—¿Tus padres? —preguntó ella, sorprendida.
Yo asentí. —¿Por qué te sorprendes tanto? No recuerdo haberte hablado de su vida matrimonial.
—Pero... pero...
—¿Pero?
—No había ningún problema entre tus padres, ¿verdad?
—¿A qué te refieres? —pregunté, sorprendido.
—Uh, cuando te fuiste, tu madre me contó cómo se conocieron tus padres y cosas así.
—¿Qué te dijo ella?
—Bueno, que tu padre era un mujeriego —dijo ella, titubeando un poco—. Me habló de los ojos malditos y luego de tu infancia.
—Dime todo —dije.
—El nombre de tu padre era Ájax. Y en aquel tiempo, él era el rey de Querencia mientras tu madre era una plebeya en Mazazine. Fue hace veinticuatro años.
—Ese fue el momento en que mis padres se casaron, hace veinticuatro años.
—Había una guerra entre los dos reinos. Y tu padre era un tirano. Lo llamaban el perro loco del campo de batalla.
—Eso es cierto.
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