Dorian miró fijamente a la chica, con sus ojos abiertos enormemente.
La chica le devolvió la mirada, retrocediendo lentamente lejos de él. Mientras se movía, una luz blanca iluminó sus ojos y un gruñido feroz apareció en su rostro. Mientras ella se alejaba, Dorian obtuvo una mejor vista de ella.
Tenía una figura pequeña, de solo un par de pulgadas por sobre los cinco pies de altura (1,57 metros). Estaba envuelta en una capa blanca ajustada, que mostraba su figura menuda. Esta capa tenía varias rasgaduras grandes en ella, que exponían su piel blanca lechosa y pálida. A pesar de eso, no parecía ser afectada por el frío extremo que estaba siempre presente en el sistema de cuevas.
Su rostro era pequeño, casi idéntico al de un humano, salvo por las hermosas pupilas plateadas y brillantes que poseía y las dos pequeñas y empenachadas orejas de zorro que emergían de su largo cabello plateado.
—Lo siento, lo siento.
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