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Mi demonio Nicolás [VOLUMEN 1]

Los hermanos Beryclooth. Su historia comenzó el día que fueron separados. A Arthur, su propia sangre le cortó sus alas; Nicolás conoció la verdadera oscuridad habitable en su alma, olvidándose del cielo para adentrarse en el infierno, renaciendo como un hombre malvado y sin miedo a nada. En el bajo mundo, él es conocido como “El demonio”.

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Capítulo 7. Los ojos del demonio

Me quedé en el baño hasta calmarme. El resto del día no volvía a cruzarme con Adrián y decidí irme a casa solo. No podía verlo a la cara después de lo que pasó con Noé.

Sentí como si le hubiera sido infiel. ¡Pero fue un accidente! No estaba pensando en lo que hacía; sin embargo, ¿por qué no me sentía mal por ello?

No podía negarme a mí mismo que me gustó que estuviéramos tan cerca... y que nos tocáramos.

Mierda, no debería estar pensando en eso.

Mi bolsillo vibró. Saqué el celular de Nick y vi que tenía un mensaje suyo.

"Te dije que te mantuvieras cerca de él".

No puede ser. ¿Me estaba vigilando en ese momento?

Miré instintivamente a mis alrededores sin ver nada sospechoso. Ahora que lo pienso, ¿qué otras cosas me habrá visto hacer en estos años mientras me espiaba sin que me diera cuenta? Uh... No quiero ni imaginarmelo.

Llegué a casa, me quité los zapatos poniéndome las sandalias junto a la entrada y suspiré relajado dirigiéndome al sofá.

— ¿Por qué saliste corriendo así? —mi pecho se agitó del susto.

Noé estaba acostado en el sillón de mi sala con los pies cruzados sobre la recargadera.

— ¡¿Pero qué...?! —se puso de pie, caminando en mi dirección mientras paseaba la mirada, inspeccionando mi hogar.

— No tenía idea de que vivieras en este chiquero. El barrio también es horrible, no es apropiado para alguien como tú.

— ¿Qué estás haciendo aquí? ¡¿Cómo entraste?!

— Tengo mis propios métodos. Estoy obligado a buscarte si te pierdo de vista.

— ¿Tenías que entrar a mi casa?

— No me quedaré mucho tiempo, sería peligroso que alguien me viera aquí. Mientras pueda verte, no hay problema.

— ¿Peligroso? ¿Por qué?

— Mira, a pesar de mi trabajo, también quiero tener una entretenida vida escolar, ya sabes, "mezclarme" con la gente normal, pero si algún enemigo nos ve juntos, las cosas se pondrían feas para los dos

— ¿Entonces...?

— Claro que voy a cuidar de tu trasero, pero quiero aclararte que en la escuela finjas que no me conoces y que solo soy un alumno cualquiera. ¿Quedó claro?

— Ah... Sí, eso creo.

— Bien, entonces me voy.

— Ah, claro... Adiós —abrió la puerta y desapareció en un santiamén, que sentí pasó en cámara lenta. En un punto, tuve ganas de pedirle que se quedara.

 [ . . . ]

Cuando me fui a la cama al anochecer, tuve un sueño, uno donde Noé me apretaba de la cintura, devorando mis labios con su lengua como si buscara algo dentro. Me excité hasta el punto en que desperté de sopetón, acalorado.

Al mirar bajo la cobija, lo vi; sí, tenía una erección.

No otra vez...

Toda la semana fue un tormento constante: me encontraba a Noé por los pasillos y me le quedaba viendo discretamente. En ocasiones, jugaba básquet o voleibol en las canchas, donde por supuesto, gozaba la vista de su delgada playera deportiva pegándose a su cuerpo sudado, transparentando un marcado y atractivo abdomen que hacía a las chicas gritar y silbar emocionadas.

Mientras lo veía jugar tan hábilmente, me veía en la necesidad de tragar saliva varias veces por lo genial que era en el deporte, sobre todo, por lo bueno que estaba.

No solía quitarse los lentes ni una sola vez, al menos no frente a mí, pero podía sentir su mirada cuando notaba que lo admiraba desde lejos.

Con el pasar de los días, comencé a darme cuenta que me gustaba y que ese gusto iba en aumento. Llegó a tal punto en que ya no podía pensar en otra cosa.

No hablaba mucho con Adrián, pues normalmente lo evitaba para ver a Noé y Nicolás no me había escrito mucho, pero Noé me hacía saber que estaba bien, logrando que no me preocupara.

Era un sentimiento extraño, pero al estar cerca de Noé, me sentía conectado con él. Con cada día que pasaba, mis ganas de pasar más tiempo con él, aumentaban.

No me había sentido tan dichoso y feliz en mucho tiempo hasta donde puedo recordar. Está en mi mente, en mis sueños, tan cerca de mí. Se había apoderado de mis pensamientos.

Esa noche, ya en cama, aproveché la soledad en mi habitación y me bajé el pantalón, acariciando con un par de dedos mi excitado bulto sobre la blanca ropa interior. Pensé en Noé, en el rostro del hombre que me volvía loco.

No recordaba bien su rostro sin las gafas, la primera vez que lo vi sin ellas fue cuando lo conocí, pero pasó tan fugazmente que lo olvidé casi de inmediato; aun así, lo visualicé sin camisa, sobre mí, imaginando su mirada clavada en mi cuerpo. Me imaginé a mí mismo repasando mi lengua por sus labios que buscaban devorarme con el hambre de una bestia salvaje.

Metí mi mano bajo mi playera acariciando mis pezones, haciendo de cuenta que era él quien me tocaba. Lo mismo pasó a la hora de deslizar la tela que cubría mis intimidades por mis piernas: lo imaginé a él y sus manos sobre mí.

Quité mis calzoncillos con desesperación y masajeé duramente mi falo severamente caliente.

— Ah... Ahh... ¡Hah! —en el escenario de mi mente, Noé me tenía abierto de piernas, dándole la facilidad de tener su rostro entre ellas mientras chupaba mi pene sin apartar sus ojos de mí.

Me encontraba tan necesitado que usé mis dos manos para atender a mi miembro dominado por la excitación. Comencé a mover mis caderas a la velocidad que imagine en la que Noé movía su cabeza continuando con la felación.

El sudor emanaba de mi piel y la cama se meneaba chirriante a mi ritmo. Quería conocer la sensación de tener a Noé tocándome por todas partes, profanando cada rincón de mi cuerpo, marcando mi piel con sus dientes y dedos.

Quería que mordiera salvajemente mis pezones y los succionara hasta dejarlos en un rojo vivo envueltos en su saliva, que las marcas de sus dientes quedaran alrededor de ellos tras mordiscos fogosos y fuertes. Que me tomara cómo y cuándo quisiera, haciéndome un montón de cosas innombrables y me llenara de su semen en todas partes.

— Ah, sí... Noé, así... —no me resistí a la tentación de llevar uno de mis dedos a mi entrada, la cual acaricié gustoso. Me puse boca abajo, coloqué una almohada entre mis piernas haciendo presión en mi miembro con pre-semen y ensalivé dos dedos que intenté introducir lentamente continuando con mi fantasía sexual.

Noé me azotó el trasero con una fuerte nalgada resonando en todo el cuarto; pedí una segunda y una tercera, que continuara golpeando mis nalgas hasta satisfacerme, pero no conforme con ello, me imaginaba su pene frotando mi húmeda cavidad que palpitaba por él con desesperación. Sus manos masajeaban con descaro mis nalgas como si estuviera amasándolas, mientras iba introduciendo su grueso miembro en mi virgen entrada que suplicaba por él.

Logré meter mis dedos, haciendo ligeros movimientos, acostumbrándome a la invasión.

"¿Quieres más, perra?", imaginé que me susurraba palmeando rudamente mi trasero.

— ¡Aahhh! Sí... —me avergonzaba de ello, pero el que hablaran sucio, me prendía demasiado e imaginar que Noé fuera quien me lo hiciera... Dios.

Con solo imaginarlo, terminé corriéndome sobre mis sábanas. Caí rendido sobre el colchón, jadeando de satisfacción.

De todos los orgasmos que he tenido, este ha sido definitivamente, el mejor de todos.

 [ . . . ]

Ya era de mañana y me dirigía a la escuela, sonriendo como un tonto al recordar lo de anoche.

En el camino, alguien atrás mío me tomó del brazo, sorprendiéndome.

Era Adrián.

— ¿Podemos...? ¿Podemos hablar? —poseía una mirada de melancólica.

— Eh... Hola —intenté saludar casualmente, pero mantuvo una expresión que me incomodaba.

— ¿Te pasó algo?

— Ah, no... ¿Por qué preguntas?

— Es que últimamente, has estado un poco distante; ya sabes, más que de costumbre. Como si me estuvieras evitando —su cara de cachorro abandonado me aplastó el corazón y transformó mi dicha en aflicción.

Joder. No era mi intención que se sintiera mal. Últimamente, lo único en lo que pienso es que quiero ver a mi hermano, pero ¿qué pensaría Nick si supiera que me gusta Noé? ¿Qué pasaría con Adrián?

— Arthur —mi mirada discreta volvió a la suya—, háblame. ¿Qué pasa? —Me convertí en un manojo de nervios al pensar en una forma rápida de escapar de la conversación.

— Ah… Creo que he estado un poco distraído, pero estoy bien… —desvié la mirada, cruzándome de brazos. 

— Arthur, nunca lo estás —eso había sido como una apuñalada en el corazón, pero era la verdad.

Soy tan lamentable que me siento mal de seguir a su lado. Adrián… se merece algo mejor que yo.

A pesar de que me salvó de saltar de aquel techo, he sido muy mal agradecido.

Mis lágrimas comenzaron a caer antes de que fuera consciente de ello ante ese recuerdo.

— ¿Crees que no lo sé? —hablé débilmente, antes de levantar mis inundadas cuencas hechas cascadas con las que lo miré avergonzado—. ¿Crees que me gusta sentirme así todo el tiempo y que tengas que tolerarme? —En serio no podía entender por qué perdía el tiempo con alguien como yo.

No podía ver bien la expresión de Adrián por la nube nebulosa en mis ojos, pero estaba completamente anonadado y sin habla por mi repentino estallido de melancolía.

Limpié mis mejillas con el tronco de mis manos y me di la vuelta.

— Yo... necesito estar solo —quería irme antes de continuar con esa conversación.

 | | N O É | |

Observé a Arthur desde el segundo piso de la escuela, parecía estar discutiendo con su amigo. Enmarqué una sonrisa de lado hasta que Arthur empezó a llorar y el otro no parecía entender por qué, antes de darle la espalda a ese chico con cara de perro regañado.

No sé qué demonios acababa de pasar, pero no me había gustado para nada.

Todavía era temprano, la escuela estaba medio vacía. 

Cuando vi a Arthur ingresar y dirigirse a su aula, me encaminé a la mía atravesando el largo y deshabitado pasillo, al menos, hasta que me encontré con un par de muchachos de tercero ajenos a mi grupo que iban llegando y se dirigían a su propia aula, cuchicheando entre ellos. 

Los pasé de largo y al hacerlo, escuché con claridad sobre lo que trataba su conversación.

— ¿Ubicas a Beryclooth? Ese de primero con cara bonita. Tiene perforaciones en las orejas.

— Ah, ¿ese chico emo? ¿Qué tiene?

— Creo que me gusta, parece una chica trans.

— ¿Es en serio? Se ve a kilómetros que es güey.

— ¡Pero tiene cara femenina! ¿Has visto qué culo tiene? Me dan ganas de follármelo.

— Amigo, tú te coges cualquier cosa con un culo.

— Como sea, me gustaría tirármelo.

No pude seguir escuchando cuando se alejaron lo suficiente y se metieron al aula. No los vi directamente, pero me bastó un solo vistazo para ubicar a uno de ellos como un integrante del equipo de básquet.

Ese maldito cabrón no tenía ni idea de en lo que se acababa de meter. Oh, no... me aseguraría de darle un escarmiento inmensamente inolvidable.

Saqué el diminuto cuchillo de mi bolsillo delantero, pensando ello mientras observaba su delgada pero afilada hoja.

Y podría aprovechar, para divertirme un rato.

 [ . . . ]

Esperé hasta la hora de salida. Al ver salir a mi objetivo despidiéndose del amigo con el que conversaba esta mañana, sonreí para mis adentros.

Iría solo. Era más que perfecto.

Lo seguí cautelosamente manteniendo cierta distancia. En el transcurso, vigilé mis alrededores analizando el lugar y la cantidad de gente, también debía asegurarme de que fuera lejos de la preparatoria. Nadie debía reconocerme.

Cuando llegamos a un barrio con casi nada de gente y se metió a un callejón estrecho que supuse daría a una próxima avenida. Tomé un atajo en la próxima calle; así, aparecí ante él, atravesándome en su camino. Se detuvo, interrogante.

— Oye, ¿qué no eres el nuevo del grupo B? Quítate del cami... —lo interrumpí propinándole una patada a las costillas, estrellándolo violentamente en el muro agrietado de ladrillos, en el que se deslizó hasta terminar sentado.

Tosió secamente adolorido por el golpe, abrazándose a sí mismo en el lugar del impacto.

— Agh, ¿qué...? —me puse de cuclillas poniéndome a su altura; introduje una mano en su boca aprovechando que la había abierto. Lo agarré de la punta de la lengua y se la saqué estirándola como si fuera de goma, sosteniéndola con saña.

Saqué el cuchillo posicionando la punta sobre la superficie, amenazando con atravesarla, dejando una distancia de aproximadamente tres centímetros.

El chico chilló, gimió y se retorció aterrorizado. Le indiqué que se callara con un brusco movimiento donde puse la punta del cuchillo sobre la lengua, fue entonces que se quedó inmóvil mientras sus lágrimas se derramaban sin cesar.

— ¿Sabes por qué estoy haciendo esto? —interrogué con frialdad. Él negó ladeando la cabeza débilmente—. Bueno... Ya que eres un idiota, no esperaba que lo supieras, pero es porque con tu asquerosa boca, soltaste mucha mierda que me hizo enojar. ¿Tienes alguna idea de lo que puede ser? —Musité, tranquilamente.

Él siguió llorando y negando con gemidos ahogados, como el miserable que era.

— Bien, te daré una pista muy clara: Arthur Beryclooth es intocable —detuvo su llanto, abriendo enormemente sus ojos, siendo iluminados por la comprensión y el aturdimiento.

— ¿Ya lo entendiste? Menos mal... Escucha atentamente: No pronuncies su nombre otra vez, no lo mires, no te le acerques ni mucho menos pienses en llegar a tocarlo, porque si lo haces o me entero que te atreves a profanarlo con tu maldita lengua otra vez; yo personalmente, usaré un alambre para coser tus labios punto por punto con una aguja, desde las comisuras y lo haré tan lento que cuando llegue a la mitad, habrás sangrado tanto que te habrás desmayado.

»Te haré un favor y te advertiré de una vez que no vuelvas a aparecer ante mí, ni siquiera por accidente, porque si lo haces, no creo que quieras saber lo que te pasara después, o a tu familia. ¿Te quedó claro?

Le apuñalé la lengua antes de darle oportunidad de responder, insertado el filo hasta la mitad. Una cascada de sangre comenzó a escurrir sin control, derramándose por su barbilla, cuello y manchando su ropa a una velocidad alucinante.

Sus gritos, sus agónicos y fuertes lamentos del profundo dolor punzante sonaban como un animal indefenso ser despedazado vivo. Fue suficiente para hacerme esbozar una sonrisa torcida.

Me quité los lentes, lo tomé del cuello y lo obligué a mirarme directamente a los ojos, dedicándole una maniática mirada.

— Vamos, intenta decirle a alguien quién te hizo esto, puedes ir con tu mami, la policía o quien sea, no me importa. Diles que fui yo, Nicolás Beryclooth.