A pesar de que era tarde en la noche, en cada rincón del palacio, las noticias sobre lo que había hecho la Princesa Ámbar ya se habían esparcido, y todos susurraban sobre lo que acababa de ocurrir entre los miembros de la familia real. Todos tenían que susurrar ya que el rey había dicho que no quería oír al respecto hasta después del banquete. La Reina, que había salido con su esposo, estaba furiosa mientras entraba en su cámara con él.
—¿Vas a dejar que la sirviente y la esposa de Harold se salgan con la suya después de hacer eso a nuestro hijo? ¿A un Príncipe? Estás tomando partido por Harold, ¿no es así? —preguntó ella con disconformidad. Ella no solía expresar abiertamente su disgusto con su esposo, pero estaban hablando de su hijo, y odiaba que, como antes cuando Harold había matado a su primer hijo, el rey no iba a hacer nada.
—No hay bandos en esto. Y como dije, no quiero oír sobre esto —le recordó el rey.
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