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Capítulo 21: Planeación y ejecución.

Gabriella se encontraba en la penumbra de su celda, apenas iluminada por la débil luz que se filtraba a través de una ventana sucia. Con cuidado, sostenía un pedazo de espejo agrietado frente a su rostro, utilizando el reflejo fragmentado para recortar su cabello. Cada corte era una mezcla de determinación y nostalgia, viendo cómo los mechones de su larga melena caían al suelo polvoriento.

Al finalizar, su cabello, una vez largo y lacio, ahora era una serie de pequeños mechones que enmarcaban con elegancia su rostro. Gabriella se miró con una sonrisa satisfecha, admirando el cambio que había logrado con tan simples herramientas.

Su Keiyaku, "Rapsodia", tenía un contrato de poder con una única restricción que lo acompañaba, la prohibición de utilizar energía zen, desde su aura hasta su Jibun. Sin embargo, debido a su naturaleza única, la prohibición era más una formalidad que una limitación real.

Gabriella no tenía un Jibun innato, su habilidad se basaba en una naturaleza aprendida, específicamente la sanación. Por lo tanto, incluso si una sustancia como el suero Bix suprimía su capacidad de acceder a la energía zen, su Keiyaku seguía intacto, listo para ser desatado en cualquier momento.

"Rapsodia" le confería a Gabriella una fuerza sobrehumana, eclipsando cualquier aumento de fuerza que podría lograrse mediante métodos convencionales como el armor.

La oscuridad de la celda no pudo contener por mucho tiempo la determinación de Gabriella. Con un movimiento fluido dobló los barrotes como si fueran simples ramas secas. Sin embargo, su suerte pareció dar un giro inesperado en el momento menos oportuno.

Justo cuando emergía de su confinamiento, como una sombra liberada de su encierro, se encontró con la inesperada presencia de los guardias que patrullaban el pasillo del pabellón. Sus uniformes reflejaban la autoridad que representaban, y sus bastones se alzaron en posición de alerta al detectar la fuga.

—¡Alto ahí, prisionera número cuarenta y cinco! —vociferó uno de los guardias, el eco de su voz resonando en los fríos pasillos de la prisión. Su compañero no tardó en unirse al llamado, ambos listos para imponer la ley con la fuerza de sus bastones.

Gabriella soltó un suspiro apenas audible, una muestra de resignación ante la inevitable confrontación. Sin embargo, antes de que los guardias pudieran reaccionar, ella ya estaba en movimiento. Con la destreza de un felino, se lanzó hacia ellos, girando en el aire con la agilidad de una bailarina armada con un pedazo de cristal afilado.

El silencio se rompió con el sonido metálico de la colisión. El brazo de Gabriella se movió con una precisión letal, encontrando su objetivo con una rapidez que dejó atónitos a los guardias. En un instante, las cabezas de sus adversarios rodaron por el suelo, separadas de sus cuerpos por el filo del cristal.

Gabriella aterrizó con gracia, como una depredadora que había completado su cacería. Su mirada tranquila contrastaba con el caos que había desatado, mientras que detrás de ella, los guardias yacían decapitados.

Gaby se enderezó, sintiendo la pesadez de la responsabilidad que siempre venía después de la acción. Con un gesto de fastidio, recogió los bastones de los guardias caídos, sintiendo el frío del metal en sus manos mientras los sostenía. Un reguero de sangre salpicaba el suelo, manchando el uniforme que había sido su prisión por demasiado tiempo. "Qué asco, me salpicó la sangre", pensó con desdén, mientras el líquido carmesí le recordaba la brutalidad de su libertad recién adquirida.

Con determinación, desabrochó el cierre de su overol naranja, dejando al descubierto su figura esbelta y marcada por la supervivencia. Amarró las mangas alrededor de su cintura, revelando una ajustada blusa deportiva que delineaba los contornos de su cuerpo con un aire de desafío. 

Mientras se adentraba en los pasillos de la prisión, una voz la interrumpió, filtrándose desde una celda cercana con la urgencia de la esperanza. 

—Oye, preciosa, ¿me ayudas a salir de aquí? —suplicó uno de los reclusos, su voz cargada de anhelo y desesperación.

Gaby se detuvo por un momento, su mirada encontrando la del hombre que la observaba con ojos suplicantes desde su confinamiento. Sin embargo, su decisión fue rápida y firme. 

—¿Eh?, sí, pero lo voy a hacer desde la sala de control —respondió con frialdad, sin darle la oportunidad de replicar mientras se alejaba hacia su próximo destino. 

Gaby se movió con la destreza de una sombra, deslizándose sin hacer ruido por los oscuros pasillos de la prisión. Cada paso era un ballet silencioso, una danza con el peligro que acechaba en cada esquina. Finalmente, llegó a la sala de control, donde solo un guardia descuidado yacía dormido frente a las pantallas que mostraban los rincones sombríos del complejo.

Sin vacilar, Gaby se acercó al guardia con sigilo, sosteniendo el bastón en sus manos con determinación. Un golpe rápido y preciso fue suficiente para silenciar al guardia para siempre, el pistón del bastón llevando consigo la promesa de la oscuridad eterna.

Con el camino despejado, Gaby se apresuró a manipular los controles, levantando el puente que conectaba la prisión con el mundo exterior. 

—¡Que comience la fiesta! —exclamó Gaby con una emoción palpable, su voz resonando en la sala vacía mientras clavaba los bastones en el panel de control con una determinación feroz. El metal electrificado chocó contra la maquinaria, desatando chispas de caos que llenaron el aire.

El recluso que había buscado su ayuda no pudo contener su alegría, saltando de júbilo ante la perspectiva de la libertad. Al salir al pasillo, su voz se convirtió en un grito de rebelión, una llamada a las almas atrapadas en las sombras de la prisión.

—¡Motín!, ¡únanse si quieren irse de aquí! —clamó, su voz resonando en los pasillos como un eco de liberación. 

El caos se apoderó de la prisión en cuestión de segundos, como una tormenta que arrasa todo a su paso. Los reclusos, liberados de las cadenas de la opresión, se lanzaron contra los guardias con una ferocidad que solo el deseo desesperado de libertad podía desatar. Sin embargo, entre el tumulto de golpes y gritos, había un guardia que comprendía la urgencia de la situación.

Tadeo, el guardia de semblante serio y determinado, sabía que debía actuar con rapidez y decisión si quería mantener alguna esperanza de restaurar el orden. Con la calma de un hombre acostumbrado al caos, se abrió paso entre la multitud tumultuosa, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una solución.

Sin perder un instante, Tadeo se dirigió hacia el área médica de la prisión. Sabía que allí encontraría los recursos necesarios para contener la situación, al menos temporalmente. Con pasos rápidos y determinados, atravesó los pasillos llenos de gritos y golpes, su uniforme de guardia marcándolo como un faro de autoridad en medio del desorden.

El nerviosismo se palpaba en el aire cargado de la sala de medicina de la prisión. Uno de los doctores, con el ceño fruncido por la preocupación, rompió el silencio con palabras que resonaron como un eco de ansiedad en la habitación.

—Se supone que hoy nos iba a llegar el cargamento de compuesto Bix, no queda nada en el almacén —declaró, su tono reflejando la gravedad de la situación. El compuesto Bix era la única barrera que mantenía a raya los poderes zen de los reclusos, y su ausencia solo podía significar problemas.

Tadeo, el guardia que había asumido el papel de líder en medio del caos, sintió un escalofrío recorrer su espalda ante la noticia. Su mente calculaba las consecuencias de ese simple hecho, el potencial desastre que se avecinaba.

—¿En cuánto tiempo se les van a pasar los efectos de la última dosis? —preguntó Tadeo con voz temblorosa, su mirada buscando desesperadamente alguna esperanza en los ojos de los médicos. Sin embargo, solo encontró una mirada compartida de angustia y preocupación, un reflejo de su propio miedo.

El caos que se desató en la prisión no tardó en manifestarse en una escena que confirmaba sus peores temores. Un grupo de hombres, persiguiendo a la pequeña niña pelirroja, fueron los primeros en darse cuenta. Las palabras que salieron de la boca de uno de los hombres resonaron como un trueno en la habitación, cargadas de un poder ominoso.

—¡Puedo sentir mi zen! ¡Ahora podemos salir de este lugar fácilmente! —exclamó el hombre, su voz llena de triunfo y peligro.

—Váyanse ustedes si quieren, esto solo significa que va a ser más fácil atrapar a esta muñequita —espetó el hombre que lideraba la manada, sus palabras llenas de desprecio mientras se preparaba para la persecución. Con un gesto rápido, invocó su poder, canalizando su Armor hacia sus piernas en preparación para el impulso que lo llevaría tras su presa.

—Tengo nombre, me llamo Akane Valentine —anunció la pequeña con una calma que contrastaba con la ferocidad en sus ojos. La aguja en su mano parecía un arma temible, lista para cumplir su propósito con precisión letal.

Las palabras del hombre se ahogaron en su garganta cuando se dio cuenta del peligro que enfrentaba. —No puede ser, esta niña puede usar energía zen —murmuró con incredulidad, su voz temblorosa mientras el miedo se apoderaba de él.

—¿No se lo esperaban?, no mandan a cualquiera a este lugar —respondió Akane con una seguridad que desafiaba su corta estatura. Sus ojos chispeaban con una determinación feroz, una promesa silenciosa de que no sería fácil doblegarla.

—¿Últimas palabras? —preguntó la niña con una soberbia apenas contenida, su confianza en sí misma palpable en el aire tenso que los rodeaba. Antes de que alguno de los hombres pudiera responder, la aguja en su mano se movió con una rapidez impresionante, trazando un camino mortal a través de las cabezas de todo el grupo en un instante. El silencio que siguió fue ensordecedor, roto solo por el susurro de la aguja deslizándose entre la carne y el hueso.

El sol del mediodía bañaba el patio de la prisión en una luz cegadora, haciendo que cada sombra pareciera más profunda y misteriosa. Akane, la pequeña pelirroja con una determinación feroz, se encontraba en la cima de una palmera de la costa, escudriñando el horizonte en busca de una posible vía de escape. Sin embargo, su atención fue desviada por la figura de Gabriella, caminando con calma por la playa cercana.

Con un gesto decidido, Akane invocó a su fiel compañera, la aguja para tejer que había demostrado ser tan letal en el momento de necesidad. La sostuvo con firmeza, preparada para usarla como un medio para alcanzar a Gabriella, cuya presencia representaba una oportunidad única en medio de la incertidumbre de la prisión.

Al llegar junto a Gabriella, Akane descendió con gracia, aterrizando con seguridad en la arena suave. Su mirada se encontró con la de la mujer mayor, una chispa de curiosidad e intriga brillando en sus ojos.

—Oye, ¿tú eres la mujer que me salvó ayer? —preguntó Akane, su voz resonando con un tono de admiración y gratitud.

Gabriella la observó con una sonrisa amable, reconociendo a la niña que había cruzado su camino. —Ah, eres tú. ¿También aprovechaste el motín? —respondió con un tono tranquilo.

—Sí, ya me iba, pero quiero agradecerle a tu novio, o amigo, lo que sea —dijo Akane con una mezcla de timidez y determinación.

Gabriella asintió con solemnidad, consciente de la urgencia de la situación. —Ahora mismo lo voy a ir a buscar. Lo van a ejecutar dentro de tres días en la nación Kaji —informó, su voz cargada de preocupación por el destino de su compañero.

—¿Puedo ir contigo? —preguntó Akane con una honestidad que conmovió a Gabriella.

—Sí, claro. De hecho, pensaba reclutar a varios prisioneros. ¿Pero por qué quieres venir? —inquirió Gabriella, su curiosidad mezclada con comprensión y empatía.

—No tengo otro lugar al que ir, ni nada más que hacer —respondió Akane con sinceridad, su voz llevando consigo el peso de su propia historia y su deseo de encontrar un lugar al que pertenecer. Era una declaración simple pero cargada de significado.

La central de autobuses de la nación Kaji bullía de actividad, con pasajeros apresurados y maletas que rodaban por los pasillos llenos de vida. En medio del bullicio, Lewa se encontraba en una esquina, revisando meticulosamente su equipaje por segunda vez. Había sido invitado a la fiesta organizada por Touko para celebrar el éxito de la misión de rescate de Ik, y sentía una mezcla de emoción y nerviosismo ante el encuentro con los chicos que había conocido en aquella aventura.

A pesar de ser estados vecinos, esta era la primera vez que Lewa se aventuraba en un viaje solo, y la responsabilidad pesaba sobre sus hombros como un manto pesado. La idea de reunirse con sus nuevos amigos sin la seguridad de tener a su mejor amiga a su lado lo llenaba de inquietud.

—¿Por qué tuviste que salir a una misión esta semana? Todo sería más fácil si me acompañaras en esto —murmuró Lewa para sí mismo, su mirada desviándose hacia la foto que guardaba en su billetera de Akino Riot, su mejor amiga y compañera de aventuras. 

De vuelta en Alkadar, el patio de la prisión resonaba con murmullos inquietos mientras Gabriella y Akane se erguían frente a la multitud de reclusos que habían permanecido en Alkadar después de la masacre del personal penitenciario. La sombra del caos aún se cernía sobre ellos, pero ahora, reunidos bajo el liderazgo de estas dos mujeres, había una chispa de esperanza en el aire.

—Muy bien, estos son los reclusos más inteligentes que había en este agujero —declaró Gabriella con una voz firme, su mirada escudriñando a la multitud con determinación. A su lado, Akane asentía con seriedad, respaldando las palabras de su compañera con su presencia decidida.

Sin embargo, entre los reclusos, la confusión y la incredulidad se mezclaban con la esperanza. Uno de ellos, incapaz de contener su escepticismo, se volvió hacia su vecino con una expresión de incredulidad en el rostro.

—¿Por qué dice eso la mujer? ¿No era más inteligente largarnos aunque sea nadando? —cuestionó con un dejo de incredulidad.

El hombre a su lado respondió con una franqueza que reflejaba la crudeza de su realidad. 

—Si te hubieras metido al mar, no tendrías a dónde ir más que a Allen, donde tendrías a toda la maldita policía detrás. Ahora mismo, nuestra única opción es escuchar a esta mujer —explicó, su tono cargado de resignación y una determinación forjada por la necesidad.

El patio de la prisión se sumió en un silencio tenso mientras Gabriella compartía su plan con los reclusos reunidos, su voz resonando con autoridad en el aire cargado de expectación.

—Mi pequeña compañera ha descubierto tres barcos en el garaje de la costa este. Les dejaremos utilizarlos a cambio de su ayuda. Daremos un golpe a la marina... En tres días habrá una ejecución pública en la nación Kaji. Nadie espera un ataque en medio de una ejecución —anunció Gabriella, su voz llevando consigo la promesa de una oportunidad de redención.

Sin embargo, la incertidumbre se apoderó de uno de los reclusos, quien levantó una pregunta que flotaba en el aire como una sombra inquietante. —¿Y qué harás si simplemente tomamos los barcos? —cuestionó, antes de ser silenciado por la aguja letal de Akane en un parpadeo.

—¿Algún otro tiene una pregunta estúpida? —declaró con firmeza, su mirada desafiante barriendo la multitud en busca de cualquier signo de disidencia.

—No, aceptamos, pero ir en barco a la nación Kaji significa rodear medio continente, es imposible llegar en menos de dos semanas —argumentó, señalando un obstáculo logístico que no podía ser ignorado.

Gabriella intercambió una mirada rápida con Akane, reconociendo la validez del punto planteado. —Es verdad, no lo había pensado —admitió en voz baja, su mente ya maquinando soluciones ante el nuevo desafío.

Akane simplemente se encogió de hombros, una muestra de su confianza en la capacidad de adaptación de su compañera.

—Yo los puedo acercar lo suficiente como para que lleguen en dos días, pero a cambio quiero uno de los barcos —anunció el recluso, su mirada fija en Gabriella mientras esperaba una respuesta.

La firmeza en la voz de Gaby no vaciló ante la propuesta. —Imposible, necesitamos la mayor cantidad de gente posible —respondió con determinación, su postura inflexible ante cualquier concesión que pudiera poner en peligro el éxito de su plan.

—Déjeme explicarme mejor. Solo puedo acercar un barco con mi Keiyaku, por lo que los otros dos quedarán vacíos. Lo que quiero es que me aseguren que uno de esos dos barcos será solo para mí y para mi grupo —argumentó, su voz firme y convincente.

Gabriella se tomó un momento para reflexionar sobre la propuesta, evaluando los riesgos y beneficios de aceptar los términos del recluso. Era una oferta tentadora, pero también planteaba nuevas complicaciones y posibles conflictos en el futuro. Sin embargo, la necesidad de asegurar la cooperación de este recluso era evidente, y Gaby sabía que no podía darse el lujo de rechazar ninguna ayuda que pudiera llevarlos más cerca de su objetivo.

—Bien, pero si solo va a ser un barco, necesito a los hombres más fuertes del lugar para abordarlo. Se les pagará sus servicios con un millón de lanas a cada uno —declaró Gaby, su voz resonando con una determinación que dejó a muchos reclusos mirándose entre ellos con asombro.

La pregunta crítica sobre la fuente de tal cantidad de dinero no tardó en surgir desde el fondo de la multitud. Un hombre gordo, con una expresión escéptica en el rostro, desafió la viabilidad de la propuesta.

—¿Y de dónde vas a sacar ese dinero? —inquirió con una mirada escéptica, su voz reflejando las dudas que flotaban en el aire.

Con una calma imperturbable, Gabriella respondió con paciencia, revelando un secreto que sorprendió a muchos de los presentes. 

—Antes de que me arresten, yo me convertí en restrisora de la Ciudad del Zen. Durante ese tiempo, aproveché para dirigir varios fondos del estado a una cuenta a nombre de una empresa fantasma que la marina no ha podido encontrar —explicó, su tono tranquilo pero cargado de significado.

—Es verdad, yo escuché que ella era restrisora —confirmó otro recluso entre la multitud, desatando una ola de emoción y aceptación que llenó el patio de la prisión. Era evidente que la reputación de Gabriella como alguien capaz de lograr lo imposible había alcanzado un nuevo nivel, y con ella, la confianza en su liderazgo y en la posibilidad de alcanzar la libertad se fortaleció entre los reclusos.

El silencio de la noche envolvía el mar mientras la policía comenzaba a desplegar sus lanchas con los mejores hombres para contener el motín en la prisión de Alkadar. Sin embargo, en el tranquilo océano, la selección del grupo que partiría con Gabriella y Akane ya había concluido.

En un barco, el hombre que afirmaba poder acercar al grupo a la base de la marina estaba junto a Akane, mientras que en otro barco, Gaby y su grupo se dirigían hacia el este. Una vez que los dos barcos estuvieron lo suficientemente lejos de la isla de Alkadar, Gabriella, Akane y el hombre de peinado extravagante se reunieron en las respectivas cubiertas de los botes.

El hombre comenzó a explicar su habilidad, su voz resonando sobre el suave murmullo de las olas. 

—Mi Keiyaku me permite transportar un objeto a hacia cualquier lugar en línea recta, cardinalmente hablando. Por ejemplo, si alguien se encuentra en algún estado del norte, con mi Keiyaku lo puedo enviar a algún punto en el sur mientras se encuentre en línea recta en un mapa —explicó, su tono calmado mientras compartía el secreto de su poder.

Sin embargo, la amenaza implícita de Akane no pasó desapercibida. Con su aguja apuntando hacia él, su presencia silenciosa pero amenazadora recordaba a todos los presentes que cualquier traición o intento de engaño sería enfrentado con consecuencias letales.

Gabriella asimiló la explicación con atención, su mente calculando las implicaciones de las limitaciones del Keiyaku del hombre de peinado extravagante.

—Entiendo, es por eso que no nos puedes dejar exactamente frente a la base de la marina, ¿cierto? —planteó Gaby, su voz reflejando su comprensión del dilema.

El hombre asintió con seriedad. —Así es, el punto exacto al oeste de aquí los dejaría a un día y medio de la base de la nación Kaji —confirmó, su tono revelando la certeza de su conocimiento.

—Comprendo, ¿pero por qué sólo puedes llevar un barco? —continuó Gabriella, su curiosidad impulsándola a explorar más a fondo las limitaciones del poder del hombre.

El hombre exhaló lentamente, preparándose para explicar. 

—Mi Keiyaku tiene un contrato de tiempo. El precio varía dependiendo del peso, tamaño y contenido del objeto que puedo transportar. Para transportar los tres barcos tendría que usarlo tres veces, lo cual es imposible, ya que luego de transportar el primero tendría que esperar al menos dos años para poder volver a usar mi Keiyaku —detalló, su voz revelando la complejidad de las reglas que regían su habilidad sobrenatural.

Gabriella asintió con respeto, comprendiendo las limitaciones y los riesgos inherentes a la habilidad del hombre. Después de un breve momento de reflexión, aceptó los términos del trato, sellando así una alianza crucial en su camino hacia la libertad.

Con el acuerdo cerrado, Akane regresó a la cubierta del barco de Gabriella, mientras que el hombre de peinado extravagante se preparó para activar su Keiyaku y transportar la embarcación hacia su destino. 

Gabriella bajó a la bodega del barco para informar a la tripulación. 

—Está hecho, estamos al otro lado del mundo —anunció con una sonrisa de satisfacción, sintiendo el peso del logro en sus hombros.

Sin embargo, la reacción de la tripulación fue más reservada de lo que esperaba. —Pues no parece que estemos en otro lugar —comentó uno de los hombres, señalando la falta de cambios evidentes en su entorno.

Antes de que Gabriella pudiera responder, otro de los tripulantes llamó la atención de todos al asomarse por la escotilla. 

—¡Miren la posición de la luna! —exclamó, señalando hacia el cielo nocturno.

El día 12 de julio, al atardecer, el sol comenzaba a declinar sobre el horizonte, tiñendo el cielo con tonos cálidos de naranja y rojo. El resplandor dorado se filtraba entre las nubes, pintando un escenario digno de una pintura impresionista. En medio de esta naturaleza sublime, Same fue sacado de su sueño por el brusco toque de dos guardias de Onix. Arrastrado de su celda hasta la plaza central, el hombre se encontró de rodillas, encadenado y expuesto ante la majestuosidad del océano extendiéndose ante él, ajeno a su destino inminente.

Detrás de él se alzaba la sala blanca, donde los miembros más influyentes de la base naval se habían reunido para presenciar la ejecución. Entre ellos destacaban figuras como Tadeo Ferreira, cuya mirada era un abismo de determinación, Geovanny Armani con su gesto imperturbable, Jose Diaz con una expresión de seriedad inquebrantable y los tres reyes de la marina, Mako, el Barón y Pumba, cuya presencia imponía respeto y temor a partes iguales.

La atmósfera estaba cargada de expectación y tensión, como si el mismo aire hubiera sido impregnado por la gravedad del momento. Los murmullos entre los presentes apenas eran audibles sobre el susurro del viento marino. Los altos mandos de la marina y del gremio Warrior observaban en silencio, conscientes de la importancia histórica del acontecimiento. Incluso la prensa internacional había sido convocada, sus cámaras enfocando ávidamente cada detalle de la escena, conscientes de que estaban a punto de capturar un momento que resonaría en los anales de la historia.

—¡Buenas tardes, nación Kaji! —anunció con voz firme una reportera, su presencia imponente frente a la cámara contrastando con la serenidad del paisaje tras ella, donde el sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, sus últimos rayos bailando sobre las olas del mar como una danza efímera—. El sol se está poniendo y la ejecución pública del criminal Onaji Nikami está por comenzar.

El sol, ahora una esfera ardiente que descendía lentamente hacia el horizonte, parecía arder con una intensidad que reflejaba el fuego interior de la tensión acumulada en la plaza en la base de la marina. La voz de Thomas resonó detrás de Same, llena de un desdén que cortaba como un cuchillo afilado en el aire enrarecido.

—¿Sabes?, cuando era niño, escuchaba historias sobre ti. Parece que liderabas una peligrosa secta, pero mírate ahora, no le importas a nadie —sus palabras eran una mezcla de desprecio y fascinación, como si contemplara a un animal exótico enjaulado.

El verdugo, con rostro impasible, preparaba la inyección letal, sus movimientos precisos como los de un relojero en el último instante antes de que la ejecución se consumara.

—Aún no puedo creer que sea verdad. Sobrevivió a la Noche D y fue capturado ridículamente en un par de semanas gracias a un don nadie que nos mandó la información —la voz de Pumba resonó con un tono de desdén profundo, su gesto denotaba una mezcla de rabia y decepción.

El Barón, con su característica arrogancia, no pudo resistirse a la oportunidad de burlarse.

—Pues ese "don nadie" hizo mejor tu trabajo que tú —su risa resonó en el aire tenso como una nota discordante en una sinfonía funesta.

Mako, con una frialdad que helaba hasta los huesos, agregó su comentario con malicia.

—Tranquilízate, Sonrisas. Estoy seguro de que a Pumba no le agrada que hables así de la Noche D... después de todo, gran parte de su fama se debía a eso —sus palabras eran como dagas afiladas, dirigidas con precisión quirúrgica hacia el orgullo herido de su compañero.

Pumba, con la paciencia colmada, apretó los puños, sus ojos chispeaban con una furia apenas contenida.

—¿Por qué no mejor se callan? La ceremonia está por comenzar —su voz era un gruñido gutural, el sonido de las trompetas que anunciaban el inicio del evento parecía un eco de su irritación palpable.

Thomas, con una voz que resonaba con solemnidad, rompió el silencio tenso que envolvía a los presentes.

—Hoy nos hemos reunido aquí para presenciar el final de un individuo que ha causado mucho sufrimiento en este mundo. Onaji Nikami es un criminal, pero también es un ser humano, por lo que confío en que la justicia divina le otorgará el castigo que merece, guiándolo en su camino hacia la redención y la reencarnación... Verdugo, continúa con tu tarea —sus palabras eran una mezcla de determinación y resignación, como si comprendiera la gravedad de lo que estaba a punto de ocurrir pero se aferrara a la esperanza de que la justicia prevalecería.

El ejecutor, obedeciendo la orden con una serenidad gélida, se acercó a Same, su sombra proyectada sobre el suelo como un augurio oscuro. Con manos firmes, comenzó a remangar la manga del overol naranja que Same llevaba puesto, preparándose para administrar la inyección letal que pondría fin a su vida.

Sin embargo, antes de que pudiera completar su macabra tarea, la muerte llegó de una forma inesperada y abrupta. Un proyectil cortó el aire con un zumbido mortal, impactando directamente en el cráneo del verdugo y arrebatándole la vida en un instante. 

Para el público, el evento se tornó confuso y caótico en un instante. ¿Qué había sucedido? ¿Cómo había muerto el verdugo tan repentinamente? Solo los miembros de la marina comprendieron la verdadera magnitud del ataque cuando vieron la aguja de tejer, un arma inusual pero letal, incrustada en el cráneo del ejecutor.

En medio del desconcierto y el tumulto, la atención se desvió hacia el puerto, donde el gran barco de Gabriella se abalanzaba a toda velocidad hacia la base naval, como un monstruo hambriento que se preparaba para devorar su presa. A escasos centímetros del rostro de Same, la nave se detuvo, su presencia imponente proyectando una sombra amenazante sobre la escena caótica.

Desde lo alto de la cubierta, Gabriella emergió como una figura imponente, su voz resonando con una intensidad que cortaba el aire cargado de tensión.

—¿En serio pensabas morir aquí? ¿En qué momento se te ocurrió deshonrar el legado de las brujas? Ellas confiaron en ti, lucharon por todo en lo que creían, tú eres la única esperanza para devolver a EthYave, el todopoderoso —sus palabras eran un eco de convicción y urgencia, como si estuviera tejiendo un hechizo con cada sílaba que pronunciaba.

El aire estaba cargado con la electricidad de lo inesperado, la oscuridad de la noche parecía albergar un destello de esperanza mientras los reclusos luchaban contra el tiempo para desatar los nudos que aprisionaban el futuro incierto de Same.

El grito de Mako resonó como un clarín de guerra, su voz cargada de autoridad y determinación mientras la realidad se desplegaba ante él como un desafío que debía ser enfrentado con valentía.

—¡¿Qué están haciendo?! ¡Pongan este lugar en alerta máxima! —ordenó Mako, consciente de que estaban en peligro inminente. Cientos de soldados de la marina descendieron hacia la plaza decididos a detener a Same y Gabriella.

Sin embargo, el tiempo jugaba en su contra. Los ex convictos, liderados por Same y Gabriella, actuaban con una ferocidad desenfrenada. A pesar de la resistencia de la marina, Same fue liberado de sus cadenas, su presencia imponente proyectando una sombra oscura sobre la plaza.

Pero aunque Same estaba libre, su poder había sido limitado. La inyección de compuesto Bix que había recibido el día anterior había suprimido sus habilidades, dejándolo vulnerable y expuesto.

Decidió huir hacia el barco, consciente de que la batalla se desencadenaba a su alrededor con una ferocidad implacable. 

—¡Disparen los cañones! —ordenó Thomas, su voz cargada de furia y desesperación. Los cañones rugieron con un estruendo ensordecedor, lanzando proyectiles hacia el barco encallado en un intento desesperado por detener a los villanos.

Pero en ese momento crítico, la intervención de un héroe imprevisto cambió el curso de la batalla. Isaak, el primer recluso que había superado la prueba de poder de Gabriella, se lanzó al mar con la velocidad de un delfín, su determinación encendida como una antorcha en la oscuridad.

Justo cuando los proyectiles estaban a punto de hacer impacto, un escudo de agua poderoso se erigió, un muro líquido que desvió los proyectiles con una fuerza imparable. Los proyectiles, ahora desviados de su curso original, encontraron un nuevo objetivo: la base de la marina. El estruendo de la destrucción resonó en el aire, acompañado por el caos y la confusión mientras los proyectiles causaban estragos entre las filas enemigas.

Same observó con curiosidad a Isaak, volviéndose hacia Gabriella, expresó su fascinación con una mueca burlona en su rostro.

—¿Quién es ese narizón?

Gabriella, con indiferencia, respondió con un encogimiento de hombros.

—¿Te refieres a ese chico? En realidad, no recuerdo su nombre.

La voz de Akane resonó desde la bodega, interrumpiendo la conversación con su llegada repentina.

—Creo que se llama Isaak —añadió, ofreciendo su conocimiento con seriedad mientras se unía al grupo en cubierta.

Same, intrigado, se inclinó hacia Akane, sus ojos brillando con un atisbo de interés genuino.

—Y tú, ¿cuál es tu nombre?

Antes de que Akane pudiera responder, la llegada de un par de reclusos interrumpió la conversación, trayendo noticias de problemas inminentes.

—Señorita Gabriella, tenemos un problema —informó uno de los hombres, su voz tensa con anticipación de lo que estaba por venir.

—Esos que están sentados en esa torre son los tres reyes de la marina.

Gabriella, con una calma que apenas ocultaba su determinación implacable, dio instrucciones claras y directas.

—Lo sé, Jesse. Same y yo nos ocuparemos si la situación se complica. Por ahora, retengan a los reclutas que están enviando.

Los hombres asintieron con entendimiento y se apresuraron a obedecer las órdenes de su líder.

Akane, decidida a unirse a la lucha, se ofreció voluntaria para ayudar, consciente de las vidas perdidas que ya pesaban en la balanza.

—Voy a ayudar también. Ya han muerto un par de nuestros hombres —declaró, antes de saltar y flotar en el aire sosteniendo su aguja, dirigiéndose hacia el campo de batalla.

—Yo me quedaré aquí protegiendo a Same hasta que se recupere —declaró Gaby, su voz firme y decidida.

Pero Same, con una seguridad que rozaba la arrogancia, rechazó su oferta con un gesto de desdén.

—No, ve a ayudar. Se centrarán en detener la masacre en la explanada. Cuando vengan por mí, ya podré defenderme por mi cuenta —su tono era seguro, lleno de una confianza que rozaba la presunción mientras se dirigía hacia la bodega en busca de descanso y recuperación.

Gabriella, obediente a las palabras de Same, se preparó para unirse a la lucha que se desataba más allá de los confines del barco. Con un salto ágil y elegante, llegó al campo de batalla, lista para enfrentarse a cualquier desafío que se interpusiera en su camino.

Los prisioneros, liderados por Same y Gabriella, estaban dominando el combate, sus habilidades superiores abrumando a los cabos inexpertos que se enfrentaban. La balanza de poder se inclinaba a su favor, alimentada por la fuerza de aquellos que habían sido marginados y encarcelados, pero que ahora se alzaban como una fuerza a tener en cuenta, una amenaza para el gobierno mundial y todo lo que representaba.

—Por favor, dime que están listos. Los cabos no pueden resistir mucho más. Todos están siendo asesinados —la voz de Thomas resonó con urgencia a través del comunicador mientras se ocultaba junto a los tres reyes, consciente del peligro inminente que acechaba.

—No se preocupe, sargento. Dos equipos Onix están siendo desplegados —respondió el líder de la unidad con calma, su voz firme y segura transmitiendo confianza en la capacidad de su equipo para enfrentar la situación crítica que se desarrollaba frente a ellos.

Los guardias Onix, una unidad de élite entre las filas de la marina, eran mucho más que simples soldados. Eran super soldados, diseñados para enfrentar misiones que incluso la marina admitía no poder controlar por medios convencionales. Su apariencia imponente estaba en consonancia con su formidable habilidad para el combate y su resistencia sobrehumana.

Vestían un traje negro de neopreno que proporcionaba flexibilidad y movilidad, oculto bajo una pesada armadura de acero cromado conformada por cinco piezas distintivas. Una gruesa pechera, grabada con el número del Onix en el corazón y en la espalda, brindaba protección vital en el campo de batalla. Un par de botas robustas con placas de protección reforzadas en el frente y suelas antiderrapantes les permitían mantener el equilibrio y la estabilidad en terrenos peligrosos.

Dos largos brazaletes completaban su armadura, uno destinado exclusivamente a la protección física y el otro equipado con un panel de control del traje integrado. Este último brazalete desplegaba una interfaz intuitiva dentro de los cascos personalizados de cada Onix, proporcionando información crucial y control sobre sus sistemas avanzados.

Pero lo más importante de todo eran los tanques colocados en la espalda de la armadura. Estos tanques, hechos con la aleación más resistente conocida, contenían el suero de Pumba, así llamado porque fue creado a partir de la sangre del contralmirante del mismo nombre. Este suero, inyectado directamente en la espina dorsal de los Onix, confería habilidades sobrehumanas y una resistencia incomparable en el campo de batalla. Con el suero de Pumba bombeando a través de sus venas, los Onix se convertían en máquinas de guerra imparables, capaces de enfrentar cualquier amenaza con determinación implacable y fuerza descomunal.

El campo de batalla se convirtió en un torbellino de violencia cuando el primer guardia Onix, "A-3", descendió con determinación, enfrentándose a cuatro ex convictos con una fuerza implacable. En medio del caos, uno de los criminales desató una furiosa ráfaga de llamas, pero antes de que pudiera conectar su golpe, el Onix reaccionó con una agilidad sorprendente. Con un rápido movimiento de patada, decapitó al agresor, su acción tan fluida como una danza letal.

Los tres criminales restantes, sorprendidos por la fuerza y habilidad del guardia Onix, no retrocedieron. En cambio, activaron sus propios Keiyaku, preparados para enfrentar al enemigo con todas sus fuerzas.

Mientras tanto, Gabriella luchaba con una ferocidad impresionante, deshaciéndose de varios cabos con sus puños y un cuchillo que había adquirido del comedor de Alkadar. De repente, su atención se vio atrapada por la llegada de otro guardia Onix, "C-1", cuya presencia imponente desafió incluso su valentía.

—Vi todo lo que hiciste en la Ciudad del Zen, no quedarás impune luego de lo que le hiciste a la ciudad natal del Maestro Sonrisas —una voz femenina y juvenil resonó desde el interior del casco del guardia Onix, su tono cargado de determinación y rencor.

La determinación ardía en los ojos de Gabriella mientras se enfrentaba a la guardia Onix, C-1, con una valentía indomable. Ante la advertencia de la voz desde el interior del casco, Gaby respondió con una respuesta desafiante.

—No me dan miedo los robots —declaró con audacia antes de lanzarse hacia su oponente con el cuchillo en mano, apuntando directamente al estómago desprotegido por la armadura de acero.

Sin embargo, la respuesta de C-1 fue rápida y decisiva. Con una facilidad sorprendente, la guardia Onix rompió el arma de Gabriella, endureciendo los músculos de su abdomen para resistir el ataque. Antes de que Gaby pudiera reaccionar, una patada devastadora estaba a punto de conectar en su cuello.

Con un instinto agudo, Gabriella levantó su brazo para protegerse del impacto inminente. Pero incluso su poderosa defensa, potenciada por su habilidad de Rapsodia, no fue suficiente para detener el golpe. La fuerza de la patada de C-1 partió el hueso del brazo de Gaby en un instante, enviándola deslizándose varios metros por la explanada, una herida dolorosa que resonaba en su alma.

Mientras se sostenía el brazo herido, Gabriella se enfrentó a una encrucijada mortal. Sabía que necesitaba curarse, pero eso significaría desactivar Rapsodia, dejándola vulnerable a los mortales ataques de la guardia Onix. Con determinación feroz, decidió enfrentar el peligro de frente, incluso con el dolor palpitante en su brazo roto.

Pero justo cuando Gabriella estaba a punto de confrontar a C-1, un giro inesperado cambió el curso de la batalla. Desde su posición lateral, una aguja mortal se acercaba rápidamente hacia la guardia Onix. Era el arma de Akane, que, con precisión mortal, atravesó el cristal del visor y se clavó en la nariz de C-1, deteniéndola en seco y abriendo una oportunidad para Gabriella recuperarse y contraatacar.

El grito de furia de la guardia Onix resonó como un trueno sobre el campo de batalla, su voz cargada de indignación y poder mientras expresaba su ira. Incluso los tres reyes, sentados en su torre de observación, se vieron obligados a taparse los oídos ante la fuerza ensordecedora del rugido de C-1.

—¡Cómo se atreven a dañar a una deidad! —gritó la guardia Onix con una intensidad que parecía sacudir el suelo mismo, su voz llevando consigo un eco de amenaza y desafío que resonaba en el aire.

Gabriella, comprendiendo la gravedad de la situación, se apresuró a correr hacia Akane, anticipando lo que estaba por venir. Con determinación en sus ojos, levantó a Akane del suelo, preparándose para protegerla de lo que estaba por suceder.

Pero mientras tanto, C-1 no mostraba signos de detenerse. Su voz seguía resonando con una ferocidad implacable mientras ordenaba un aumento en la potencia de su poder, invocando una fuerza que amenazaba con desgarrar el mundo mismo.

—¡Sube la potencia del poder de los ángeles! —continuó gritando C-1, su voz retumbando con una intensidad que sacudió el suelo debajo de ellos. Con un golpe poderoso, el suelo se agrietó y se fracturó, las losas de concreto salieron volando por los aires como si fueran plumas arrastradas por un viento furioso, dejando al descubierto únicamente la base de arena, un testimonio del poder desenfrenado que C-1 desataba sobre el campo de batalla.

La voz de Thomas resonó con un toque de desesperación mientras se dirigía a los tres contralmirantes, oculto en la torre de los reyes, observando la devastación que se desataba abajo.

—Con todo respeto, señores contralmirantes, ¿no piensan hacer nada? —preguntó, su tono cargado de urgencia y preocupación por la situación que se desarrollaba frente a ellos.

El Barón, con una calma imperturbable, respondió con serenidad a la pregunta del joven oficial.

—Lo siento, chico, pero tomamos esa decisión cuando el barco llegó. Vamos a cumplir el deseo de nuestro compañero Pumba —explicó, revelando la determinación detrás de su tranquilidad aparente.

Pumba, con una sonrisa confiada en su rostro, agregó su propia perspectiva a la conversación, su voz llena de seguridad en sí mismo.

—Sé que es algo egoísta, pero voy a dejar que Onaji se recupere y lo destruiré yo mismo —declaró, mientras los anillos tatuados en sus brazos comenzaban a iluminarse, un signo ominoso de la inminente manifestación de su poder.

Mako, sintiendo la energía palpable de su compañero, ofreció palabras de aliento y paciencia.

—Solo aguanta un poco más, Pumba. Faltan diez minutos para que el compuesto Bix pierda efecto —comentó, su voz resonando con una mezcla de anticipación y determinación mientras se preparaban para el momento crucial que se avecinaba.

Cuando la nube de polvo se disipó y Gabriella y Akane aterrizaron en el suelo, la urgencia del momento se hizo evidente. Sin perder tiempo, Gabriella improvisó un vendaje con un pedazo de uniforme del cadáver de un cabo caído cerca de ellas, tratando de contener la sangre que brotaba de su brazo herido.

—Me habías dicho que eres de naturaleza sanadora, ¿verdad? Ve al barco a curar tu brazo —insistió Akane, su voz resonando con determinación mientras señalaba hacia la embarcación.

Pero Gabriella, consciente de su situación precaria, se resistió a la idea, reconociendo la superioridad de su enemigo.

—Nada de eso, niña. Esa perra es mucho más fuerte que yo. Si hago eso, vas a terminar como una masa de carne molida sangrante tras recibir un solo golpe —respondió con franqueza, su tono cargado de preocupación por la seguridad de Akane.

Pero la niña no se dejó disuadir fácilmente, ofreciendo una alternativa con determinación inquebrantable.

—Tengo una estrategia. Ahora mismo me estorbas más que ayudarme… vuelve cuando estés en condiciones de pelear —sentenció, su voz firme y decidida mientras señalaba hacia el barco, instando a Gabriella a retirarse temporalmente del campo de batalla.

Reconociendo la sabiduría en las palabras de Akane, Gabriella obedeció y se encaminó hacia el barco en busca de recuperación. Sin embargo, antes de que pudiera alcanzar su destino, el cielo se oscureció con la llegada repentina de una figura colosal.

Era Pumba, que, con una precisión calculada, saltó desde la torre de los reyes, su impacto resonando como un trueno mientras dividía la embarcación en dos con un golpe devastador. Same emergió ileso de entre los escombros, mostrando una destreza sobrenatural en el momento de la crisis. En un instante, invocó un par de cadenas que surgieron de sus brazos, atrapando a Gabriella en un movimiento rápido y certero antes de enviarla al océano con una fuerza implacable.

Mientras Akane retrocedía rápidamente para tomar distancia de C-1, la guardia Onix que estaba siendo perforada por la aguja de la niña mientras la perseguía, la joven se dio cuenta del poder devastador de su arma.

«Esa aguja, tiene que ser un Keiyaku. Si fuera una aguja normal, no podría atravesar mi cuerpo», reflexionó C-1, su furia creciendo con cada instante que pasaba.

—¡No creas que por estar a larga distancia no puedo atacarte! —exclamó la guardia Onix, su voz resonando con una determinación implacable mientras desataba su furia contra Akane.

Con un movimiento rápido y poderoso, C-1 comenzó a golpear el aire con una velocidad y fuerza impactantes, generando pequeñas pero poderosas ondas de choque que se lanzaban hacia Akane a una velocidad vertiginosa. Las ondas de choque golpearon a la pequeña con una fuerza abrumadora, cada una sintiéndose como si fuera golpeada por un gigantesco autobús, amenazando con aplastarla bajo su peso.

Pero, para fortuna de Akane, alguien llegó justo a tiempo para salvarla del embate. En un gesto de valentía y sacrificio, esta persona la abrazó con fuerza, actuando como un escudo humano contra las ondas de choque desatadas por C-1. Aunque el impacto era abrumador, Akane encontró consuelo en el hecho de que alguien estaba dispuesto a arriesgarlo todo por protegerla.

—¿Gabriella?

—No, soy yo. ¿Estás bien, niña? —preguntó Javier, una figura familiar que emergió entre los escombros, sorprendiendo a Akane con su presencia inesperada. Durante su tiempo en prisión, Javier había sido su protector, enfrentándose valientemente a aquellos que intentaban hacerle daño.

La sorpresa de ver a Javier en ese lugar tan peligroso duró poco, ya que antes de que alguno de los dos pudiera reaccionar, C-1 se abalanzó hacia ellos con una velocidad impresionante. Con un movimiento rápido y mortal, la guardia Onix atravesó el pecho de Javier con su brazo, liberando una ola de shock y desesperación que inundó el corazón de Akane. La joven no pudo contener sus lágrimas ante la devastadora pérdida de su amigo y protector.

A pesar de su dolor, Akane se dio cuenta de que estaba en una situación de extrema vulnerabilidad. El ataque anterior la había dejado gravemente herida, incapaz de enfrentarse a C-1 en su estado actual. Con lágrimas en los ojos, se retiró de la escena, utilizando su aguja voladora como un medio de escape, dejando atrás la tragedia que había presenciado y la angustia que la consumía.

Same y Pumba se enfrentaron en un choque de fuerzas, intercambiando golpes con una intensidad desgarradora. Pero Same, con astucia y determinación, pronto se dio cuenta de que no podía vencer al contralmirante en un enfrentamiento directo. Con rapidez, se movió con agilidad, posicionándose estratégicamente detrás de Pumba.

Con decisión, Same aprovechó la oportunidad y utilizó las cadenas que surgían de sus brazos, insertando los ganchos afilados en las fosas nasales del imponente hombre de piel oscura y cabello afro. Con todo su poder, se preparó para tirar con todas sus fuerzas, confiando en que este movimiento le daría la ventaja necesaria para vencer a su oponente.

Pero la confianza de Same se desvaneció rápidamente cuando Pumba, con una rapidez impresionante, contrarrestó el ataque con un movimiento fluido de su cuello. En un instante, Same fue lanzado por los aires, su cuerpo arrojado como una marioneta descontrolada por el poderoso contralmirante, dejando claro que la batalla aún estaba lejos de terminar.

—¡"Perfect time"! —exclamó Same justo antes de caer al suelo, deteniendo el tiempo a su alrededor por tres preciosos segundos. En un instante, el mundo se volvió estático, suspendido en el tiempo mientras Same aprovechaba esta breve pausa para ejecutar su siguiente movimiento.

Para el resto de las personas, todo seguía igual, pero para Pumba, el mundo había cambiado de manera inexplicable. En un abrir y cerrar de ojos, había perdido su nariz, dejando al contralmirante confundido y atónito mientras buscaba frenéticamente a su oponente.

Sin embargo, Same ya estaba un paso adelante. Con sus acciones cuidadosamente planeadas, se abalanzó hacia donde se encontraban Gaby y Akane, envolviéndolas en un abrazo protector mientras enfrentaba a Pumba.

—De nuevo falló la misión, contralmirante Pumba —dijo Same con calma, sus palabras resonando con una determinación inquebrantable mientras sostenía a sus seres queridos entre sus brazos.

Las palabras de Same fueron como un golpe directo al corazón de Pumba, quien, consumido por la ira y la frustración, desató todo su poder. Con un rugido de furia, cargó los ocho anillos tatuados en su brazo izquierdo, preparándose para lanzarse hacia Same con todo su poder.

Pero Same ya había anticipado este movimiento. Con una rapidez impresionante, contrajo la cadena que surgía de su brazo derecho, atada al mástil del barco, esquivando fácilmente el golpe de Pumba y dejándolo caer al suelo con un estruendo ensordecedor. En ese momento, quedó claro que Same no solo era un adversario formidable, sino también un estratega brillante capaz de anticipar y contrarrestar los movimientos de su enemigo con precisión letal.

—¡Pumba, maldito imbécil, ¿qué has hecho?! —gritó Mako, su voz cargada de desesperación y frustración mientras observaba la escena con horror.

El Barón, resignado ante la situación, se levantó de su asiento con una expresión sombría, reconociendo la gravedad de la situación.

—Debimos suponer que este estúpido haría algo así —murmuró el Barón, su tono resignado revelando una mezcla de pesar y anticipación por las consecuencias de los actos de Pumba.

El Keiyaku del contralmirante Pumba, conocido como "Los ocho anillos del caos", era un pacto peculiar que guardaba ciertas similitudes con el poder Rapsodia de Gabriella. A diferencia de Gaby, Pumba había sellado un contrato de poder que comprometía toda su habilidad para manipular la energía zen a cambio de una técnica única y poderosa. Consistía en la manifestación de ocho anillos tatuados en su brazo, cada uno representando una fracción de su capacidad. Estos anillos, al activarse, se iluminaban mágicamente, indicando cuánto poder estaba siendo canalizado en ese momento.

Cada anillo era crucial en la amplificación del poder de Pumba. El funcionamiento del Keiyaku implicaba la cuantificación del poder del contralmirante en números. Por ejemplo, imaginemos que su poder base es de 827, cuando se activaba el primer anillo, su poder se duplicaba, pasando de "827" a "1654". Con la activación del segundo anillo, esta cantidad se multiplicaba nuevamente por dos, alcanzando "3308".

Las verdaderas complicaciones surgían a partir del tercer anillo. Aquí, el poder se multiplicaba por el número del anillo mismo. Así, al activar el tercer anillo, el poder se triplicaba, dando como resultado "9924". Este proceso continuaba, elevando exponencialmente el poder con cada anillo activado. Al llegar al octavo anillo, Pumba se veía imbuido con una cantidad astronómica de poder, cuantificado en la impresionante cifra de "66689280".

Esta progresión no solo reflejaba el alcance increíble del poder de Pumba, sino también la complejidad y el riesgo asociado con el uso de esta técnica. Cada anillo, cada multiplicador, representaba un compromiso más profundo con las fuerzas del caos y la energía zen, llevando al contralmirante a nuevas alturas de poder, pero también exponiéndolo a un riesgo igualmente monumental.

El impacto del golpe de Pumba contra el suelo fue devastador, causando estragos en las placas tectónicas de los alrededores y desencadenando un mega terremoto de proporciones catastróficas. El temblor desgarrador no solo destruyó por completo la base de la marina, sino que también arrasó con los pueblos cercanos y, finalmente, consumió todo el estado de la nación Kaji en una vorágine de destrucción sin precedentes.

En cuestión de minutos, la tragedia se desató con una furia incontrolable. Edificios se derrumbaron como castillos de naipes, carreteras se convirtieron en ríos de escombros y el paisaje se transformó en un panorama desolador de muerte y desolación. En menos de una hora, lo que una vez había sido un próspero territorio se redujo a un paisaje desolado de cadáveres y ruinas.

Las calles que no estaban sumergidas en la devastación estaban teñidas de rojo por la sangre derramada, y el aullido del viento se mezclaba con los gritos desgarradores de aquellos que luchaban por sobrevivir en medio del caos. La mayor catástrofe en la historia de la humanidad había sido desencadenada por un acto de violencia que había prometido protegerla, sumiendo a la nación Kaji en una oscuridad sin fin y dejando a su población en un abismo de desesperación y dolor.

La noticia de la tragedia se extendió como un reguero de pólvora, propagándose rápidamente por todo el continente y más allá. La devastación sin precedentes que había consumido la nación Kaji provocó una ola de horror y consternación en todo el mundo, dejando a las personas atónitas y sin palabras ante la magnitud del desastre.

La incertidumbre sobre quién o qué había sido el responsable de semejante destrucción se apoderó de la conciencia global, generando un frenesí mediático sin igual. Docenas de helicópteros de noticias se lanzaron al aire, ansiosos por captar imágenes de la tragedia desde el cielo, mientras que aviones gubernamentales desplegaban unidades de rescate sobre los restos humeantes de lo que alguna vez fue la principal base de la marina.

En medio del caos y la confusión, la búsqueda de responsables se convirtió en una prioridad urgente. Las autoridades y los líderes mundiales se apresuraron a encontrar respuestas y justicia para las innumerables víctimas de la catástrofe. Mientras tanto, el mundo entero permanecía en un estado de shock y conmoción, incapaz de comprender completamente la tragedia que había asolado la nación Kaji y sacudido los cimientos de la civilización tal como se conocía.