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Capitulo 7: Perdido

NFSW

¿Quién podría creer que el hombre finamente ataviado que sujetaba el brazo de Lían, es la encarnación de la codicia y la perversión?

Hubo un acuerdo entre los dos por un tiempo. Pero aquel que tiene el poder de convertir en polvo los deseos humanos, no acepta que un trofeo se haya escapado de su vitrina.

Si jugas con fuego, te vas a quemar. ¡Tan cliché!

¿Cómo se podía explicar esta situación?

Un hombre atractivo, con un seductor encanto rústico y una sonrisa amable ingresó a la vida Lían a causa de una terrible necesidad. Se enredaron en un placentero sueño de partículas de hadas.

Días y noches perdidos entre sudor y lágrimas. El comensal se deleitaba con la carne suave y aturdida, tan eufórica y jovial.

Pero, si la raíz está podrida, el tallo eventualmente se quiebra, los pétalos jugosos caen y, como si fuera poco, todo se desvanece.

Y así fue como todo terminó entre ellos.

Por lo menos, eso creía Lían.

El hombre presiona cada vez más fuerte su muñeca, no tiene intenciones de medirse.

—Te llame y te busque varias veces.

—¡Soltame! —grita, escondiendo cómo sus órganos sucumben de terror.

—Ahora que te encuentro, ¿te vas a poner así?, ¡qué desperdicio! —Se burla, con una voz grave cargada de ínfulas de superioridad. Aunque intenta mantener un tono estable, su mirada refleja lo contrario. Se deleita observando cada milímetro del rostro de su presa.

—¡Déjame en paz! —responde, luchando para liberarse.

Ya no era el joven inocente que llegó por primera vez a la capital con sueños ambiciosos y unos bolsillos pobres, dispuesto a lamer la escoria depositada en sus zapatos por un poco de atención.

Cada mirada entre ellos es un desafío silencioso. Al encontrarse con aquellos ojos verdes desafiantes, Rodrigo deja escapar un suspiro profundo, seguido de una risa irónica. Es evidente que su paciencia se ha agotado. Las cejas gruesas se juntan, mientras la mano libre se aferra a la mandíbula de Lían con firmeza.

—¿De verdad estás así por ese tipo? —Se acerca hacia su rostro, los dedos robustos y largos presionan con fuerza la piel suave—. ¡Acaso sos estúpido!

Jala el brazo hacia atrás acortando la distancia; el hombre retenido puede sentir su aliento, el penetrante aroma a alcohol y tabaco que emana de él le provoca náuseas. Sin embargo, Lían guarda silencio anticipando lo que está por venir.

Rodrigo intenta varias veces besarlo, solo erra ante el movimiento esquivo. Sus labios se tensan en una línea firme, mientras sus dientes rechinan ante el rechazo. Una mirada intensa y penetrante refleja su enfado. La furia brota dentro de él.

Presiona la cabeza de Lían contra la pared con violencia, aunque tanta ira depositada en un solo punto parecía egoísta. Clava los nudillos en los ojos que una vez deseo. La nariz recta y altiva, qué antes inhalo con desesperación el aroma de la lujuria de las noches que compartían en celo, comienza a gotear. Los labios, que habían sido sellados por su dueño aún no debían ser tocados, tenían otro castigo que recibir.

Rodrigo se había cegado y la víctima de su locura perdió la conciencia por unos minutos.

El hombre se hacía un festín magullando la carne, no había perdón. No se detiene, continúa golpeando hasta ver que las piernas del débil contrincante empiezan a titubear, ¡el punto justo! Con un mínimo esfuerzo lo empuja hacia abajo para ponerlo de rodillas, la posición perfecta para rendirle devoción a este pseudo dios.

Enreda sus dedos en el cabello plateado con un agarre fuerte, como si estuviera a punto de arrancarlo de raíz.

El monstruo rígido y erguido da la orden.

—¡Ya sabes lo que tenés que hacer!

Con la mente aún turbia, Lían empieza a rogar por compasión. La escasa fuerza que le queda en las entrañas se hace presente. A manotazos trata de alejar el miembro que intenta apuñalar la garganta.

Él mira fijo su rostro, anhelando encontrar piedad, pero la expresión perversa de Rodrigo brilla con una siniestra satisfacción ante la miserable situación.

Lían baja los dientes como una barrera, blindados con tenacidad. El hombre intenta someterlos con reiterados golpes, pero no cede.

Lo suelta como si fuera nada. ¿Desiste? ¡No!

—Decime, ¿en qué departamento vive tu amiguito? —pregunta con tono desafiante.

El corazón de Lían se acelera, las pupilas verdes se dilatan de tal manera que se perderían si alguien intentara encontrarlas.

—Esto es sencillo, con esto así no pienso volverme —amenaza, mientras señala la parte firme entre las piernas—. Entonces, ¿qué vas a hacer?

La confusión se apodera de todo.

¿Cuál es el crimen que ha cometido para merecer un castigo tan cruel?

Cierto, su padre ya se lo ha dicho...

Este infortunado hombre al grito de: ¡Si me mordés te pego un tiro! ¡Si me raspas, te arranco los dientes!, debe expiar sus pecados.

El cuerpo tiembla por el frío intenso pero el rostro arde. Con un esfuerzo feroz, ordena a sus ojos que evaporen las lágrimas. Los labios muestran las marcas de haber sido rasgados, mientras el perpetrador va y viene con intensidad.

El tiempo transcurre demasiado lento, la mente aturdida de Lían comienza a divagar.

Creyó que iba a ser rápido conociendo al verdugo, parece que Rodrigo está disperso, ni esa plegaria es escuchada. Se consuela a sí mismo. Inocente o estúpido, de esta forma puede evitar que la persona que añora y desea en sueños no sea ultrajada.

Nadie merece atravesar por esta asquerosa situación, ya había olvidado lo que se sentía.

La mandíbula se había adormecido, está al límite de quebrarse. Clava las uñas en la desolada vereda, el otro está llegando a la cima de su placer; jadea como un animal poseído.

Luego de unos minutos, desborda el veneno viscoso. Pero no es suficiente para el hombre, quiere humillarlo aún más. Retira el pedazo de carne que aún late y presiona con su mano la boca de Lían cortándole la respiración.

—¡Traga! —ordena.

El estómago de Lían convulsiona de dolor, la garganta está siendo invadida.

Al final, como siempre, Rodrigo gana.

Como si no hubiera sucedido nada, el hombre se retira un poco. Sube la cremallera del pantalón, el pecho agitado sube y baja.

Lían continua arrodillado, con la mirada hacia el suelo intenta olvidar el inmundo sabor que había quedado en su boca.

El hombre lo observa, rechista por lo bajo y toma su celular. Se detiene un momento y lee un mensaje. Se acerca de nuevo, con una sonrisa que carga molestia.

—Tenés mala suerte, no me puedo quedar. —Roza el cabello del hombre que sigue arrodillado—. En estos días vuelvo a visitarte, espero me recibas con todo abierto.

Con la cabeza a punto de estallar, apenas puede susurrar con la suficiente fuerza para ser escuchado.

—Rodrigo... —Eleva la cabeza hacia con una sonrisa que revela los dientes teñidos de rojo—. Ándate a la mierda hi-

No puede terminar, algo lo derriba al suelo de forma brutal.

Como las hojas de otoño pisoteadas y olvidadas, así permanece por un tiempo su cuerpo en la vereda.

Tiene un sueño donde cae hacia el infierno. Las ardientes llamas de sus pecados ahogan sus pulmones. A lo lejos una voz masculina familiar lo llama. El joven que pronuncia su nombre se acerca, lo suficiente para tomarle las manos temblorosas y reincorporar el cuerpo dañado.

De todas las personas del mundo esa era la indicada. 

Si, si solo era un sueño. 

En la realidad, era el único que no quería que lo viera así.

Pero, ni esa suerte tiene.

Los ojos heridos ven borrosa la silueta del piadoso que ha recolectado el trapo usado.

Así se siente.

Un pedazo de tela sucio y abandonado.

El joven angustiado abraza con fuerza a Lían, repite su nombre una y otra vez esperando una reacción.

El corazón del hombre se sumerge en la desolación. ¿Por qué la vida le escupe en la cara? ¿Cómo puede olvidar ahora lo sucedido?

Las lágrimas que ha contenido durante tanto tiempo fluyen desbordantes.

¡Injusto! ¡Todo esto es injusto! 

Un grito mudo escapa de su pecho, tan silencioso y angustiante que parece atravesar incluso el corazón de Soichi.

El joven pone ambas manos sobre el rostro herido. No sabe cómo actuar, trata de hacer que vuelva en si.

Pero Lían ya no puede más, ese primer contacto íntimo está manchado por la situación.

No lo puede contener, con la voz entrecortada y lastimosa susurra con vergüenza:

—No me toques, estoy sucio.

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