desagradable contigo. Se debate entre venir o no a interrumpir nuestra platica. —

Volvió a reír.

—¿Qué?, no sé de qué hablas pero estoy segura de que te equivocas. —

—Yo no. Te lo dije, me resulta fácil saber qué es lo que piensan la mayoría de las personas. —

—Excepto yo, por su puesto. —le dije mientras le sonreía.

—Si, excepto tu. —su humor cambio de repente. Sus ojos se hicieron más inquietantes. —Me pregunto porque será. —

—¿No tienes hambre? —pregunto distraído.

—Si, un poco. Espera aquí, ahorita vuelvo. —el solo asintió, me levanté, fui a comprar un emparedado, y una limonada.

Con la sorpresa de que él quería que me sentara con él, se me había olvidado ir por mi almuerzo. Pague la comida y regrese a sentarme a donde mismo.

—¿Me puedes hacer un favor? —le pedí después de morder mi emparedado.

De repente, se puso en guardia.

—Eso depende de lo que quieras. —

—No es mucho. —le asegure. El espero con cautela y curiosidad.

—Para la otra, que decidas no hablarme e ignorarme. Solo ten por seguro que yo haré lo mismo y te advierto, no te va a gustar, si cambias de opinión como hiciste. —le dije con una mirada seria.

—Me parece justo. —dijo, mientras apretaba los labios para no reírse.

—No estoy jugando, Cullen, es enserió. —le dije seria con los ojos entre cerrados.

—Ok. Me pongo serio. —dijo mientras levantaba un poco lo brazos en modo de defensa.

—Gracias. —le dije.

Seguimos hablando de forma más calmada. Hasta que me percate que la cafetería estaba casi vacía. Me puse de pie.

—Vamos a llegar tarde. —le dije.

—Hoy no voy a ir a clase. —dijo de manera despreocupada.

—¿Por qué no? —

—Es saludable saltarse clases de vez en cuando. —dijo mientras me sonreía, pero en sus ojos relucía la preocupación.

—Bueno, yo si voy. —no quería perder clases y bajar de nota.

—En ese caso te veré luego. —

—Adiós, entonces, hasta luego. —le dije con una sonrisa, mientras caminaba a la salida.

Me dirigí a la clase casi corriendo.

Tuve suerte. El señor Banner no había entrado aun a la clase cuando llegue. Me instale rápidamente en mi asiento, consciente de que Mike, Isabella y Angela no dejaban de mirarme. Mike parecía resentido, Isabella celosa y enojada, y Angela sorprendida.

Entonces entro el señor Banner y llamo al orden a los alumnos. Hacia equilibrio para sostener en brazos unas cajitas de cartón. Las soltó encima de la mesa de Mike e Isabella y le dijo que comenzaran a distribuirlas por la clase.

—De acuerdo, chicos, quiero que todos tomen un objeto de la caja, el primero contiene una tarjeta de identificación de grupo sanguíneo. —dijo mientras tomaba una tarjeta blanca con las cuatro esquinas marcadas y las exhibía. —En segundo lugar, tenemos un aplicador de cuatro puntas. —sostuvo en alto algo similar a un peine sin dientes. —El tercer objeto es una micro lanceta esterilizada. —alzo una minúscula pieza de plástico azul y la abrió. La aguja era invisible a esa distancia.

—Voy a pasar con un gotero con suero para preparar sus tarjetas, de modo que, por favor, no empiecen hasta que pase yo… —comenzó de nuevo por la mesa de Mike e Isabella, depositando con esmero una gota de agua en cada una de las cuatro esquinas. —Luego, con cuidado, quiero que se pinchen un dedo con la lanceta. —

Tomo la mano de Mike y le punzo la yema del dedo corazón con la punta de la lanceta. —Depositen una gotita de sangre en cada una de las puntas. —hizo una demostración. Apretó el dedo de Mike hasta que fluyo la sangre. —Entonces la aplican en la tarjeta del test. —concluyo.

Sostuvo en alto la goteante tarjeta roja delante de nosotros para que la viéramos.

—El próximo fin de semana, la Cruz Roja se detiene en Port Angeles para recoger donaciones de sangre, por lo que he pensado que todos deberían conocer su grupo sanguíneo. —parecía orgulloso. —Los menores de dieciocho años van a necesitar un permiso de sus padres… hay hojas de autorización encima de mi mesa. —

Siguió cruzando la clase con el gotero. Me puse a hacer lo que el maestro nos había indicado que hiciéramos, y esperé hasta que el viniera a mi mesa con el gotero.

Todo lo que se oía a mi alrededor mientras me pichaba el dedo para ponerlo en la tarjeta, eran chillidos, quejas y risitas cuando se insertaban el dedo en la lanceta.

—Bella, ¿Esta bien? —escuche al señor Banner preguntarle algo alarmado a Isabella, la cual se encontraba sudada, con la mejilla contra la mesa, se miraba débil y un poco verde.

—Ya se mi grupo sanguíneo, señor Banner. —dijo con voz débil, aun recargada en la mesa.

—¿Te sientes débil? —

—Si, señor. —murmuro ella.

—Por favor, ¿Alguien puede llevar a Bella a la enfermería? —pidió en voz alta.

Rápidamente Mike fue el primero en ofrecerse como voluntario.

—¿Puedes caminar? —le pregunto el señor Banner.

—Si. —dijo ella en un débil murmullo.

Mike parecía ansioso cuando le rodeo la cintura con el brazo y puso el brazo de ella sobre sus hombros. Se apoyo pesadamente en él y salieron de la clase.

La clases clase continuaron normalmente sin ningún acontecimiento importante.

Cuando iba caminando por los pasillos hacia la salida, me tope con Mike y caminamos juntos, le pregunte que si como se encontraba Isabella, me dijo que bien, que habían estado en la enfermería unos diez minutos hasta que se sintió mejor y se fueron a esperar a que comenzara la siguiente clase.

Cuando llegamos a la salida, Edward llego a mi lado. Preguntando que si podíamos hablar, cuando me iba a despedir de Mike, el de repente me pregunto:

—¿Vas a venir este fin de semana a la playa? —me preguntó mientras le lanzaba una mirada fugaz a Edward.

—Claro, ya te había dicho que si iría. —contesté.

—Nos reuniremos en la tienda de mi padre a las diez. —

Su mirada se posó en Edward otra vez, preguntándose si no estaría dando demasiada información. Su lenguaje corporal evidenciaba que no era una invitación abierta.

—Si, ahí estaré puntual. —le dije con una sonrisa amable.

—Entonces te veré mañana. —se fue con inseguridad hacia su auto.

—Adiós. —le dije, mientras movía mi mano.

Me miro una vez más con contrariedad escrita en su rostro.

—¿Vas a venir este sábado a la playa? —le pregunte a Edward, una vez que estuvimos total mente en el estacionamiento.

—¿A dónde van a ir exactamente? —preguntó mirando al frente, inexpresivo.

—A la Push. Al puerto. —

Estudie su rostro intentando leerlo. Sus ojos parecieron entrecerrarse un poco más me lanzo una mirada con el rabillo del ojo y sonrió secamente.

—En verdad, no creo que me hayan invitado. —

Suspire.

—Yo te estoy invitando, en este momento. —

—No abusemos más entre los dos del pobre Mike esta semana, no se vaya a romper. —sus ojos centellaron disfrutando de la idea más de lo normal.

—¡Ja! El blandengue de Mike. —dije con una risita.

Cuando iba a despedirme, e irme hacia la izquierda, hacia mi coche me agarro de la chamarra y me hizo retroceder.

—¿Adónde crees que vas? —pregunto ofendido.

Edward me sujetaba con una sola mano. Estaba perpleja.

—Me voy a casa. —

—Déjame llevarte yo hoy a tu casa, y así nos conocemos mejor. —

—¿Qué? ¿Como que tú me llevas?, ¿Que va a pasar con tus hermanos?, ¿Qué va a pasar con el mío? —

—Rosalie trajo su propio auto ella los puede llevar. Y solo basta con un mensaje de tu parte para que le avises a tu hermano. —

—Está bien. —dije un poco irritada por su insistencia, mientras le mandaba un mensaje a Eric, diciendo que alguien me llevaría a casa, el me contesto diciendo, que bueno ya que estaría en casa de un compañero haciendo un trabajo.

Cuando estuvimos adentro de su flamante Volvo, movió los controles, subió la calefacción y bajo la música. Cuando salió del estacionamiento, reconocí la música que sonaba.

—¿Claro de luna? —pregunte sorprendida.

—Conoces a Debussy. —el también parecía estar sorprendido.

—No mucho. —admití. —Cuando vivía en Nueva York, iba a una academia de baile, y hubo una temporada que nos tocó bailar música clásica. A demás a mi madre le gusta este tipo de música. Solo se mis favoritos. —

—También es uno de mis favoritos. —

Siguió mirando al frente, a través de la lluvia, sumido en sus pensamientos.

Escuche la música mientras me relajaba contra la suave tapicería de cuero gris. Era imposible no reaccionar ante la conocida y relajante melodía. La lluvia volvía borroso el paisaje más allá de la ventanilla. Comencé a darme cuenta de lo rápido que íbamos pero, no obstante, el coche se movía con tal firmeza y estabilidad que no notaba la velocidad, salvo por lo deprisa que dejábamos atrás el pueblo.

—¿Cómo es tu madre? — me pregunto de repente.

—Se parece mucho a mi— respondí. Alzo las cejas. —Es la chef del único restaurante aquí en Forks. Es sociable, pero seria. Es muy madura, muy amorosa y siempre sabe cuándo necesitas un consejo. Es la mejor madre del mundo. —le dije con una sonrisa.

—Elina, ¿Cuantos años tienes? —

Por alguna razón que no lograba comprender, la voz de Edward tenía un tono de frustración. Detuvo el coche y comprendí que habíamos llegado a mi casa, me quedé un poco confundida, ¿Como sabia donde vivía? Llovía con tanta fuerza que apenas conseguí mirar mi casa. Parecía que el coche estuviera en un rio.

—Diecisiete. —respondí un poco confusa.

—No los aparentas. —dijo.

—Tampoco tú pareces mucho un adolescente de escuela. —

Hizo una mueca y cambie de tema.

—Bueno, ¿Vas a contarme algo te tu familia? —pregunte para distraerlo. —Debe ser una historia mucho más interesante que la mía. —

Se puso en guardia de inmediato.

—¿Qué quieres saber? —

—¿Te adoptaron los Cullen? —

—Si. —

—¿Qué les ocurrió a tus padres? —

—Murieron hace muchos años. —contesto con toda la naturalidad.

—Lo siento. —murmure.

—En realidad, los recuerdo de forma confusa. Carlisle y Esme son mis padres desde hace mucho. —

—Y tú los quieres. —no era una pregunta, era obvio por el modo en que hablaba de ellos.

—Si. —sonrió. —No puedo concebir a dos personas mejores que ellos. —

—Eres muy afortunado. —

—Se que lo soy. —dijo y quedamos en un cómodo silencio.

Lanzo una mirada al reloj del tablero.

—A propósito: mis padres se preocuparán si no llego a casa. —me dijo.

—Oh, si claro, supongo que tienes que irte. —

—Diviértete en la playa…Que tengan un buen tiempo para tomar el sol. —me deseo mientras miraba la lluvia.

—¿No iras mañana a la escuela? —

—No, Emmett y yo vamos a adelantar el fin de semana. —

—¿Qué harán? —

—Nos vamos de excursión al bosque de Goat Rocks, al sur del monte Rainier. —

—Ah, vaya, espero que se diviertan. —le dije con una sonrisa.

—¿Harías algo por mi este fin de semana? —

Asentí confundida

—Intenta no caerte en el océano o hacer algo peligroso, ¿De acuerdo? —dijo con una sonrisa.

—Bueno, no soy tan torpe así que eso no me pasara, y si pasará, se nadar. Pero para hacerte el favor y no estés con el pendiente, no haré nada extremo. —le dije con un poco de diversión mientras salía del Volvo, bajo la lluvia, cerraba la puerta y corría para no mojarme.

Edward aún seguía sonriendo cuando se alejó en el coche.