El carruaje se detuvo frente a mi patio y León me ayudó a bajar.
—¡Hermana! —escucho la voz de un joven muchacho. Cuando me doy la vuelta veo a un joven que parece bastante familiar.
—¿Ricardo? —no estaba segura al principio porque el joven muchacho era más alto que yo por unos centímetros. Ricardo tiene solo catorce años, pero el joven que corre hacia mí tiene el cuerpo de un joven hombre.
—Hermana, te extrañé mucho. —Ricardo me dio un abrazo de oso.
—Yo también te extrañé. —dije con voz apagada—. R-Ricardo, e-estás aplastándome.
—Oh, lo siento mucho. —dijo Ricardo.
Como pensaba, Ricardo ahora es unos centímetros más alto que yo. Su cuerpo está bien tonificado y su voz está empezando a volverse más grave. El abuelo seguramente le está dando un entrenamiento espartano.
—Mira lo grande que has crecido. —dije—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien hermana. —Ricardo dijo con una gran sonrisa—. ¿Y tú?
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