Un grito ensordecedor salió de Joanna, quien miraba sin poder hacer nada para ayudar al pobre chico.
La boca del chico estaba tapada así que no podía gritar, fue arrastrado hacia atrás y atado en la silla, había empezado a arrepentirse de por qué incluso había mirado a Joanna y juró no tener nada que ver con ninguna mujer nunca más.
Joanna sabía que Miguel no estaba celoso. Solo era cruel, y era su manera de enviarle mensajes a ella también.
Miguel sonrió con suficiencia y se sentó en la mesa. Limpió la sierra y la volvió a colocar donde pertenecía.
—Te hubiera matado, pero no lo haré, pero sé que cuando escuches el nombre Joanna, nunca te acercarás a ellas ni tratarás de salvarlas de alguna caída infantil —dijo Miguel y golpeó el hombro del chico.
Había unas pocas manchas de sangre en su rostro y camisa, pero no le importaba. Ordenó a los chicos que lo soltaran en la calle cuando él se hubiera ido.
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