Unos momentos antes, en el espacio del alma del dragón verde, Fénix aterrizó en el suelo de la caverna, la piedra había fundido escoria, mientras caminaba hacia el dragón verde medio carbonizado. No podía ver rastro alguno de la niebla negra por ninguna parte.
Las paredes, el techo y el suelo de la caverna estaban todos ennegrecidos, al rojo vivo, o transformados en cristal por el intenso calor.
Arrastrándose hacia el rincón de la gruta, el dragón verde observó cómo la razón de toda esta destrucción caminaba hacia él.
—Humano. La corrupción ha desaparecido. Ya puedes detenerte.
Pero Fénix se burló de él.
—No me detendré hasta que te disculpes por intentar comerte —dijo ella.
Diciendo esto, lanzó otro chorro de llamas azules directamente al costado del dragón.
Muchas marcas de quemaduras ya adornaban sus escamas, y la piel de debajo, donde no quedaban escamas. Pero Fénix parecía insatisfecha.
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