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| CAPÍTULO DIEZ. |
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En la oficina se encontraba un peliblanco quien leía la carta con sorpresa, era la tercera vez que repasaba aquella hermosa caligrafía y todo seguía siendo igual.
Posiblemente era una broma, así que se calmó, –Si claro, como si su teniente está enamorada de él– le decía una voz en su cabeza burlándose de él.
Trato se tranquilizarse, respiro hondo y siguió con su trabajo. Pronto, cuando su teniente regresará hablaría con ella sobre aquella carta.
—Es tan bonito lo que usted hace por mí que solo hace que me enamoré más de usted— repaso aquellas palabras con la esperanza de que fueran verdad.
Suspiró y siguió revisando los nuevos documentos, ¿qué acaso no hay nada más que papeleo?
La puerta fue tocada suavemente, sabía que era ella, su teniente.
—¿Capitán?— su temerosa voz se escuchó del otro lado de la puerta.
—Adelante Tara-chan— respondió él.
La pelinegra pasó a la oficina sonriéndole, como siempre ella hacía un caos en su mente.
Pero luego lo recordó, la carta, aquellas palabras, tenía que hablar con ella.
—Tara— habló con un semblante serio que asusto a la chica —Tengo que hablar contigo— agregó.
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La teniente del tercer escuadrón se encontraba cubriendo su sonrojado rostro, ¿cómo fue que entregó la carta equivocada?
Quería golpearse contra la pared un millón de veces hasta quedar inconsciente y olvidar aquella vergüenza. Su capitán había leído la carta donde le confesaba sus sentimientos. Estaba perdida, realmente deseaba dejar de existir en ese mismo momento.
—Lo siento capitán— fue lo único que pudo decir, las lágrimas amenazaban con salir.
De solo pensar que ahora su capitán se sentía incómodo con su presencia o que incluso la odiaba y creía que era solo una niña que apenas conocía lo que era el amor.
—Perdóneme por aquella carta tan infantil— agregó haciendo una reverencia ante él.
Mantenía su cabeza agachada, no se atrevía si quiera a mirarlo a los ojos. No soportaría ver el desprecio que seguramente su capitán tenía hacia ella.
—A-aceptare cualquier castigo que me ponga. Por favor, perdóneme— su voz se quebraba y simplemente no pudo retener las lágrimas más tiempo.
Estaba llorando frente a él, frente a su amado capitán, después de que él leyera la carta donde declaraba sus sentimientos hacia él.
—Tara...
Oh no, aquí viene. El rechazo.
No quería llorar más pero simplemente no podía detener sus lágrimas, lo aceptaría. Después de todo ya sabía que aquel peliblanco estaba enamorado de la teniente del décimo escuadrón, aunque ella estaba enamorada del teniente del noveno escuadrón.
Lo siguiente que supo fue que los brazos de su capitán la rodearon. ¿Acaso estaba soñando?
–No esto es real– le dijo su subconsciente al sentir la calidez que su capitán le brindaba.
Ciertamente Ichimaru estaba sorprendido, pero no pensaba que aquella carta era infantil. Si tan solo supiera que esa carta le estaba dando el valor suficiente para hacer aquello que siempre deseo hacer.
La pelinegra solo sintió cuando el mayor tomó su mentón y lo elevo obligándola a mirarlo, acto seguido junto sus labios con los de él en un dulce beso.
La sorpresa de Tara creció al sentir los labios del hombre sobre los suyos, ¿estaba segura de que no era un sueño?
Se maldijo al no poder disfrutar aquel beso a causa de sus estúpidos pensamientos que solo la hacían dudar. ¿Era un sueño? –No, claro que no lo era–. Ahora ya era tarde para disfrutar pues el peliblanco se había separado de ella.
—Capitán...— sorprendida comenzó a hablar —¿Entonces usted...?— lo miró.
Le parecía incómodo, y es que él tampoco hablaba, solamente era un silencio después de aquel beso que respondía su pregunta.
—¿El beso no fue demasiado claro?— su sonrisa zorruna regreso.
La chica sonrió mientras lo abrazaba. Entonces... ¿ahora eran pareja?
—Entonces... ¿somos novios?— le miró curiosa por saber la respuesta que le parecía tan obvia.
—Novios me suena más un término infantil— aquella respuesta desanimó a la pelinegra —Tu, eres MI mujer Tara— sonrió mientras apegándola más a su cuerpo —Solo mía— agregó mientras volvía a juntar sus labios en otro beso uno suave e intenso al mismo tiempo.
Un beso que demostraba cuanto había esperado por aquel día en el que ellos estuvieran juntos. El día en el que confesara cuán loco lo traía aquella amable y gentil mujer la cuál era su teniente. Suya y solo suya.
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