—Estoy tan feliz, Naia —dijo él con la sonrisa más pura y brillante—. Gracias.
Naia miraba fijamente al hombre musculoso y grande que estaba sobre ella, con un rostro encantador completamente sonrojado, y goteando sudor por todas partes.
León era un tipo de apuesto diferente a los demás. Estaba bronceado, era áspero y grande, pero también era muy tierno y dulce.
Ella sonrió y tocó su mejilla.
—Yo también estoy feliz.
Solo con decir esas palabras parecía energizar mucho a León y Naia podía sentir cómo su gran cosa se alzaba dentro de ella.
Ella gimoteó, su cuerpo retorciéndose, y la vista hizo que los ojos de León se tornaran rojos.
Pronto, él comenzó a mover sus caderas de nuevo. Tenía la mandíbula apretada mientras la llenaba con su gran carne, mientras que la boca de Naia estaba entreabierta mientras gemía.
—¿Está bien si voy más fuerte otra vez? —preguntó él mientras movía sus caderas, Naia asintió con el rostro sonrojado, abrazándolo.
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