Samuel tocó en repetidas ocasiones a la puerta. Al fin Esteban abrió.
-Ah, eres tú, ¿Por qué tan temprano?
-¿Temprano? Pero son las once de la mañana.
-Pará mí es de madrugada-. Bostezó.
-Deberías estar haciendo algo con el plan. Tal vez llamando a Verónica para saludarla. A las mujeres les gustan esos detalles.
-Dijiste que esperara a que me dieras la indicación del siguiente paso.
-De acuerdo, a eso vengo. Pero antes, ¿quiero saber cómo te fue ayer con ella? ¿Lo hiciste bien? ¿Qué impresión le diste?
-¡Estuvo sensacional! Verónica no sospechó nada. Se creyó toditito el cuento. A leguas se le notó que le gusté mucho, pues cuando me presenté en la puerta de su casa, ella se puso nerviosa y no dejó de prestar atención a mi porte. Se le pusieron las mejillas del color de una manzanita roja. ¡Se veía chula la condenada!
-No es necesario que exageres en los detalles. ¿Qué más?
-De inmediato accedió a prestarme su teléfono y se creyó todo ese teatro de que se me estaba haciendo tarde para llegar a una junta de importantes hombres de negocios. ¡Pa' su mecha! Me sentí como un galán de telenovela, y ella babeando por mi. Y no te imaginas lo que sucedió después…
-¿Qué? ¿Qué ocurrió después?
-Pues las cosas se están acomodando solas y bien pronto, porque cuando ella aceptó llevarme hasta el centro, en cuanto salimos y subimos a su coche, alcancé a observar que un auto se detenía justo atrás del de ella.
-¿Y ese auto de quien era?
-¿Pues como que de quien?
-No lo sé. ¡Dímelo!
-¡Pues de tu papá!
-¿Mi papá? ¿Y tú cómo lo sabes?
-Pues me imagino porque el hombre vestía igual a mi y llevaba un peinado con un copete igualito al mío. ¿Qué no me dijiste que me peinara igualito que él? Pues has de cuenta que el tipo se parecía a mi. Además traía un carrazo que pa' que te cuento.
-¿De qué color era el auto?
-Blanco como la nieve. Un BMW elegantísimo.
-¿i4?
-¿Perdón?
-¿Que si el auto era un BMW i4 del año, por supuesto?
-Ah… ehh… ¡Si!
-No sabes de autos elegantes. ¿Verdad?
-Pues no, pero de que era un carrazo blanco con un tipo copetón y bien parecido, igualito a mi, con clase, lo era.
-Sin duda, era papá.
-Si. Y él se dio cuenta que su amada salió con este hombre hermoso.
-¿Ella se dio cuenta de la llegada de mi papá?
-¿Verónica? ¡Para nada! La hice sentir tanta prisa que encendió el auto sin mirar otra cosa que solo mi objetivo; llegar a mi importante junta de negocios.
-¡Claro! Es por eso que en el hospital vi a mi papá muy aplastado de ánimo. Esa mañana venía de ese encuentro con ustedes. Era la hora del almuerzo y la pasaría con ella.
-Pero no contaba con que su hermosa prometida estaría acompañada de este dios griego, esculpido por los mismos ángeles. ¡Uy, ya me imagino el retortijón que le habrá dado a tu pobrecito padre! Esas cosas del amor y la traición duelen bien feo.
-No será por mucho tiempo. Mi papá la va a olvidar.
-Oye Samuel, y ya hablando claro…
-¿Qué?
-¿No te da "cosita" hacerle eso a tu papá?
-¿Cosita? No entiendo tu lenguaje.
-Si, hombre, no te hagas, que si no sientes remordimiento hacer estas cosas tan malas en contra de tu propio padre.
-No. Además es por su bien.
-¿Pero cómo va a ser por su bien? Si es su felicidad la que le estas echando abajo…
-Mira, Esteban. Que te quede claro que tu solo cuentas aquí para estropear la relación de mi papá con esa zorra, no para opinar. ¿De acuerdo?
Esteban lo miró con asombro por algunos segundos. Empezó a sentir una especie de conmiseración por ese joven, pues su conducta no era normal. No podía serlo, así que supuso que algo muy grave le tuvo que haber ocurrido para ser así de frívolo y miserable.
-¿Qué tanto me ves?
Esteban parpadeó para reaccionar. Después le dijo.
-No te preocupes. No volveré a opinar. Sigamos adelante con tu plan. A mi solo me importa el dinero. Lo necesito, sabes, no me está yendo bien últimamente y me ha sido muy difícil encontrar un nuevo empleo.
-Ya veo-. Samuel dio un recorrido con la vista por la habitación. Contempló lo viejo de los muebles y lo gastado de la pintura de las paredes. -En realidad, no me interesa conocer tu historia, Esteban, ni tu vida ni tus problemas. Solo estoy aquí porque me interesa acabar con esa mujer. Debo evitar a toda costa que entre a una iglesia vestida de blanco tomada del brazo de mi padre. Es todo.
-De acuerdo, Samuel. A mí tampoco me interesa tu amistad. Pará nada. Así que vayamos al asunto.
-Me parece perfecto. ¿Qué le dijiste a Verónica? ¿En qué quedaste con ella?
-Le dije que volvería a saber de mí.
-¿Y ella que respondió a eso?
-Sonrió, solo eso. Me miró y sonrió. Creo que desperté en ella un gran interés.
-Bien, ahora escucha lo que sigue-. Samuel sonrió satisfecho.
-Cómo tu digas, pero antes dime, ¿Cómo está el niño de Micaela? Ayer ya no tuve tiempo de hablar con ella.
-Ah, eso. El niño está bien dentro de lo que es. Va a tener algunos problemas en sus piernas.
-¿Cómo así? ¿Va a quedar impedido?
-No tanto así. Va a requerir ciertos cuidados y terapias. Mi papá se hará cargo de todos los gastos.
-Pues lo bueno que lo atropellaste tú, porque de haber sido cualquiera que no tuviera billetes, complicada estaría su situación.
-Vaya, pero si tu ahora tienes un poco de dinero gracias a la operación Verónica. ¿O es que acaso el noviecito no va en serio con la damita y su cría?
-No estamos para darnos opiniones, ¿no lo acabas de decir?
Samuel se rió. Fue una risa irónica.
Esteban admiró en él que cuando reía o tan solo sonreía, conjugaba en su rostro una mirada y una expresión de inquietante maldad.
Este chavo es un pequeño demonio, además de loco, dijo Esteban al interior de su cabeza, sin dejar de observarlo.
-Por Micaela y su hijo no te preocupes. Estarán bien. Ahora volvamos a lo nuestro, la operación Verónica. Escucha con atención lo que harás porque el siguiente paso es crucial.
-Te escucho…