Al escuchar su arrebato, el gnomo que trabajaba en el gólem estalló en carcajadas.
—¡Bahaha! La chica tiene lengua, ¿eh? Hace tiempo que una mujer no te hablaba de esa manera, ¿verdad, hermano? —exclamó con burla.
—Cállate, Terrance.
—¡Eh! No me llames por mi nombre real, idiota. ¡Aquí soy Sepulturero! ¿Quieres que te llame Clarence?
—¡Bien! ¡Cállate, 'Sepulturero'!
—¡Por supuesto, Gnomoestein! ¡Bahaha! —rió el otro.
—¡Que ambos se callen! —gritó Fénix.
Se enfurecía más por segundos, con cómo los dos la ignoraban.
—¡Y deja de cavar en mis paredes! —demandó.
El gnomo en el suelo, Gnomoestein, se giró para enfrentarla.
—Ahh, lo siento. No puedo hacerlo. Nos ordenaron perforar las paredes, y eso es justo lo que haremos —explicó con desinterés.
—¡Sí, chica! Además, nunca había cavado en roca tan dura. Esto es un desafío y ¡me encantan los desafíos! —canturreó el gnome del gólem.
—Entonces supongo que tendrás que arder —amenazó Fénix.
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