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Capitulo 61

— ¿De qué color es mi casa? – pregunta Murilo admirando el paisaje.

— Amarillo. - responde Beatriz, sonriendo a Flávio, que conduce.

—¿Y tiene libros?

—Tiene una biblioteca enorme — responde Flávio.

—¿Y tienes nevera? – pregunta Murilo, curioso.

—Sí, la hay —responde Beatriz mirando hacia atrás— ¿Por qué?

— Para poner helado dentro —responde Murilo, levantando los brazos. — ¿Tiene usted una piscina?

— Hay una piscina. - responde Flávio, sonriendo.

— Um... ¿Y tienes una habitación?

— Varios cuartos. - responde Beatriz, sonriendo a las preguntas del niño.

—¿Grave? ¿Tienes uno para mí? – pregunta Murilo con los ojos muy abiertos.

—¿Qué tal si lo compruebas con tus propios ojos?. - propone Flávio, aparcando. Le abre la puerta a Murilo que baja del vehículo animado. Luego se dirige a la puerta de Beatriz, ayudando a su mujer a bajar.

— Wow. - espeta Murilo admirando la entrada a la mansión. Se vuelve hacia la pareja — Dijiste que era una casa y no un castillo.

****

El tamaño de la casa de estilo colonial hecha de piedra arenisca de color amarillo claro que pertenece a la pareja, deja deslumbrado a Murilo. Todas las ventanas mantienen el estilo del siglo XIX. Las puertas principales son de madera de arce.

Las paredes son blancas y cuelgan varios cuadros, algunos son retratos de los antepasados ​​de Flávio. En el techo, antiguos candelabros de cristal. El piso de madera parece haber sido encerado recientemente tan brillante. Van hasta el final del corredor donde hay una hermosa escalera principal que los lleva al segundo piso.

Al pie de la escalera los esperan Leninha y Miranda con una enorme sonrisa en el rostro. Se acercan a Murilo, que se esconde en el brazo de Flávio, que sonríe ante el gesto del pequeño.

—Murilo, esta es Doña Helena – presenta Flávio.— Ella es la ama de llaves y te cuidará.

—Hola Murilo - saluda Leninha, inclinándose con cierta dificultad

—Y esta es tu abuela - dice Beatriz señalando a Miranda, quien se agacha quedándose a la altura de su nieto —Miranda.

—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres un chico muy guapo? – pregunta Miranda

— Sí, pero no me lo creo — contesta Murilo, haciendo reír a los adultos.

— Señor Flávio — comienza Leninha acercándose al jefe — Tus padres llamaron...

— No vendrán, ¿verdad? – completa Flávio, serio.

— Dijeron que había surgido algo… y que tenían que quedarse en Cambridge.

— ¿Qué tal si Leninha te lleva a ver la biblioteca de la casa? – propone Beatriz, agachándose al lado del chico.

— Pero van a venir juntos, ¿no es así? – pregunta Murilo mirando a Beatriz.

— Claro que sí. - responde Beatriz. — Nosotros estamos en nuestro camino.

—Entonces, está bien - responde Murilo, tomando la mano de Leninha.

Observan a Leninha y Murilo caminar por el pasillo hasta llegar a la enorme puerta de madera que abre Leninha, dando acceso a Murilo para admirar la enorme biblioteca con sus imponentes estantes de madera que llegan hasta el techo, llenos de los más diversos libros.

— ¿Que pasó? – pregunta Beatriz, mirando fijamente a Flávio.

— Mis padres se negaron a conocer a Murilo – revela Flávio, molesto — Esa es su forma de decir que no permitirán que Murilo use nuestro apellido.

— O tal vez realmente tuvieron un imprevisto. - argumenta Miranda, tratando de ser optimista.

—¿Por qué no los llamas Flávio y despejas esa duda? - propone Beatriz.

— Sí, lo haré más tarde. – responde Flávio, abrazando a Beatriz — Ahora quiero celebrar la llegada de nuestro hijo

***

Murilo camina con la boca abierta, admirando cada rincón del lugar, hasta que llega al viejo globo terráqueo comprado por el bisabuelo de Flávio, que se acerca.

— Wow. - exclama Murilo, girando el globo lentamente. Mira a Flávio y le pregunta — ¿Visitaste todos esos lugares?

— Una buena parte - responde Flávio.

— ¿Usando el polvo de pirilimpimpim? – pregunta Murilo, curioso.

— Exactamente. - responde Flávio, sonriendo. Se acerca a la oreja del chico— ¿Quieres saber dónde lo guardo?

— Yo quiero - susurra Murilo para que las mujeres no se enteren del gran secreto.

—Lo distribuí en todos estos libros, para que sólo un gran aventurero pueda usarlo - responde Flávio, levantando los brazos — ¿Eres tú ese aventurero?

— ¡Sí señor! - responde Murilo emocionado.

— Entonces, Sir Murilo, arrodíllese - pide Flávio, alejándose. Se pone de pie y dice en voz alta — Por el poder que me ha sido otorgado, te declaro, Sir Murilo: el aventurero.

Beatriz, Miranda y Leninha aplauden mientras Flávio abraza a Murilo. Salen de la biblioteca y continúan el recorrido hasta llegar al exterior de la mansión, donde les espera la piscina, muy llamativa. Flávio carga a Murilo sobre sus hombros y salta a la piscina sin pensarlo dos veces, para desesperación de Miranda, que entra en busca de toallas y ropa para ellos.

Beatriz se acurruca un poco en el borde de la piscina, pero termina siendo jalada por Flávio, bajo los gritos de Murilo que animaba al señor a jalarla. Los tres luego se divierten dentro de la piscina hasta que los últimos rayos de sol desaparecen en el horizonte.

Bee ayuda a su hijo a secarse, mientras Flávio arregla la ropa que usará el niño. Después de que todos estén vestidos, caminan hacia el comedor para disfrutar de la comida preparada por Leninha. Pero lo que realmente quiere Murilo es el postre que no tarde en servirse. Los cuatro están disfrutando de las hojuelas de helado, cuando Murilo mira hacia la ventana por un rato, con una mirada triste. Vuelve a tomar su helado, pero no con las mismas ganas de antes, llamando la atención de Flávio y Beatriz.

— ¿Todo bien, Murilo? – pregunta Beatriz, preocupada.

— Sí… - responde el chico con tristeza.

— ¿Está seguro? – pregunta Flávio, mirando fijamente a Murilo.

—Tengo... Es que tengo que irme pronto. -responde Murilo.

— ¿Ir a donde? – Pregunta Miranda sin entender.

—Para el orfanato, duh - responde Murilo, comiendo un poco más de helado.

— Murilo - llama Beatriz, llamando la atención del niño — Ya no vas a volver al orfanato.

—¿Está seguro? – pregunta Murilo, temeroso.

—Absolutamente, responde Flávio.—Esta es tu casa ahora. Tu hogar para siempre.

—¿En serio en serio? – pregunta Murilo una vez más.

— Sí, ¿por qué la preocupación? – pregunta Beatriz.

— Eso es porque eso dijo la última familia y terminé volviendo allá – contesta Murilo, serio — Y no quiero volver allá. Pero si quieres enviarme allí, lo entiendo. Los demás también lo han hecho.

Beatriz suelta la cuchara tratando de contener su emoción, mientras Flávio observa al niño terminar tranquilamente su helado. Frota el cabello de Murilo y sonríe.

****

Después del helado, Miranda se fue y Beatriz, Flávio y Murilo tuvieron una noche de cine en la habitación de los novios que dejó que el chico eligiera la película que le gustaría ver. No fue una sorpresa cuando el niño eligió una animación para la familia que miraba la caricatura con entusiasmo. En la segunda película, Murilo ya se estaba quedando dormido entre Beatriz y Flávio, quien lo llevó en brazos a la habitación decorada con los personajes del Sítio especialmente para él.

Flávio acuesta a su hijo, mientras Beatriz lo cubre. Ambos le dan un beso de buenas noches al chico y vuelven a su habitación a dormir también. Flávio se acuesta en la cama, toma su libro de cabecera y lo hojea descuidadamente, llamando la atención de Beatriz que se estaba poniendo el camisón. Ella se acuesta al lado de su marido, apoyando la cabeza en su hombro:

—¿En qué estás pensando, mi amor? – pregunta Bee acariciando el pecho de Flávio.

— En mis padres... Sabía que me pondrían las cosas difíciles con la adopción de Murilo, pero no hasta el punto de negarme a conocerlo.

— Cariño, tal vez realmente sucedió algo imprevisto. - Argumenta Beatriz.

— El único imprevisto es que no contaron con el heredero del título para adoptar un niño y así pusieron en riesgo la herencia Wilkinson — comenta Flávio.

— ¿Y ahora? – pregunta Beatriz.

—Ahora bien, para que mi padre le permita a Murilo usar nuestro apellido, solo hay dos opciones: aceptar a Murilo y así colocarlo en la línea de sucesión al ducado, o…

—¿O?

—O me pide que renuncie a mi derecho ya mis títulos y así quedo relevado de mis responsabilidades. Me convierto en un ciudadano común.

— ¿Y serías capaz de abdicar de la nobleza para darle el apellido a Murilo? – pregunta Beatriz, preocupada.

— Soy capaz de cualquier cosa por Murilo, Bee. – responde Flávio, besando la frente de su mujer — Pero no te preocupes, mi padre no me exigirá eso, estoy seguro. Ahora vamos a dormir. – finaliza apagando la lámpara.

Pero el sueño de la noche dura poco y escuchan gritos provenientes de la habitación de Murilo haciéndolos despertar desesperados. Apenas llegan a la habitación encuentran a Murilo llorando. Se sientan en la cama abrazándolo mientras él explica la pesadilla que tuvo. Los tres se quedan en la habitación del niño y terminan durmiendo.