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Capítulo 2

Año desconocido. Zarina, 14 años.

El corazón me retumbaba en el pecho, sentía entre miedo y emoción, había hecho algo que sabía que me traería problemas en el momento que Dianora se enterara, aunque esperaba que no lo hiciera. Tenía prohibido salir del templo, al menos hasta que cumpliera la mayoría de edad, antes de eso no podía ni siquiera poner un pie fuera. No entendía para nada esa regla, pero al igual que las demás reglas debía seguirla, sinceramente estaba cansada de no poder salir.

No conocía nada ni a nadie, no tenías más amigas además de mis hermanas y las pocas chicas de mi edad que estaban en el templo, y mucho menos conocía chicos, los únicos hombres que conocía eran a los pocos sacerdotes que venían al templo, y la mayoría ya eran viejos.

-No entiendo la motivación de Dianora de mantenernos encerradas –dije en un murmullo, no estaba muy lejos del templo, estaba en un pequeño bosque, rodeada de árboles grandes, arbustos y muchas flores, un lugar donde no podían encontrarme fácilmente. Calculaba que tenía una media hora para estar aquí, ya que la mayoría de las sacerdotisas en el templo estaban concentradas en esa mujer, Elena, otra vez estaba aquí, ahora venía muy seguido; lo que me beneficiaba, ya que la atención caía directamente a ella y nadie me notaria.

Avance al escuchar agua, un rio o tal vez un arroyo estaba cerca, seguro había pequeños peces en este, me gustaba observar como nadaban, era bastante tranquilo. Me detuve cuando llegue y note que era un rio, y que no estaba solo como había pensado, a unos cuantos metros de donde me encontraba estaba un chico, parecía tener mi edad, su rostro mostraba una expresión de confusión. Miraba el agua fijamente, me entro curiosidad y lo observe a detalle, su cabello era negro, y un poco largo, los mechones de este rozaban su sien, piel morena, lo cual me hacía pensar que pasaba mucho tiempo en el sol, pude ver el color de sus ojos, eran de un azul oscuro, demasiado bonitos, su rostro era angelical pero se notaba que estaba entrando en la madurez. Además estaba segura que era como unos 5cm más alto de lo que yo era, me moví con intenciones de irme pero termine pisando una rama, lo que hizo que girara hacia donde me encontraba, me quede inmóvil.

Sus bonitos ojos azules me examinaron con intensidad como si estuviera considerando que era algún tipo de peligro, su postura era tensa, como si estuviera a punto de huir pero me mantuve quieta, nunca antes había visto a un chico y tenía mucha curiosidad, y ganas de hablarle. Dos minutos después dejo su postura y se relajó, su mirada fue menos intensa.

-¿Quién eres? –pregunto en un tono suave, su voz sonó ronca, como si no hablara muy seguido.

-Soy Zarina –respondí pasando las manos sobre mi ropa como si la estuviera alisando, pero la verdad es que estaba nerviosa- soy del templo que está aquí cerca –aclare.

-¿Una futura sacerdotisa? –pregunto y su mirada volvió al agua, me acerque un poco pero mantuve las distancias.

-No, si puedo evitarlo –respondí en un suspiro- ¿Y quién eres tú?

-Damián, mi nombre es Damián. Soy del templo principal del Guardián Eleazar –respondió y me sorprendí.

-Pero… ¿Qué haces aquí? Ese templo queda a dos kilómetros de este lugar, ¿no es mucho recorrido hasta acá? –pregunte un poco perpleja.

-Sí, pero escuche que este lugar es muy pacifico. Tengo días en los que puedo salir del templo y hacer lo que quiera, solo aproveche para venir acá –respondió encogiéndose de hombros para luego mirarme.

-¿Así que puedes salir cuando quieras? –cuestione, empezaba a sentirme un poco celosa por la libertad que le daban.

-Sí, ¿Acaso tu no? –me pregunto a su vez y negué con la cabeza.

-Tengo prohibido salir del templo.

-Qué extraño, nunca había escuchado algo como eso. Incluso las sacerdotisas pueden salir del templo si lo desean, y más las que se van a convertir en una, escuche que le dan cierto tiempo para decidir si quieren serlo –explico.

-Muy cierto, pero en mi caso soy como un tipo de prisionera –dije.

-Una prisionera que se da el lujo de pasear por el bosque –su comentario era muy acertado e hizo que sonriera.

-A veces los prisioneros necesitan un poco de aire fresco –respondí un poco en broma.

-No puedo negar algo tan lógico. Ven, siéntate –dijo y se sentó en el suelo palmeando un lugar a su lado, me moví dudando si sentarme o no- no te voy a morder, no tengas miedo –sus palabras me hicieron reír y me senté a su lado.

-¿Sabes? Nunca antes había conocido a un chico –dije algo avergonzada de ese comentario.

-Lo imagine. Y yo nunca había conocido a una chica tan bonita como tú –su comentario hizo que me sonrojara por completo, baje la cabeza y mi cabello cayó adelante tapando mi cara.

-Qué cosas dices –murmure, mis mejillas estaban muy calientes.

-La verdad. No soy de las personas que mienten, me gusta decir lo que pienso, y eso es lo que pienso de ti –dijo, podía sentir su mirada sobre mí pero me abstuve de verle.

-Bueno… no sé qué decir –dije sin saber que pensar sobre esto.

-También eres muy inocente, eso es lindo –me dijo y ahora de seguro estaba igual de roja que un tomate.

-Basta, no digas cosas como esas, me avergüenzas –dije tapándome la cara, unos segundos después escuche la risa del chico, quite las manos de mi cara y lo mire de forma fulminante.

-No pongas esa cara, ya no diré cosas como esas –me dijo dejando de reír pero aun manteniendo una sonrisa en su rostro.

****

La chica que tenía junto a mí era la más bonita que había visto en mi corta vida, al momento en que apareció la había visto como un peligro pero al observarla bien me di cuenta de que no era alguien peligroso. Eso hizo que la observara bien, cabello negro hasta la cintura, ojos de un color plata relucientes, piel blanca y un rostro suave de niña, imaginaba que tenía mi edad y solo era un poco más baja que yo pero tenía una presencia que no podías ignorar, además de que todo a su alrededor decía "Inocencia", muy atrayente. Lo cierto es que era la niña más bonita que había visto en mi vida, y justamente se me escapo eso, justo con lo de su inocencia, ahora estaba roja como un tomate y también me miraba con enojo, una niña adorable por donde lo viera.

-Debo irme –dije levantándome del suelo y ella me imito.

-¿Tan rápido? –pregunto.

-Sí, tengo que volver al templo –respondí mirándola.

-¿Alguna vez vas a volver? –levante una ceja ante su pregunta, ella me miraba fijamente, y por instinto lleve mi mano a su cabeza, creía saber porque me hacia esa pregunta. Tal vez se sentía un poco sola, y quería hacer amigos, entendía eso.

-Puede que regrese otra vez –le dije revolviendo su cabello, ella aparto mi mano y se acomodó el cabello.

-Espero que nos volvamos a ver –me dijo y retrocedió un poco- yo también tengo que irme –ella se giró y salió corriendo sin mirar a atrás, un poco extraño.

Decidí que lo mejor era marcharme y no darle más vueltas al asunto, tenía que volver al templo antes de que mi tiempo libre se terminara o tendría que hacer los trabajos pesados durante un tiempo.

Un mes, todo un mes había pasado desde que había conocido a esa niña y no podía quitármela de la cabeza, siempre que cerraba los ojos la veía claramente, sus ojos, la pequeña sonrisa que había mostrado ante mis comentarios y su risa, todo en ella me había resultado encantador. Aunque era imposible que la volviera a ver, mi entrenamiento como sacerdote me lo impediría, además esa niña no podía salir de su templo de forma constante, era muy poco probable que la volviera a ver. Debía sacármela de la cabeza si quería seguir con mi vida, tal vez en un futuro nos volveríamos a ver. Después de todo creía que ese tipo de encuentros no eran puras casualidades, todo pasaba por una razón, por mínima que esta fuera.

****

Mi frustración aumentaba más a cada minuto, habían pasado casi dos meses desde que había hecho esa pequeña excursión fuera del templo, y no había logrado salir desde ese entonces, y como si no fuera poco, Elena, venia de forma más constante al templo, no es que ella no me agradara, es solo que su presencia me resultaba incomoda. No podía explicar exactamente lo que causaba en mí, siempre que estaba cerca sentía ganar de huir pero al menos no era la única, mis hermanas sentían lo mismo. Y Dianora creía que era una falta de respeto por nuestra parte, lo cual no era cierto.

-Disculpa, ¿Puedo hablar contigo? –me sobresalte al escuchar una voz detrás de mí, me di vuelta de inmediato para encontrar a Elena, tenía una sonrisa en su rostro y como siempre su aura resplandecía, todo el mundo podía ver su aura de blanco puro incluso sin tener alguna clase de poder para ello.

-Sí, claro –respondí para no ser descortés.

-Bien. He notado que tú y tus hermanas siempre se alejan cuando estoy cerca, ¿Y me gustaría saber si… no les agrado de alguna forma? –su pregunta me dejo bastante sorprendida, no sabía que responder a eso y respire hondo, debía ser lo más sincera posible ¿no? Dianora siempre decía que estaba mal mentir, aunque era un poco irónico pensar en algo así, cuando le ocultaba el hecho de haber salido del templo.

-No, claro que no. Es solo que su presencia nos incomoda, es algo difícil de explicar, creo que es por su aura tan blanca y pura, es muy difícil pasar desapercibido eso –explique siendo lo más sincera posible.

-¿Así que es eso? –Escuche que murmuraba con la mirada puesta hacia otro lado, luego me miro- Pensé que no les agradaba. Si hubiera sabido que mi presencia era muy… muy incómoda para ustedes, no hubiera insistido tanto en acercarme e hubiera dejado que se acostumbraran a ella a la distancia, casi siempre me pasa cosas así. Algunas personas son muy sensibles a mi presencia, y lo olvido por completo. Te ofrezco una disculpa –su comentario me dejo aún más sorprendida que su pregunta, ¿Qué alguien como ella se disculpara? Muy insólito, no me podía creer que esas palabras hubieran salido de su boca.

-Yo… no es necesario una disculpa. También es culpa nuestra por no haber dicho nada –al principio balbucee un poco pero luego mis palabras fueron más claras y concisas.

-Bueno, mejor te dejo. Fue un gusto hablar contigo y aclarar esto –se despidió y se marchó, la observe por unos cuantos segundos, su caminar era lento pero parecía como si flotara ya que sus pisadas no hacían ruido cuando posaba sus pies en la fría losa del templo. Era la mujer más hermosa y fantasmagórica de toda la creación, solo algo tan pequeño como su andar me provocaba escalofríos.

Decidí no darle vueltas a ese detalle y preferí ir a buscar a Zaira, ella me había dicho que fuera a verle en el jardín, y justamente estaba de camino hacia ese lugar. Apenas pise el césped del jardín Zaira me asalto empezando a hablar muy, muy rápido, no le entendí nada de lo que dijo.

-Zaira, calma. Habla más lento, que no te entiendo nada –dije agarrándola de los hombros, ella me miro- respira hondo, y dime que sucedió –ella hizo lo que le indique.

-Veras, hace dos días yo… -dejo de hablar y miro de un lado para otro, luego me llevo con ella para ir un poco más lejos del templo, terminamos bajo la sombra de un manzano- yo salí del templo y conocí a una chica muy agradable, su nombre es Samara. He estado estos dos días guardando este secreto pero no podía más, en serio fue algo muy agradable y me divertí, lo malo es que no podre verla de nuevo –su cara alegre se convirtió en una de tristeza, no me gustaba verla de esa forma.

-Seguro que algún día la vuelves a ver. No pierdas las esperanzas –trate de animarla.

-¿Tú crees? –pregunto y asentí con una gran sonrisa.

-Claro que lo creo. Ya que tú me contaste tu secreto, ahora te contare el mío –eso llamo su atención de inmediato- yo también salí del templo, pero fue hace dos meses y conocí a un chico muy agradable –le conté y ella abrió los ojos de forma desmesurada.

-¿Conociste a un chico? –pregunto perpleja, su expresión me hizo reír- no lo puedo creer, ¿Cómo era? ¿Cómo se llamaba? ¿De dónde venía? –Zaira comenzó a preguntar un montón de cosas. Tuve que calmarla y respondí cada una de sus preguntas hasta que estuvo satisfecha y a su vez también le hice preguntas, al final prometimos no decirle nada a nadie, ni siquiera a Zipher o Zuri, seria nuestro pequeño secreto.