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Capítulo 12. Fin del volumen I

—Libros, muchos libros —respondió Oliver a la pregunta del obispo.

El obispo pensó un momento y luego habló:

—Si no quieres recurrir a la magia, hay una máquina simple que puede servir a tu propósito. Pero necesitarás mucho oro para materiales —dijo el obispo.

Su reina hizo un ademan despreocupado y Ana la abrazó con alegría. El obispo volvió a asentir.

—Te puedo poner en contacto con la gente adecuada para tu proyecto. Además, no necesitarás toda esa infraestructura, estamos dispuestos a colaborar con las instalaciones de los monasterios. Hay muchos de ellos cercanos a las aldeas.

»Pero, ¿qué planeas hacer para mantener a toda esa gente? Los niños no son adultos y su rendimiento es menor en el trabajo, pero sus padres pueden despreocuparse de los asuntos pequeños gracias a ellos —dijo el obispo sentándose en su sillón y preparándose para una conversación muy larga.

Su reina creó tres sillones para ellos y también se sentaron.

—Mientras los libros se imprimen y las escuelas se construyen, pondremos en marcha un plan para mejorar la agricultura con nuevos métodos de producción y nuevas herramientas de cultivo —dijo Ana y le pasó algunos bocetos al obispo.

»Es un carro que funciona con la sangre diluida de la más baja calidad y puede ser operado por cualquiera que pase por el adiestramiento de un mes. También crearemos torres de almacenamiento para los granos producidos y de procesamiento para la harina.

»De esa forma los niños y sus padres quedaran libres de las tareas del campo —explicó Ana que se encargaba de toda la parte técnica del plan.

—¿Qué harán con la mano de obra libre? —preguntó el obispo.

—Construirán casas y la infraestructura necesaria para modernizar las aldeas. También tenemos un proyecto para construir un carro de vagones impulsado por magia como en las minas —explicó Oliver.

El obispo sonrió satisfecho observando los bocetos.

—Se oye como una vuelta a la civilización. Con esas... Las hechiceras por aquí, tenía muchas dudas, pero esto es un buen comienzo. Siempre dije que con la guía correcta, tú podrías ser una luz para la humanidad, pero ellos te quitaron todo y tu destino fue la soledad y una vida injusta y cruel —dijo el obispo con tristeza y melancolía. Sus palabras dejaron a Oliver algo confuso, pero no tanto.

Él ya sabía que los devoradores del vacío no eran hijos de los humanos en un principio. Sus almas habían llegado a unirse a ellos y ahora era posible nacer de ellos y ser como ellos, pero en su mayoría, los devoradores del vacío que ahora existían, eran reencarnaciones de los que una vez fueron los hijos de las hechiceras y hechiceros.

—¿Usted conoció a mi hermano en su otra vida? —preguntó Ana con entusiasmo. El obispo sacudió la cabeza con melancolía.

—Él una vez construyó un mundo, pero no es algo bueno. Demasiados sacrificios, demasiado dolor. No malgasten fuerzas en recordarle, eso es lo que él quería —dijo el obispo y pidió el resto de los bocetos de Ana para examinarlos.

La reunión duró toda la noche y parte del día. El obispo se unió a ellos y hasta parecía entusiasmado. Él compartió información con ellos, y les puso al día sobre el paradero de las personas que necesitarían para poner en marcha sus proyectos.

Su reina dijo que ahora que no estaba ocupada buscando formas de matar al cretino, disponía de mucho tiempo libre para ayudarles. Amelia y Amanda se encargarían del resto de asuntos del reino.

Oliver salió del templo, pero no fue al palacio de su reina junto a ella y Ana, sino que se dirigió al mercado para vagar por allí entre los comerciantes, que eran las personas que más le agradaban en este mundo. Ellos tenían una visión de la vida aceptable, en opinión de Oliver. Eran algo avaros para su gusto, pero eran innovadores y emprendedores, y eso hacía que le agradaran.

Oliver vagaba por las tiendas para ver si encontraba algo de su interés, por lo general, eso era comida o un buen libro. Le hacía falta su hermano basilisco, pero su hermano basilisco, cuando se enteró de que él se iba a casar con su reina, decidió que era hora de marcharse.

Ahora Oliver estaba sin un alma que compartiera sus gustos por la buena comida y comiera junto a él hasta quedar panza arriba sin poder moverse.

Oliver se detuvo en un restaurant y se sentó en una mesa, bajo la sombra de una sombrilla de paja.

Oliver pidió tres platos de carne asada con verduras, vino dulce, queso, salsas de todo tipo y unas extrañas frutas que venían de Líberos y tenían un olor dulce y acido. Al terminar sus platos, Oliver volvió a pedir tres más y el doble de raciones de frutas a la empleada del lugar que le miró incrédula al recibir su pedido, pero que sonrió feliz cuando Oliver le dio tres monedas de cobre como propina por la primera ronda.

Cuando Oliver se preparaba para comenzar la segunda ronda de platos, un hombre flaco, de estatura promedio, de cabello largo, negro y maltratado, con la piel pálida y mirada sospechosa, que llevaba unos pantalones negros, botas altas y una túnica sencilla, se sentó en frente de él y se apoderó de uno de sus platos para comer con gusto y pedir más a su cuenta cuando acabó.

Oliver se encogió de hombros y siguió comiendo, pero mantuvo un ojo fijo en su flaco compañero. Oliver sabía que no era una interpretación suya, este hombre llevaba el mal en la sangre, y nadie le convencería de lo contrario. Él ya le había matado una vez sin vacilar, y lo haría de nuevo sin dudar un segundo.

Oliver terminó su octavo plato y el hombre flaco barrió el noveno. Él seguía atragantándose como siempre, pero no subía de peso. Al barrer su ultimo plato se recostó de su silla con despreocupación.

—Nada puede compararse al sabor de los hechiceros, pero un buen plato de comida de vez en cuando no está nada mal —dijo el hombre con satisfacción.

Esas palabras confirmaban que este hombre era un devorador del vacío.

—¿Quién eres? —preguntó Oliver.

—Soy Hoja, el segundo de nosotros en despertar en este mundo hace ya más de cinco mil años. Mi habilidad especial es crear clones. Lo que mataste y con quién hablas en este momento son clones. Tengo muchos, pero te agradecería que no me mates, es un asunto muy desagradable. Y deja de tutearme, muestra algo de respeto, mocoso.

—¿Qué quieres de mí? ¿Por qué me sigues? —preguntó Oliver ignorándole. El hombre sacudió la cabeza con pesar.

—Siempre al grano. Me gusta. Te sigo porque para eso estoy aquí. Quería reclutarte para mi causa, pero me mataste sin un parpadeo y pensé que no eras apropiado. Además, estaba esa mirada malévola que le dedicabas a la gente.

»Luego te volví a encontrar por casualidad y parecías una persona diferente y hasta pensé que me había equivocado, por lo que volví a observarte de cerca para asegurarme. Ahora sé que eres lo que estaba buscando y aquí me tienes. Deberías evitar matar a la gente, causa una pésima impresión de ti —se quejó Hoja.

—¿Tienes alguna guerra secreta contra los hechiceros? —preguntó Oliver. Hoja le respondió con una carcajada.

—¿Esos seres lamentables? Dan pena ajena. Si fuéramos sus enemigos, ¿No seriamos nosotros el doble de lamentables? —preguntó sacudiendo la cabeza—. No, los hechiceros son útiles por su sangre, lo demás no nos interesa.

—¿Qué les interesa? —preguntó Oliver.

—¿De este mundo? Muy pocas cosas. Solo los hechiceros que capturamos de vez en cuando y los miembros del clan que despiertan aquí y allá.

—¿Cómo es que tu clon se murió al recibir mi sangre? ¿No se supone que eres un devorador del vacío también? —preguntó Oliver.

—¿Crees que todos despertamos nuestra sangre como tú? ¿No tienes tú mismo una hermana cuya sangre sigue dormida? —Oliver se sorprendió y Hoja asintió—. Entiendo, crees que por que ambos son devoradores del vacío, tu sangre no va a afectarle. ¿Cómo llegaste a tan estúpida conclusión? —preguntó Hoja.

Oliver estaba más preocupado de lo que pudo haberle sucedido a su hermana si su reina no hubiera encontrado un método para detener la fuga de su semilla. A partir de ahora, él alertaría a Ana y estaría más pendiente de ese asunto.

—¿Hay otros como yo? —preguntó Oliver.

—De nosotros, solo conozco a dos que han despertado su sangre, tú y Ocaso. Ella es la persona que quiero que mates —dijo Hoja con tranquilidad. Oliver entre cerró los ojos en gesto amenazador. Hoja colocó una sonrisa—. Tranquilo, no te causará ningún remordimiento matarla.

»Ocaso es una zorra desconsiderada, cruel y malvada hasta la medula de los huesos. ¿Qué dices? ¿Vienes conmigo? Según parece necesitas información sobre nosotros. Si me sigues te diré lo que quieras saber —aseguró Hoja.

—No —dijo Oliver. Hoja sacudió la cabeza con tranquilidad. Oliver ya preparaba un dardo en su brazalete para matarlo por segunda vez si seguía insistiendo.

—Está bien. Como dice un conocido mutuo, todo a su debido tiempo. Ahora que te has mostrado al mundo, no creo que nosotros permanezcamos en la oscuridad por más tiempo. Y como no quiero que mueras, te diré algunas cosas sobre nosotros.

»En primer lugar, debes tener en cuenta que nuestras habilidades especiales no son iguales a las de los hechiceros. Ellos por lo general, tienen habilidades relacionadas al fuego, agua, viento, oscuridad, luz y espacio. Fuera de eso no conseguirás a ninguno de ellos capaz de clonarse como yo, o ser rápido y fuerte como tú.

»En cambio, nuestras habilidades son muy variadas. Conozco gente más fuerte que tú, otros capaces de manipular los arboles como marionetas o las bestias mágicas del mundo devastado. Tu propia hermana se puede hacer invisible. Y en segundo lugar y no menos importante, nuestra apariencia.

»Como ves, con algunas raras excepciones, nuestra apariencia es humana. Los hechiceros y hechiceras son todos de piel clara y rasgos finos, pero nosotros nacemos de los humanos y nuestros rasgos nos son heredados por nuestros padres por lo que puedes encontrarnos en distintas formas y tamaños —concluyó Hoja y se levantó para marcharse sin más.

Oliver sintió curiosidad por él y su propuesta, pero sería un completo idiota si siguiera a este tipo a alguna parte.

Oliver dejó su pago sobre la mesa, se levantó y se fue en la dirección opuesta por unos minutos hasta que se alejó lo suficiente de Hoja. Luego dio vuelta y le siguió por los callejones del mercado, trepando por los toldos y pequeñas bodegas.

Hoja estuvo una hora remoloneando, se robó algunas bolsas de los nobles que se encontró por el camino, sacó las monedas de plata y tiró el resto con despreocupación.

Hubo incluso un joven despierto que le descubrió, pero le sometió en segundos y lo arrojó a un callejón después de revisarlo a fondo y amordazarlo con su propia ropa.

Unos minutos después, Hoja vio a todos lados y entró a un callejón vacío custodiado por un hombre al que le dio una moneda de plata. El callejón estaba cubierto por amplias cortinas de tela basta.

Oliver saltó al tejado y burló su vigilancia con facilidad. Detrás de las cortinas el callejón estaba vacío y mal iluminado.

Hoja estaba al fondo junto a una pequeña niña de unos seis años que llevaba un taparrabos, un top, la piel llena de polvo, cabello abundante, cano y maltratado. Lo que llamó la atención de Oliver fueron sus ojos. Eran dorados. Él nunca había visto una persona con los ojos dorados y se quedó encantado con los ojos de la mocosa polvorienta, que tenía las manos en la cintura y observaba a Hoja muy seria. Hoja rechinó los dientes y sacó una botella de sangre para ofrecérsela.

—A los demás les cobras la mitad —se quejó Hoja.

—Los demás me agradan, tú me caes muy mal. Eres malo y te he visto torturar a otros —dijo la niña en tono de reprimenda.

—Mocosa fisgona. ¿Y qué? la mayoría de ellos son esclavos, si tú fueras mi esclava en estos momentos te estaría dando tu merecido. —Hoja la miró sombrío—. Ni siquiera tendrías que ser mi esclava, la verdad me dan ganas de darte unas cuantas bofetadas ahora mismo —amenazó Hoja.

La niña tomó la botella de sangre de la mano de hoja y la examinó con despreocupación. A pesar de que ella tenía la mitad del tamaño de Hoja y eso era incluyendo su maltrecho cabello, la niña parecía por completo despreocupada de sus amenazas.

—Por eso nunca tendrás amigos —dijo la niña con superioridad.

—Mocosa, no necesito amigos. Mis amigos son los idiotas a los que aún no les rebano el cuello solo para mirar sus expresiones de contrariedad y sufrimiento —dijo Hoja dando carcajadas ante la expresión de desaprobación de la niña.

—Azucena dice que un día alguien va a matarte por ser tan cretino —dijo la niña.

—Dile a esa chica que un día de estos iré a cortarle la lengua por decir tantas tonterías. Ahora deja de hablar y ponte en marcha, tengo mejores cosas que hacer que discutir con una mocosa cuyo mayor miedo es que la persigan con un peine —dijo Hoja en tono burlón.

La niña le envistió y comenzó a patearlo y a morderlo con indignación, mientras Hoja se carcajeaba y le daba palmaditas, burlándose de ella. Al final la niña quedó asesando de impotencia.

—¡Se lo diré a Job! —amenazó la niña. Hoja volvió a carcajearse.

—El gigantón no tiene bolas. Ha pasado tanto tiempo de rodillas oliendo la entrepierna de Ocaso que ya está domesticado.

»Todos tus amigos son unos inútiles. No valen ni para pasar el rato. Ahora abre ese portal antes de que se me agrie el humor y vaya con uno de ellos para pasar mi frustración. Quizás vaya por tu amiga habladora y le corte una oreja. ¿Te gustaría eso? —preguntó Hoja con una sonrisa.

La niña se tensó e hizo un gesto a un lado donde se produjo un estruendo y se abrió una grieta oscura. Hoja la cruzó con despreocupación y la niña rechinó los dientes detrás de él.

Oliver sintió ganas de lanzarle otro dardo a Hoja y ver cómo se volvía cenizas, pero se contuvo y volvió al palacio a informar a su reina. Estos devoradores del vacío parecían no temerles a los hechiceros y tenían su guarida fuera de este mundo.