En el minuto en el que el señor Lu terminó su frase, fue rodeado por los cuatro guardias, quienes dirigieron su ataque hacía él sin prestar atención a la seguridad del profesor Fu. Toda la habitación se iluminó y la luz se convirtió en una manta ancha y resplandeciente que se estrelló contra ellos.
Justo cuando la luz estaba a punto de envolverlos, Luo Ying, ya exhausta, tambaleaba hacia adelante. Una chispa se encendió entre sus palmas, y un rayo de luz atravesó los cielos dividiendo la manta brillante en cientos de pedazos, algunos de los cuales volaron hacia ella.
—¡Ten cuidado!
Yao Si se acercó a Luo Ying, y la arrastró hacia atrás, pero ya era demasiado tarde, varios rayos ya habían caído sobre ella.
—¡Ah! —gritó Luo Ying, mientras su piel se rasgaba y la sangre cubría todo su brazo.
—¡Luo Ying! —exclamó Yao Si y se aferró a ella.
—¿Qué sucede? —expresó Bai Yi y miró su brazo con ansiedad—. ¿Puedes curarlo de manera automática?
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