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Capítulo 11. Enfrentamiento

—Mis señoras, todo está listo —informó el general de las fuerzas humanas que combatirían a su lado, a Amelia y Amanda.

Ana y Oliver estaban allí también, pero era más un asunto de que los ejércitos se familiarizaran con ellos. Oliver era el caballero y mano derecha de la reina y Ana era su principal consejera, debían participar en todo lo referente a la planeación de la batalla y la estrategia para enfrentarse al enemigo.

El enemigo ya había llegado al continente. Ellos habían desembarcado de noche en una bahía a treinta kilómetros de su posición actual. El ejército y las hechiceras encargadas de la defensa les habían recibido con fuego de cañones mágicos hasta que el enemigo logró desembarcar y ellos se retiraron al no contar con suficientes tropas allí para enfrentarlos.

Como ellos sabían dónde había desembarcado el enemigo, la mayor parte de sus ejércitos se había apresurado al lugar desde hacía una semana. Gracias a las carreteras de piedras creadas por las hechiceras y a los carros hechos de magia, el transporte para los ejércitos no era un problema.

Ellos llegaron al lugar al día siguiente del desembarco enemigo usando los portales que abría Amelia. No era útil para transportar a un ejército de más de dos millones de hombres y todo su equipo bélico, pero para unos cientos de personas era una habilidad estratégica insuperable. Por esa razón, Amelia siempre había sido una pieza clave para Alice en todas sus guerras.

Oliver que había vuelto al castillo y llenado todas sus botellas de sangre al máximo, ya llevaba una semana en el gran campamento observando la llegada de las tropas. Por lo general eran campesinos ingenuos a los que se les habría prometido gloria, fama y riqueza. Ellos formaban un ochenta por ciento de las fuerzas de sus ejércitos. Iban mal protegidos y armados con picas o lanzas cortas. Eran carne de cañón y era literal.

El otro veinte por ciento eran los ejércitos personales de las hechiceras sacados de entre los mejores hombres de sus sirvientes. Llevaban armadura mágica completa y potentes armas también mágicas. Uno solo de ellos podía barrer a docenas de campesinos con facilidad.

Como el mundo era una cadena, el siguiente eslabón eran las hechiceras. Ellas eran la principal arma de este ejército, no los cañones mágicos. En todo el continente había unas diez mil hechiceras, y todas ellas estaban obligadas a participar en esta guerra. Negarse a participar estaba penado con la muerte.

—¿Volvemos con Alice? —preguntó Ana una vez terminó la reunión.

Oliver asintió y ambos salieron de la sala de comandos repleta de talismanes de comunicación y blindada con paredes de roca y hechizos mágicos a cincuenta metros por debajo de la superficie. Era creación de las hechiceras y había otros seis como este por todo el campamento que se conectaban por medio de túneles. Oliver y Ana llegaron a la superficie por medio de un ascensor que Ana accionó con su magia.

La superficie del campamento eran bunkers de piedra creados por las hechiceras y reforzados con magia. Había cañones apuntando al cielo cada diez metros con un hombre encargado de disparar y dos más cuidando el lugar.

El cañón mágico no era un arma difícil de usar, era un tubo cilíndrico largo de unos dos metros con un diámetro de veinte centímetros que disparaba bolas de fuego que al impactar, causaban un gran alboroto y hacían pedazos todo lo que tocaban. Tenía un alcance máximo de mil metros. Era la imitación más básica de un hechizo y solo necesitaba de un soldado para que operara el mecanismo que servía para mover el cañón y apuntar. La única dificultad para estos cañones, era moverlos de lugar.

Oliver y Ana caminaron al bunker principal en medio del campamento donde debía estar la reina en una fortaleza cien metros bajo tierra, pero era evidente que a su reina no le gustaba el asunto, porque Oliver podía verla arriba del bunker, observando el campamento.

Al llegar en frente de su reina, Oliver dio un salto de diez metros y llegó a su lado. Ana flotó con tranquilidad hacia allí. Como siempre los soldados y protectores de su reina eran hechos por su propia magia y no les hicieron ningún caso al verles.

Oliver observó a su reina que desde que llegó al campo de batalla usaba un vestido dorado. Oliver pensó que con lo que a ella le gustaba su vestido azul, no lo arriesgaría por nada del mundo en una guerra.

Oliver la abrazó y también le dio un beso en la frente. Como siempre que la abrazaba su reina le veía con amenaza en sus ojos, pero Oliver se aseguraba de hacerlo en los mejores momentos. Si un día la abrazaba y estaba molesta, le mandaría a volar.

—Mi reina, todo está preparado —informó Oliver.

—¿Amelia y Amanda? —preguntó.

—Aquí estamos, mi reina —dijeron ambas hechiceras saliendo de un portal.

Amelia llevaba un vestido azul con bucles en su cabello dorado y Amanda un vestido escarlata con negro y su cabello largo y lacio sin ningún adorno o peinado.

—Ese cretino nos ha convocado para hablar de los términos de esta guerra. La reunión será a unos quince kilómetros de aquí. Dejen a la mitad de sus hechiceras aquí, el resto que avance con nosotras —ordenó su reina.

Amelia y Amanda asintieron volviendo a usar un portal para marcharse.

—¿Términos de la guerra? —preguntó Oliver.

—El cretino siempre nos convoca para pedirnos que nos entreguemos antes de que lo saquemos como un perro sarnoso —explicó su reina.

—¿Puedo ir también? —preguntó Oliver. Su reina asintió.

—Si no usas tu sangre no te reconocerá. En cuanto a Ana, él no te confundirá con ninguna sirvienta. Deberás quedarte... —Ana se hizo invisible y su reina asintió, ella también podría ir.

Después de quince minutos Oliver llevaba puesta toda su armadura, y unas cinco mil hechiceras se agolpaban frente al bunker principal en lotes de doscientos para que Amelia las transportase. Ellos fueron en el último lote.

Al llegar, Oliver se encontraba en frente de cinco mil hechiceras, al lado de su reina, Amelia, Amanda y Ana que era invisible para todos. Ellos estaban en un terreno plano y sin baches con un ancho de un kilómetro y un largo de dos, que fue aplanado por efecto de la magia.

Del otro lado, en frente de su ejército de hechiceras estaba otro ejército, pero este era de hechiceros que llegaban volando y se organizaban en filas.

—La duquesa Amelia es una gran ventaja para nosotros —comentó Oliver.

—Es cierto, pero ellos tienen al duque Helios el hechicero de la destrucción —dijo Amelia.

—Su habilidad es crear un agujero de gravedad que destroza todo lo que caiga dentro. En la guerra pasada él mató a más hechiceras que ningún otro —dijo Amanda.

Ellos tenían un arma estratégica formidable, pero el enemigo tenía un arma ofensiva atroz. ¿Qué sería más útil?

El rey hechicero no llegó al último, sino que apareció volando en frente de sus tropas cuando solo había un cuarto de ellas sobre el terreno. Oliver no necesitó preguntar quién era, porque todos los hechiceros se colocaron de rodillas detrás de él.

—El rey hechicero. Ricardo, el hechicero de la estrella oscura —dijo su reina.

Oliver se tensó. Que nombre tan... «¡Un momento!», pensó Oliver. En teoría él también sería un hechicero.

—Mi reina, ¿no debería tener yo también un nombre de hechicero? Creo que mi nombre debería ser Oliver, «el hechicero devorador del vacío» —dijo Oliver y la duquesa Amelia dio un respingo y luego le miró con indignación.

—Tú... Como se te ocurra ponerte ese nombre, te mato —amenazó Amelia con furia.

Oliver necesitó un segundo para poner a su cerebro a pensar a marchas forzadas, y ver que bicho le picó a esta loca. Luego entendió y abrió mucho los ojos. Amelia era la hechicera del vacío, y si él era el devorador del vacío, entonces...

Oliver miró a la duquesa de arriba abajo. El malentendido era evidente, pero no para todos. La duquesa Amelia se sonrojó bajo su mirada.

—No hay nada que hacer —dijo Oliver con inocencia en su voz—. Es lo que soy, que se le va hacer...

—Serás Oliver, el hechicero de la desolación —sentenció su reina.

Oliver frunció el ceño. Ese nombre parecía como si la gente tuviera que huir de él para evitar un trágico final... «Si la gente supiera de mis habilidades huirían espantadas», pensó Oliver.

—Está bien —dijo Oliver.

Mientras ellos discutían los hechiceros terminaron de armar sus filas. El rey hechicero se acercó a la mitad del campo. Iba escoltado por dos hombres. Una vez estaban en el centro, la reina ordenó a Amelia abrir un portal al centro y ellas tres pasaron acompañadas por Oliver y una invisible Ana.

Una vez llegaron al frente Oliver pudo observar al rey hechicero con claridad. Era un hombre alto y rubio, algo musculoso que vestía ropas de seda lujosas, adornadas con detalle, y tenía expresión serena con una suave sonrisa en los labios que le hacían parecer un hombre en quien se podía confiar. Sus acompañantes eran más esbeltos, de cuerpo atlético y porte orgulloso. Uno de ellos era moreno y el otro tenía el pelo castaño de ojos marrón claro.

—Mujer arrogante. Nunca pensé que tú pedirías hablar en el suelo como los mortales —dijo el rey hechicero sin cambiar la expresión de su rostro, pero con diversión en sus ojos.

Los dos hombres que le acompañaban sonrieron. Cuando ellos llegaron, el rey hechicero flotaba a unos tres metros sobre el terreno. Pero Oliver no podía volar y su reina decidió quedarse en el suelo para evitar situaciones humillantes para su bando. El rey hechicero no dejó pasar la oportunidad.

—No es una petición, es una orden —dijo su reina en el momento en que los tres hechiceros ponían medio pie en el suelo.

Los tres se tensaron al ver que ya era tarde para volver a alzar el vuelo y Amanda y Amelia soltaron risitas. «He visto niños de cinco años más maduros que estos reyes», pensó Oliver.

—Mujer arrogante, este será tu último día de vida. No solo veo que los rumores acerca de tu debilidad son ciertos, sino que también es cierto que te casaste con un mortal. Que bajo has caído. ¿De qué te servirá? Se volverá polvo en unos quinientos años al igual que el resto —dijo el rey Hechicero con decepción en la voz—. En fin. Hoy vas a morir, supongo que eso no te importa. ¿Tienes alguna petición para nosotros después de que las exterminemos? De mi parte haré un memorial en su honor alabando su sacrificio por nuestro bien —concluyó.

—Lo de siempre —respondió su reina con tranquilidad—. ¿Y ustedes? —preguntó su reina.

—Lo de siempre —respondió el rey.

—¿Qué es lo de siempre? —preguntó Oliver a Amelia en un susurro acercándose a su lado.

—Si un bando es exterminado y sus semillas selladas, el otro bando debe proteger a sus sirvientes humanos y a sus conocidos y amigos. Hay una lista que ambos bandos entregan —respondió Amelia en otro susurro señalando a su reina y al rey acercándose para intercambiar unos pergaminos que llevaban en sus manos.

La razón de que Amelia no hablara a su cabeza era que Oliver llevaba su armadura completa y esos hechizos no le afectarían.

—¡Esto es horrible! —escribió Ana en su armadura.

La armadura era parte de su cuerpo y él sentía todo lo relacionado con ella. Oliver dio un suspiro. De hecho, lo era. Estos seres eran algo lamentable. Y esta guerra no tenía sentido. Oliver apretó los puños. No podía seguir el plan de su reina. Él no podía matar a este montón de idiotas.

—Mi reina, por favor, te ruego que me dejes encargarme de este asunto —pidió Oliver.

Cuatro hechiceras y hechiceros le miraron molestos. La furia también inundó los ojos del rey hechicero cuando su reina se detuvo y no le entregó el pergamino ni recibió el suyo.

—¿Estás seguro? Son nuestras vidas las que te estás jugando aquí —preguntó su reina con voz amable, pero sin voltear hacia él.

—Sí, mi reina, estoy seguro. Además, si algo falla, nuestro plan no cambiará —dijo Oliver.

—Tienes razón —dijo su reina dando media vuelta y colocándose detrás de Oliver.

Las duquesas se apresuraron a seguirla. Si permanecían a su lado mientras la reina estaba detrás, sería una falta de respeto hacia ella.

—¿Qué estás haciendo, mujer arrogante? —preguntó el rey hechicero.

A sus ojos un humano no era digno de su atención. Oliver lo nombró Alice 2 en su mente, pero le ignoró y se quitó el casco para dejarlo pegado a su cintura, sin atarlo. La armadura actuaba bajo su voluntad y no necesitaba sujeciones.

—Es simple, planeaba matarles a todos ustedes hoy, pero me he dado cuenta que, si mato a criaturas tan lamentables como ustedes, luego me matarían a mí los remordimientos. Todos ustedes me causan una terrible depresión —confesó Oliver.

Oliver vio dolor cruzar por los ojos de rey hechicero, luego furia, pero sus dos acompañantes no fueron tan relajados y de inmediato hicieron intención de atacar, con lo que los diez mil hechiceros y hechiceras, que vigilaban desde u kilómetro de distancia, al darse de cuenta de la escena también pretendieron atacar.

El rey hechicero al ver esto levantó la mano para detener a sus duques y su ejército y lo mismo hizo su reina.

—¿Quién eres? —preguntó el rey hechicero, que al igual que todos los demás hechiceros y hechiceras, era un prodigio y sabía que algo sucedía con él para que estuviera tan confiado.

—Soy Oliver, el hechicero de la desolación —se presentó Oliver aceptando su nombre.

—Tonterías, no eres un hechicero, te vez como un humano, no tienes magia —acusó el hombre de cabello negro.

El rey hechicero se tensó y miró a su reina acusador.

—Mujer arrogante, ¿Qué has hecho? Esta cosa nos comerá a todos. También a ti y a tus hechiceras —dijo el rey hechicero con furia.

Sus duques se sobresaltaron, comprendiendo inmediatamente el significado de las palabras de su rey. Ambos se pusieron pálidos y miraron a Oliver con terror. Oliver hasta creyó notar que a uno de ellos le temblaban las piernas. Estos tipos habían pasado demasiado tiempo escuchando historias de terror sobre ellos.

—Primero que nada, no me comería a cualquiera. Una vez probé la sangre de una hechicera menor y no sabía muy bien —dijo Oliver y los dos hechiceros que acompañaban al rey le miraron espantados.

—Tranquilícense —ordenó el rey hechicero con calma—. Las historias no son exactas, un solo devorador del vacío no va a matarnos a todos...

Oliver empezó a carcajearse y el rey hechicero detuvo sus palabras para volver a mirarle. Una vez Oliver llamó su atención levantó el brazo y lo coloco sobre los hombros de la invisible Ana que estaba a su lado. Ana se hizo visible.

—Esta es mi hermana Ana. A ella le gusta mucho la sangre de los hechiceros morenos —dijo Oliver mirando de arriba abajo al hechicero moreno que se estremeció.

Resultó que el hombre no era el único hechicero moreno en el lugar y la duquesa Amanda lucio espantada mirando a Ana. Ante tales miradas la pobre Ana se ruborizó de vergüenza. A nadie pareció importarles que lo que dijo Oliver fuera una obvia mentira y que todos los hechiceros presentes en ese lugar pudieran saberlo gracias a sus hechizos. El miedo no es algo razonable, pensó Oliver.

—¡No es cierto! —dijo Ana avergonzada y se abrazó a Oliver embutido en su armadura.

Como los hechiceros ya estaban espantados, se tomaron la vergüenza de Ana como una admisión de culpa, y sus palabras como una mentira producto de la vergüenza. Oliver se apresuró a hundir más el puñal.

—Tengo otros cuatro hermanos y todos ellos disfrutan al máximo cada gota de sangre que se encuentran. Ah, también están mis padres, y mi hermano basilisco. ¿Saben por qué le dicen basilisco? —preguntó Oliver y hasta el rey hechicero apretó los puños ante lo que pensaba una infección de devoradores del vacío.

Oliver calculaba bien sus palabras para decir solo medias verdades que sus hechizos no podrían identificar como mentiras.

—No se preocupen, mi hermano basilisco ha decidido volver con los suyos, estar con humanos es demasiado agotador para él. Cuando nos despedimos hace unos días, le di un poco de sangre para que disfrutara al volver con su familia y amigos —dijo Oliver con toda intención de que malinterpretaran sus palabras.

Por su relato, el rey hechicero podía imaginarse a devoradores del vacío en todas partes.

—¿Cómo es que hay tantos? —preguntó el hechicero moreno manteniendo su vista fija en Ana que le aseguraba con la cabeza que ella no era así, cada vez que la miraba.

—¿Ah, no lo sabían? —preguntó Oliver con una sonrisa—. Creí que eran prodigios —agregó con decepción en su voz—. Díganme, si ustedes renacieron en este mundo, ¿por qué nosotros no podríamos? Estamos por todos lados y despertamos en cuanto probamos la sangre de hechiceros y hechiceras —dijo Oliver ofreciendo media verdad.

Oliver pensó en el hombre flaco y en la conversación con su reina y concluyó que era posible que sus palabras fueran demasiado conservadoras. Había demasiadas cosas sobre los devoradores del vacío que se mantenían ocultas.

—¡Como ven, su guerra es absurda, y se han estado matando por nada todo este tiempo! —gritó Oliver para que tanto las hechiceras como los hechiceros que estaban a un kilómetro de ellos escucharan.

El rey hechicero lo miró con desprecio.

—¿Se supone que un rey deba creer en las palabras de un campesino con ínfulas? —preguntó con tranquilidad.

A Oliver le sorprendió el parecido de sus preguntas y las de Alice, y pensó en Ana y sus respuestas. Oliver sonrió. Él no era Ana. Él solo conocía un método para hacer las cosas, el método bestia. Oliver sacó su espada de cristal escarlata y apuntó con ella al rey hechicero.

—No, lo que espero es que acates las órdenes de un campesino cuando este te aporree el lomo a palos y te deje para el arrastre —dijo Oliver sonriendo con descaro.

El rey hechicero se tensó y la furia inundó sus ojos. Sus duques se ofrecieron de inmediato a darle una paliza a Oliver, pero él levantó la mano con calma y dio un paso al frente.

—Bien, campesino devorador del vacío, yo, Ricardo, el hechicero de la estrella oscura, veré si puedes apalearme —dijo haciendo un movimiento con su mano y creando una gran espada.

Oliver le miró extrañado. Todas las hechiceras con las que había luchado alzaron el vuelo apenas comenzó la pelea, pero este hombre no parecía tener esas intenciones.

—Crees que me rebajaré a volar por los cielos para huir de ti...

El rey hechicero miró con extrañeza su pecho después de que Oliver hubiese levantado su brazalete izquierdo hacia él. Allí había un dardo cristalino repleto de la sangre de Oliver que se introdujo en el cuerpo del rey hechicero bajo su atenta mirada. El rey hechicero sacó el dardo con tranquilidad a pesar de que esa cantidad de sangre de Oliver debió haberle provocado un dolor mil veces mayor al que sufrieron Amanda y Amelia con solo una gota de su sangre por dardo.

—Interesante mecanismo. Es el mismo material que el de las botellas de sangre y parece que tu sangre también funciona igual que la nuestra —dijo el rey hechicero.

Oliver levantó el otro brazo y el rey hechicero interpuso su espada esperando recibir otro dardo, pero la palma de Oliver estaba abierta en señal de paz.

—Un momento, he olvidado algo —dijo Oliver dándose la vuelta sin esperar el asentimiento de su oponente.

El rey hechicero tenía demasiado orgullo para atacar a un enemigo por la espalda. Oliver caminó con tranquilidad hasta su reina que lo miró amenazadora para despejarle el juicio en caso de que él planeara algo que la avergonzara. Oliver sonrió y le dio un suave beso en los labios tras una suave caricia en su rostro.

—Mi reina, tengo algo que hacer, ¿me esperaras? —preguntó Oliver con voz amable.

Su reina asintió con lentitud y un leve y casi imperceptible rubor se situó en sus mejillas. Antes de que Oliver diera media vuelta para encontrarse de nuevo con su oponente, escucho con claridad los rechinares de dientes de los dos duques. Más allá, a mil metros, había hechiceros sosteniéndose unos a otros para evitar atacar a Oliver. Hasta el rey hechicero respiraba con dificultad mirándole.

Oliver pensó que él tenía un talento especial para enfadar a la gente. Y ya que estaba en eso era mejor hundir el resto del puñal.

—¡Así de lamentable son todos ustedes! —sentenció Oliver con desprecio.

El cielo se oscureció y resquebrajó para dar paso a la terrorífica escena del mundo devastado, al mismo tiempo que el rey hechicero se lanzaba hacia él de un salto y envuelto en un tornado de llamas. Oliver le recibió de frente saltando hacia él. El calor era un problema, pero su armadura disiparía las llamas en cuanto chocaran.

Al chocar fue el rey hechicero el que salió despedido. Oliver pudo observar la sorpresa en sus ojos mientras daba vueltas en el aire y una enorme roca aparecía detrás de él, para empujarle y lanzarle de nuevo a la batalla como un meteoro cuyas llamas se volvieron negras y cenicientas. Su ataque triplicó su fuerza, pero su espada se partió al enfrentarse a la de Oliver y tuvo que retirarse para no ser rebanado.

Los duques se habían retirado a unos doscientos metros de la batalla al igual que su reina, las condesas y Ana. Los hechiceros y hechiceras, que les observaban de lejos también habían llegado al lugar.

El rey hechicero, al ver que Oliver era más fuerte que él y que su espada no era algo común, se retiró y decidió pelear como un hechicero lanzando hechizos físicos uno detrás de otro. Enormes montañas que Oliver cortaba a la mitad con facilidad no eran efectivas.

El rey, al igual que Amelia y Amanda aprendió que los ataques de proyectiles eran los más eficaces contra él, despedazando su armadura fragmento a fragmento. Oliver por su parte envistió hacia él arrinconándolo y forzándole a huir empleando un hechizo para volar, lo que hacía arder la furia en sus ojos.

La principal arma con la que contaba Oliver era su sangre. Cada dardo estaba repleto de su sangre y eran como diez gotas por cada dardo que acertaba en el rey hechicero, debilitándole y haciéndole sufrir. Su reina tenía una imaginación atroz al pensar en tal arma.

El rey hechicero también entendía que, si Oliver siguiera golpeándole con esos dardos, su magia sufriría y él estaría agotado, por tanto, se apresuraba a lanzar barreras físicas entre él y Oliver cada vez que este alzaba las manos.

Oliver sonrió para sus adentros. Cada uno de sus brazaletes contenía cincuenta dardos. Juntos serian cien dardos, que harían unas mil gotas. Esas mil gotas sumarían unos cien mililitros. En absoluto una cantidad necesaria para poner en apuros a un hechicero como el rey hechicero.

Oliver apuntó con sus dos brazos y cuando el rey hechicero interpuso una barrera entre ellos, Oliver se apartó hacia atrás a toda velocidad.

Al caer el muro interpuesto por el rey hechicero todos con excepción de su reina miraron al rey hechicero con consternación y asombro. El rey hechicero caía lentamente al suelo entre temblores involuntarios y pesados jadeos. Al menos unos cincuenta pinchos cristalinos salían de su cuerpo.

El rey hechicero miró la empuñadura de la espada de Oliver que estaba sin la hoja. Oliver esperó que toda la sangre que había vertido en sus cristales entrara al cuerpo del rey hechicero y los convocó de vuelta. El rey hechicero cayó de rodillas. Sus heridas no sanaron de inmediato y su sangre comenzó a fluir hacia afuera por todos los agujeros que habían dejado los fragmentos de su espada.

—¿De dónde demonios sacaste esas armas? —preguntó el rey hechicero con voz sombría.

Oliver sintió un escalofrió recorrerle todo el cuerpo. Al menos medio litro de su sangre se había filtrado en el cuerpo del rey a través de los fragmentos de su espada. El dolor que eso debía hacerle sufrir no debía poder compararse con nada de este mundo. Además, el rey había recibido todos los fragmentos de la espada de Alice, cuya efectividad estaba más que comprobada. Aun así, este hombre no había perdido su expresión serena y hablaba con tono neutro a pesar de todo lo que le acontecía.

—Mi reina las creó para mí —respondió Oliver algo intimidado por semejante despliegue de terquedad.

—Mujer arrogante —se quejó el rey hechicero entre toces sanguinolentas—. Bueno, supongo que no podía ser el único que creara cartas de triunfo —dijo el rey volviendo a ponerse de pie a pesar de que sus heridas no dejaban de sangrar.

Oliver no se confió y vertió una gota de sangre de Alice sobre su armadura. No recuperaría la sangre que había perdido, pero repondría sus fuerzas físicas.

—Oye, no...

—Cállate, campesino. Mira lo que le has hecho a mi clon. Pensaba dejar que esa mujer arrogante se enfrentara a él y luego cuando estuviera agotada presentarme ante ella y mirar su hermosa cara teñirse de preocupación. Pero tú, un campesino, has arruinado mis planes —dijo con tristeza.

Oliver tragó saliva. ¿Un clon? Se preguntó con horror. El rey hechicero ignorante de sus miedos pareció distorsionarse en la realidad dividiéndose en dos. El herido se volvió polvo mientras el otro que estaba sin rastro de heridas lo miraba con furia en los ojos mientras el viento esparcía sus cenizas. Luego miró a Oliver y apretó los puños.

—Bien, veamos lo que un campesino puede hacer —dijo y las llamas negras volvieron a envolver su cuerpo.

Esta vez empezaron a formar espejismos a su alrededor, como cuando aumenta la temperatura sobre las arenas del desierto.

Detrás del rey hechicero se formó un Sol en miniatura, pero de color negro. Las llamas no eran llamas si no una especie de fuego líquido que se movía en oleadas por la superficie de la esfera y de la cual se escapaban unas cuantas salpicaduras que quemaban la arena al caer sobre ella, y en algunos casos la cristalizaban. Además, Oliver, estando a unos veinte metros de él pudo sentir una enorme fuerza que le atraía hacia la esfera que tenía un diámetro igual a la altura del rey hechicero.

Oliver no esperó que su oponente atacara. Al volver los fragmentos de su espada, volvió a llenarlos con su sangre y los hizo atacar por todos lados. La estrella oscura detrás del rey hechicero hizo erupción y todas sus peligrosas llamas se dirigieron a Oliver y a los fragmentos de la espada.

Oliver esquivó un poco, pero tuvo que emplearse a fondo y verter muchas gotas de sangre sobre su armadura para mantener su fuerza y velocidad. Los fragmentos de espada no se desintegraron al contacto con las llamas liquidas de color negro, pero la mayoría de las veces fueron desviadas de su camino, siendo pocas de ellas las que daban sobre su blanco.

La batalla duró dos horas más, pero al final el vencedor era claro. Oliver había tomado toda la sangre de Alice que llevaba encima solo para poder mantener el ritmo de la batalla, y la defensa del rey hechicero apenas dejaba que los fragmentos de la espada lo tocaran, dejando leves cortaduras que se cerraban después de algunos minutos.

El mayor daño lo había hecho la sangre de Oliver que se filtraba hacia él en cada roce de los fragmentos de espada debilitando su magia. Al menos otro litro de la sangre de Oliver se filtró en el cuerpo del rey hechicero, que enfurecía cada vez más.

Ahora el rey caminaba hacia Oliver sombrío. Parecía querer terminar con él con sus propias manos.

Oliver, que ya había consumido toda la sangre que tenía en reserva y había utilizado por lo menos un litro y medio de su propia sangre, estaba muy débil, su armadura carbonizada y rota, y su piel expuesta con horribles quemaduras.

Como Oliver pensó, en un combate de frente él no era rival para alguien como Alice o este rey hechicero. Una vez todos sus trucos quedaban expuestos había muchas formas en que ellos podían derrotarle.

Oliver no se resistió. La fuerza atractiva de la estrella oscura que estaba detrás del rey hechicero lo paralizaba y apenas le dejaba permanecer en pie y respirar.

—Dime campesino, ¿qué tienes que decir ahora? —preguntó el rey hechicero plantándose en frente de él y haciendo humear su cuerpo por el calor.

—Sigo sintiéndome deprimido al pensar en su lamentable existencia —dijo Oliver con una sonrisa sincera.

El rey hechicero extendió su brazo como un relámpago y lo tomó del protector del cuello de su armadura. Las llamas cubrieron su mano y con un gran esfuerzo rompió sus protecciones, liberando las sujeciones del casco que ya estaba agrietado y dejaba ver parte de su rostro.

Un siseo se escuchó cuando la mano del rey tocó la carne de su cuello. Oliver abrió mucho los ojos. El rey hechicero sonrió con satisfacción creyendo que Oliver le tenía miedo. Oliver creyó escuchar los gritos suplicantes de Ana.

—Que conste que yo ya he ganado —dijo Oliver forzando su voz a través de la presa del rey hechicero—. Tu estado es tan miserable que hasta una de las duquesas podría enfrentarte.

»Mi reina te hará pedazos en apenas unas horas de lucha. Y no podrás matarme antes de que mi reina intervenga y me salve —dijo Oliver. El rey hechicero lo miró con odio, pero no lo desmintió—. Bien, aclarado eso, quiero decirte que hueles muy bien. ¡Jamás olí algo tan delicioso en toda mi vida! —dijo Oliver y se retorció desgarrando su garganta que estaba en las manos del rey hechicero, para darle un gran mordisco en la mano. Oliver no masticó, sino que succionó y toda la sangre del rey hechicero pareció caer en cascada hacia su boca.

El rey hechicero le miró con horror, perdiendo toda la calma y tratando de liberarse de él golpeando su cara. Oliver sintió su cara hacerse pedazos, pero se reconstruía al momento y él ni siquiera sentía dolor. Después de unos cinco golpes el rey hechicero comprendió que no servía de nada tratar de aplastarle la cabeza, e hizo que la estrella detrás de él entrara en erupción, mientras trataba de cortar su propio brazo por donde se extendían venas de cristal rojo hasta su cuello.

Oliver miró la escena disgustado. Sabía bien que, si seguía, el rey hechicero terminaría convertido en polvo, y él ni siquiera podría disfrutar de toda su sangre, mucho menos comer algo de su brazo. Por esa razón Oliver cerró la mandíbula con fuerza, arrancándole la mitad de la mano al rey, que se apresuró a meter en su boca y masticar con ansiedad mirando con avaricia el resto del cuerpo del rey hechicero que temblaba del horror, al igual que los demás presentes.

El rey hechicero cayó de culo y la estrella detrás de él desapareció. El rey estaba tan agotado que su mano no se recuperó. Oliver lo miró decepcionado. Gracias a toda la sangre que absorbió, él estaba en las mejores condiciones posibles y hasta su sangre se había recuperado. Su casco también había vuelto, pero Oliver lo dejó pegado a la falda de la armadura.

Oliver Tenía pensado cortarle un brazo al rey hechicero y guardarlo para comerlo cuando diez mil miradas horrorizadas no estuvieran fijas sobre él, pero mirando el estado del rey hechicero, supuso que le guardaría mucho rencor si él hiciera algo así. Oliver suspiró resignado y le tendió la mano al rey hechicero.

—¿Me escucharás ahora? —preguntó Oliver.

El rey hechicero comprendió de inmediato que él no iba a almorzárselo y le tendió la mano. Oliver le ayudó a levantarse tratando de que su boca no dejara salir la saliva que la inundaba ante el olor de la sangre que despedía el rey hechicero. «Como se me escape la baba, todos estos hechiceros saldrán en veloz carrera», pensó Oliver con humor.

—Como puedes ver, no somos monstruos. Para mí, tú eres la comida más deliciosa que he probado en toda mi vida. Pero no te mataría por ello y tampoco te atacaría, de la misma forma que tú no lo harías.

»Si luchamos puede que me coma partes de tu cuerpo sin remordimiento alguno, pero no haría nada más. Tampoco siento ganas de destruir el mundo ni nada parecido. Y ya has visto la cara de mi hermana al verme comer parte de tu mano. Ella ni siquiera se atreve a beber su sangre.

»En conclusión, somos tan peligrosos como podría serlo cualquier persona. Si un día tú o tus hechiceros acorralan a alguien como yo, puede que este reaccione como un monstruo sin piedad alguna, pero ¿no harías tú lo mismo en una situación así? —preguntó Oliver.

El rey hechicero miró la mano de Oliver que sostenía con la suya y la soltó abatido.

—Tantos milenios persiguiendo cuentos —se quejó el rey. Parecía tan deprimido como Alice el día que conoció a Ana—. Yo debo pensar en esto. Dile a esa mujer arrogante que nos veremos de nuevo en un año, ya enviare a mis duques para hablar —dijo y miró hacia sus duques que ya se acercaban desde su lado.

El equipo de Oliver se acercaba por el otro lado guiadas por su reina. Oliver miró hacia ellas y esperó con calma, pero estaba algo nervioso. El rey hechicero había aceptado que él no iba a comérselos mientras se carcajeaba entre mordiscos, pero ahora le miraba con algo de repelús y espanto en sus ojos. Oliver no se lo reprochaba, pero no le gustaría que su reina o Ana le miraran igual, eso le causaría un gran dolor.

Su reina descendió en frente suyo y Oliver se acercó, tensándose un poco ante la expresión de su reina, pero de inmediato comprendió que era su acostumbrada mirada amenazadora que le advertía que, si se pasaba de la raya en público, le castigaría con torturas crueles y brutales. Oliver respiró aliviado y le dio un suave beso en los labios seguido de unas leves caricias.

—¡Mi reina, todo está arreglado! —dijo Oliver con cariño.

—¡Gracias Oliver! —dijo su reina con dulzura.

—¡Bastardo! ¡Deja de hacer eso! —reprendió una voz furiosa a su espalda.

Por el forcejeo que se escuchaba, Oliver comprendió que uno de los duque quería atacarlo y su compañero le detenía. Oliver sonrió y miró a Ana que le observaba molesta.

—¡Diles que yo no como hechiceros morenos! —se quejó Ana señalando a los dos duques.

Oliver amplió la sonrisa y se giró para ver a los duques que ahora estaban uno a cada lado del rey hechicero.

—Mi hermana es una santa, ella nunca ha probado la sangre de ninguna hechicera o hechicero —dijo Oliver.

Los dos duques miraron a Ana, luego miraron a Oliver y por último la mano izquierda del rey hechicero que seguía a la mitad producto de un mordisco de Oliver. Ambos duques miraron a Oliver y a Ana con repelús y se marcharon volando con prisas.

Al parecer los duques habían decidido que de alguna forma, Oliver podía mentirles sin que ellos pudieran detectarlo.

Ana se echó a llorar en brazos de Amanda que le dio algunos empujoncitos discretos para quitársela de encima, hasta que su reina le dedicó una mirada amenazadora, y Amanda decidió que un mordisco de Ana no era nada en comparación con las torturas de su reina y empezó a consolar a Ana con entusiasmo.

Amelia acariciaba uno de sus bucles dorados y le miraba a él con lo que Oliver percibió como melancolía y tristeza. Su reina le dedicó otra mirada amenazadora a ella y Amelia dio un respingo y se paró firme.

—Es hora de volver al campamento de guerra. Montaremos guardia hasta que el cretino se marche con sus tropas —dijo su reina y le tomó de la mano dejando a Oliver sorprendido por un segundo.

Amelia se apresuró a abrir un portal que les dejó en la sala de estar de la fortaleza de su reina. Como se podría imaginar era una copia exacta de una de las salas de sus palacios.

Al llegar, Ana se despegó de Amanda y corrió hacia él para abrazarle y besarle con ternura. Oliver no se contuvo y respondió a sus besos con cariño. Era una tortura fingir que no quería acercarse a ella y demostrarle su amor como lo hacía con su reina. Luego de un minuto su reina carraspeó y Oliver separó su boca de la de Ana para ver qué sucedía.

Amelia y Amanda seguían allí, observó Oliver con sorpresa. Amelia mordía sus labios con una expresión extraña en el rostro y Amanda acariciaba su largo cabello negro mientras les miraba a ellos con suplica en sus ojos azules.

Su reina carraspeó, o más bien gruñó por segunda vez, y Oliver observó incrédulo cómo las dos duquesas se resistían a marcharse, hasta que su reina dio un paso al frente, y ambas duquesas recuperaron el raciocinio para salir disparadas por unos de los portales de Amelia.

—Mi reina, tus duquesas son unas pervertidas —dijo Oliver con una sonrisa.

—No, tú eres un pervertido y por eso interpretas sus acciones como pervertidas. Ellas solo se sienten solas, como todas las demás —replicó su reina.

—Puede ser —dijo Oliver y cargó a Ana en sus brazos para sentarse con ella en sus piernas sobre uno de los cómodos sofás de la sala.

Su reina se sentó en frente de ellos para hablar de su batalla contra el rey hechicero y de lo que sucedió cuando él absorbió su sangre a través de su mano.

Oliver le dijo que no tenía ni idea de cómo sucedió. El solo sintió que toda esa sangre estaba disponible para él y lo mordió. El rey hechicero fue incapaz de cortar su propio brazo o impedir que su sangre fullera en cascada hacia él. Si él pudiera acercarse lo suficiente a un hechicero para darle un mordisco, sería su fin. Pero de seguro la voz se correría y ningún hechicero permitiría que él se le acercara. Tampoco era que importara mucho. Oliver confiaba en que el rey hechicero reconsiderara y estos seres lamentables ya no estarían bajo soledad autoimpuesta.

Ahora Oliver podía concentrarse en otras cosas y sacar un poco de su propia frustración contenida desde que era un niño.

—Mi reina, quiero hacer algunos cambios en el reino —dijo Oliver.

—¿Qué necesitas? —preguntó su reina sin oposición alguna en su voz.

—Que no obligues a nadie a ayudarme, ni siquiera a ti misma —dijo Oliver con cariño. Su reina asintió.

—No obligaré a nadie a ayudarte, pero me aseguraré de que no se metan en tu camino. Además, yo no te ayudaré por obligación, lo haré porque te amo —dijo su reina con dulzura y se levantó para sentarse a su lado y abrazarse a él.

—Yo también te ayudaré, porque eres la persona que amo y también mi tonto hermano. Si te dejo solo, asustarás a todos mirándoles feo —dijo Ana sentada en su regazo y le dio un beso en la frente.

Oliver se avergonzó un poco y agachó la cabeza.