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Con mucho en mente, Harold fue al campo de entrenamiento a practicar. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de lo agresivamente que estaba combatiendo con los demás. Si hubieran estado usando una espada real en lugar de una versión de madera, ya tendrían miles de cortes en sus cuerpos.
Los guardias no pudieron evitar rezar por alguien que los liberara, y parecía que la diosa lunar estaba de su lado porque llegó una ayuda en forma de la delicada princesa.
—¡Hermano! —Tyra le llamó mientras miraba a los demás guardias con preocupación.
Harold volvió en sí y se detuvo antes de mirarla. Notó la preocupación en su mirada y miró a su alrededor, viendo los moretones que había infligido a todos los guardias.
Con un gentil asentimiento de su cabeza, todos huyeron, dejando a los hermanos solos.
Tyra se acercó a él con un pañuelo y una calabaza de agua y le entregó ambos.
—¿En qué pensabas para actuar así? —le preguntó.
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